—Se quedará usted al mando mientras yo estoy dentro —dijo el comandante Macmillan a su segundo, un joven y apuesto ingeniero ruso llamado Dmitri Ulanov—. En todas las circunstancias, su responsabilidad fundamental es la seguridad de los pasajeros y la tripulación. Si oye o ve algo amenazador o incluso sospechoso, encienda los cohetes y aleje de Rama la Pinta.
Era la mañana de la primera misión de reconocimiento desde la Pinta por el interior de Rama. La nave espacial llegada de la Tierra había atracado el día anterior en uno de los extremos circulares de la enorme nave espacial cilíndrica. La Pinta había quedado estacionada junto a la escotilla exterior, en la misma ubicación general que las anteriores expediciones ramanas de los años 2130 y 2200.
Como parte de los preparativos para la salida inicial, Kenji Watanabe había explicado la noche anterior al grupo de exploración la geografía de las dos primeras Rama. Al terminar sus instrucciones, se le había acercado su amigo Max Puckett.
—¿Cree que nuestra Rama será igual que esas fotografías que nos ha enseñado? —preguntó Max.
—No exactamente —respondió Kenji—. Espero algunos cambios. Recuerde que el vídeo decía que en alguna parte del interior de Rama se ha construido un hábitat terrestre. Sin embargo, como el exterior de esta nave espacial es idéntico al de las otras dos, no creo que se haya modificado todo el interior.
Max pareció perplejo.
—Todo esto es más de lo que puedo entender —dijo, meneando la cabeza—. A propósito —añadió instantes después, ¿seguro que no es usted responsable de que yo esté en el grupo de exploración?
—Como le dije esta tarde —respondió Kenji—, ninguno de los que estamos a bordo de la Pinta ha tenido nada que ver con la selección de la patrulla de reconocimiento. Los dieciséis miembros han sido elegidos en la Tierra por la AIE y la AII.
—Pero ¿por qué se me ha equipado con este maldito arsenal? Tengo una ametralladora de láser último modelo, granadas autodirigidas, incluso un juego de minas sensibles a la masa. Tengo ahora más potencia de fuego que la que tuve durante la invasión para la pacificación de Belice.
Kenji había sonreído.
—El comandante Macmillan, así como numerosos miembros del estado mayor militar del cuartel general del COG, cree todavía que todo este asunto es alguna clase de trampa. Su designación en esta operación de reconocimiento es «soldado». Personalmente, yo creo que ninguna de sus armas será necesaria.
Max continuaba gruñendo a la mañana siguiente, cuando Macmillan dejo a Dmitri Ulanov al mando de la Pinta y se puso al frente de la patrulla de reconocimiento que penetró en el interior de Rama. Aunque se movía en estado de ingravidez, el equipo militar que Max llevaba por fuera de su traje espacial era voluminoso y limitaba muchísimo su libertad de movimientos.
—Esto es ridículo —murmuró por lo bajo—. Yo soy un granjero, no un maldito comando.
La sorpresa inicial se produjo sólo minutos después de que los exploradores de la Pinta hubieran cruzado la escotilla exterior. Tras un breve recorrido por un amplio pasillo, el grupo llegó a una sala circular de la que salían tres túneles que se adentraban en el interior de la nave espacial alienígena. Dos de los túneles se hallaban bloqueados por múltiples barreras de metal. El comandante Macmillan consultó con Kenji.
—Éste es un diseño completamente diferente —dijo Kenji, en respuesta a las preguntas del comandante—. Muy bien podemos prescindir de nuestros mapas.
—Supongo, entonces, que debemos avanzar por el túnel libre, ¿no le parece? —preguntó Macmillan.
—Usted debe decidirlo —respondió Kenji—, pero no veo otra opción, como no sea regresar a la Pinta…
Los dieciséis hombres avanzaron pesadamente en sus trajes espaciales por el túnel no obstruido. Cada pocos minutos lanzaban bengalas hacia la oscuridad que se extendía ante ellos para poder ver por dónde iban. Cuando habían recorrido unos quinientos metros por el interior de Rama, aparecieron de pronto dos pequeñas figuras en el otro extremo del túnel. Cada uno de los cuatro soldados, y también el comandante Macmillan, sacó rápidamente sus prismáticos.
—Vienen hacia nosotros —exclamó excitadamente uno de los exploradores soldados.
—Que me ahorquen —exclamó Max Puckett, sintiendo un escalofrío a lo largo de la espina dorsal—, ¡es Abraham Lincoln!
