—Señora Wakefield.
La voz parecía lejana, muy lejana. Se infiltraba suavemente en su consciencia, pero no la despertaba completamente de su sueño.
—Señora Wakefield.
Esta vez sonó más fuerte. Nicole trató de recordar dónde estaba antes de abrir los ojos. Movió el cuerpo y la espuma se reorientó para proporcionar el máximo de comodidad. Lentamente, su memoria comenzó a enviar señales al resto de su cerebro. «Nuevo Edén. Dentro de Rama. Regreso al sistema solar —recordó—. ¿Es todo esto sólo un sueño?».
Abrió por fin los ojos. Nicole tardó varios segundos en lograr enfocar la visión. Al cabo de un rato, se concretó con precisión la figura inclinada sobre ella. ¡Era su madre, vestida con uniforme de enfermera!
—Señora Wakefield —dijo la voz—. Ha llegado el momento de que despierte y se prepare para la cita.
Nicole permaneció unos instantes desconcertada. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía allí su madre? Luego recordó. «Los robots —pensó—. Madre es una de las cinco clases de robots humanos. Un robot Anawi Tiasso es un especialista en salud y buena forma física».
El brazo del robot sostuvo a Nicole cuando se incorporó en la litera. La estancia no había cambiado durante el largo tiempo en que había permanecido dormida.
—¿Dónde estamos? —preguntó Nicole, al tiempo que se disponía a bajar de la litera.
—Hemos concluido el perfil principal de deceleración y entrado en su sistema solar —respondió la azabachada Anawi Tiasso. La inserción en la órbita de Marte se producirá dentro de seis meses.
No notaba nada extraño en los músculos. Antes de que abandonase El Nódulo, El Águila había informado a Nicole de que cada uno de los compartimientos en que debían permanecer dormidos contenía componentes electrónicos especiales que no sólo activarían regularmente los músculos y otros sistemas biológicos para impedir cualquier atrofia, sino que vigilarían también la salud de todos los órganos vitales. Nicole bajó la escalerilla. Al llegar al suelo, se estiró.
—¿Cómo se siente? —preguntó el robot.
Era Anawi Tiasso Número 017. Su número se mostraba con destacados caracteres en el hombro derecho de su uniforme.
—Bastante bien —respondió Nicole—. Bastante bien, 017 —repitió, mientras examinaba al robot. Tenía un parecido extraordinario con su madre. Antes de abandonar El Nódulo, Richard y ella habían visto todos los prototipos, pero durante las dos semanas que precedieron a su entrada en estado de sueño, solamente habían funcionado los Benita García. Todos los demás robots de Nuevo Edén habían sido construidos y comprobados en el transcurso del largo vuelo. «Realmente es idéntica a madre —pensó, admirando el trabajo de los desconocidos artistas ramanos—. Han introducido en el prototipo todos los cambios que sugerí».
Oyó a lo lejos el sonido de unas pisadas que se acercaban. Nicole se volvió. Hacia ellas se dirigía una segunda Anawi Tiasso, vestida también con el blanco uniforme de enfermera.
—Número 009 ha sido asignada también para colaborar en el proceso de iniciación —dijo el robot Tiasso que tenía al lado.
—¿Asignada por quién? —preguntó Nicole, tratando de recordar sus conversaciones con El Águila sobre el proceso de despertado.
—Por el plan de misión preprogramada —le respondió Número 017—. Una vez que todos ustedes, humanos, estén despiertos y activos, recibiremos de ustedes nuestras instrucciones.
Richard despertó más rápidamente, pero le costó mucho descender la corta escalerilla. Fue preciso que las dos Tiasso le sostuviesen para que no se cayera. Richard se mostró evidentemente complacido al ver a su mujer. Tras abrazarla largamente y darle un beso, miró fijamente a Nicole durante unos segundos.
—Tienes un aspecto estupendo —dijo, con tono jocoso—. El gris de tu pelo se ha extendido, pero aún quedan saludables mechones negros en puntos aislados.
Nicole sonrió. Era maravilloso estar de nuevo hablando con Richard.
—A propósito —preguntó él un instante después—, ¿cuánto tiempo hemos pasado en esos fantásticos ataúdes?
Nicole se encogió de hombros.
—No sé —respondió—. Aún no lo he preguntado. Lo primero que he hecho ha sido despertarte.
Richard se volvió hacia las dos Tiasso.
—¿Saben ustedes, hermosas mujeres, cuánto tiempo ha pasado desde que salimos de El Nódulo?
