Ellie se sentía fascinada por las figuras de porcelana. Cogió una, una niña vestida con un traje de ballet color azul claro, y le dio vueltas en las manos.
—Mira esto, Benjy —dijo a su hermano—. Alguien hizo esto por sí solo.
—En realidad, ésa es una copia —indicó el tendero español—, pero un artista hizo el original del cual se tomó la impresión por ordenador. El proceso de reproducción es ahora tan preciso que hasta a los expertos les cuesta distinguir cuáles son las copias.
—¿Y usted reunió todas éstas en la Tierra? —Ellie señaló con la mano el centenar aproximadamente de figuras que había sobre la mesa y en las cajitas de cristal.
—Sí —respondió orgullosamente el señor Murillo—. Aunque yo era funcionario en Sevilla, permisos de construcción y esa clase de cosas, mi mujer y yo teníamos también una tienda. Nos enamoramos del arte de la porcelana hace unos diez años y desde entonces hemos sido coleccionistas incansables.
La señora Murillo, cercana también a los cincuenta años, salió de la trastienda, en la que estaba desembalando aún su mercancía.
—Mucho antes de saber que la AIE nos había seleccionado realmente como colonos —dijo—, decidimos que, cualesquiera que fuesen las limitaciones que se impusieran a los equipajes para el viaje en la Niña, nosotros nos traeríamos nuestra colección de porcelanas completa.
Benjy sostenía la bailarina a sólo unos centímetros de su cara.
—Pre-cio-sa —comentó, con una amplia sonrisa.
—Gracias —dijo el señor Murillo—. Habíamos pensado fundar una sociedad de coleccionistas en colonia Lowell —añadió—. Tres o cuatro de los demás pasajeros de la Niña han traído también varias piezas.
—¿Podemos mirarlas? —preguntó Ellie—. Tendremos mucho cuidado.
—Adelante —respondió la señora Murillo—. Finalmente, cuando las cosas se asienten, venderemos o permutaremos algunos de los objetos; desde luego, los duplicados. En estos momentos están sólo en exposición.
Mientras Ellie y Benjy examinaban las creaciones de porcelana, entraron otras personas en la tienda. Los Murillo habían abierto el establecimiento hacía sólo unos días. Vendían velas, servilletas bordadas y otros pequeños adornos para el hogar.
—Desde luego, no has perdido el tiempo, Carlos —dijo un corpulento norteamericano al señor Murillo unos minutos después.
Por su saludo inicial era evidente que habían sido compañeros de viaje en la Niña.
—Era más fácil para nosotros, Travis —le respondió el señor Murillo—. No tenemos familia y nos basta un sitio pequeño para vivir.
—Nosotros no nos hemos establecido aún en una casa —se lamentó Travis—. Decididamente, vamos a vivir en este pueblo, pero Chelsea y los chicos no pueden encontrar una casa que les guste a todos… Chelsea está todavía asustada con todo el asunto. Ni siquiera ahora cree que la AIE nos esté diciendo la verdad.
—Reconozco que es sumamente difícil aceptar que esta estación espacial fue construida por alienígenas sólo para poder observarnos… y, ciertamente, sería más fácil creer la historia de la AIE si hubiese fotografías de ese Nódulo. Pero ¿por qué habrían de mentirnos?
—Ya nos han mentido antes. Nadie mencionó siquiera este lugar hasta un día antes de la cita… Chelsea cree que formamos parte de un experimento de la AIE para una colonia espacial. Dice que permaneceremos aquí algún tiempo y luego nos trasladarán a la superficie de Marte para poder comparar los dos tipos de colonias.
El señor Murillo se echó a reír.
