8

—Buenos días —dijo Simone, con una dulce sonrisa. Los demás miembros de la familia estaban todos sentados a la mesa, desayunando, cuando ella y Michael entraron, cogidos de la mano.

—Bue-nos dí-as —respondió Benjy. Tenía la boca llena de tostada con mantequilla y mermelada. Se levantó de su asiento, dio lentamente la vuelta a la mesa y abrazó a su hermana favorita.

Patrick se puso detrás de él.

—¿Me ayudarás hoy a hacer las matemáticas? —le preguntó a Simone—, Madre dice que ahora que vamos a volver tengo que tomarme en serio los estudios.

Michael y Simone se sentaron a la mesa una vez que los niños hubieran regresado a sus asientos. Simone cogió la cafetera. Era igual que su madre en un aspecto. No funcionaba bien por la mañana hasta haberse tomado su café.

—Bueno, ¿por fin ha terminado la luna de miel? —preguntó Katie, con su habitual aire irreverente—. Después de todo, han sido tres noches y dos días. Debéis de haber oído todas las obras de música clásica que hay en la base de datos.

Michael rio alegremente.

—Sí, Katie —respondió, dirigiendo una cálida sonrisa a Simone—. Ya hemos quitado de la puerta el cartel de «No molesten». Queremos hacer cuanto podamos para ayudar a todo el mundo a recoger las cosas para el viaje.

—La verdad es que estamos en bastante buena forma —comentó Nicole, contenta de ver a Michel y a su hija tan a gusto juntos después de su largo encierro. «No tenía por qué haberme preocupado —pensó rápidamente—. Pues en ciertos aspectos, Simone es más adulta que yo».

—Ojalá El Águila nos diera más detalles sobre nuestro viaje de regreso —se lamentó Richard—. No quiere decirnos cuánto durará el viaje, ni si lo haremos o no dormidos todo el tiempo ni nada concreto.

—Dice que no lo sabe con seguridad —le recordó Nicole a su marido—. Hay variables «incontrolables» que podrían dar lugar a muchos planes y programas distintos.

—Tú siempre le crees —replicó Richard—. Eres la más confiada…

El timbre de la puerta interrumpió su conversación. Katie fue a abrir y regresó instantes después acompañada de El Águila.

—Espero no turbar su desayuno —se disculpó el pájaro-hombre—, pero tenemos muchas cosas que hacer hoy. Necesitaré que la señora Wakefield venga conmigo.

Nicole tomó el último sorbo de su café y miró inquisitivamente a El Águila.

—¿Sola? —preguntó.

Experimentó una vaga sensación de temor. Durante los dieciséis meses de estancia en El Nódulo, nunca había salido del apartamento a solas con El Águila.

—Sí —respondió El Águila—. Vendrá usted sola conmigo. Hay una tarea especial que únicamente usted puede realizar.

—¿Me deja diez minutos para prepararme?

—Desde luego —respondió El Águila.

Cuando Nicole salió de la estancia, Richard acribilló a El Águila a preguntas.

—Muy bien —dijo Richard en un momento dado—, entiendo que, como resultado de todas esas pruebas, ustedes confían ahora en que podemos, sin peligro, permanecer dormidos durante los períodos de aceleración y deceleración. Pero ¿y durante la travesía normal? ¿Estaremos despiertos o dormidos?

—Generalmente, dormidos —respondió El Águila—, porque de ese modo podemos retrasar el proceso de envejecimiento y, al mismo tiempo, asegurar su buena salud. Pero hay muchas incertidumbres en el proyecto. Quizá sea necesario despertarles varias veces en ruta.

—¿Por qué no nos ha dicho eso antes?

—Porque no estaba decidido aún. El programa de su misión es muy complicado y sólo recientemente ha quedado definido el plan básico.

—Yo no quiero que mi proceso de envejecimiento sea «retrasado» —protestó Katie—. Yo quiero ser una mujer adulta cuando nos encontremos con otras personas de la Tierra.