—Han dormido ustedes durante diecinueve años de tiempo de viajero —respondió Tiasso 009.
—¿Qué significa eso, «tiempo de viajero»? —preguntó Nicole.
Richard sonrió.
—Es una expresión relativista, querida —dijo—. El tiempo no significa nada a no ser que tengas un marco de referencia. En el interior de Rama han transcurrido diecinueve años, pero esos años corresponden solamente a…
—No te molestes —le interrumpió Nicole—. No me he despertado después de todo este tiempo dormida para escuchar una lección de relatividad. Puedes explicármelo más tarde, durante la cena. Mientras tanto, tenemos una cuestión más importante. ¿Por qué orden debemos despertar a los niños?
—Yo tengo una sugerencia distinta —indicó Richard tras unos instantes de vacilación—. Sé que estás ansiosa por ver a los niños. Yo también. Sin embargo, ¿por qué no les dejamos dormir unas horas más? Sin duda que no les hará ningún mal… y tú y yo tenemos muchas cosas de que hablar. Podemos empezar nuestros preparativos para la cita, perfilar lo que vamos a hacer con respecto a la educación de los niños, quizás incluso tomarnos un poco de tiempo para reanudar nuestra relación…
Nicole estaba, en efecto, ansiosa por hablar con los niños, pero la parte lógica de su mente comprendía lo acertado de la sugerencia de Richard. La familia había elaborado sólo un rudimentario plan para lo que sucedería cuando despertasen, fundamentalmente porque El Águila había insistido en que existían demasiadas incertidumbres como para poder especificar con exactitud las condiciones. Sería mucho más fácil trazar algún plan antes de que los niños se despertasen…
—De acuerdo —dijo finalmente Nicole—, siempre que sepa con seguridad que todos se encuentran bien… —Miró a la primera Tiasso.
—Todos los datos de los monitores indican que cada uno de sus hijos ha sobrevivido sin irregularidades importantes al período de sueño —dijo el biot.
Nicole se volvió hacia Richard y le observó atentamente la cara. Había envejecido un poco, pero no tanto como ella había esperado.
—¿Dónde está tu barba? —exclamó de pronto al darse cuenta de que su rostro estaba extrañamente bien afeitado.
—Afeitamos ayer a los hombres mientras dormían —respondió Tiasso 009— También cortamos el pelo a todos y les dimos un baño, de acuerdo en el plan de misión preprogramada.
«¿Los hombres? —pensó Nicole. Se sintió momentáneamente desconcertada—. Claro —se dijo—, ¡Benjy y Patrick son hombres ya!».
Cogió a Richard de la mano y se dirigieron rápidamente hacia la litera de Patrick. El rostro que vieron por la ventanilla era sorprendente. Su pequeño Patrick ya no era un niño. Sus facciones se habían alargado considerablemente y habían desaparecido los redondeados contornos de su cara. Contempló en silencio a su hijo durante más de un minuto.
—Su equivalencia de edad es de dieciséis o diecisiete años —dijo Tiasso 017 en respuesta a la interrogativa mirada de Nicole—. El señor Benjamin O’Toole continúa siendo un año y medio mayor. Naturalmente, estas edades son sólo aproximaciones. Como les explicó El Águila antes de su salida de El Nódulo, hemos podido retardar un tanto la acción de las enzimas fundamentales del envejecimiento en cada uno de ustedes, pero no todas al mismo ritmo. Cuando decimos que el señor Patrick O’Toole tiene ahora dieciséis o diecisiete años, nos estamos refiriendo sólo a su reloj biológico interno, personal. La edad citada es sólo una especie de promedio entre su crecimiento, maduración y procesos de envejecimiento de subsistemas.
Nicole y Richard se detuvieron junto a cada una de las otras literas y contemplaron durante varios minutos a través de las ventanillas los rostros de sus dormidas hijas. Nicole meneaba repetidamente la cabeza con aturdimiento.
—¿Qué ha sido de mis niños? —exclamó, después de ver que hasta la pequeña Ellie se había convertido en una adolescente durante el largo viaje.
—Sabíamos que sucedería esto —comentó Richard sin emoción, no ayudando con ello en nada a que la madre que había en Nicole superase la sensación de pérdida que estaba experimentando.