—Veo que Chelsea no ha cambiado desde que salimos de la Niña. —Su rostro adoptó una expresión más seria—. Mira, Juanita y yo teníamos también nuestras dudas, especialmente cuando transcurrió la primera semana sin que nadie viera ni rastro de los alienígenas. Pasamos dos días enteros recorriéndolo todo, hablando con otras personas; vinimos a realizar nuestra propia investigación. Finalmente llegamos a la conclusión de que la historia de la AIE debe de ser cierta. En primer lugar, es demasiado absurda para ser mentira. En segundo, esa Wakefield se mostró muy convincente. En su reunión abierta respondió durante casi dos horas a cuantas preguntas se le hicieron y ni Juanita ni yo percibimos ninguna contradicción.
—Me resulta difícil imaginar que alguien pueda pasarse doce años dormido —dijo Travis, meneando la cabeza.
—Claro, y a nosotros también. Pero examinamos ese somnario en el que supuestamente estuvo durmiendo la familia Wakefield y todo era exactamente tal y como Nicole lo había descrito en la reunión.
Por cierto que el edificio general es inmenso. Hay suficientes literas y habitaciones como para albergar a todos los habitantes de la colonia si es preciso… Desde luego, no tiene sentido que la AIE construyera unas instalaciones tan enormes sólo para sostener una mentira.
—Quizá tengas razón.
—Como quiera que sea, hemos decidido sacar el mejor partido posible del asunto. Al menos, por el momento. Y, desde luego, no podemos quejarnos de nuestras condiciones de vida. El alojamiento es excelente. Juanita y yo tenemos incluso nuestro propio robot Lincoln para que nos eche una mano en la casa y en la tienda.
Ellie estaba siguiendo muy atentamente la conversación. Recordó lo que le había dicho su madre la noche anterior, cuando le preguntó si ella y Benjy podían ir a dar una vuelta por el pueblo. «Supongo que sí, querida —había respondido Nicole—, pero si alguien os reconoce como Wakefield y empieza a haceros preguntas, no le contestéis. Mostraos corteses y volved a casa lo antes posible. El señor Macmillan no quiere que hablemos todavía de nuestras experiencias con personas ajenas a la AIE».
Mientras Ellie admiraba las figuras de porcelana y escuchaba atentamente la conversación entre el señor Murillo y el hombre llamado Travis, Benjy se alejó, curioseando por su propia cuenta. Al darse cuenta de que no estaba a su lado, Ellie empezó a sentirse dominada por el pánico.
—¿Qué estás mirando, amigo? —oyó Ellie que una áspera voz masculina decía al otro extremo de la tienda.
—Su pelo es muy bo-ni-to —respondió Benjy. Estaba obstruyendo el pasillo, impidiendo pasar al hombre y su mujer. Sonrió y alargó la mano en dirección a los espléndidos y largos cabellos rubios de la mujer—. ¿Puedo tocar? —preguntó.
—¿Estás loco…? Claro que no… Y quítate de en medio.
—Jason, creo que es un poco retrasado —dijo en voz baja la mujer, al tiempo que le agarraba el brazo a su marido antes de que empujase a Benjy.
En ese momento, Ellie se dirigió hacia su hermano. Se dio cuenta de que el hombre estaba furioso, pero no sabía qué hacer. Tocó suavemente a Benjy en el hombro.
—Mira, Ellie —exclamó él, comiéndose las sílabas en su excitación—, mira qué pelo amarillo tan bonito.
—¿Es amigo tuyo este memo? —preguntó el hombre a Ellie.
—Benjy es mi hermano —respondió Ellie con dificultad.
—Bueno, pues llévatelo de aquí… Está molestando a mi mujer.
—Señor —dijo Ellie, haciendo acopio de valor—, mi hermano nunca había visto de cerca unos cabellos rubios largos.
El rostro del hombre se contorsionó en un rictus de ira y sorpresa.
—¿Quéeee…? —exclamó. Miró a su mujer—. ¿Qué pasa con estos dos? Uno es un cretino y la otra…
—¿No sois vosotros dos de los chicos de los Wakefield? —interrumpió una agradable voz femenina detrás de Ellie.
La turbada Ellie se volvió. La señora Murillo se interpuso entre los jóvenes y el matrimonio. Ella y su marido habían cruzado la tienda al oír las airadas voces.