—Y una mujer —dijo otro—, con una especie de uniforme.
—Preparados para disparar —ordenó Ian Macmillan.
Los cuatro exploradores soldados se situaron delante del grupo, e hincando una rodilla en tierra apuntaron sus armas hacia el extremo del túnel.
—¡Alto! —gritó Macmillan cuando las dos extrañas figuras llegaron a doscientos metros de distancia del grupo.
Abraham Lincoln y Benita García se detuvieron.
—Informen de sus intenciones —oyeron gritar al comandante.
—Estamos aquí para darles la bienvenida —respondió Abraham Lincoln con voz grave y sonora.
—Y llevarles a Nuevo Edén —añadió Benita García.
El comandante Macmillan estaba completamente aturdido. No sabía qué hacer. Mientras vacilaba, los demás miembros de la patrulla de reconocimiento hablaban entre ellos.
—Es Abraham Lincoln, que ha vuelto como fantasma —dijo el norteamericano Terry Snyder.
—El otro es Benita García; vi su estatua una vez en Ciudad de México.
—Larguémonos de aquí. Este lugar me da escalofríos.
—¿Qué estarían haciendo unos fantasmas en órbita alrededor de Marte?
—Disculpe, comandante —dijo finalmente Kenji al desconcertado Macmillan—. ¿Qué se propone hacer ahora?
El escocés se volvió hacia su experto en Rama japonés.
—Resulta difícil decidir exactamente la pauta de acción adecuada, desde luego —observó—. Quiero decir que, ciertamente, esos dos parecen bastante inofensivos, pero acuérdese del caballo de Troya… Bien, Watanabe, ¿qué sugiere usted?
—Podría adelantarme yo, quizá solo o tal vez con uno de los soldados, para hablar con ellos. Así sabremos…
—Es un gesto de valentía por su parte, Watanabe, pero no es necesario. No, creo que avanzaremos todos juntos. Con cuidado, naturalmente, dejando un par de hombres a retaguardia por si nos atacan con un lanzarrayos o algo.
El comandante encendió su radio.
—Adjunto Ulanov, aquí Macmillan. Hemos encontrado dos seres de alguna clase. Son humanos o disfrazados de humanos. Uno se parece a Abraham Lincoln y el otro a aquella famosa cosmonauta mexicana… ¿Cómo dice, Dmitri…? Sí, me copia correctamente. Lincoln y García. Hemos encontrado a Lincoln y García en un túnel del interior de Rama. Puede informar de ello a los demás… Y ahora voy a dejar a Snyder y Finzi aquí mientras el resto avanzamos hacia los desconocidos.
Las dos figuras permanecieron inmóviles mientras se aproximaban los catorce exploradores de la Pinta. Los soldados se habían desplegado delante del grupo, listos para disparar a la primera señal de peligro.
—Bien venidos a Rama —dijo Abraham Lincoln cuando el primer explorador estaba a sólo veinte metros de distancia—. Estamos aquí para acompañarles a sus nuevos hogares.
El comandante Macmillan no reaccionó inmediatamente. Fue el incorregible Max Puckett quien rompió el silencio.
—¿Es usted un fantasma? —gritó—. Quiero decir, ¿es usted realmente Abraham Lincoln?
—Claro que no —respondió con naturalidad la figura de Lincoln—. Tanto Benita García como yo somos biots humanos. Encontrarán ustedes cinco categorías de biots humanos en Nuevo Edén, cada una de ellas diseñada con aptitudes específicas para liberar de tareas tediosas y repetitivas a los humanos. Mis áreas de especialidad son el trabajo administrativo y el legal, contabilidad y administración doméstica, gestión del hogar y la oficina y otras tareas organizativas.
Max estaba atónito. Haciendo caso omiso de la orden de su comandante de retroceder, Max se acercó hasta unos centímetros de Lincoln. «Esto es un jodido robot», murmuró por lo bajo. Ajeno a cualquier posible peligro, Max alargó la mano y apoyó los dedos en la cara del Lincoln, primero tocando la piel alrededor de la nariz y palpando luego los mechones de la larga barba negra.
—Increíble —exclamó en voz alta—. Absolutamente increíble.
—Hemos sido fabricados con cuidadosa atención a los detalles —explicó entonces el Lincoln—. Nuestra piel es químicamente similar a la de ustedes y nuestros ojos funcionan con arreglo a los mismos principios ópticos básicos que los suyos, pero nosotros no somos criaturas dinámicas en constante renovación como ustedes. Nuestros subsistemas deben ser mantenidos y, a veces, reemplazados por los técnicos.