—Saber es una cosa —replicó Nicole—. Pero verlo y experimentarlo es otra muy distinta. No es éste el típico caso de la madre que se da cuenta de pronto de que sus hijos se han hecho mayores. Lo que les ha sucedido a nuestros hijos es verdaderamente asombroso. Su desarrollo mental y social ha quedado interrumpido durante el equivalente a diez o doce años. Tenemos ahora unos niños pequeños desenvolviéndose en cuerpos adultos. ¿Cómo podemos prepararles en sólo seis meses para su encuentro con otros humanos?
Nicole se sentía abrumada. ¿Acaso una parte de ella no había creído a El Águila cuando éste describió lo que le iba a suceder a su familia? Quizá. Se trataba de un acontecimiento increíble más en una vida que durante mucho tiempo había escapado a toda comprensión. «Pero como madre suya —pensó Nicole—, tengo mucho que hacer y no dispongo casi de tiempo. ¿Por qué no me preparé para todo esto antes de salir de El Nódulo?».
Mientras Nicole forcejeaba con su poderosa reacción emocional al ver a sus hijos súbitamente adultos, Richard charlaba con las dos Tiasso. Estas respondían fácilmente a todas sus preguntas. Se sentía sumamente impresionado por sus capacidades, tanto físicas como mentales.
—¿Todos ustedes tienen semejante riqueza de información almacenada en sus memorias? —preguntó a los robots durante su conversación.
—Sólo nosotras, las Tiasso, tenemos los datos históricos detallados de salud de su familia —respondió 009—. Pero todos los biots humanos pueden acceder a una amplia gama de datos básicos. No obstante, parte de ese conocimiento desaparecerá en el momento en que se establezca el primer contacto con otros humanos. En ese instante, los aparatos de memoria de todos los tipos de biots quedarán parcialmente purgados. Una vez que consumemos la cita con los otros humanos, no permanecerá en nuestra base de datos ningún suceso o información referente a El Águila, El Nódulo o cualquier situación acaecida antes de que ustedes despertaran. De ese período anterior sólo será utilizable la información sobre su salud personal, y estos datos estarán localizados en las Tiasso.
Nicole había estado pensando en El Nódulo ya antes de este último comentario.
—¿Continúan ustedes en contacto con El Águila? —preguntó de pronto.
—No —fue Tiasso 017 quien respondió esta vez—, cabe suponer que El Águila, o, al menos, algún representante de la Inteligencia Nodular, está supervisando periódicamente nuestra misión, pero no existe interacción alguna con Rama una vez que se abandona El Hangar. Ustedes, nosotros, Rama, dependemos de nosotros mismos hasta que se cumplan los objetivos de la misión.
Katie se situó delante del amplio espejo y estudió su cuerpo desnudo. Aun después de un mes, continuaba siendo nuevo para ella. Le agradaba tocarse. Le gustaba especialmente deslizar los dedos sobre los pechos y ver cómo los pezones se dilataban en respuesta al estímulo. A Katie le gustaba más aún de noche, cuando estaba sola bajo las sábanas. Entonces podía frotarse en todas partes hasta que ondulantes hormigueos recorrían su cuerpo y sentía deseos de gritar de placer.
Su madre le había explicado el fenómeno, pero había parecido sentirse un poco violenta cuando Katie quiso hablar de ello una segunda y una tercera vez.
—La masturbación es un asunto muy privado, querida —había dicho Nicole una noche, antes de la cena— y generalmente sólo se habla de ella, si es que se habla, con las amigas más íntimas.
Ellie no le servía de ninguna ayuda. Katie nunca había visto a su hermana examinarse a sí misma, ni siquiera una vez. «Probablemente, ella no lo hace —pensó Katie—. Y, desde luego, no quiere hablar de ello».
—¿Has terminado en la ducha? —oyó Katie a Ellie preguntar desde la habitación contigua. Cada una de las chicas tenía su propio dormitorio, pero compartían el mismo cuarto de baño.
—Sí —gritó Katie.
Ellie entró en el cuarto de baño, recatadamente envuelta en una toalla y dirigió una breve mirada a su hermana, completamente desnuda delante del espejo. La más joven de las muchachas empezó a decir algo, pero pareció cambiar de idea, pues dejó caer la toalla y se introdujo cuidadosamente en la ducha.
Katie contempló a Ellie a través de la transparente mampara. Miró primero el cuerpo de Ellie y, luego, volvió la vista hacia el espejo, comparando todas las características anatómicas. Katie prefería su propia cara y el color de su piel —era, con mucho, el miembro de tez más clara de la familia, a excepción de su padre—, pero Ellie poseía una figura superior.
