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Nicole estaba bailando. Su pareja en el vals era Henry. Eran jóvenes y estaban muy enamorados. La bella música llenaba la inmensa sala de baile mientras las veintitantas parejas se movían rítmicamente por la pista. Nicole estaba deslumbrante con su blanco vestido largo. Los ojos de Henry no se separaban de los suyos. La tenía agarrada firmemente por la cintura, pero de alguna manera ella se sentía libre por completo.

Su padre era una de las personas que se hallaban alrededor de la pista de baile. Estaba apoyado contra una voluminosa columna que se elevaba a casi siete metros de altura hasta el abovedado techo. Saludaba con la mano y sonreía cuando Nicole pasaba bailando en brazos de su príncipe.

El vals parecía durar una eternidad. Cuando finalmente terminó, Henry cogió a Nicole las manos y le dijo que tenía que hacerle una pregunta muy importante. En ese momento, su padre le tocó la espalda.

—Nicole —susurró—, debemos irnos. Es muy tarde.

Nicole hizo una reverencia al príncipe. Henry se resistía a soltarle las manos.

—Mañana —dijo—. Hablaremos mañana. —Le echó un beso mientras ella abandonaba la pista.

Cuando Nicole salió al exterior, comenzaba a ponerse el sol. El sedán de su padre estaba esperando. Instantes después, mientras rodaban a toda velocidad por la carretera que discurría junto al Loira, iba vestida con blusa y vaqueros. Nicole era más joven ahora, de unos catorce años, y su padre conducía mucho más de prisa que de costumbre.

—No queremos llegar tarde —dijo—. El espectáculo empieza a las ocho en punto.

Apareció ante ellos el Cháteau d’Ussé. Con sus numerosas torres y agujas, el castillo había inspirado el cuento original de La Bella Durmiente. Estaba a sólo veinte kilómetros río abajo de Beauvois y siempre había sido uno de los lugares favoritos de su padre.

Era la noche de la función anual en que se representaba en público la historia de La Bella Durmiente. Pierre y Nicole asistían todos los años. Cada vez, Nicole anhelaba desesperadamente que Aurora evitase la rueca mortal que la haría caer en coma. Y cada año derramaba lágrimas de adolescente cuando el beso del hermoso príncipe despertaba a la bella muchacha de su sueño semejante a la muerte.

La función había terminado, el público se había ido. Nicole estaba subiendo la escalera de caracol que llevaba a la torre en que, supuestamente, había caído en coma La Bella Durmiente. La muchacha corría escaleras arriba, riendo y dejando muy atrás a su padre.

La habitación de Aurora estaba al otro lado de la alargada ventana. Nicole recobró el aliento y se quedó mirando el suntuoso mobiliario. La cama se hallaba provista de dosel y las cómodas estaban ricamente decoradas, todo en la habitación estaba adornado en blanco. La estancia era espléndida. Nicole volvió la vista hacia la muchacha dormida y contuvo una exclamación. ¡Era ella, Nicole, tendida en la cama con una túnica blanca!

El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho mientras oía abrirse la puerta y el sonido de pasos que se acercaban a ella en el aposento. Mantuvo los ojos cerrados en tanto que hasta ella llegaba el aroma del mentolado aliento de él. Esto es, se dijo excitadamente a sí misma. Él la besó, suavemente, en los labios. Nicole sentía como si volara en una mullida nube. Estaba rodeada de música. Abrió los ojos y vio el sonriente rostro de Henry a sólo unos centímetros de distancia. Extendió los brazos hacia él y él la besó de nuevo, esta vez con pasión, como besa un hombre a una mujer.

Nicole le besó también, rendidamente, dejando que su beso le dijera que era suya. Pero él se apartó. Su príncipe especial tenía fruncido el ceño. Señaló con el dedo la cara de Nicole. Luego, retrocedió lentamente y salió de la habitación.

Acababa ella de echarse a llorar cuando un lejano sonido se introdujo en su sueño. Se estaba abriendo una puerta y penetraba luz en la habitación. Nicole parpadeó y, luego, cerró de nuevo los ojos para protegerlos de la luz. El complicado conjunto de ultrafinos cables de un material semejante al plástico que se hallaban sujetos a su cuerpo se rebobinó automáticamente en los receptáculos situados a ambos lados de la estera de lona en que estaba durmiendo.

Nicole despertó muy lentamente. El sueño había sido en extremo vívido. Sus sentimientos de infelicidad no se habían desvanecido con tanta presteza como el sueño. Trató de ahuyentar su desesperación recordándose a sí misma que nada de lo que había soñado era real.

—¿Vas a quedarte ahí tumbada para siempre? —Su hija Katie, que había estado durmiendo junto a ella, a su izquierda, se hallaba ya levantada y mirándola desde arriba.

Nicole sonrió.

—No —respondió—, pero reconozco que estoy bastante aturdida. Estaba en medio de un sueño… ¿Cuánto tiempo hemos dormido esta vez?