—Como les dije ayer a tus padres —indicó El Águila, dirigiéndose a Katie—, es importante que podamos hacer más lento el proceso de envejecimiento mientras tú y tu familia dormís. No sabemos cuándo exactamente regresaréis a vuestro sistema solar. Si tuvieseis que dormir durante cincuenta años, por ejemplo…

—¿Qué? —le interrumpió Richard, consternado—. ¿Quién ha dicho algo acerca de cincuenta años? Aquí hemos llegado en doce o trece. ¿Por qué no…?

—Seré más vieja que mamá —exclamó Katie, con expresión asustada.

Entró Nicole, procedente de la habitación contigua.

—¿Qué es eso que he oído de cincuenta años? ¿Por qué tardará tanto? ¿Vamos a ir a algún otro sitio primero?

—Evidentemente —señaló Richard. Estaba furioso—. ¿Por qué no nos dijo todo esto antes de que tomáramos la decisión de «asignación»? Podríamos haber hecho algo diferente… ¡Dios mío, si tarda cincuenta años Nicole y yo tendremos ya cien!

—No —replicó El Águila con voz carente de emoción—. Nosotros calculamos que usted y la señora Wakefield envejecerán solamente un año cada cinco o seis mientras los mantengamos «suspendidos». En cuanto a los niños, la proporción se aproximará más a un año por cada dos, al menos hasta que disminuya su ritmo de crecimiento. No queremos interferir demasiado con las hormonas del crecimiento. Y, además, los cincuenta años son el límite máximo, lo que un ingeniero humano llamaría un número de tres sigmas.

—Ahora sí que estoy hecha un lío —exclamó Katie, adelantándose y enfrentándose directamente a El Águila—. ¿Qué edad tendré yo cuando me encuentre con un ser humano que no forme parte de mi familia?

—No puedo responder con exactitud a esa pregunta, porque es una materia en la que intervienen determinadas incertidumbres estadísticas —replicó El Águila—. Pero tu cuerpo debería tener el nivel de desarrollo equivalente al de poco más de veinte años. Al menos, ésa es la respuesta más verosímil. —El Águila hizo una seña a Nicole—. Y eso es todo lo que voy a decir. Tengo cosas que hacer con tu madre. Volveremos esta noche, antes de la cena.

—Como de costumbre —gruñó Richard—, no se nos ha dicho nada. A veces desearía que no hubiéramos sido tan cooperativos.

—Hubieran podido mostrarse más difíciles —indicó El Águila mientras abandonaba la habitación en compañía de Nicole—, y, de hecho, nuestras predicciones, basadas en los datos proporcionados por nuestra observación, nos hacían esperar mucha menos cooperación de la que hemos encontrado. Aunque, al final, no habría existido ninguna diferencia sustancial en el resultado. De esta forma ha sido más agradable para ustedes.

—Adiós —dijo Nicole.

—A-diós —respondió Benjy, agitando la mano en dirección a su madre después de que la puerta ya se había cerrado.

Era un documento largo. Nicole calculaba que tardaría por lo menos diez o quince minutos en leer el texto entero en voz alta.

—¿Ha terminado ya con su estudio? —preguntó de nuevo El Águila—. Nos gustaría empezar lo antes posible el rodaje, como ustedes lo llaman.

—Explíqueme otra vez qué hacen con este vídeo una vez que yo lo grabo —pidió Nicole.

—Lo transmitimos hacia la Tierra varios años antes de que ustedes lleguen a su sistema solar. Eso les da a sus congéneres humanos tiempo sobrado para responder.

—¿Cómo sabrán si realmente lo han oído?

—Hemos pedido una simple señal de retorno acusando recibo.

—¿Y si no reciben nunca esa señal?

—Tenemos planes de emergencia para ese caso.

Nicole tenía sus dudas sobre si debía leer el mensaje. Preguntó si le podía conceder algún tiempo para discutir el documento con Richard y Michael.

—¿Qué es lo que le preocupa? —preguntó El Águila.

—Todo —respondió Nicole—. Simplemente, no me parece bien. Siento como si se me estuviera utilizando para favorecer sus fines, y, como sé exactamente cuáles son sus fines, temo traicionar a la especie humana.

