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El desayuno fue una celebración. Encargaron un festín a los excepcionales cocineros que preparaban sus comidas. Los diseñadores de su apartamento habían tenido la atención de proveerles de varios tipos de hornos y de un frigorífico completo por si querían prepararse ellos mismos sus comidas a partir de las materias primas. Pero los cocineros alienígenas (o robots) eran tan buenos, y aprendían tan rápidamente, que Nicole y su familia casi nunca se preparaban la comida; se limitaban a pulsar el botón blanco y a pedir lo que querían.

—Yo quiero tortitas esta mañana —anunció Katie en la cocina.

—Yo también, yo también —añadió su inseparable Patrick.

—¿Qué clase de tortitas? —salmodió la voz—. Tenemos cuatro tipos diferentes en nuestra memoria. Las hay de alforfón, de nata…

—De nata —le interrumpió Katie—. Tres en total. —Miró a su hermano pequeño—. Mejor que sean cuatro.

—Con nata y almíbar —gritó Patrick.

—Cuatro tortitas con nata y almíbar —dijo la voz—. ¿Algo más?

—Un zumo de manzana y otro de naranja también —respondió Katie, tras una breve consulta con Patrick.

—Seis minutos y dieciocho segundos —dijo la voz.

Cuando el desayuno estuvo listo, la familia se reunió en torno a la mesa redonda de la cocina. Los niños más pequeños explicaron a Nicole lo que habían estado haciendo durante su ausencia. Patrick se sentía especialmente orgulloso de su nuevo récord personal en los cincuenta metros lisos en la sala de ejercicios. Benjy contó laboriosamente hasta diez y todo el mundo aplaudió. Acababan de terminar el desayuno y estaban retirando los platos de la mesa cuando sonó el timbre de la puerta.

Los adultos se miraron y Richard fue hasta la consola de control, donde conectó el monitor de vídeo. El Águila se encontraba delante de la puerta.

—Espero que no sea otra prueba —exclamó espontáneamente Patrick.

—No…, no, no creo —dijo Nicole, al tiempo que se dirigía hacia la entrada—. Probablemente ha venido a darnos los resultados de los últimos experimentos.

Nicole hizo una profunda inspiración antes de abrir la puerta. Por muchas veces que se encontrara con El Águila, su nivel de adrenalina aumentaba en su presencia. ¿Por qué le ocurría eso? ¿Eran sus impresionantes conocimientos lo que le asustaba? ¿O el poder que ejercía sobre ellos? ¿O sólo el desconcertante hecho de su existencia?

El Águila le saludó con lo que ella había llegado a reconocer como una sonrisa.

—¿Puedo pasar? —preguntó con tono agradable—. Me gustaría hablar con usted, su marido y el señor O’Toole.

Nicole se lo quedó mirando fijamente, como siempre hacía. Era alto, de dos metros y cuarto quizá de estatura, y con forma de ser humano desde el cuello para abajo. No obstante, tenía los brazos y el busto cubiertos de pequeñas y entrelazadas plumas de color gris oscuro, a excepción de los cuatro dedos de cada mano, que presentaban una lechosa tonalidad blanca y carecían de plumas. De cintura para abajo, la superficie del cuerpo de El Águila era de color carne, pero, por el brillo de su capa exterior, resultaba evidente que no se había hecho el menor intento de imitar la piel humana. No tenía vello por debajo de la cintura, ni tampoco articulaciones ni genitales visibles. Sus pies carecían de dedos. Al andar, se le marcaban a El Águila unas arrugas en la zona de las rodillas, pero esas arrugas desaparecían cuando permanecía en pie sin moverse.

El rostro de El Águila era fascinante. Su cabeza tenía dos grandes ojos de color azul claro a ambos lados de un prominente pico grisáceo. Cuando hablaba, se abría el pico y su perfecto inglés brotaba de alguna especie de laringe electrónica situada al fondo de su garganta. Las plumas de la parte superior de la cabeza eran blancas y contrastaban fuertemente con el gris oscuro del rostro, cuello y espalda. Las plumas de la cara eran escasas y dispersas.

—¿Puedo pasar? —repitió cortésmente El Águila cuando Nicole dejó transcurrir varios segundos sin moverse.

—Desde luego…, desde luego —respondió, apartándose de la puerta—. Disculpe… Es sólo que hacía tanto tiempo que no le veía…

—Buenos días, señor Wakefield, señor O’Toole. Hola, chicos —dijo El Águila al entrar en la sala de estar.

