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Cuando el mensaje de Rama fue retransmitido a la Tierra desde el sistema de satélites de seguimiento en el año 2241, la consternación fue inmediata. El video de Nicole quedó al instante clasificado como de alto secreto, como era de suponer, mientras la Agencia Internacional de Inteligencia (AII), el brazo de seguridad del COG, pugnaba por comprender qué era todo aquello. Una docena de los mejores agentes fueron enseguida asignados a las instalaciones de Novosibirsk para analizar la señal recibida de las profundidades del espacio y elaborar un plan básico para la respuesta del COG.

Una vez adquirida la certeza de que ni los chinos ni los brasileños podían haber descifrado la señal (sus capacidades tecnológicas no estaban a la altura del COG), se transmitió en dirección a Rama el acuse de recibo solicitado, evitando con ello nuevas reproducciones del vídeo de Nicole. Luego, los superagentes centraron su atención en el contenido detallado del propio mensaje.

Comenzaron practicando una cierta investigación histórica. Estaba generalmente aceptado, pese a algunas sugeridas (pero desacreditadas) pruebas en contrario, que la nave espacial Rama II había sido destruida por una andanada de misiles nucleares en abril del 2200. Nicole des Jardins, el supuesto ser humano que aparecía en el vídeo, había presuntamente muerto antes de que la nave científica Newton hubiera abandonado Rama. Sin duda, ella, o lo que quedara de ella, habría resultado aniquilada en la devastación nuclear. Así que quien hablaba en el vídeo no podía realmente ser ella.

Pero si la persona o cosa que hablaba en el fragmento televisivo era una imitación robot o simulacro de la señora Des Jardins, superaba con mucho a cualquier diseño de inteligencia artificial existente en la Tierra. La conclusión preliminar, por tanto, era que la Tierra se encontraba tratando de nuevo con una avanzada civilización de increíble capacidad, una civilización acomodada a los niveles tecnológicos exhibidos por las dos naves espaciales Rama.

Tampoco había ninguna duda con respecto a la amenaza implícita en el mensaje, cuestión en la que la unanimidad entre los superagentes era absoluta. Si realmente se estaba dirigiendo hacia el sistema solar otro vehículo Rama (aunque aún no había sido detectado por el par de estaciones Excalibur), la Tierra no podía, en manera alguna, hacer caso omiso del mensaje. Existía, por supuesto, la posibilidad de que todo el asunto fuese un refinado engaño, urdido por los brillantes físicos chinos (ellos eran decididamente los principales sospechosos), pero hasta que tal cosa se confirmase el COG necesitaba tener un plan definitivo.

Afortunadamente, se había aprobado ya un proyecto multinacional para establecer una modesta colonia en Marte hacia mediados de la década de 2240. Durante los veinte años anteriores, media docena de misiones de exploración de Marte habían reavivado el interés por la gran idea de ocupar el planeta rojo y hacerlo habitable para la especie humana. Ya había en Marte laboratorios científicos automáticos que realizaban experimentos demasiado peligrosos o polémicos para ser ejecutados en la Tierra. La forma más fácil de satisfacer la finalidad del vídeo de Nicole des Jardins —y de no alarmar a la población del planeta Tierra— sería anunciar y financiar una colonia considerablemente mayor en Marte. Si todo el asunto resultaba ser un fraude, entonces se podían reducir las dimensiones de la colonia al tamaño originariamente previsto.

Uno de los agentes, un indio llamado Ravi Srinivasan, revisó detenidamente los archivos de datos de la AIE desde el año 2200 y llegó a la convicción de que Rama II no había sido destruida por la falange nuclear.

—Es posible —dijo el señor Srinivasan— que este vídeo sea auténtico y que la persona que habla en él sea realmente la estimada señora Des Jardins.

—Pero tendría setenta y siete años ahora —objetó otro de los agentes.

—No hay en el vídeo ninguna indicación de cuándo fue grabado —arguyo el señor Srinivasan—. Y si comparamos las fotografías de la señora Des Jardins tomadas durante la misión con las imágenes de la mujer que aparece en la transmisión que hemos recibido, son decididamente diferentes. Su rostro está más envejecido, hasta en diez años quizá. Si quien habla en el vídeo es un engaño o un simulacro, se trata de algo sorprendentemente bien hecho.

El señor Srinivasan admitió, sin embargo, que el plan elaborado por la AIE era el adecuado, aun cuando lo presentado en el vídeo fuese verdad. O sea que no era tan importante convencer a todo el inundo de que su punto de vista era correcto. Lo absolutamente necesario, convinieron todos los superagentes, era que sólo un mínimo de personas conociera la existencia del video.

Los cuarenta años transcurridos desde el comienzo del siglo XXIII habían presenciado varios cambios importantes en el planeta Tierra.