—Cinco semanas menos un día —respondió Simone desde el otro lado. Su hija mayor estaba sentada, arreglándose distraídamente los largos cabellos, que se le habían enredado durante la prueba.

Nicole miró su reloj, comprobó que Simone tenía razón y se incorporó. Bostezó.

—¿Y qué tal os encontráis vosotras? —preguntó a las dos niñas.

—Llena de energía —respondió con una sonrisa Katie, de once años—. Quiero correr, saltar, luchar con Patrick… Espero que éste haya sido nuestro último sueño largo.

—El Águila dijo que lo sería —respondió Nicole—. Esperan tener ya datos suficientes. —Sonrió—. El Águila dice que nosotras, las mujeres somos más difíciles de comprender a causa de las notables variaciones que se producen mensualmente en nuestras hormonas.

Nicole se puso en pie, se estiró y dio un beso a Katie. Luego se volvió y abrazó a Simone. Aunque aún no había cumplido catorce años, Simone era casi tan alta como Nicole. Era una jovencita notable, de rostro moreno y ojos dulces y sensitivos. Simone siempre ofrecía un aspecto tranquilo y serena en acusado contraste con la agitación y la impaciencia de Katie.

—¿Por qué no vino Ellie con nosotras para esta prueba? —pregunto Katie con tono levemente quejumbroso—. Ella es chica también, pero parece que nunca tiene que hacer nada.

Nicole le pasó a Katie el brazo por los hombros mientras se dirigían las tres hacia la puerta y hacia la luz.

—Sólo tiene cuatro años, Katie, y, según El Águila, Ellie es demasiado pequeña para darles ninguno de los datos críticos que todavía necesitan.

En el pequeño e iluminado vestíbulo, contiguo a la habitación en que habían estado durmiendo cinco semanas, se pusieron los ajustados trajes de una pieza, los cascos transparentes y las zapatillas que sujetaban sus pies al suelo. Nicole pasó revista cuidadosamente a las dos niñas antes de activar la puerta exterior del compartimiento No necesitaba haberse preocupado. La puerta no se habría abierto si alguna de ellas no hubiera estado preparada para enfrentarse a los cambios ambientales.

Si Nicole y sus hijas no hubieran visto ya varias veces la amplia estancia existente junto a su compartimiento, se habrían detenido asombradas y habrían permanecido varios minutos contemplándola. Ante ellas se extendía una cámara alargada de cien metros, o más, de longitud y cincuenta metros de anchura. Sobre ellas, el techo, lleno de baterías de luces, se elevaba a unos cinco metros de altura. La estancia parecía una mezcla de quirófano y fábrica de semiconductores de la Tierra. No había paredes ni cubículos que la dividieran en secciones, pero sus rectangulares dimensiones se hallaban claramente repartidas en tareas diferentes. La estancia bullía de actividad; los robots estaban analizando los datos obtenidos en una serie de pruebas o preparando otra. A lo largo de los lados de la estancia había compartimientos, semejantes a aquél en que Nicole, Simone y Katie habían permanecido cinco semanas durmiendo, en los que se llevaban a cabo los «experimentos».

Katie se dirigió hacia el compartimiento más próximo de la izquierda. Estaba situado en el rincón y se hallaba suspendido de la pared y el techo a lo largo de dos ejes perpendiculares. Una pantalla empotrada junto a la metálica puerta mostraba una amplia serie de lo que presumiblemente eran datos escritos en extraños caracteres de tipo cuneiforme.

—¿No estuvimos en éste la última vez? —preguntó Katie, señalando al compartimiento—. ¿No fue aquí donde estuvimos durmiendo en aquella extraña espuma blanca y sintiendo toda la presión?

Su pregunta fue transmitida al interior de los cascos de su madre y su hermana. Nicole y Simone movieron afirmativamente la cabeza y contemplaron con Katie la ininteligible pantalla.

—Vuestro padre cree que están tratando de encontrar la manera de que podamos dormir durante todo un régimen de aceleración que dure varios meses —dijo Nicole—. El Águila no quiere ni confirmar ni negar esa conjetura.

Aunque las tres mujeres habían sido sometidas juntas a cuatro pruebas distintas en aquel laboratorio, ninguna de ellas había visto forma alguna de vida o inteligencia, a excepción de la docena, o cosa así, de alienígenas mecánicos que parecían dirigirlo. Los humanos llamaban a estos seres «robots de bloque» porque, a excepción de sus «pies» cilíndricos que les permitían deslizarse por el suelo, todas las criaturas estaban hechas de sólidos prismas rectangulares semejantes a los bloques con que los niños jugaban en la Tierra.

—¿Por qué crees que nunca hemos visto a ninguno de los otros? —preguntó ahora Katie—. Aquí dentro, quiero decir. Los vemos durante uno o dos segundos en el metro y eso es todo. Sabemos que están aquí; no somos nosotros los únicos a quienes se hacen pruebas.