El Águila llevó a Nicole un vaso de agua y se sentó a su lado en el estudio.

—Consideremos esto lógicamente —dijo El Águila—. Les hemos dicho con toda claridad que nuestro objetivo fundamental es recoger información detallada sobre las especies que viajan por el espacio de la galaxia ¿De acuerdo?

Nicole asintió con la cabeza.

—Hemos construido también en el interior de Rama un hábitat capaz para dos mil terrestres y vamos a enviarle a usted y a su familia para recoger a esos humanos con destino a un viaje de observación. Todo lo que hará con ese vídeo será informar a la Tierra de que estamos en camino y que los dos mil miembros de su especie, juntamente con los utensilios y objetos de su cultura, deben reunirse con nosotros en la órbita de Marte. ¿Qué de malo podría haber en eso?

—El texto de este documento —protestó Nicole, señalando la libreta electrónica que El Águila le había dado— es extremadamente vago. Yo nunca indico, por ejemplo, cuál será el destino final de todos estos humanos; sólo que serán «atendidos» y «observados» durante alguna especie de viaje. No hay tampoco ninguna mención de por qué se somete a estudio a los humanos ni la menor referencia a El Nódulo y su inteligencia controladora. Además, el tono es resueltamente amenazador. Les estoy diciendo a las gentes de la Tierra que reciban esta transmisión que, si no acude un contingente de humanos a la cita con Rama en la órbita de Marte, la nave espacial se aproximará más a la Tierra y «adquirirá sus ejemplares de forma menos organizada». Esto es, a todas luces, una declaración hostil.

—Puede usted redactar las observaciones, si quiere, siempre que no se modifique el sentido —respondió El Águila—. Pero debo indicarle que tenemos mucha experiencia en este tipo de comunicaciones. Con especies similares a la suya, siempre hemos tenido más éxito cuando el mensaje no era demasiado preciso.

—Pero ¿por qué no me deja llevar el documento al apartamento? Podría discutirlo con Richard y Michael y podríamos revisarlo juntos para suavizar el tono.

—-Porque tiene usted que preparar el vídeo hoy mismo —respondió obstinadamente El Águila—. Estamos dispuestos a considerar modificaciones del contenido y trabajaremos con usted todo el tiempo que haga falta. Pero la grabación debe quedar terminada antes de que regrese usted con su familia.

La voz era amistosa, pero el significado estaba absolutamente claro. «No tengo opción —pensó Nicole—. Se me está ordenando que grabe el vídeo. —Clavó unos instantes la vista en la extraña criatura sentada a su lado—. Este Águila es sólo un máquina —se dijo a sí misma Nicole, sintiendo un acceso de ira—. Está cumpliendo sus instrucciones programadas… Mi disputa no es con él».

—No —exclamó bruscamente, sorprendiéndose incluso a sí misma. Meneó la cabeza—. No lo haré.

El Águila no estaba preparado para la reacción de Nicole. Hubo un largo silencio. Pese a su agitación emocional, Nicole se sentía fascinada por su compañero. «¿Qué está pasando con él ahora? —se preguntó—. ¿Se están formando nuevos ciclos lógicos en su equivalente de un cerebro? ¿O está quizá recibiendo señales desde algún otro lugar?».

Finalmente, El Águila se puso en pie.

—Bueno —dijo—, es una sorpresa… Nunca esperamos que se negara a grabar el vídeo.

—Entonces es que no ha prestado atención a lo que he estado diciendo… Siento como si usted, o quienquiera que le maneje, me estuviera utilizando… y contándome deliberadamente lo menos posible… Si quiere que haga algo por usted, tendrá que contestar por lo menos a algunas de mis preguntas.

—¿Qué es exactamente lo que quiere saber?

—Ya se lo he dicho —le replicó Nicole, haciendo patente su frustración—. ¿Qué diablos está ocurriendo realmente en este lugar? ¿Quién o qué es usted? ¿Por qué quiere observarnos…? Y, puestos en ello, ¿qué tal una buena explicación de por qué necesitan que dejemos aquí una «pareja reproductora»? Nunca me ha gustado la idea de disgregar mi familia; hubiera debido protestar más enérgicamente al principio. Si su tecnología es tan maravillosa que pueden crear algo como este increíble Nódulo, ¿por qué no pueden tomar simplemente un óvulo humano y un poco de esperma…?