El audaz gesto de Max había hecho desaparecer la tensión. Para entonces toda la patrulla de reconocimiento, incluido el comandante Macmillan, estaba tocando y hurgando a los dos biots. Durante el examen, el Lincoln y la García contestaban a las preguntas sobre su diseño y realización. En un momento dado, Kenji se dio cuenta de que Max Puckett se había separado de los demás y estaba solo, apoyado contra una de las paredes del túnel.
Kenji se acercó a su amigo.
—¿Qué ocurre, Max? —preguntó.
Max sacudió la cabeza.
—¿Qué clase de genio ha podido producir algo como esos dos? Es absolutamente impresionante. —Guardó silencio unos instantes—. Puede que yo sea un tipo raro, pero esos dos biots me asustan mucho más que este enorme cilindro.
Lincoln y García caminaron con la patrulla de reconocimiento hasta lo que parecía ser el final del túnel. Al cabo de unos segundos, se abrió una puerta en la pared y los biots indicaron a los humanos que entraran. A preguntas de Macmillan, los biots explicaron que los humanos iban a subir a un «aparato de transporte» que les llevaría hasta las afueras del hábitat terrestre.
Macmillan comunicó a Dmitri Ulanov, en la Pinta, lo que habían dicho los biots y ordenó a su adjunto ruso que «se largara zumbando» si no volvía a tener noticias de ellos en el plazo de cuarenta y ocho horas.
El viaje fue asombroso. Le recordó a Max Puckett la gigantesca montaña rusa de la feria estatal de Dallas, Texas. El vehículo, que tenía forma de bala, se deslizó a toda velocidad por una pista helicoidal cerrada que descendía desde el extremo septentrional, de forma de cuenco, de Rama hasta la planicie Central que se extendía abajo. Fuera del tubo por el que circulaba su vehículo, envuelto por una especie de fuerte plástico transparente, Kenji y los otros divisaron la vasta red de escalas y escaleras que atravesaban el mismo territorio que el recorrido por ellos. Pero no vieron los incomparables paisajes descritos por los anteriores exploradores de Rama; su campo visual quedaba bloqueado por una altísima pared de color gris metálico.
El viaje duró menos de cinco minutos. Bajaron en un anillo cerrado que rodeaba por completo al hábitat terrestre. Cuando los exploradores de la Pinta salieron del tubo, se había desvanecido la ingravidez en que habían estado viviendo desde su salida de la Tierra. La gravedad era casi normal.
—La atmósfera de este corredor, como la atmósfera de Nuevo Edén, es igual que la de su planeta natal —dijo el biot Lincoln—. Pero no es ése el caso en la región que se extiende a nuestra derecha, fuera de los muros que protegen su hábitat.
El anillo que circundaba a Nuevo Edén se hallaba débilmente iluminado, por lo que los colonos no estaban preparados para la brillante luz solar que los recibió cuando se abrió la enorme puerta y entraron en su nuevo mundo. En el corto recorrido a pie hasta la cercana estación del tren llevaron en la mano sus cascos espaciales. Los hombres pasaron ante edificios vacíos que se alzaban a ambos lados del camino, pequeñas estructuras que podrían ser viviendas o tiendas, así como una más grande («Eso será una escuela elemental», les informó el Benita García) situada enfrente de la estación.
Cuando llegaron, les estaba esperando un tren. El bruñido vagón, de asientos blandos y cómodos e información electrónica de situación constantemente actualizada, emprendió veloz carrera en dirección al centro de Nuevo Edén, donde se les iba a suministrar «amplia información», según el biot Lincoln. El tren corrió primero a lo largo de la orilla de un bello y cristalino lago («lago Shakespeare», dijo el Benita García) y, luego, torció a la izquierda, alejándose de los muros de color gris claro que rodeaban la colonia. Durante la última parte del recorrido, el paisaje que se extendía a la derecha del tren se hallaba dominado por una árida montaña.
Todos los expedicionarios de la Pinta se mantuvieron en silencio durante el viaje. La verdad era que se hallaban totalmente abrumados. Ni siquiera la creativa imaginación de Kenji Watanabe había concebido jamás nada como lo que estaban viendo. Todo era mucho más grande, mucho más magnificiente que lo que habían imaginado.