—¿Por qué tengo yo una forma tan masculina? —preguntó Katie a Nicole una noche, dos semanas después, cuando hubo terminado de leer un cubo informático que contenía varias revistas de moda muy antiguas.
—No lo puedo explicar exactamente —respondió Nicole, levantando la vista de su propia lectura—. La genética es una materia maravillosamente complicada, mucho más compleja de lo que originariamente pensó Gregor Mendel.
Nicole se echó a reír de sí misma, comprendiendo inmediatamente que era imposible que Katie entendiera lo que le acababa de decir.
—Katie —continuó, con tono menos pedante—, cada hijo es una combinación única de las características de su padres. Estas características identificadoras se encuentran almacenadas en unas moléculas llamadas genes. Existen literalmente miles de millones de formas diferentes en que pueden expresarse los genes de una pareja de padres. Por eso es por lo que no son completamente idénticos los hijos de los mismos padres.
Katie frunció el ceño. Había esperado una clase distinta de respuesta. Nicole comprendió rápidamente.
—Además —añadió con tono alentador—, tu figura no es realmente «masculina» en absoluto. «Atlética» sería una descripción más exacta.
—De todos modos —insistió Katie, señalando a su hermana, que estudiaba con ahínco en el rincón de la sala—, no me parezco nada a Ellie. Su cuerpo es realmente atractivo; sus pechos son más grandes y redondos aún que los tuyos.
Nicole se echó a reír alegremente.
—Ellie tiene una figura espléndida —dijo—. Pero la tuya también es bonita; simplemente, es diferente. —Nicole volvió a su lectura, pensando que la conversación había terminado.
—No hay muchas mujeres con mi clase de figura en estas viejas revistas —insistió Katie, tras un breve silencio. Tenía en las manos su cuaderno electrónico, pero Nicole no le prestaba ya atención—. ¿Sabes, madre? —dijo luego su hija—. Yo creo que El Águila debió de cometer algún error con los controles de mi litera. Yo creo que debo de haber recibido algunas de las hormonas que iban destinadas a Patrick o a Benjy.
—Katie, querida —respondió Nicole, comprendiendo finalmente que su hija estaba obsesionada con su figura—, es virtualmente seguro que te has convertido en la persona para la que tus genes te tenían programada desde la concepción. Eres una joven atractiva e inteligente. Serías más feliz si pasaras el tiempo pensando en tus muchos excelentes atributos, en lugar de encontrar una imperfección en ti misma y desear ser alguien diferente.
Desde que despertaron, muchas de las conversaciones entre madre e hija habían seguido una pauta similar. Le parecía a Katie que su madre no intentaba comprenderla y que tenía excesiva propensión a despacharla con una conferencia o un epigrama. «Hay en la vida cosas más importantes que sentirse a gusto» era un estribillo habitual que resonaba en los oídos de Katie. Por otra parte, los elogios que su madre dedicaba a Ellie le parecían a Katie demasiado efusivos. «Ellie es muy buena estudiante, aunque empezó muy tarde», «Ellie siempre está dispuesta a ayudar, aunque no se lo pidamos» o «¿Por qué no puedes tener un poco más de paciencia con Benjy, como la tiene Ellie?».
«Primero Simone y ahora Ellie —se dijo Katie, mientras yacía desnuda en la cama una noche, después de que ella y su hermana se habían peleado y su madre le había reprendido sólo a ella—. Nunca he tenido una oportunidad con madre. Simplemente, somos demasiado diferentes. Bien podría dejar de intentarlo».
Sus dedos se deslizaron sobre su cuerpo, estimulando su deseo, y Katie suspiró en la expectativa del placer. «Al menos —pensó—, hay algunas cosas para las que no necesito a madre».
—Richard —dijo Nicole en la cama una noche, cuando estaban a sólo seis semanas de distancia de Marte.
—Mummm —respondió él lentamente. Estaba casi dormido.
—Estoy preocupada por Katie —dijo ella—. Me complacen los progresos que están realizando los otros niños, especialmente Benjy, bendito sea. Pero tengo verdadera inquietud por Katie.
—¿Qué es exactamente lo que te preocupa? —preguntó Richard, incorporándose apoyado en un codo.
—Sus actitudes principalmente. Katie es increíblemente egocéntrica. Tiene también un genio muy vivo y se muestra impaciente con los otros niños, incluso con Patrick, que la adora. Discute continuamente conmigo, a menudo en disputas absurdas. Y creo que se pasa demasiadas horas sola en su habitación.