Patrick y Benjy retrocedieron al verle. De todos los niños, sólo Katie y la pequeña Ellie parecían no tenerle miedo.

—Buenos días —respondió Richard—. ¿Qué podemos hacer hoy por usted? —preguntó. Las visitas de El Águila nunca eran de mera cortesía. Siempre tenían alguna finalidad.

—Como le he dicho a su esposa en la puerta —contestó El Águila—, necesito hablar con ustedes, los tres adultos. ¿Puede Simone ocuparse de los otros niños durante una hora o cosa así mientras nosotros charlamos?

Nicole había empezado ya a llevar a los niños hacia la sala de juegos, cuando El Águila le contuvo.

—No será necesario —indicó—. Pueden utilizar todo el apartamento. Nosotros cuatro iremos a la sala de conferencias, al otro lado del corredor.

«Oh —pensó inmediatamente Nicole—, se trata de algo importante… Nunca hemos dejado a los niños solos en el apartamento». Se sintió de pronto muy preocupada por su seguridad.

—Discúlpeme, señor El Águila —dijo—. ¿Estarán bien aquí los niños? Quiero decir, ¿no irán a recibir visitantes especiales o algo parecido…?

—No, señora Wakefield —respondió El Águila, con monótona entonación—. Le doy mi palabra de que sus hijos no serán molestados.

En el pórtico, los tres humanos empezaron a ponerse sus trajes espaciales, pero El Águila les interrumpió.

—No será necesario —dijo—. Anoche reconfiguramos esta porción del sector. Hemos cerrado el corredor justo antes de la bifurcación y transformado toda esta zona en un hábitat terrestre. Podrán ustedes utilizar la sala de conferencias sin ponerse ninguna ropa especial.

El Águila comenzó a hablar tan pronto como hubieron tomado asiento en la amplia sala de conferencias situada al otro lado del corredor.

—Desde nuestro primer encuentro me han preguntado ustedes repetidamente qué están haciendo aquí, y yo no les he dado respuestas directas. Ahora que su serie final de pruebas de sueño ha quedado completada, y puedo decir que con éxito, se me ha autorizado para que les informe acerca de la fase siguiente de su misión.

»Se me ha concedido también permiso para decirles algo acerca de mí mismo. Como ustedes han sospechado, yo no soy una criatura viva; por lo menos, no conforme a su definición. —El Águila rio—. Fui creado por la inteligencia que gobierna El Nódulo para que me relacionase con ustedes en cuestiones delicadas. Nuestras primeras observaciones de su comportamiento ponían de manifiesto una renuencia por parte de ustedes a interactuar con voces desencarnadas.

Se había decidido ya crearme a mí, o algo similar, como emisario para tratar con su familia cuando usted, señor Wakefield, estuvo a punto de provocar un grave caos en este sector al intentar efectuar una visita no programada ni aprobada al Módulo de Administración. Mi aparición en aquel momento estaba destinada a impedir nuevos comportamientos desordenados.

»Hemos entrado ahora —continuó El Águila, después de sólo una momentánea vacilación— en el periodo más importante de su estancia aquí. La nave espacial que ustedes llaman Rama se encuentra en El Hangar, sometida a importantes renovaciones y a un nuevo diseño. Ustedes, seres humanos, participarán ahora en ese proceso de nuevo diseño, pues algunos de ustedes regresarán con Rama al sistema solar en que tuvieron su origen.

Richard y Nicole empezaron a la vez a interrumpirle.

—Déjenme terminar primero —dijo El Águila—. Hemos preparado muy cuidadosamente mis palabras para dar respuesta a todas las preguntas esperadas.

El pájaro-hombre alienígena miró a cada uno de los tres humanos sentados alrededor de la mesa antes de continuar, más lentamente.

—Observen también que sólo algunos de ustedes van a regresar. Señora Wakefield —dijo El Águila, dirigiéndose a Nicole—, usted sí volverá a viajar en Rama. Es una de las condiciones que imponemos a la misión. Dejaremos que usted y el resto de su familia decidan quiénes le acompañarán en el viaje. Puede irse sola, si lo desea, dejando a todos los demás aquí, en El Nódulo, o puede llevarse a algunos de los otros. Pero no pueden hacer todos ustedes el viaje en Rama. Por lo menos una pareja reproductora debe quedarse aquí, en El Nódulo, con el fin de garantizar algunos datos para nuestra enciclopedia, en el improbable caso de que fracase la misión de regreso.