—Cálmese, señora Wakefield —dijo El Águila—. Nunca le había visto tan agitada. Le tenía clasificada a usted como el individuo más estable de su grupo.

«Y apuesto a que el más maleable también —pensó Nicole. Esperó a que amainara su ira—. En algún lugar de ese extraño cerebro hay sin duda una valoración cuantitativa de la probabilidad de que yo cumpla mansamente las órdenes… Bien, pues esta vez te he engañado».

—Mire, señor Águila —dijo Nicole unos segundos después—. No soy una estúpida. Sé quién ejerce el mando aquí. Sólo que creo que los humanos merecemos ser tratados con un poco más de respeto. Nuestras preguntas son perfectamente legítimas.

—¿Y si las respondemos a su satisfacción?

—Lleva usted más de un año observándome cuidadosamente —respondió Nicole. Sonrió—. ¿Me he comportado alguna vez de modo por completo irrazonable?

—¿Adónde vamos? —preguntó Nicole.

—A dar un paseo —respondió El Águila—. Quizá sea la mejor manera de resolver sus dudas.

El extraño vehículo era pequeño y esférico, apenas lo bastante grande para contener a El Águila y Nicole. Todo el hemisferio delantero era transparente. En el interior, en el lado en que se hallaba sentado el alienígena pájaro-hombre, había un pequeño panel de instrumentos. Durante el vuelo, El Águila tocaba de vez en cuando el panel, pero la mayor parte del tiempo la pequeña nave parecía funcionar por sí sola.

Segundos después de haberse instalado en el vehículo, la esfera recorrió a gran velocidad un largo corredor y, atravesando un conjunto de puertas dobles, se hundió en una oscuridad absoluta. Nicole contuvo el aliento. Sentía como si estuviera flotando en el espacio.

—Cada uno de los tres módulos esféricos de El Nódulo —dijo El Águila, mientras Nicole se esforzaba en vano por ver algo— tiene un centro hueco. Hemos entrado ahora en un pasadizo que conduce al núcleo del Módulo de Alojamiento.

Al cabo de casi un minuto, aparecieron varias luces en la lejanía, delante del pequeño aparato. Poco después, el vehículo salió del negro pasadizo y penetró en el inmenso núcleo. La esfera giró y se bamboleó, desorientando a Nicole mientras se dirigía hacia la oscuridad, alejándose de las numerosas luces que brillaban en lo que debía de ser el interior del cuerpo principal del Módulo de Alojamiento.

—Nosotros observamos cuanto ocurre con todas nuestras especies invitadas, sean temporales o permanentes —dijo El Águila—. Como ya sospechan ustedes, tenemos centenares de aparatos de observación en el interior de su apartamento. Pero todas sus paredes son también transparentes desde el exterior; desde esta región central podemos contemplar sus actividades con una perspectiva más amplia.

Nicole se había acabado acostumbrando a las maravillas de El Nódulo, pero el nuevo escenario que le rodeaba era asombroso. Docenas, cientos quizá de diminutas luces se movían en la vasta oscuridad del núcleo. Parecían un grupo de dispersas luciérnagas en una oscura noche de verano. Algunas de las luces revoloteaban junto a las paredes, otras se movían lentamente a través del vacío. Algunas estaban tan lejos que parecían inmóviles.

—Aquí tenemos también un importante centro de mantenimiento —continuó El Águila, señalando una densa congregación de luces a lo lejos, delante de ellos—. Desde este núcleo se puede llegar muy fácilmente a cualquier elemento del módulo si es necesario resolver algún problema de ingeniería o de otro tipo.

—¿Qué está ocurriendo allí? —preguntó Nicole, dando unos golpecitos en la ventana. A varios cientos de kilómetros a la derecha, un grupo de vehículos se hallaba estacionado ante una amplia porción iluminada del Módulo de Alojamiento.