Después del Gran Caos, había emergido el Consejo de Gobierno (COG) como organización monolítica que controlaba o al menos, manipulaba, la política del planeta. Sólo China, que se había replegado sobre sí misma en un aislamiento absoluto tras su devastadora experiencia durante el Caos, se hallaba fuera de la esfera de influencia del COG. Pero después del 2200 empezaron a aparecer indicios de que comenzaba a erosionarse el indiscutido poder del COG.

Fueron primero las elecciones coreanas del año 2209, en las que el pueblo de aquella nación, disgustado por los sucesivos regímenes de políticos corruptos que se habían enriquecido a costa de la población, votó en favor de una federación con los chinos. De los países más importantes del mundo, sólo China tenía un tipo de gobierno significativamente diferente del regulado capitalismo practicado por las ricas naciones y confederaciones de América del Norte, Asia y Europa. El sistema chino era una especie de democracia socialista basada en los principios humanistas defendidos por el canonizado católico italiano del siglo XXII san Michael de Siena.

El COG, y de hecho el mundo entero, quedó estupefacto ante los sorprendentes resultados electorales en Corea. Para cuando la AII pudo fomentar una guerra civil (2211-2212) el nuevo Gobierno coreano y sus aliados chinos habían captado ya los corazones y las mentes de los habitantes. La rebelión fue fácilmente aplastada y Corea se convirtió en parte permanente de la federación china.

Los chinos declararon públicamente que no tenían intención de exportar su forma de gobierno mediante una acción militar, pero el resto del mundo no aceptó su palabra. Los presupuestos militares y de espionaje del COG se duplicaron entre 2210 y 2220, al tiempo que retornaba la tensión política a la escena mundial.

Mientras tanta en el año 2218, los trescientos cincuenta millones de brasileños eligieron a un carismático general, Joao Pereira, para la más alta magistratura de su nación. El general Pereira creía que América del Sur era tratada injustamente e infravalorada por el COG (no se equivocaba) y pidió la introducción en la carta del COG cambios que paliasen los problemas. Cuando el COG se negó a ello, Pereira galvanizó el regionalismo sudamericano al abrogar unilateralmente la carta del COG. Brasil se separó, en efecto, del Consejo de Gobiernos y a lo largo de la década siguiente la mayoría de las restantes naciones sudamericanas, estimuladas por el ingente poderío militar de Brasil, que se oponía con éxito a las fuerzas pacificadoras del COG, siguió también su ejemplo. De todo ello emergió un tercer actor en la escena geopolítica mundial, una especie de imperio brasileño vigorosamente gobernado por el general Pereira.

Al principio, los embargos decretados por el COG amenazaron con arrojar de nuevo a Brasil y al resto de América del Sur a la miseria que había asolado la región tras el Gran Caos. Pero Pereira contraatacó. Como las naciones avanzadas de América del Norte, Asia y Europa se negaban a comprar sus exportaciones legales, decidió que él y sus aliados exportarían productos ilegales. El trafico de drogas se convirtió en el comercio fundamental del imperio brasileño. Fue una política inmensamente fructuosa. En el año 2240, un torrente de toda clase y tipos de drogas se volcaba desde América del Sur en el resto del mundo.

En este entorno político fue donde el vídeo de Nicole se recibió en la Tierra. Aunque habían aparecido algunas fisuras en el control ejercido por el COG sobre el planeta, la organización representaba todavía casi el setenta por ciento de la población y el noventa por ciento de la riqueza material de la Tierra. Era natural que el COG y su agencia espacial ejecutiva, la AIE, asumieran la responsabilidad de instrumentar la respuesta. Siguiendo cuidadosamente los criterios de seguridad definidos por la AII, en febrero del 2242 se anunció un aumento hasta de cinco veces más en el número de personas que irían a Marte como parte de la colonia Lowell. La salida de la Tierra quedó fijada para finales de verano o principios de otoño del 2245.

Las otras cuatro personas que se encontraban en la habitación, todas ellas rubias y de ojos azules y miembros de la misma familia de Malmó, Suecia, cruzaron la puerta y dejaron solos a Kenji y Nai Watanabe. Éste continuó mirando a la Tierra, a treinta y cinco mil kilómetros por debajo de ella. Kenji se puso a su lado, ante la amplia ventana de observación.

—Nunca había entendido bien —dijo Nai a su marido— lo que significaba estar en órbita geosincrónica. La Tierra no se mueve desde aquí. Parece suspendida en el espacio.

Kenji se echó a reír.

—En realidad, nos estamos moviendo los dos, y muy velozmente. Pero como nuestro período orbital y el período de rotación de la Tierra son iguales, la Tierra nos presenta siempre la misma imagen.