—Sí, señora —respondió en voz baja Ellie—. Sí, lo somos.
—¿Quiere decir que éstos son dos de los niños llegados del espacio exterior? —preguntó el hombre llamado Jason.
Ellie se las arregló para empujar rápidamente a Benjy hacia la puerta del establecimiento.
—Lo sentimos mucho —dijo, antes de salir con Benjy—. No queríamos causar molestias.
—¡Anormales! —oyó Ellie decir a alguien mientras cerraba la puerta a su espalda.
Había sido otro día agotador. Nicole estaba muy cansada. Se hallaba delante del espejo y terminó de lavarse la cara.
—Ellie y Benjy han tenido en el pueblo alguna clase de experiencia desagradable —dijo Richard desde el dormitorio—. No han querido contarme gran cosa.
Nicole había pasado ese día trece largas horas ayudando a procesar a los pasajeros de la Niña. Por mucho que ella, Kenji Watanabe y los demás se esforzaran, parecía como si nadie quedara nunca satisfecho y siempre hubiera más cosas por hacer. Muchos de los colonos se habían mostrado insolentes cuando Nicole trataba de explicarles los procedimientos que la AIE había establecido para la asignación de provisiones, alojamiento y áreas de trabajo.
Llevaba demasiados días sin dormir lo suficiente. Nicole se miró las bolsas que se le habían formado bajo los ojos. «Pero debemos acabar con este grupo antes de que llegue la Santa María —se dijo—. Ellos serán mucho más difíciles».
Nicole se secó la cara con una toalla y miró en el dormitorio, donde Richard se hallaba sentado en pijama.
—¿Qué tal te ha ido el día? —le preguntó.
—No muy mal… De hecho, ha resultado bastante interesante. De forma lenta pero segura, los ingenieros humanos se van sintiendo más cómodos con los Einstein. —Hizo una pausa—. ¿Has oído lo que te he dicho sobre Ellie y Benjy?
Nicole suspiró. Por el tono de la voz de Richard comprendió cuál era el mensaje que realmente quería transmitirle. A pesar de la fatiga que sentía, salió del dormitorio y echó a andar por el pasillo.
Ellie estaba ya dormida, pero Benjy permanecía despierto aún en la habitación que compartía con Patrick. Nicole se sentó junto a Benjy y le cogió la mano.
—Ho-la, ma-má —dijo el muchacho.
—Tío Richard me ha dicho que tú y Ellie habéis ido esta tarde al pueblo —dijo Nicole a su hijo mayor.
Una expresión de angustia cruzó por unos instantes el rostro del muchacho y desapareció enseguida.
—Sí, ma-má —respondió.
—Ellie me ha dicho que os reconocieron y que uno de los nuevos colonos os llamó varias cosas —dijo Patrick desde el extremo opuesto de la habitación.
—¿Es verdad eso, querido? —preguntó Nicole a Benjy, acariciándole las manos.
El muchacho hizo un movimiento afirmativo apenas perceptible con la cabeza y luego miró en silencio a su madre.
—¿Qué es un memo, mamá? —preguntó de pronto, con los ojos llenos de lágrimas.
Nicole rodeó a Benjy con los brazos.
—¿Alguien te ha llamado hoy memo? —preguntó suavemente.
Benjy asintió.
—La palabra no tiene un significado específico —explicó Nicole—. A cualquiera que sea diferente, o quizá molesto, se le podría llamar quizá memo. —Volvió a acariciar a Benjy—. La gente utiliza palabras como ésa sin pensar. Quienquiera que te haya llamado memo probablemente estaba perplejo o trastornado por otros acontecimientos de su vida y te lo soltó sólo porque él no te comprendía… ¿Hiciste algo que le molestara?
—No, ma-má. Sólo le dije que me gustaba el pelo a-ma-ri-llo de la mujer.