—Es una sesión de observación especial —respondió El Águila— en la que utilizamos nuestros más avanzados monitores de detección remota. Estos apartamentos albergan a una especie sumamente insólita, una especie cuyas características eran hasta el momento desconocidas en este sector de la galaxia. Muchos de sus individuos están muriendo y no sabemos por qué. Estamos tratando de encontrar la forma de salvarlos.

—¿O sea que no siempre resulta todo tal como ustedes lo han planeado?

—No —respondió El Águila. En la reflejada luz, la criatura parecía sonreír—. Por eso es por lo que tenemos tantos planes de emergencia.

—¿Qué habrían hecho ustedes si ningún humano hubiera acudido a explorar Rama? —preguntó de pronto Nicole.

—Tenemos métodos alternativos de lograr los mismos objetivos —respondió vagamente El Águila.

El vehículo aceleró a lo largo de su ruta rectilínea en la oscuridad. Poco después, una esfera similar, ligeramente mayor que la suya, se acercó a ellos por la izquierda.

—¿Le gustaría conocer a un miembro de una especie cuyo nivel de desarrollo es aproximadamente igual al de ustedes? —preguntó El Águila. Tocó el panel de control y el interior del vehículo se iluminó con una luz suave.

Antes de que Nicole pudiera responder, el segundo vehículo estaba junto a ellos. Tenía también transparente el hemisferio delantero. Esta segunda esfera estaba llena de un líquido incoloro por el que nadaban dos criaturas. Parecían grandes anguilas que llevasen capas y se movían en ondulaciones a través del líquido. Nicole calculó que las criaturas tenían unos tres metros de longitud y veinte centímetros de grosor. La negra capa, que se extendía como una aleta durante el movimiento, medía alrededor de un metro cuando se extendía del todo.

—El de la derecha, el que no tiene marcas de color —aclaró El Águila— es un sistema de inteligencia artificial. Desempeña un papel similar al mío y actúa como anfitrión de la especie acuática. El otro ser es un viajero del espacio procedente de otro mundo.

Nicole miró fijamente al alienígena. Se había plegado ceñidamente la capa en torno al verdoso cuerpo y permanecía casi inmóvil en el líquido. La criatura había adoptado una configuración de herradura, con ambos extremos del cuerpo dirigidos hacia Nicole. De uno de sus dos extremos brotó un chorro de burbujas.

—Dice. «Hola, es usted fascinante» —informó El Águila.

—¿Cómo lo sabe? —exclamó Nicole, sin poder apartar los ojos del extraño ser. Sus dos extremos, de color rojo brillante uno y gris el otro, se habían entrelazado ahora y se apretaban contra la ventana del vehículo.

—Mi colega del otro vehículo está traduciendo y comunicándomelo luego… ¿Desea usted responder?

La mente de Nicole estaba en blanco. «¿Qué digo?», pensó, con los ojos fijos en las singulares arrugas y protuberancias de las extremidades del alienígena. Había una docena de rasgos distintos en cada extremo, entre ellos un par de ranuras en la «cara» roja. Ninguna de las marcas se parecía a nada que Nicole hubiera visto jamás en la Tierra. Permaneció en silencio, recordando las numerosas conversaciones que ella, Richard y Michael habían sostenido sobre las preguntas que formularían si, y cuando, lograsen alguna vez comunicarse directamente con un extraterrestre inteligente. «Pero nunca imaginamos una situación como ésta», pensó Nicole.

Brotaron más burbujas en el vehículo que tenía delante.

—«Nuestro planeta natal se formó hace cinco mil millones de años —dijo El Águila, traduciendo—. Nuestras estrellas binarias alcanzaron la estabilidad mil millones de años después. Nuestro sistema tiene catorce planetas principales, en dos de los cuales evolucionó alguna clase de vida. Nuestro planeta oceánico tiene tres especies inteligentes, pero nosotros somos los únicos viajeros del espacio. Comenzamos nuestra exploración espacial hace poco más de dos mil años».

Nicole se sintió ahora azorada por su propio silencio.