»La finalidad fundamental de El Nódulo es catalogar las formas de vida existentes en esta parte de la galaxia. Las formas de vida que viajan por el espacio tienen la prioridad máxima, y nuestras especificaciones nos exigen recoger grandes cantidades de datos sobre todos y cada uno de los viajeros espaciales que encontremos. Para llevar a cabo esta tarea, hemos desarrollado, a lo largo de cientos de miles de años del tiempo de ustedes, un método de recogida de datos que reduce al mínimo la probabilidad de una intrusión catastrófica en la pauta evolutiva de esos viajeros espaciales, al tiempo que eleva al máximo la probabilidad de que obtengamos los datos vitales.

»Nuestra táctica fundamental implica el envío de naves espaciales de observación en misiones de reconocimiento, con la esperanza de atraer viajeros espaciales para poder identificarlos y determinar su fenotipo. Posteriormente, se vuelve a enviar la nave espacial con el mismo objetivo; primero, aumentar el grado de interacción y, en último término, capturar un subgrupo representativo de la especie para poder efectuar observaciones detalladas y prolongadas en un medio elegido por nosotros.

El Águila hizo una pausa. La mente y el corazón de Nicole funcionaban con frenética velocidad. Tenía muchas preguntas que hacer. ¿Por qué había sido ella especialmente seleccionada para regresar? ¿Podría ver a Genevieve? ¿Y qué quería decir exactamente El Águila con la palabra «capturar»? ¿Sabía que la palabra se interpretaba de ordinario en un sentido hostil? ¿Por qué…?

—Creo que yo he entendido la mayor parte de lo que ha dicho —intervino el primero Richard—, pero ha omitido usted cierta información crucial. ¿Por qué están recogiendo todos estos datos sobre especies viajeras por el espacio?

El Águila sonrió.

—En nuestra jerarquía de información hay tres niveles básicos. El acceso de un individuo o una especie a cada nivel se permite o se deniega con arreglo a una serie de criterios establecidos. Con mis anteriores manifestaciones, les hemos dado a ustedes por primera vez, como representantes de su especie, información del nivel dos. Es un tributo a su inteligencia que su pregunta inicial busque una respuesta que se halla clasificada en el nivel tres.

—¿Significa toda esa ampulosa palabrería que no nos lo va a decir? —preguntó Richard, riendo nerviosamente.

El Águila asintió con la cabeza.

—¿Quiere decirnos por qué se me exige sólo a mí realizar el viaje de regreso? —preguntó entonces Nicole.

—Hay muchas razones —respondió El Águila—. En primer lugar, creemos que es usted la mejor dotada físicamente para el viaje de regreso. Nuestros datos indican también que su superior capacidad de comunicación será de extraordinario valor una vez que se complete la fase de captura de la misión. Existen también consideraciones adicionales, pero son menos importantes.

—¿Cuándo nos marcharemos? —preguntó Richard.

—No es seguro. Parte del programa depende de ustedes. Cuando esté fijada de manera definitiva una fecha de salida se lo haremos saber. Pero puedo decirles que, casi con toda seguridad, será antes de cuatro de sus meses.

«Nos vamos a marchar muy pronto —pensó Nicole—. Y por lo menos dos de nosotros deben quedarse aquí. Pero quién…»

—¿Cualquier pareja reproductora puede quedarse en El Nódulo? —preguntó ahora Michael, siguiendo la misma línea de pensamiento que Nicole.

—Casi, señor O’Toole —respondió El Águila—. La niña más pequeña, Ellie, no sería aceptable con usted como compañero, ya que no podríamos mantenerle a usted vivo y fecundo hasta que ella alcanzara la madurez sexual, pero podría admitirse cualquier otra combinación. Debemos tener una alta probabilidad de engendrar una descendencia sana.

—¿Por qué? —preguntó Nicole.

—Existe una probabilidad, pequeña pero finita, de que su misión fracase y de que la pareja que quede en El Nódulo sean los únicos humanos que podamos observar. Como jóvenes viajeros del espacio que han llegado a esa fase sin la habitual ayuda, son ustedes especialmente interesantes para nosotros.

