5

La lanzadera se detuvo a varios cientos de kilómetros de El Hangar. La instalación tenía una forma extraña, completamente lisa en la base, pero redondeada en los lados y en la parte superior. Las tres factorías de El Hangar —una en cada extremo y otra en el centro— parecían desde el exterior cúpulas geodésicas. Se elevaban a sesenta o setenta kilómetros de altura sobre la base de la estructura. Entre estas factorías el techo era mucho más bajo, sólo ocho o diez kilómetros por encima de la base, con lo que el aspecto general de la parte superior de El Hangar era el que habría podido esperarse que ofreciese el lomo de un camello de tres jorobas, si semejante criatura hubiera existido jamás.

El Águila, Nicole y Richard se habían detenido para contemplar una nave estrella de mar que, según El Águila, había sido reacondicionada y se disponía ahora a emprender su siguiente viaje. La estrella de mar había salido de la joroba izquierda y el vehículo, pequeño en comparación con El Hangar o con Rama, pero de casi diez kilómetros desde su centro hasta el extremo de un radio, había empezado a girar nada más salir de El Hangar. Mientras la lanzadera permanecía «aparcada» a unos quince kilómetros de distancia, la estrella de mar aumentó su velocidad de rotación a diez revoluciones por minuto. Una vez que su velocidad de rotación se estabilizó, la estrella de mar se alejó rápidamente por la izquierda.

—Eso deja solamente a Rama —dijo El Águila—. La rueda gigante, que era la primera de la cola en que estaban ustedes en El Apeadero, se marchó hace cuatro meses. No necesitaba más que un reacondicionamiento mínimo.

Richard quería hacer una pregunta, pero se contuvo. Durante el vuelo desde El Nódulo ya había aprendido que El Águila les daba de manera voluntaria virtualmente toda la información que le estaba permitido comunicar.

—Rama ha sido todo un desafío —continuó El Águila—. Y aún no sabemos con seguridad cuándo terminaremos.

La lanzadera se aproximó a la cúpula derecha de El Hangar, en cuya superficie comenzaron a brillar unas luces. Al fijarse mejor, Richard y Nicole advirtieron que se habían abierto unas puertas.

—Necesitarán sus trajes —dijo El Águila—. Habría sido una extraordinaria hazaña de ingeniería diseñar este enorme lugar con medio ambiente variable.

Nicole y Richard se pusieron sus trajes mientras la lanzadera atracaba en una dársena muy similar a la del centro de transporte.

—¿Pueden oírme bien? —preguntó El Águila, comprobando el sistema de comunicación.

—Afirmativo —respondió Richard desde el interior de su casco.

Nicole y él se miraron y rieron al recordar sus tiempos de cosmonautas de la Newton.

El Águila les condujo por un corredor largo y ancho. Al llegar al final, torcieron a la derecha y, cruzando una puerta, salieron a una amplia balconada que se elevaba a diez kilómetros de altura por encima de una factoría más grande de lo que nadie podría imaginar. Nicole sintió flaquear las rodillas al mirar al gigantesco abismo. Pese a la ingravidez, tanto Richard como Nicole se sintieron recorridos por oleadas de vértigo. Los dos se apartaron al mismo tiempo. Se miraron mutuamente a los ojos, mientras trataban de comprender lo que acababan de ver.

—Es todo un panorama —comentó El Águila.

«No hay palabras para describirlo», pensó Nicole. Lentamente, volvió a bajar los ojos hacia el impresionante espectáculo. Esta vez se agarró con las dos manos a la barandilla para mantener el equilibrio.

La factoría que se extendía bajo ellos abarcaba todo el Hemicilindro Norte de Rama, desde la compuerta junto a la que habían atracado la Newton y por la que habían entrado hasta el final de la planicie Central, a orillas del mar Cilíndrico. No había ningún mar, ni tampoco ningún Nueva York ramano, pero había en aquella factoría casi tanto terreno como en todo el estado norteamericano de Rhode Island.