—Hola…, hola —tartamudeó—. Es un placer conocerle… Nuestra especie sólo lleva trescientos años viajando por el espacio. Nosotros somos el único organismo inteligente en un planeta que se halla cubierto de agua en sus dos terceras partes. Nuestro calor y nuestra luz proceden de una solitaria estrella estable amarilla. Nuestra evolución comenzó en el agua hace tres mil o cuatro mil millones de años, pero ahora vivimos en la Tierra…

Nicole se detuvo. La otra criatura, con sus dos extremos todavía entrelazados, había apoyado ahora el resto de su cuerpo contra la ventana, de tal modo que se podían ver con más claridad los detalles de su estructura física. Nicole comprendió. Se puso en pie junto a la ventana y se dio lentamente la vuelta. Luego, extendió las manos, con las palmas hacia fuera, y movió los dedos. Brotaron más burbujas.

—¿Tienen ustedes una manifestación alternativa? —tradujo El Águila segundos después.

—No entiendo —respondió Nicole.

El anfitrión nodular de la otra esfera comunicó su mensaje por medio de movimientos corporales y de burbujas.

—Nosotros tenemos dos manifestaciones —explicó el alienígena—. Mis descendientes tendrán apéndices, no muy distintos de los de usted, y habitarán principalmente en los fondos del océano. Ellos construirán nuestros hogares y fábricas y naves espaciales y, a su vez, producirán otra generación de aspecto igual al mío.

—No, no —respondió finalmente Nicole—. Nosotros solamente tenemos una manifestación. Nuestros hijos se parecen siempre a sus padres.

La conversación duró cinco minutos más. Los dos viajeros hablaron principalmente de biología. El alienígena se sintió particularmente impresionado por la amplia gama térmica en que los humanos podían desenvolverse. Dijo a Nicole que los miembros de su especie no podían sobrevivir si la temperatura ambiente del líquido que les rodeaba rebasaba ciertos estrechos límites.

Nicole se sitió fascinada por la descripción que la criatura hizo de un planeta acuoso cuya superficie se hallaba casi totalmente cubierta por enormes alfombras de organismos fotosintéticos. Las anguilas, o lo que fuesen, vivían en la parte alta de las aguas, justamente debajo de estos centenares de organismos diferentes, y utilizaban los fotosintetizadores prácticamente para todo: como alimento, materiales de construcción, incluso como ayuda a la reproducción.

Finalmente, El Águila dijo a Nicole que debían marcharse. Ésta agitó la mano en dirección al alienígena, que continuaba apretado contra la ventana. La criatura respondió con una última efusión de burbujas y desentrelazó sus dos extremos. Instantes después, la distancia entre las dos cápsulas era ya de cientos de metros.

Reinaba de nuevo la oscuridad en la esfera. El Águila permanecía silenciosa. Nicole desbordaba de júbilo. Su mente continuaba funcionando rápidamente, formulando todavía preguntas a la criatura alienígena con quien había sostenido aquel breve encuentro. «¿Tienen ustedes familias? —pensó—. Y, en tal caso, ¿cómo viven juntas criaturas diferentes? ¿Pueden comunicarse con los moradores del fondo que son sus hijos?».

Otro género de pregunta se introdujo en el torrente mental de Nicole, que se sintió de pronto ligeramente decepcionada de sí misma. «He sido demasiado clínica, demasiado científica —pensó—. Debería haberle preguntado acerca de Dios, de la vida después de la muerte, incluso acerca de la ética».

—Habría sido virtualmente imposible sostener lo que usted llamaría una conversación filosófica —dijo El Águila momentos después, cuando Nicole expresó su insatisfacción por los temas que habían tratado—. No existía absolutamente ningún terreno común para una conversación semejante. A menos que cada uno de ustedes conocieran unos cuantos datos básicos acerca del otro, faltaban referencias para una discusión sobre valores u otros temas significativos.

«Sin embargo —reflexionó Nicole—, habría podido intentarlo. ¿Quién sabe? El alienígena de forma de herradura podría haber tenido algunas respuestas…»

Un sonido de voces humanas arrancó a Nicole de su ensimismamiento. Mientras miraba interrogativamente a El Águila, la esfera dio una vuelta completa y Nicole vio que se estaban moviendo lentamente a sólo unos metros de distancia de su alojamiento.