—Era diferente en aquella otra estación espacial —indicó Nai, mientras se apartaba de la ventana arrastrando los pies, calzados con zapatillas—. Allí la Tierra era majestuosa, dinámica, mucho más impresionante.

—Pero estábamos a sólo trescientos kilómetros de la superficie. Claro que era…

—¡Mierda! —oyeron gritar al otro extremo de la sala de observación.

Un corpulento joven vestido con pantalones vaqueros y camisa a cuadros se contorsionaba en el aire, a poco más de un metro del suelo, y sus frenéticos movimientos le hacían dar vueltas de costado, Kenji se acercó y ayudó al recién llegado a sostenerse sobre los pies.

—Gracias —dijo el hombre—. Olvidé mantener siempre un pie en el suelo. Esta jodida ingravidez es la leche para un granjero.

Tenía un fuerte acento meridional.

—Oh, perdone mi forma de hablar, señora. He vivido demasiado tiempo entre vacas y cerdos. —Le tendió la mano a Kenji—. Soy Max Puckett, de De Queen, Arkansas.

Kenji se presentó a sí mismo y a su mujer. Max Puckett tenía un rostro de expresión franca y sonrisa rápida.

—¿Saben una cosa? —dijo Max—. Cuando me alisté para ir a Marte, no sabía que estaríamos sin peso durante todo el puñetero viaje… ¿Qué va a ser de las pobres gallinas? Probablemente no volverán a poner jamás un huevo.

Max se dirigió hacia la ventana.

—Es casi mediodía en mi casa, allá abajo, en ese curioso planeta. Mi hermano Clyde acaba de abrir probablemente una botella de cerveza y su mujer Winona le estará preparando un sandwich. —Calló unos instantes y, luego, se volvió hacia los Watanabe—. ¿Qué van a hacer ustedes dos en Marte?

—Yo soy el historiador de la colonia —respondió Kenji—. O uno de ellos, al menos. Mi esposa, Nai, es profesora de inglés y francés.

—Mierda —exclamó Max Puckett—. Esperaba que fuesen una de las parejas de granjeros de Vietnam o Laos. Quiero aprender algo sobre el arroz.

—¿Ha dicho usted algo acerca de gallinas? —preguntó Nai tras un breve silencio—. ¿Vamos a tener gallinas en la Pinta?

—Señora —respondió Puckett—, hay quince mil de las mejores de Puckett metidas en jaulas en un remolque aparcado al otro extremo de esta estación. La AIE pagó por esas gallinas lo suficiente para que Clyde y Winona puedan pasarse todo un año descansando si quieren… Si esas gallinas no van a venir conmigo, me gustaría saber qué diablos van a hacer con ellas.

—Los pasajeros ocupan solamente el veinte por ciento del espacio existente en la Pinta y en la Santa María —recordó Kenji a Nai—. Las provisiones y los demás elementos de la carga ocupan el resto del espacio. En la Pinta tendremos un total de solamente trescientos pasajeros, la mayoría funcionarios de la AIE y otro personal clave necesario para inicializar la colonia…

—Ini ¿qué? —le interrumpió Max—. Maldita sea, hombre, habla usted como uno de esos robots —dirigió una sonrisa a Nai—. Después de dos años con una de esas cultivadoras parlantes, tiré el maldito cacharro a la basura y lo sustituí por uno de aquellos modelos antiguos mudos.

Kenji rio alegremente.

—Supongo que utilizo mucho la jerga de la AIE. Yo fui uno de los primeros civiles seleccionados para Nueva Lowell y he dirigido el reclutamiento de personal en Oriente.

Max se había puesto un cigarrillo entre los labios. Paseó la vista a su alrededor en la sala de observación.

—No veo un cartel de fumar por ninguna parte —dijo—. Así que supongo que si lo enciendo haré dispararse todas las alarmas. —Se puso el cigarrillo detrás de la oreja—. A Winona no le gusta que Clyde y yo fumemos. Dice que ya no fuma nadie más que los granjeros y las putas.

Max rio entre dientes. Kenji y Nai rieron también. Era un hombre divertido.

—Hablando de putas —dijo Max, guiñando un ojo—, ¿dónde están todas aquellas presidiarias que vi en la televisión? Algunas de ellas estaban la mar de bien. Es mucho mejor verles a ellas que a mis cerdos y mis gallinas.

—Todos los colonos que han permanecido recluidos en prisiones de la Tierra viajan en la Santa María —indicó Kenji—. Nosotros llegaremos unos dos meses antes que ellos.

—Sabe usted muchas cosas acerca de esta misión —comentó Max—. Y no habla un inglés chapurreado como los japoneses que he conocido en Little Rock o en Texarkana. ¿Es usted alguien especial?