Le costó varios minutos, pero al final Nicole averiguó lo esencial de lo que había ocurrido en la tienda de porcelanas. Cuando pensó que Benjy se encontraba ya bien, Nicole cruzó la habitación para darle las buenas noches a Patrick con un beso.
—¿Y cómo te ha ido a ti? —preguntó—. ¿Has pasado un buen día?
—En general, sí —respondió Patrick—. Sólo he tenido un contratiempo, en el parque. —Trató de sonreír—. Varios de los chicos nuevos estaban jugando a baloncesto y me invitaron a jugar con ellos… Lo hacía terriblemente mal. Un par de ellos se rieron de mí.
Nicole dio a Patrick un abrazo largo y cálido. «Patrick es fuerte —se dijo a sí misma Nicole ya en el pasillo, mientras regresaba a su habitación—. Pero también él necesita ayuda. —Hizo una profunda inspiración—. ¿Estoy actuando correctamente? —se preguntó por enésima vez desde que se entregara de lleno a participar en todos los aspectos de la planificación de la colonia—. Me siento muy responsable de todo aquí. Quiero que Nuevo Edén comience adecuadamente… Pero mis hijos necesitan todavía una parte mayor de mi tiempo… ¿Lograré alguna vez alcanzar el equilibrio adecuado?».
Richard estaba todavía despierto cuando Nicole se acurrucó a su lado. Contó a su marido lo sucedido a Benjy.
—Siento no haber podido ayudarle —observó Richard—. Pero hay cosas que sólo una madre…
Nicole estaba tan exhausta que el sueño empezó a vencerla antes de que Richard hubiera terminado la frase. Él la tocó firmemente en el brazo.
—Nicole —dijo—, hay otra cosa de la que tenemos que hablar. Por desgracia, no puede esperar. Tal vez no dispongamos de ningún rato a solas por la mañana.
Nicole se volvió y miró inquisitivamente a Richard.
—Es sobre Katie —explicó él—. Necesito tu ayuda… Mañana por la noche hay otro de esos bailes juveniles; recordarás que la semana pasada dijimos a Katie que podría ir, pero sólo si Patrick la acompañaba y regresaba a casa a una hora razonable… Bueno, pues esta noche la he visto por casualidad delante del espejo con un vestido nuevo. Era corto y muy revelador. Al preguntarle por el vestido y decirle que no parecía un atuendo adecuado para un baile corriente, se puso hecha una furia. Insistió en que yo «le estaba espiando» y luego me informó de que yo era «absolutamente ignorante» en cuestiones de moda.
—¿Qué le dijiste?
—Le reprendí. Ella me miró fríamente y no dijo nada. Varios minutos después, salió de casa sin pronunciar palabra. El resto de los niños y yo cenamos sin ella… Katie llegó a casa sólo unos treinta minutos antes que tú. Olía a tabaco y a cerveza. Cuando intenté hablar con ella, se limitó a decir «No me molestes», y se fue a su habitación, en la que se encerró dando un portazo.
«Me lo temía —pensó Nicole, mientras yacía tendida junto a Richard en silencio—. Todos los indicios han sido evidentes desde que era pequeña. Katie es brillante, pero es también egoísta e impetuosa…»
—Iba a decirle a Katie que no podía ir al baile mañana por la noche —estaba diciendo Richard—, pero luego me di cuenta de que, con arreglo a cualquier definición normal, es una persona adulta. Después de todo, su tarjeta de registro en la oficina de administración le asigna una edad de veinticuatro años. Realmente, no podemos tratarla como a una niña.
«Pero quizás emocionalmente sólo tiene catorce —pensó Nicole, retorciéndose de angustia mientras Richard empezaba a recitar las dificultades que habían tenido con Katie desde que llegaran a Rama los primeros de los otros seres humanos—. No le interesa nada más que la aventura y la excitación».
Nicole recordó el día que había pasado con Katie en el hospital. Fue una semana antes de que llegaran los colonos de la Niña. Katie se había sentido fascinada por el avanzado equipo médico y auténticamente interesada en su funcionamiento; sin embargo, cuando Nicole sugirió que quizá quisiera trabajar en el hospital hasta que comenzaran las clases en la universidad, la joven se había echado a reír.
