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Prácticamente el mundo entero se hallaba atento a la televisión cuando se procedió a la inauguración formal de la Pinta unas horas antes del momento previsto para su salida rumbo a Marte con su pasaje y su carga. El vicepresidente segundo del COG, un ejecutivo inmobiliario suizo llamado Heinrich Jenzer, estaba presente en GEO-4 para las ceremonias inaugurales. Pronunció un breve discurso para conmemorar la finalización de las tres grandes naves espaciales y el comienzo de una «nueva era de colonización marciana». Cuando concluyó, el señor Jenzer presentó al señor Ian Macmillan, comandante escocés de la Pinta. Macmillan, aburrido orador que parecía la quintaesencia del burócrata de la AIE, leyó un discurso de seis minutos de duración en el que recordaba al mundo los objetivos fundamentales del proyecto.

—Estos tres vehículos —dijo al inicio de su discurso— transportarán a casi dos mil personas en un viaje de cien millones de kilómetros hasta otro planeta, Marte, donde esta vez se establecerá una presencia humana permanente. La mayoría de nuestros futuros colonos marcianos viajará en la segunda nave, la Niña, que saldrá de aquí, desde GEO-4, dentro de tres semanas. Nuestra nave, la Pinta, y la última nave espacial, la Santa María, transportarán trescientos pasajeros cada una, además de los miles de kilogramos de pertrechos y provisiones que se necesitarán para mantener la colonia.

Evitando cuidadosamente cualquier mención al abandono de las primeras avanzadillas marcianas en el siglo anterior, el comandante Macmillan trató luego de adoptar un tono poético, comparando la expedición que iba a comenzar con la realizada por Cristóbal Colón setecientos cincuenta años antes. El lenguaje en que había sido escrito el discurso era excelente, pero la dicción monótona e insípida de Macmillan transformó en aburrida y prosaica conferencia histórica palabras que habrían sido sugerentes e inspiradoras en boca de un buen orador.

Terminó su discurso caracterizando a los colonos como grupo, citando estadísticas sobre sus edades, ocupaciones y países de origen.

—Estos hombres y mujeres, por lo tanto —resumió Macmillan—, constituyen una muestra representativa de la especie humana en casi todos los aspectos. Digo «casi», porque existen por lo menos dos atributos comunes a los miembros de este grupo que no se encontrarían en un conjunto de similares dimensiones de seres humanos tomados al azar. Primero, los futuros habitantes de la colonia Lowell son extremadamente inteligentes; su cociente de inteligencia es, por término medio, ligeramente superior a 1,86. Segundo, y esto huelga decirlo, tienen que ser valerosos, ya que, en otro caso, no habrían solicitado y luego aceptado una larga y difícil misión en un medio ambiente nuevo y desconocido.

Cuando terminó, le fue entregada al comandante Macmillan una diminuta botella de champaña, que rompió contra la maqueta a escala 1/100 exhibida detrás de él y de los demás dignatarios presentes en el estrado. Momentos después, mientras los colonos salían del auditorio y se disponían a subir a bordo de la Pinta, Macmillan y Jenzer dieron comienzo a la conferencia de prensa prevista.

—Es un cabrón.

—Es un burócrata marginalmente competente.

—Es un jodido cabrón.

Max Puckett y el juez Mishkin hablaban del comandante Macmillan mientras comían.

—No tiene el menor sentido del humor.

—Es simplemente incapaz de apreciar cosas que se salgan de lo corriente.

Max estaba irritado. Había sido censurado por la plana mayor de la Pinta durante una audiencia informal celebrada aquella mañana. Su amigo el juez Mishkin había representado a Max en la audiencia y había impedido que las actuaciones fueran más lejos.

—Esos mamones no tienen ningún derecho a juzgar mi comportamiento.

—Sin duda alguna, amigo mío —respondió el juez Mishkin—, tiene razón en un sentido general. Pero en esta nave espacial tenemos un conjunto de condiciones singulares. Ellos son aquí la autoridad, al menos hasta que lleguemos a la colonia Lowell y establezcamos nuestro propio gobierno… En cualquier caso, no se ha producido ningún perjuicio concreto. A usted no se le ha causado ningún daño específico. En nada le ha lesionado la declaración de que sus actos eran «reprochables». Podría haber sido mucho peor.

Dos noches antes se había celebrado una fiesta para festejar el paso del punto intermedio en el viaje de la Pinta de la Tierra a Marte. Max había estado flirteando entusiásticamente durante más de una hora con la hermosa Angela Rendino, una de las ayudantes de Macmillan. El suave escocés había llamado a Max y le había sugerido que dejase en paz a Angela.

—Deje que sea ella quien me lo diga —había indicado razonablemente Max.