—No —respondió Kenji, sin poder contener otra carcajada—. Como le he dicho, sólo soy el historiador jefe de la colonia.

Kenji se disponía a decir a Max que había vivido seis años en Estados Unidos —lo que explicaba por qué era tan bueno su inglés—, cuando se abrió la puerta de la sala y entró un anciano caballero de porte grave, vestido con traje gris y corbata oscura.

—Disculpe —dijo, dirigiéndose a Max, que había vuelto a ponerse en los labios el cigarrillo sin encender—, ¿he terminado por equivocación en el salón de fumadores?

—No, papi —respondió Max—. Esto es la sala de observación. Es demasiado bonita para ser la zona de fumadores. A los fumadores los meten seguramente en un cuarto pequeño, sin ventanas y cerca de los retretes. Mi entrevistador de la AIE me dijo…

El anciano caballero estaba mirando a Max como si él fuese un biólogo y Max una especie rara pero desagradable.

—Mi nombre, joven —le interrumpió—, no es «papi». Es Pyotr. Pyotr Mishkin para ser exactos.

—Encantado de conocerle, Peter —exclamó Max, extendiendo la mano—. Yo soy Max. Esta pareja son los Wabanyabe. Son de Japón.

—Kenji Watanabe —corrigió Kenji—. Ésta es mi esposa Nai, que es ciudadana de Tailandia.

—Señor Max —dijo ceremoniosamente Pyotr Mishkin—, mi nombre de pila es Pyotr, no Peter. Ya es bastante malo que tenga que hablar en inglés durante cinco años. Seguro que puedo pedir que mi nombre al menos conserve su sonido ruso original.

—Muy bien, Pi-yo-tre —respondió Max, sonriendo de nuevo—. Y usted ¿a qué se dedica? No, deje que lo adivine… Usted es el encargado de pompas fúnebres de la colonia.

Por un instante Kenji temió que el señor Mishkin estallara de cólera. Pero, en lugar de ello, comenzó a formarse en su rostro una leve sonrisa.

—Está claro, señor Max —dijo lentamente—, que tiene usted una cierta vis cómica. Comprendo que eso puede constituir una virtud en un largo y aburrido viaje espacial. —Hizo una pausa—. Para su información, no soy encargado de pompas fúnebres. Pertenezco al mundo del derecho. Hasta hace dos años, en que me retiré por mi propia voluntad para buscar una «nueva aventura», he sido miembro del Tribunal Supremo soviético.

—Anda coño —exclamó Max Puckett—. Ahora recuerdo. Leí un artículo sobre usted en la revista Time… Eh, juez Mishkin, lo siento. No le había reconocido.

—No se preocupe —le interrumpió el juez Mishkin, mientras una regocijada sonrisa se extendía por su rostro—. Ha sido fascinante permanecer ignorado unos momentos y ser tomado por un empresario de pompas fúnebres. Probablemente, el severo semblante del juez se parece mucho a la expresión sombría del profesional funerario. A propósito, señor…

—Puckett, señor.

—A propósito, señor Puckett —continuó el juez Mishkin—, ¿le gustaría venir a tomar una copa conmigo en el bar? Un vodka vendría especialmente bien en estos momentos.

—Y también un poco de tequila —respondió Max, caminando hacia la puerta con el juez Mishkin—. Por cierto, seguro que no sabe lo que pasa cuando se les da tequila a los cerdos, ¿verdad? Lo imaginaba. Bueno, pues mi hermano Clyde y yo…

Desaparecieron por la puerta, dejando nuevamente solos a Kenji y Nai Watanabe. Se miraron ambos y se echaron a reír.

—No creerás que esos dos vayan a hacerse amigos, ¿no? —preguntó Kenji.

—Ni por lo más remoto —respondió Nai con una sonrisa—. Vaya par de tipos.

—Mishkin está considerado como uno de los mejores juristas de nuestro siglo. Sus opiniones son lectura obligatoria en todas las facultades de derecho soviéticas. Puckett fue presidente de la Cooperativa de Granjeros del Sudoeste de Arkansas. Posee vastos conocimientos sobre técnicas de labranza y sobre animales de granja también.

—¿Conoces los antecedentes de todas las personas de Nueva Lowell?

—No —respondió Kenji—. Pero he estudiado los expedientes de todos los asignados a la Pinta.

Nai le echó los brazos al cuello a su marido.

—Háblame de Nai Buatong Watanabe —dijo.

—Profesora de escuela tai, con dominio del inglés y el francés, IE de 2,48, SC de 91…

Nai interrumpió a Kenji con un beso.

—Olvidas la característica más importante —dijo.

—¿Cuál?

Le volvió a besar.

—Enamorada y reciente esposa de Kenji Watanabe, historiador de la colonia.