—Es simplemente que se aburre —replicó Richard—. Recuerda, Nicole, que físicamente es una joven con veinte años ya cumplidos. Debería estar saliendo con chicos, afirmando su independencia. Aquí no hay realmente nadie que sea su igual… Y debes reconocer que a veces la tratamos como si tuviera doce años.
Nicole no respondió. Richard se inclinó sobre ella y le acarició el brazo.
—Siempre hemos sabido que Katie era la más sensible y excitable de los niños. Infortunadamente, se parece mucho a mí.
—Pero tú al menos canalizas tu energía hacia proyectos importantes —indicó Nicole—. Katie tiene tantas probabilidades de ser destructiva como constructiva… Realmente, Richard, quisiera que hablases con ella. Si no, me temo que vamos a tener graves problemas cuando nos reunamos con los otros humanos.
—¿Qué quieres que le diga? —preguntó Richard tras un breve silencio—. ¿Que la vida no es simplemente una excitación tras otra? ¿Y por qué voy a pedirle que no se retire a su mundo de fantasía en su propia habitación? Probablemente, todo es más interesante allí. Por desgracia, en ninguna parte de Nuevo Edén existe por el momento nada muy excitante para una joven.
—Había esperado que te mostraras un poco más comprensivo —replicó Nicole, ligeramente molesta—. Necesito tu ayuda, Richard…, y Katie reacciona mejor contigo.
Richard volvió a quedar en silencio.
—Está bien —dijo finalmente, con tono frustrado. Se tendió de nuevo en la cama—. Mañana llevaré a Katie a practicar esquí acuático, que le encanta, y le pediré que, por lo menos, sea más considerada con los demás miembros de la familia.
—Muy bien. Excelente —dijo Richard, al terminar de leer el material del cuaderno de Patrick. Desconectó el aparato y miró a su hijo, que estaba sentado, un tanto nervioso, en la silla situada delante de su padre—. Has aprendido rápidamente el álgebra —continuó Richard—. Tienes verdaderas dotes para las matemáticas. Para cuando tengamos otras personas en Nuevo Edén, estarás casi en condiciones de seguir cursos universitarios, al menos de matemáticas y ciencias.
—Pero madre dice que voy todavía muy atrasado en inglés —replicó Patrick—. Dice que mis composiciones son las de un niño pequeño.
Nicole oyó la conversación y entró desde la cocina.
—Patrick, querido, García 041 dice que no pones empeño en las redacciones. Sé que no puedes aprenderlo todo de la noche a la mañana, pero no quiero que te sientas azorado cuando nos reunamos con otros humanos.
—Pero yo prefiero las matemáticas y las ciencias —protestó Patrick—. Nuestro robot Einstein dice que podría enseñarme cálculo infinitesimal dentro de tres o cuatro semanas, siempre que no tuviera que estudiar muchas otras materias.
Se abrió de pronto la puerta exterior y entraron bulliciosamente Katie y Ellie. El rostro de Katie estaba radiante y lleno de vida.
—Sentimos llegar tarde —dijo—, pero hemos pasado un día estupendo. —Se volvió hacia Patrick—. He conducido yo sola la canoa por lago Shakespeare. Dejamos a las García en la orilla.
Ellie no estaba, ni con mucho, tan jubilosa como su hermana. De hecho, parecía un poco enojada.
—¿Te encuentras bien, querida? —preguntó Nicole en voz baja a su hija menor, mientras Katie deleitaba al resto de la familia con su relato de la aventura en el lago.
Ellie asintió con la cabeza y no dijo nada.
—Lo realmente excitante —exclamó Katie con entusiasmo— fue pasar a toda velocidad sobre las olas que nosotras mismas levantábamos. Bam-bam-bam, saltábamos de ola en ola. A veces parecía como si estuviéramos volando.
—Esas canoas no son juguetes —comentó Nicole unos momentos después. Indicó con un gesto que se sentaran todos a la mesa para cenar. Benjy, que había estado comiendo un poco de ensalada con los dedos fue el último en sentarse.
Cuando todos hubieron tomado asiento, Nicole preguntó a Katie:
—¿Qué habríais hecho si hubiera volcado la canoa?
—Las García nos habrían rescatado —respondió displicentemente Katie—. Había tres mirándonos desde la orilla… Al fin y al cabo, para eso están… Además, llevábamos chalecos salvavidas, y, de todas maneras, yo sé nadar.