—Es una joven inexperta —había replicado Macmillan—. Y es demasiado cortés como para decirle a usted lo repulsivo que le resulta su humor animal.

Max se lo había estado pasando en grande hasta entonces.

—¿Qué pinta usted en esto, comandante? —preguntó, después de echarse al coleto otro tequila con limón—. ¿Es ella su ligue particular o algo así?

Ian Macmillan se puso rojo de cólera.

—Señor Puckett —replicó al cabo de unos instantes—, si su comportamiento no mejora, me veré obligado a recluirle en su apartamento.

El enfrentamiento con Macmillan le había echado a perder la velada a Max. Le había enfurecido el hecho de que el comandante utilizase su autoridad oficial en lo que evidentemente era una situación personal. Max había regresado a su cuarto, que compartía con otro norteamericano, un taciturno guardabosques del estado de Oregón llamado Dave Denison, y se bebió en poco tiempo toda una botella de tequila. En su embriaguez, Max se sintió nostálgico y deprimido. Decidió entonces ir al centro de comunicaciones y telefonear a su hermano Clyde, a Arkansas.

Era ya noche avanzada. Para llegar al complejo de comunicaciones, Max tenía que cruzar toda la nave, pasando primero por el salón en que acababa de terminar la fiesta y luego por delante de las habitaciones de los oficiales. En la sección central, Max tuvo un fugaz atisbo de Ian Macmillan y Angela Rendino entrando cogidos del brazo en el apartamento privado del comandante.

—El muy hijo de puta —se dijo Max.

Permaneció paseándose de un lado a otro en el pasillo, ante la puerta de Macmillan, y sintiéndose cada vez más furioso. Al cabo de unos cinco minutos, se abrió por fin paso en su mente obnubilada por el alcohol una idea que le agradó. Recordando sus tiempos en la universidad de Arkansas, en que había ganado el premio a la mejor imitación del berrido del cerdo, Max rasgó el silencio de la noche con un ruido horrísono.

—Su-iiiii, pig, pig —imitó Max.

Repitió el berrido una y otra vez y luego desapareció rápidamente, justo antes de que todas las puertas de la sección de oficiales (incluida la de Macmillan) se abriesen para ver qué era todo aquel escándalo. Al comandante Macmillan no le hizo ninguna gracia que todos sus hombres le vieran, junto con la señorita Rendino, en estado de desnudez absoluta.

El viaje a Marte fue una segunda luna de miel para Kenji y Nai. Ninguno de los dos tenía mucho trabajo. Había una casi completa carencia de incidentes, al menos desde el punto de vista de un historiador, y las funciones de Nai eran mínimas, ya que la mayoría de sus alumnos de escuela superior se hallaban a bordo de las otras dos naves espaciales.

Los Watanabe pasaban muchas veladas en compañía del juez Mishkin y Max Puckett. Jugaban con frecuencia a cartas (Max era tan bueno al póquer como terrible al bridge), hablaban de sus esperanzas con respecto a la colonia Lowell y comentaban las vidas que habían dejado en la Tierra.

Cuando la Pinta se hallaba a tres semanas de Marte, se anunció que próximamente se produciría una interrupción de comunicaciones durante dos días y se instaba a todos a que llamasen a sus casas antes de que los sistemas de radio dejaran temporalmente de funcionar. Como se trataba del período de vacaciones de fin de año, era el momento perfecto para telefonear.

Max detestaba el retraso que la enorme distancia imponía en las comunicaciones, así como los largos monólogos. Después de escuchar una inconexa exposición de los planes para Navidad en Arkansas, Max informó a Clyde y Winona que no iba a llamar ya más porque no le gustaba «esperar quince minutos para saber si alguien se había reído de sus chistes».

La nieve se había adelantado aquel año en Kyoto. Los padres de Kenji habían preparado un vídeo que mostraba Ginkaku-Ji y el Honen-In bajo un blando manto de nieve; si Nai no hubiera estado con el, Kenji habría sentido una nostalgia insoportable. En una breve llamada a Tailandia, Nai felicitó a una de sus hermanas por haber obtenido una beca para la universidad.

Pyotr Mishkin no telefoneó a nadie. La esposa del ruso había muerto y no tema hijos. «Tengo recuerdos maravillosos —dijo a Max—, pero no me queda nada personal en la Tierra». El primer día de la anunciada supresión de comunicaciones se incluyó en todos los canales de operaciones el aviso de que a las dos de la tarde se transmitiría un importante programa que debían presenciar todas las personas que viajaban en la nave. Kenji y Nai invitaron a Max y al juez Mishkin a verlo con ellos en su pequeño apartamento.