La ciudad central, donde los diseñadores de Nuevo Edén habían situado los edificios más importantes, despertó la admiración final. Los miembros del grupo contemplaron silenciosos y boquiabiertos el despliegue de las grandes e impresionantes estructuras que formaban el corazón de la colonia. El hecho de que los edificios se hallaran todavía vacíos no hacía sino intensificar la calidad mística de toda la experiencia. Kenji Watanabe y Max Puckett fueron los últimos en entrar en el edificio donde se les iban a suministrar las explicaciones.
—¿Qué piensa usted? —preguntó Kenji a Max mientras permanecían ambos en lo alto de las escaleras del edificio administrativo contemplando el asombroso complejo que les rodeaba.
—No puedo pensar —respondió Max, con tono en el que vibraba un respetuoso temor—. Este lugar desafía al pensamiento. Es el cielo, el País de las Maravillas de Alicia y todos los cuentos de hadas de mi niñez envueltos en un solo paquete. No dejo de pellizcarme para asegurarme de que no estoy soñando.
—En la pantalla que tienen ustedes delante —dijo el biot Lincoln—, hay un mapa general de Nuevo Edén. Cada uno de ustedes recibirá un juego completo de mapas, con inclusión de todas las carreteras y estructuras de la colonia. Nosotros estamos aquí, en Ciudad Central, que fue diseñada para convertirse en el centro administrativo de Nuevo Edén. Se han construido residencias, juntamente con tiendas, pequeñas oficinas y escuelas, en los cuatro ángulos del rectángulo rodeado por el muro exterior. Como se ha dejado que sean sus habitantes quienes pongan nombre a estas cuatro ciudades, nosotros las llamaremos hoy poblados noreste, noroeste, sureste y suroeste. Con ello, seguimos la convención, adoptada por los primeros exploradores ramanos llegados de la Tierra, de considerar como extremo norte el extremo de Rama en que ha atracado su nave espacial…
»Cada uno de los cuatro lados de Nuevo Edén tiene asignada una función geográfica. El lago de agua dulce situado a lo largo del límite sur de la colonia se llama, como ya se les ha informado, lago Shakespeare. Allí vivirán la mayor parte de los peces y formas de vida acuática que ustedes han traído, aunque algunos de los ejemplares encontrarán adecuado emplazamiento en los dos ríos que desaguan en lago Shakespeare procedentes del monte Olimpo, aquí, en el lado este de la colonia, y el bosque de Sherwood en el lado oeste…
»En la actualidad, tanto las laderas del monte Olimpo como todas las regiones del bosque de Sherwood, así como los parques urbanos y los cinturones verdes de toda la colonia, se hallan cubiertos por una fina red de aparatos de intercambio de gas, o AIG como los llamamos nosotros. Estos diminutos mecanismos desempeñan una única función: convierten el dióxido de carbono en oxígeno. En un sentido estricto, son plantas mecánicas. Serán sustituidos por todas las plantas reales que ustedes han traído de la Tierra…
»El lado norte de la colonia, entre los poblados, está reservado para las labores agrícolas. Se han construido granjas aquí, a lo largo de la carretera que comunica las dos ciudades septentrionales. En esta zona cultivarán ustedes la mayor parte de sus alimentos. Entre las provisiones que han traído consigo y los alimentos sintéticos almacenados en los altos silos situados a trescientos metros al norte de este edificio, podrán dar de comer a dos mil humanos durante por lo menos un año, dieciocho meses quizá, si se reducen los desechos al mínimo. Después, dependerán de ustedes mismos. Huelga decir que la agricultura, incluyendo la acuicultura asignada a las orillas orientales de lago Shakespeare, constituirá un importante componente de su vida en Nuevo Edén…
Para Kenji, la experiencia de aquellas explicaciones fue como beber de una manguera de incendios. El biot Lincoln mantuvo durante noventa minutos la información a un nivel extraordinariamente alto, y rechazó todas las preguntas que se le hacían o bien respondiendo «eso está fuera de mi base de conocimientos», o bien remitiendo a la página y al párrafo correspondientes de la Guía Básica de Nuevo Edén que había repartido. Finalmente, hubo un descanso en la exposición y todos pasaron a una sala contigua, donde se sirvió una bebida que sabía a coca-cola.
—Puf —exclamó Terry Snyder mientras se enjugaba la frente—, ¿soy yo el único que está saturado?