La conversación podría haber durado indefinidamente. Sin embargo, después de varias preguntas más, El Águila se levantó bruscamente y anunció que su participación en la conferencia había terminado. Instó a los humanos a resolver rápidamente la cuestión de la «asignación», como él la llamaba, pues se proponía empezar a trabajar casi inmediatamente con los miembros de la familia que fuesen a regresar en dirección a la Tierra. Ellos deberían ayudarle a diseñar el «módulo terrestre en el interior de Rama». Sin más explicaciones adicionales, abandonó la estancia.

Los tres adultos acordaron no contar a los niños los detalles más importantes de su reunión con El Águila por lo menos durante un día, hasta que tuvieran la oportunidad de reflexionar y conversar entre ellos. Por la noche, una vez que los niños se hubieron acostado, Nicole, Richard y Michael se quedaron hablando en el cuarto de estar del apartamento.

Nicole inició la conversación reconociendo que se sentía furiosa e impotente. Pese a que El Águila se había mostrado muy amable, dijo, básicamente les había ordenado participar en la misión de regreso. ¿Y cómo podían negarse? La familia entera dependía por completo de El Águila —o, al menos, de la inteligencia que representaba— para su supervivencia.

No se había formulado ninguna amenaza, pero no hacían falta amenazas. No tenían más opción que obedecer las instrucciones de El Águila.

Pero ¿qué miembros de la familia se quedarían en El Nódulo?, se preguntó Nicole en voz alta. Michael dijo que era absolutamente esencial que por lo menos un adulto permaneciera en El Nódulo. Su argumentación era convincente. Dos cualesquiera de los niños, incluso Simone y Patrick, necesitarían el beneficio de la experiencia y la sabiduría de un adulto para tener alguna probabilidad de ser felices en aquellas circunstancias.

Michael se ofreció a quedarse en El Nódulo, diciendo que, de todos modos, era improbable que pudiera sobrevivir a un viaje de regreso.

Los tres estaban de acuerdo en que, evidentemente, la intención de la inteligencia nodular era mantener dormidos a los humanos durante la mayor parte del viaje de regreso al sistema solar. ¿Cuál era, si no, la finalidad de todas aquellas pruebas de sueño? A Nicole no le agradaba la idea de que los niños permanecieran inconscientes durante los críticos períodos de desarrollo de sus vidas. Sugirió regresar ella sola, dejando a todos los demás miembros de la familia en El Nódulo.

Después de todo, razonó, no era como si los niños fueran a tener una vida «normal» en la Tierra después de hacer el viaje.

—Si estamos interpretando correctamente a El Águila —dijo—, quien regrese acabará viajando como pasajero de Rama a algún otro lugar de la galaxia.

—No lo sabemos con seguridad —arguyó Richard—. Por el contrario, quien se quede aquí está casi con toda certeza condenado a no ver jamás a ningún ser humano distinto de los de la familia.

Richard añadió que él se proponía efectuar el viaje de regreso cualesquiera que fuesen las circunstancias, no sólo para acompañar a Nicole, sino también para experimentar la aventura.

No pudieron durante la discusión de aquella primera noche llegar a un acuerdo sobre la distribución de los niños. Pero sí resolvieron definitivamente la cuestión de qué iban a hacer los adultos. Michael O’Toole se quedaría en El Nódulo. Nicole y Richard realizarían el viaje de regreso al sistema solar.

En la cama, después de la reunión, Nicole no podía conciliar el sueño. Repasaba mentalmente una y otra vez las distintas opciones. Estaba segura de que Simone haría una mejor madre que Katie. Además, Simone y tío Michael eran sumamente compatibles, y Katie no querría separarse de su padre. Pero ¿quién debía quedarse para emparejarse con Simone? ¿Debía ser Benjy, que quería con locura a su hermana, pero que nunca podría sostener una conversación inteligente?

Nicole permaneció dando vueltas agitadamente en la cama durante horas. La verdad era que no le gustaba ninguna de las opciones. Se daba perfecta cuenta de cuál era la fuente de su desasosiego. Cualquiera que fuese el modo en que se resolviera la cuestión, se vería obligada una vez más a separarse, probablemente para siempre, de por lo menos varios miembros de la familia que amaba. Mientras yacía tendida en la cama en medio de la noche, retornaron para acosarla los fantasmas y el dolor de separaciones pasadas. Nicole sentía destrozársele el corazón al imaginar la despedida que se produciría pocos meses después. Imágenes de su madre, de su padre y de Genevieve le laceraban el alma.

«Quizá la vida no es más que eso —pensó en un momentáneo acceso de depresión—. Una interminable sucesión de dolorosas despedidas».