—Pero tu hermana, no —replicó rápidamente Nicole, con tono de reproche—. Y sabes que se habría sentido aterrorizada si hubiera caído al agua.
Katie empezó a discutir, pero Richard intervino y cambió de tema antes de que se intensificara el conflicto. La verdad era que toda la familia estaba con los nervios de punta. Hacía un mes que Rama había entrado en órbita alrededor de Marte y no había aún ni rastro del contingente de la Tierra que se suponía iba a acudir a su encuentro. Nicole siempre había dado por sentado que la cita con sus congéneres humanos se realizaría inmediatamente después de la inserción en la órbita marciana.
Después de cenar, la familia salió al observatorio de Richard, instalado en el patio trasero, para contemplar Marte. El observatorio tenía acceso a todos los sensores externos de Rama (pero no a ninguno de los internos situados fuera de Nuevo Edén; El Águila se había mostrado inflexible en este punto concreto durante las conversaciones sostenidas sobre los diseños) y podía presentar una espléndida vista telescópica del planeta rojo durante parte de cada día marciano.
A Benjy le gustaban especialmente las sesiones de observación con Richard. Señaló orgullosamente los volcanes de la región de Tharsis, el gran cañón llamado Valles Marineris y la zona de Chryse, donde se había posado, hacía más de doscientos años, la primera nave espacial Viking. Una tormenta de polvo se estaba formando al sur de la estación Mutch, el centro de la amplia colonia marciana que había sido abandonada en los inciertos días siguientes al Gran Caos. Richard comentó que el polvo podría extenderse por todo el planeta, ya que era la estación en que solían producirse tales tormentas generales.
—¿Qué pasará si los otros terrestres no vienen? —preguntó Katie durante una pausa en sus observaciones marcianas—. Y, por favor, madre, danos una respuesta clara esta vez. Después de todo, ya no somos unos niños.
Nicole hizo caso omiso del tono desafiante que latía en las palabras de Katie.
—Si recuerdo correctamente, el plan básico es que esperemos aquí, en la órbita de Marte, durante seis meses —respondió—. Si durante ese tiempo no se produce la cita, Rama se dirigirá hacia la Tierra. —Permaneció unos instantes en silencio—. Ni tu padre ni yo sabemos cuál será el proceso a partir de ese momento. El Águila nos dijo que, si se recurre a alguno de los planes de emergencia, se nos comunicará en el momento todo lo que necesitemos saber.
La estancia permaneció silenciosa durante casi un minuto mientras en la gigantesca pantalla de la pared aparecían imágenes de Marte en diferentes resoluciones.
—¿Dónde está la Tierra? —preguntó entonces Benjy.
—Es el planeta que está justo después de Marte, el siguiente más próximo al Sol —respondió Richard—. Recuerda cómo te enseñé el esquema planetario en la subrutina de mi ordenador.
—No me refiero a eso —le respondió Benjy, hablando muy despacio—. Yo quiero ver la Tierra.
Era una petición fácil de satisfacer. Aunque había llevado a la familia varias veces ya al observatorio, nunca se le había ocurrido a Richard que lo niños pudieran sentir interés por aquella pálida luz azulada que brillaba en el cielo nocturno de Marte.
—La Tierra no resulta muy impresionante vista desde esta distancia —indicó Richard, interrogando a su base de datos para poder obtener la información del sensor adecuado—. De hecho se parece a cualquier otro objeto brillante, como Sirio, por ejemplo.
Richard no había captado el porqué de la petición. Cuando hubo identificado a la Tierra en un marco celeste específico y centrado luego la imagen en torno a aquel reflejo aparentemente insignificante, los niños se quedaron mirando con extática atención.
«Ése es su planeta —pensó Nicole, fascinada por el súbito cambio experimentado en el estado de ánimo reinante en la habitación—, aunque nunca han estado en él». Imágenes de la Tierra de su memoria afluyeron torrencialmente a Nicole mientras miraba con fijeza la diminuta luz del centro de la figura. Se sintió consciente de una profunda añoranza en su interior, un anhelo de retornar a aquel glorioso planeta oceánico lleno de tanta belleza. Se le llenaron de lágrimas los ojos mientras se acercaba a sus hijos y los rodeaba con los brazos.
—Adondequiera que vayamos en este fascinante universo —dijo suavemente—, tanto ahora como en el futuro, esa manchita azul será siempre nuestro hogar.