El cráter y el cuenco del extremo norte de Rama, incluida la corteza exterior, se hallaban aún completamente intactos. Estos segmentos de Rama estaban a la derecha de Richard, Nicole y El Águila, situado éste casi detrás de ellos en la plataforma. Delante, instalados en la barandilla, había una docena de telescopios, cada uno con una resolución diferente, a través de los cuales podían los tres ver las familiares escalas y escaleras, semejantes a las tres varillas de un paraguas, que contenían treinta mil peldaños para descender (o ascender) a la planicie Central de Rama.

El resto del Hemicilindro Norte estaba partido y yacía ante ellos en piezas, no directamente conectadas con el cuenco ni unas con otras, pero sí debidamente alineadas con los sectores adyacentes. Cada pieza tenía entre seis y ocho kilómetros cuadrados de extensión, aproximadamente, y, debido a la curvatura, sus bordes se elevaban a bastante altura del suelo.

—Es más fácil realizar los primeros trabajos en esta configuración —explicó El Águila—. Una vez que cerremos el cilindro costará más entrar y salir con todo el equipo.

A través de los telescopios, Richard y Nicole vieron que dos zonas diferentes de la planicie Central hervían de actividad. No podían ni tan siquiera empezar a contar el número de robots que iban y venían por el suelo de la factoría, bajo ellos. Ni, en muchos casos, podían tampoco determinar con exactitud qué estaban haciendo. Era ingeniería a una escala jamás soñada por los humanos.

—Les he traído primero aquí arriba para proporcionarles una perspectiva general —dijo El Águila—. Más tarde, bajaremos al suelo y podrán ver mejor los detalles.

Richard y Nicole le miraron, desconcertados. El Águila se echó a reír y continuó:

—Si miran con atención y ensamblan mentalmente las piezas, verán que se ha procedido a despejar por completo dos vastas regiones de la planicie Central, la que está junto al mar Cilíndrico y la que cubre una extensión que llega casi hasta el final de las escaleras. Ahí es donde se está realizando toda la nueva construcción. En el espacio existente entre estas dos áreas, Rama tiene exactamente el mismo aspecto que cuando ustedes salieron de ella. En esto nosotros nos regimos por la máxima general de cambiar solamente aquellas regiones que vayan a ser utilizadas en la misión siguiente.

A Richard se le iluminó el rostro.

—¿Nos está diciendo que esta nave espacial es utilizada una y otra vez? ¿Y que para cada misión solamente se realizan los cambios necesarios?

El Águila movió afirmativamente la cabeza.

—¿Que, por lo tanto, el conglomerado de rascacielos que nosotros llamamos Nueva York podría haber sido construido para una misión muy anterior y dejado sin modificación porque no era necesario introducir ningún cambio?

El Águila no respondió a la retórica pregunta de Richard. Estaba señalando a la zona septentrional de la planicie Central.

—Allí estará su hábitat. Acabamos de terminar la infraestructura, lo que ustedes llamarían los «servicios», incluidos los de agua, energía eléctrica, alcantarillado y control medioambiental de alto nivel. En el resto del proceso se puede admitir una flexibilidad de diseño. Por eso es por lo que les hemos traído aquí.

—¿Qué es aquel pequeño edificio abovedado situado al sur del área despejada? —preguntó Richard. Se sentía todavía aturdido ante la idea de que Nueva York pudiera ser un residuo, un resto de un viaje ramano anterior.

—Eso es el centro de control —respondió El Águila—. Las instalaciones que sirven a su hábitat quedarán alojadas ahí. De ordinario, el centro de control se encuentra oculto bajo el área habitada, en la corteza de Rama, pero en el caso de ustedes los diseñadores decidieron ponerlo en la planicie.

—¿Qué es aquella extensa región de allá? —preguntó Nicole, al tiempo que señalaba la zona despejada situada inmediatamente al norte de donde habría estado el mar Cilíndrico si Rama hubiera estado montada de nuevo por completo.

—No me está permitido decirles para qué es —respondió El Águila—. De hecho, me sorprende que se me haya permitido mostrarles que existe. De ordinario, los viajeros que regresan ignoran totalmente el contenido de su vehículo, fuera de su hábitat. El plan nominal es, naturalmente, que cada especie permanezca en el interior de su módulo.

—Mira aquel montículo o torre del centro —dijo Nicole a Richard, dirigiendo su atención hacia otra región—. Debe de tener casi dos kilómetros de altura.