—¿Bromeas? —había exclamado su hija—. No puedo imaginar nada más aburrido. Especialmente cuando habrá cientos de personas nuevas que conocer.
«No hay muchas cosas que Richard ni yo podamos hacer —se dijo Nicole con un suspiro—. Podemos angustiarnos por Katie, y ofrecerle nuestro amor, pero ella ya ha decidido que todos nuestros conocimientos y nuestra experiencia son irrelevantes».
Hubo un silencio en el dormitorio. Nicole alargó la mano y dio un beso a Richard.
—Hablaré mañana con Katie sobre el vestido —dijo—, pero dudo que sirva para algo.
Patrick estaba solo, sentado en una silla plegable junto a la pared del gimnasio de la escuela. Tomó un sorbo de soda y miró su reloj mientras finalizaba la lenta música y la docena de parejas que bailaban en la amplia pista se iban deteniendo. Katie y Olaf Larsen, un alto sueco cuyo padre era miembro del estado mayor del comandante Macmillan, se besaron brevemente antes de echar a andar, cogidos del brazo, en dirección a Patrick.
—Olaf y yo vamos a salir a fumar un cigarrillo y tomar otra copa de whisky —dijo Katie cuando ambos llegaron a donde se encontraba Patrick—. ¿Por qué no vienes con nosotros?
—Ya vamos retrasados, Katie —respondió Patrick—. Dijimos que estaríamos en casa para las doce y media.
El sueco dio a Patrick una condescendiente palmadita en la espalda.
—Vamos, muchacho, tranquilo —dijo—. Tu hermana y yo nos estamos divirtiendo.
Olaf estaba ya borracho, tenía la cara congestionada a consecuencia de la bebida y el baile. Señaló hacia el otro extremo de la estancia.
—¿Ves aquella chica de pelo rojo, vestido blanco y tetas grandes? Se llama Beth y es una cachonda. Ha estado toda la noche esperando que la sacaras a bailar. ¿Quieres que te la presente?
Patrick meneó la cabeza.
—Escucha, Katie —dijo—. Yo quiero irme. He estado aquí, pacientemente sentado…
—Media hora más, hermanito —le interrumpió Katie—. Voy a salir un rato y vuelvo luego para bailar un par de piezas. Después, nos marchamos, ¿vale?
Dio un beso en la mejilla a Patrick y se dirigió hacia la puerta, acompañada por Olaf. Por el sistema de megafonía del gimnasio comenzó a sonar una pieza rápida. Patrick contempló fascinado las evoluciones de las jóvenes parejas al rítmico compás de la música.
—¿No bailas tú? —le preguntó un joven que paseaba en torno al perímetro de la pista de baile.
—No —respondió Patrick—. Nunca lo he intentado.
El joven dirigió una mirada de extrañeza a Patrick. Luego se detuvo.
—Claro —exclamó—, tú eres uno de los Wakefield… Hola, yo me llamo Brian Walsh. Soy de Winsconsin, en el centro de Estados Unidos. Mis padres son los que están organizando la universidad.
Desde su llegada al baile, varias horas antes, Patrick no había intercambiado más de un par de palabras con nadie, aparte de Katie. Le estrechó alegremente la mano a Brian Walsh y ambos permanecieron unos minutos charlando amistosamente. Brian, que tenía a medio terminar la carrera de ingeniería de ordenadores cuando su familia fue seleccionada para la colonia Lowell, tenía veinte años y era hijo único. Sentía gran curiosidad por las experiencias de su compañero.
—Dime —preguntó a Patrick cuando empezaron a sentirse más a gusto el uno con el otro—, ¿existe realmente ese lugar llamado El Nódulo? ¿O forma parte de alguna ridícula historia inventada por la AIE?