Se encendió una luz en el dormitorio que compartían Michael y Simone.

—¿Es Benjy? —oyó Nicole que le susurraba su hija a su marido de hacía sólo unos días.

—Creo que sí —respondió Michael.

Nicole contempló en silencio cómo Simone se levantaba de la cama, se echaba la bata sobre los hombros y salía al pasillo. Al encender la luz del cuarto de estar, Simone vio a su retrasado hermano pequeño hecho un ovillo en el sofá.

—¿Qué haces aquí, Benjy? —preguntó dulcemente Simone—. Deberías estar en la cama; es muy, muy tarde. —Acarició el preocupado rostro de su hermano.

—No podía dormir —respondió Benjy sin esfuerzo—. Esta-ba in-quie-to por ma-má.

—Pronto vendrá a casa —dijo tranquilizadoramente Simone—. No tardará.

Nicole sintió un nudo en la garganta y se le humedecieron de lágrimas los ojos. Miró a El Águila, luego al iluminado apartamento que tenía delante y finalmente a los vehículos semejantes a luciérnagas que evolucionaban a lo lejos sobre su cabeza. Hizo una profunda inspiración.

—Está bien —dijo lentamente Nicole—. Grabaré el vídeo.

—Siento envidia —exclamó Richard—. Auténtica envidia. Habría dado mis dos brazos por una conversación con esa criatura.

—Fue asombroso —dijo Nicole—. Aun ahora me cuesta creer que haya sucedido realmente… Es también asombroso que El Águila supiera cómo reaccionaría yo a todo.

—Sólo estaba conjeturando. No podía esperar resolver tan fácilmente su problema contigo. Ni siquiera hiciste que respondiera a tu pregunta sobre la necesidad de una pareja reproductora…

—Sí que lo hice —replicó Nicole, un tanto a la defensiva—. Me explicó que la embriología humana es un proceso tan asombrosamente complicado que ni siquiera podrían ellos conocer el papel exacto desempeñado por una madre humana sin haber visto nunca madurar y desarrollarse un feto.

—Disculpa, querida —se apresuró a responder Richard—. No estaba insinuando que tuvieras realmente opción…

—Me pareció como si al menos estuviesen tratando de dar satisfacción a mis objeciones. —Nicole suspiró—. Quizá me estoy engañando a mí misma. Después de todo, al final grabé el vídeo, tal y como ellos lo habían planeado.

Richard rodeó a Nicole con los brazos.

—Como he dicho, no tenías realmente opción, querida. No seas demasiado dura contigo misma.

Nicole dio un beso a Richard y se incorporó en la cama.

—Pero ¿y si están tomando sus datos para poder preparar una invasión con éxito o algo parecido?

—Ya hemos hablado de todo eso antes —replicó Richard—. Su capacidad tecnológica está tan avanzada que podrían apoderarse de la Tierra en cuestión de minutos si fuese ése su objetivo. El propio Águila ha señalado que si la invasión y el sometimiento fueran el fin que se proponen, podrían lograrlo con un procedimiento mucho menos complicado.

—Ahora eres tú el confiado —observó Nicole, forzando una leve sonrisa.

—Confiado, no. Sólo realista. Estoy seguro de que el bienestar general de la especie humana no constituye un factor importante en la escala de prioridades de la Inteligencia Nodular. Pero creo que debes dejar de preocuparte por la posibilidad de ser cómplice de un crimen con tu vídeo. El Águila tiene razón. Muy probablemente, has hecho que el «proceso de adquisición» sea menos penoso para los habitantes de la Tierra.

Hubo unos minutos de silencio.

—Querido —dijo por último Nicole—. ¿Por qué crees que no vamos a ir directamente a la Tierra?

—Supongo que es porque tenemos que parar primero en algún otro lugar. Presumiblemente para recoger a otra especie que está en la misma fase del proyecto que nosotros.

—¿Y vivirán en ese otro módulo dentro de Rama?

—Yo diría que sí —respondió Richard.