—Y tiene forma de rosquilla. Quiero decir que el centro está hueco.

Podían ver que las paredes exteriores de lo que posiblemente era un segundo hábitat estaban ya muy avanzadas. Nada de su interior sería visible desde el suelo de la factoría.

—¿Puede damos una idea de quién o qué va a vivir allí? —preguntó Nicole.

—Vámonos —dijo El Águila, con tono firme y meneando la cabeza—. Es hora de que bajemos.

Richard y Nicole se separaron de los telescopios, echaron un rápido vistazo a la perspectiva general de su hábitat (cuya construcción no estaba tan avanzada como la del otro) y siguieron a El Águila al corredor. Después de caminar durante cinco minutos, llegaron a lo que El Águila les dijo que era un ascensor.

—Deben abrocharse muy cuidadosamente los cinturones de los asientos —dijo su guía—. Es un viaje muy violento.

La aceleración de su extraña cápsula oval fue intensa y rápida. Menos de dos minutos después, la deceleración fue igualmente brusca. Habían llegado al suelo de la factoría.

—¿Esta cosa se mueve a trescientos kilómetros por hora? —preguntó Richard, tras hacer unos rápidos cálculos mentales.

—A menos que tenga prisa —respondió El Águila.

Richard y Nicole le siguieron al suelo de la factoría. Ésta era inmensa. En muchos aspectos resultaba más impresionante que la propia Rama, porque casi la mitad de la gigantesca nave espacial yacía extendida en el suelo a su alrededor. Recordaron ambos la sensación de anonadamiento que habían experimentado al viajar en las telesillas de Rama y contemplar, más allá del mar Cilíndrico, los misteriosos cuernos del Cuenco Sur. Los sentimientos de reverencia y temor retornaron, incluso incrementados, mientras Richard y Nicole observaban la actividad que se desarrollaba por encima y alrededor de ellos en la factoría.

El ascensor les había depositado al nivel del suelo, junto a una de las secciones de su hábitat. Delante de ellos estaba la corteza de Rama. Comprobaron su espesor mientras caminaban desde la salida del ascensor.

—Unos doscientos metros de grosor —indicó Richard a Nicole, respondiendo a una pregunta que se habían hecho desde sus primeros días en Rama.

—¿Qué habrá debajo de nuestro hábitat, en la corteza? —preguntó Nicole.

El Águila levantó tres de sus cuatro dedos para indicar que estaban pidiendo información de nivel tres. Los dos humanos se echaron a reír.

—¿Irá usted con nosotros? —preguntó Nicole a El Águila momentos después.

—¿A su sistema solar? No, no puedo —respondió—. Pero reconozco que sería interesante.

El Águila les condujo a una zona de intensa actividad. Varias docenas de robots estaban trabajando en una voluminosa estructura cilíndrica de unos sesenta metros de altura.

—Ésta es la planta principal de reciclado de fluidos —dijo el Águila—. Todos los líquidos que llegan a los desagües o alcantarillas de su hábitat son finalmente enviados aquí. Se devuelve a la colonia el agua purificada y se conserva el resto de las sustancias químicas para otros posibles usos. Esta planta quedará cerrada y será inexpugnable. Utiliza tecnología muy superior al nivel de desarrollo alcanzado por ustedes.

El Águila les hizo subir luego por una escala y les condujo al interior del propio hábitat, que visitaron detenidamente. En cada sector, El Águila les enseñaba las principales características de aquella zona concreta y luego, sin detenerse, ordenaba a un robot que les transportase al sector adyacente.

—¿Qué quiere exactamente que hagamos aquí? —preguntó Nicole al cabo de varias horas, mientras El Águila se disponía a llevarles a otra parte más de su futuro hogar.

—Nada especial —respondió El Águila—. Esta será su única visita a la propia Rama. Queríamos que se hicieran una idea de las dimensiones de su hábitat por si lo necesitaban para sentirse más satisfechos con el proceso de diseño. En el Módulo de Alojamiento tenemos un modelo a escala un vigésimo por ciento; todo el resto de nuestro trabajo se hará allí. —Miró a Richard y a Nicole—. Podemos irnos cuando quieran.