—Hombre, Snyder —replicó Puckett con una malévola sonrisa—, ¿está diciendo que es usted inferior a ese maldito robot? Seguro que él no está cansado. Apuesto a que podría seguir disertando todo el día.
—Quizás incluso toda la semana —replicó pensativamente Kenji Watanabe—. Me pregunto con qué frecuencia necesitarán estos biots recibir cuidados de mantenimiento. La empresa de mi padre fabrica robots, extraordinariamente complejos algunos de ellos, pero no llegan ni con mucho a la altura de éstos. El contenido de información almacenada en ese Lincoln debe ser astronómico…
—La sesión se reanudará dentro de cinco minutos —anunció el Lincoln—. Les ruego que sean puntuales.
En la segunda mitad de la sesión fueron presentadas y explicadas las diversas clases de biots existentes en Nuevo Edén. Sobre la base de sus recientes estudios de las anteriores expediciones ramanas, los colonos estaban preparados para los biots explanadores y recogedores de basura. Las cinco categorías de biots humanos, sin embargo, suscitaron una respuesta más emocional.
—Nuestros diseñadores decidieron —les dijo el Lincoln— limitar los aspectos físicos de los biots humanos para evitar toda posibilidad de que alguien confundiera a uno de nosotros con uno de ustedes. Ya he descrito mis funciones básicas; todos los demás Lincoln, tres de los cuales se están uniendo ahora a nosotros, han sido objeto de una programación idéntica. Al menos originariamente. Sin embargo, somos capaces de un cierto nivel de aprendizaje que permitirá que nuestras bases de datos sean diferentes a medida que evolucionan nuestros usos específicos.
—¿Cómo podemos distinguir un Lincoln de otro? —preguntó un aturdido miembro del grupo mientras los tres nuevos Lincoln circulaban por la estancia.
—Cada uno tenemos un número de identificación, grabado aquí, en el hombro, y aquí también, en la nalga izquierda. Este mismo sistema se utiliza para las otras categorías de biots humanos. Yo, por ejemplo, soy un Lincoln Número 004. Los tres que acaban de entrar son 009, 024 y 071.
Cuando los biots Lincoln abandonaron la estancia, fueron sustituidos por cinco Benita García. Una de las García describió las especialidades de su categoría —policía y protección contra incendios, agricultura, saneamiento, transporte, reparto de correspondencia— y, luego, contestó a varias preguntas, tras lo que se marcharon todas.
Vinieron luego los biots Einstein. Los exploradores soltaron la carcajada cuando cuatro de los Einstein —desaliñada y despeinada réplica cada uno de ellos del genio científico del siglo XX— entraron juntos en la sala. Los Einstein explicaron que ellos eran los ingenieros y científicos de la colonia. Su función primaria, función vital que abarcaba numerosos deberes, era «asegurar el funcionamiento satisfactorio de la infraestructura de la colonia», incluido, naturalmente, el ejército de biots.
Un grupo de biots hembras, altas y negras como el azabache, se presentó como las Tiasso, especialistas en atención sanitaria. Ellas serían los médicos, las enfermeras, quienes se ocuparían de los niños cuando los padres estuvieran ausentes. Justo cuando finalizaba la intervención de las Tiasso, entró en la sala un menudo biot oriental de intensa mirada. Llevaba una lira y un caballete electrónico. Se presentó a sí mismo como Yasunari Kawabata antes de interpretar una bella pieza corta a la lira.
—Nosotros, los Kawabata, somos artistas creativos —manifestó simplemente—. Somos músicos, actores, pintores, escultores, escritores y, a veces, fotógrafos y cineastas. Somos pocos en número, pero muy importantes para la calidad de la vida en Nuevo Edén.
Cuando finalmente terminó la sesión informativa, se sirvió una cena excelente a los exploradores en el amplio salón. Unos veinte de los biots les acompañaron en la ocasión, aunque, naturalmente, no comieron nada. El simulado pato asado era asombrosamente auténtico y hasta los vinos habrían podido superar la inspección de casi todos los enólogos de la Tierra.
Más tarde, cuando los humanos habían acabado tomando confianza con sus compañeros biots y les acribillaban a preguntas, apareció en la puerta abierta una solitaria figura femenina. Al principio, permaneció inadvertida. Pero se hizo un súbito silencio en la sala cuando Kenji Watanabe se puso en pie de un salto y se dirigió hacia la recién llegada con la mano extendida.
—Doctora Des Jardins, supongo —dijo con una sonrisa.