—No —respondió Patrick, olvidando que no debía hablar de aquellas cosas—. El Nódulo existe, desde luego. Mi padre dice que es una estación extraterrestre de procesado.
Brian rio alegremente.
—¿De modo que en algún lugar cerca de Sirio hay un gigantesco triángulo construido por una superespecie desconocida? ¿Y su finalidad es ayudarles a estudiar a otras criaturas que viajan por el espació? ¡Uau! Es la historia más fantástica que jamás he oído. De hecho, casi todo lo que tu madre nos contó en aquella primera reunión resultaba increíble. Debo reconocer, sin embargo, que la existencia de esta estación espacial y el nivel tecnológico de sus robots hacen más verosímil su historia.
—Todo lo que mi madre dijo era cierto —replicó Patrick—. Y se calló deliberadamente algunas de las cosas más increíbles. Por ejemplo, mi madre sostuvo una conversación con una anguila envuelta en una capa que hablaba con burbujas. Y también… —Patrick calló, recordando las advertencias de Nicole.
Brian estaba fascinado.
—¿Una anguila con una capa? —exclamó—. ¿Cómo sabía tu madre lo que estaba diciendo?
Patrick miró su reloj.
—Disculpa, Brian —dijo bruscamente—, pero he venido con mi hermana y tengo que buscarla…
—¿Es ésa del vestido rojo tan corto?
Patrick asintió con la cabeza. Brian le pasó el brazo por el hombro a su nuevo amigo.
—Permíteme que te dé un consejo —dijo—. Alguien debería hablar con tu hermana. La forma en que anda rondando a todos los chicos hace pensar a la gente que es un plan fácil.
—Es la forma de ser de Katie —adujo Patrick—. Nunca ha estado con nadie más que con la familia.
—Lo siento —dijo Brian, encogiéndose de hombros—. De todos modos, no es asunto mío… Oye, ¿por qué no me llamas un día? He disfrutado con nuestra conversación.
Patrick se despidió de Brian y echó a andar hacia la puerta. ¿Dónde estaba Katie? ¿Por qué no había vuelto al gimnasio?
Momentos después de salir oyó su ruidosa risa. Katie estaba en el patio de juegos con tres hombres, uno de los cuales era Olaf Larsen. Estaban todos fumando y riendo y bebiendo de una botella que se pasaban unos a otros.
—¿Y a ti qué postura te gusta más? —preguntó un joven moreno de bigote.
—Oh, yo prefiero arriba —respondió Katie con una carcajada. Bebió un trago de la botella—. Así, el control lo tengo yo.
—Me parece estupendo —comentó el hombre, que se llamaba Andrew. Rio por lo bajo y le apoyó sugerentemente la mano en las nalgas. Katie se la apartó, sin dejar de reír. Momentos después, vio a Patrick acercarse.
—Ven aquí, hermanito —gritó Katie—. Esto que estamos bebiendo es dinamita pura.
Los tres hombres que rodeaban a Katie se apartaron ligeramente de ella mientras Patrick avanzaba hacia ellos. Aunque era todavía muy delgado y poco desarrollado, su estatura le daba un aspecto impresionante en la débil luz.
—Yo me voy a casa ahora —dijo Patrick, rechazando la botella cuando estuvo a su lado—, y creo que deberías venir conmigo.
Andrew se echó a reír.
—Menuda chavala que tienes, Larsen —exclamó sarcásticamente—, con un hermanito de carabina.
Los ojos de Katie llamearon de ira. Bebió otro trago de la botella y se la dio a Olaf. Luego, agarró a Andrew y le besó impetuosamente en los labios, apretando con fuerza su cuerpo contra el de él.
Patrick se sintió turbado. Olaf y el tercer hombre aplaudieron y silbaron mientras Andrew correspondía al beso de Katie. Al cabo de casi un minuto, Katie se separó.
—Vámonos ahora, Patrick —dijo con una sonrisa, fijos aún sus ojos en el hombre a quien había besado—. Creo que es suficiente para una noche.