—Me pregunto qué clase de estúpida conferencia será —exclamó Max, opuesto, como siempre, a cualquier cosa que le hiciera perder el tiempo.

Cuando comenzó el vídeo, se vio al presidente del COG y al director de la AIE sentados ante una amplia mesa. El presidente del COG subrayó la importancia del mensaje que iban a recibir de Werner Koch, el director de la AIE.

«Pasajeros de la Pinta —comenzó el doctor Koch—, hace cuatro años nuestro sistema de seguimiento de satélites descifró una señal coherente que, al parecer, tenía su origen en las profundidades del espacio, en la dirección general de la estrella Épsilon Eridam. Una vez adecuadamente procesada, se vio que la señal contenía un vídeo asombroso, un vídeo que verán ustedes en su totalidad dentro de cinco minutos.

»Como oirán, el vídeo anuncia el regreso a nuestro sistema de una nave espacial Rama. En los años 2130 y 2200, gigantescos cilindros, de cincuenta kilómetros de longitud y veinte de anchura, creados por una desconocida inteligencia alienígena con una finalidad que aún no se ha descubierto, visitaron nuestra familia de planetas en órbita alrededor del Sol. El segundo intruso, habitualmente conocido como Rama II, introdujo, cuando se encontraba en la órbita de Venus, una corrección de velocidad que le situó en dirección de impacto directo con la Tierra. Se envió una flota de misiles nucleares que debía interceptar al cilindro alienígena y destruirlo antes de que Rama llegara lo bastante cerca de nuestro planeta como para poder causar algún daño.

»El vídeo que presentamos a continuación asegura que otra de esas naves espaciales Rama ha llegado ahora a nuestras proximidades con la exclusiva finalidad de “adquirir” una muestra representativa de dos mil seres humanos para su “observación”. Por extraña que esta afirmación pueda parecer, es importante hacer constar que nuestro radar ha confirmado, en efecto, que un vehículo de la clase Rama entró en órbita alrededor de Marte hace menos de un mes.

»Desgraciadamente, debemos tomarnos muy en serio este fantástico mensaje llegado de las profundidades del espacio. Por consiguiente, se les ha asignado a ustedes, colonos viajeros en la Pinta, la misión de establecer una cita con el nuevo objeto en órbita de Marte. Comprendemos que esta noticia supondrá una auténtica conmoción para muchos de ustedes, pero no teníamos muchas opciones viables. Si, como sospechamos, algún descarriado genio ha planeado y orquestado una complicada broma, entonces, tras el breve desvío, continuarán ustedes con su colonización de Marte tal como fue originariamente concebida. Si, por el contrario, el vídeo que van a ver dice realmente la verdad, entonces ustedes y sus colegas que viajan a bordo de la Niña y la Santa María se convertirán en el contingente de seres humanos que observará la inteligencia ramana.

»Como pueden imaginar, su misión goza actualmente de prioridad máxima entre todas las actividades del COG. Pueden comprender también la necesidad del secreto. A partir de este momento, hasta que esta cuestión de Rama se resuelva en un sentido o en otro, todas las comunicaciones entre su vehículo y la Tierra quedarán sometidas a un riguroso control. La AII supervisará todas las ondas de voz. Se les dirá a sus amigos y familiares que se encuentran ustedes bien y que han aterrizado en Marte, pero que se han estropeado los sistemas de comunicación de la Pinta.

»Se les muestra ahora el vídeo que les vamos a pasar seguidamente para darles a ustedes tres semanas de preparación para el encuentro. Se ha transmitido ya al comandante Macmillan por el flujo de datos de alta prioridad un plan básico y los procedimientos anexos para la cita, elaborados con gran detalle por la AII en conjunción con el personal de operaciones de la AIE. Cada uno de ustedes tendrá encomendado un conjunto específico de tareas. Cada uno de ustedes tiene un paquete de documentos personalizados que les proporcionarán la información básica necesaria para desempeñar sus funciones.

»Naturalmente, les deseamos lo mejor. Con toda probabilidad, este asunto de Rama se quedará en nada, en cuyo caso no habrá hecho más que retrasar su inicialización de la colonia Lowell. Si, por el contrario, este vídeo es auténtico, entonces deben ustedes apresurarse a elaborar cuidadosos planes para la llegada de la Niña y la Santa María; a ninguno de los colonos que viajan a bordo de esas otras dos naves espaciales se les ha dicho nada en absoluto acerca de Rama ni acerca del cambio de misión».

Se produjo un momentáneo silencio en el apartamento de los Watanabe cuando el vídeo terminó bruscamente y fue sustituido en la pantalla por un mensaje escrito; SIGUIENTE VÍDEO DENTRO DE DOS MINUTOS.

—Bueno, que me ahorquen —fue el único comentario de Max Puckett.