Nicole se sentó en una caja de metal gris y miró a su alrededor. El número y la diversidad de los robots era suficiente para aturdirla. Desde el momento mismo en que salió a la balconada de la factoría se había sentido abrumada y ahora estaba totalmente desconcertada. Alargó la mano en dirección a Richard.

—Sé que debería estar estudiando lo que veo, querido, pero nada de ello tienen ya sentido para mí. Estoy saturada por completo.

—Yo también —confesó Richard—. Nunca hubiera creído posible que existiese algo más asombroso e impresionante que Rama, pero esta factoría lo es, ciertamente.

—¿Has pensado desde que estamos aquí —preguntó Nicole— qué aspecto tendrá la factoría que construyó este lugar? Mejor aún, imagina la cadena de montaje de El Nódulo.

Richard se echó a reír.

—Podemos continuar ese comentario en una regresión infinita. Si El Nódulo es realmente una máquina, como parece, sin duda que es una máquina de orden más elevado que Rama. Probablemente, Rama fue diseñada aquí. Yo diría que está controlada por El Nódulo. Pero ¿qué fue lo que creó El Nódulo y lo controla? ¿Fue una criatura como nosotros, el resultado de una evolución biológica? Y ¿existe todavía, en algún sentido que nosotros podamos comprender, o se ha convertido en alguna otra clase de entidad que se limita a dejar sentir su influencia por la existencia de estas asombrosas máquinas que creó?

Richard se sentó junto a su mujer.

—Es demasiado para mí. Supongo que yo también he tenido bastante… Volvamos con los niños.

Nicole se inclinó hacia él y le acarició.

—Eres un hombre muy inteligente, Richard Wakefield. Sabes que ésa es una de las razones por las que te quiero.

Un gran robot semejante a una pala cargadora mecánica pasó junto a ellos llevando varias láminas metálicas enrolladas. Richard volvió a menear la cabeza, asombrado.

—Gracias, cariño —dijo, tras una pausa—. Sabes que yo también te quiero.

Se pusieron en pie e hicieron señas a El Águila de que estaban preparados para marcharse.

La noche siguiente, en su apartamento del Módulo de Alojamiento, Richard y Nicole continuaban despiertos treinta minutos después de haber hecho el amor.

—¿Qué ocurre, querido? —preguntó Nicole—. ¿Algo marcha mal?

—Hoy he tenido otro acceso de vacío mental —le respondió Richard—. Duró casi tres horas.

Nicole lanzó una exclamación y se incorporó en la cama.

—¿Te encuentras bien ahora? ¿Cojo el escáner para ver si hay algo revelador en tu biometría?

—No —respondió Richard, meneando la cabeza—. Mis vacíos mentales nunca quedan recogidos en tu máquina. Pero éste me turbó realmente. Me he dado cuenta de lo incapacitado que quedo durante ellos. Apenas si puedo trabajar, y mucho menos ayudaros a ti o a los niños en cualquier clase de crisis. Me asustan.

—¿Recuerdas qué fue lo que provocó éste?

—En absoluto. Como siempre. Estaba pensando en nuestro viaje a El Hangar, especialmente en aquel otro hábitat. Inadvertidamente, empecé a recordar unas cuantas escenas inconexas de mi odisea y luego, de pronto, se produjo el vacío. Fue total. No estoy seguro de que te hubiera reconocido siquiera durante los cinco primeros minutos.

—Lo siento, querido —dijo Nicole.

—Es casi como si alguien estuviese observando mis pensamientos. Y cuando llego a una determinada sección de mi memoria, zas, recibo una especie de aviso.

Richard y Nicole permanecieron casi un minuto en silencio.

—Cuando cierro los ojos —dijo Nicole—, veo todavía a todos aquellos robots moviéndose por el interior de Rama.

—Yo también.

—Y, sin embargo, me cuesta creer que fuese una escena real y no algo que haya soñado o visto en una película. —Nicole sonrió—. Hemos vivido una vida increíble durante estos catorce últimos años, ¿verdad?

—Desde luego —respondió Richard, volviéndose de costado en su habitual postura para dormir—. Y ¿quién sabe? Quizá nos aguarde todavía la parte más interesante.