—Esta sala está programada muy cuidadosamente —indicó su madre—. Es evidente que se pretende que no veamos a los Otros, salvo al pasar.

—Pero ¿por qué? El Águila debería… —insistió Katie.

—Perdona —le interrumpió Simone—, pero creo que Bloque Grande viene a vernos.

El más grande de los robots de bloque solía permanecer en la cuadrada zona de control existente en el centro de la estancia y vigilaba todos los experimentos que se estaban realizando. En aquel momento avanzaba hacia ellas por una de las sendas que formaban una especie de parrilla en la sala.

Katie se dirigió hacia otro compartimiento situado a unos veinte metros de distancia. Por el monitor existente en su pared exterior podía darse cuenta de que se estaba efectuando un experimento en su interior. De pronto, golpeó fuertemente el metal con su enguantada mano.

—¡Katie! —gritó Nicole—. Basta. —Casi simultáneamente llegó un sonido de Bloque Grande. Estaba a unos cincuenta metros de distancia y se aproximaba rápidamente a ellas—. No debes hacer eso —dijo, en perfecto inglés.

—¿Y qué vas a hacer tú al respecto? —preguntó con tono desafiante Katie, mientras Bloque Grande, con sus cinco metros cuadrados de superficie, hacía caso omiso de Nicole y Simone y se dirigía hacia la niña.

Nicole corrió a proteger a su hija.

—Debéis marcharos ahora —dijo Bloque Grande, detenido ante Nicole y Katie a sólo un par de metros de distancia—. Vuestra prueba ha terminado. La salida está allí, donde se ven aquellas luces.

Nicole estiró firmemente del brazo a Katie y la niña acompaño de mala gana a su madre en dirección a la salida.

—Pero ¿qué harían —preguntó obstinadamente Katie— si decidiéramos quedarnos aquí hasta que terminara otro experimento? ¿Quién sabe? Quizás en estos momentos está ahí dentro uno de nuestros aracnopulpos. ¿Por qué no se nos permite estar con nadie más?

—El Águila ha explicado varias veces —respondió Nicole, con un leve temblor de ira en la voz— que durante «esta fase» se nos permitirán «avistamientos» de otras criaturas, pero no ningún contacto adicional. Tu padre ha preguntado repetidamente por qué y El Águila siempre ha respondido que lo sabremos a su debido tiempo… Y me gustaría que procurases no ser tan difícil, jovencita.

—No es muy diferente de estar en la cárcel —refunfuñó Katie—. Aquí sólo tenemos una libertad limitada. Y nunca se nos dicen las respuestas a las preguntas realmente importantes.

Habían llegado al largo pasadizo que comunicaba el centro de transporte con el laboratorio. Un pequeño vehículo, estacionado junto a una pista móvil, les estaba esperando. Cuando se sentaron, la parte superior del coche se cerró sobre ellas y se encendieron las luces del interior.

—Antes de que lo preguntes —dijo Nicole a Katie, quitándose el casco mientras empezaban a moverse—, no se nos permite ver durante esta parte del transporte porque pasamos por sectores del Módulo de Ingeniería que nos están vedados. Tu padre y tío Michael hicieron esta serie de preguntas después de su primera prueba de sueño.

—¿Estás de acuerdo con papá —preguntó Simone al cabo de varios minutos de silencio— en que se nos han hecho todas estas pruebas de sueño como preparación para alguna clase de viaje espacial?

—Parece probable —respondió Nicole—. Pero, naturalmente, no lo sabemos con seguridad.

—¿Y adónde nos van a enviar? —preguntó Katie.

—No tengo ni idea —respondió Nicole—. El Águila se ha mostrado muy evasivo con respecto a todas las preguntas acerca de nuestro futuro.

El coche se estaba moviendo a unos veinte kilómetros por hora. Al cabo de quince minutos se detuvo. La «tapa» del vehículo se levantó tan pronto como se hubieron puesto de nuevo los cascos. Las mujeres salieron al centro principal de transporte del Módulo de Ingeniería. Se hallaba dispuesto en un círculo y tenía una altura de veinte metros. Además de media docena de cintas deslizantes que conducían al interior del módulo, el centro contenía dos grandes estructuras provistas de diversos niveles, de las que partían bruñidos vagones de metro. Estos vagones transportaban equipo, robots y criaturas vivas de un lugar a otro entre los Módulos de Alojamiento, Ingeniería y Administración, los tres enormes complejos esféricos que eran los componentes fundamentales de El Nódulo.

Tan pronto como entraron en la sección, Nicole y sus hijas oyeron una voz en los receptores de sus cascos.

—Su vagón estará en el segundo nivel. Tomen el ascensor de la derecha. Saldrán dentro de cuatro minutos.

Katie volvió la cabeza a uno y otro lado, observando el centro del transporte. Podía ver cajas de material, coches que esperaban para llevar viajeros a sus puntos de destino en el interior del Módulo de Ingeniería, luces, ascensores y andenes. Pero no había nada en movimiento. Ni robots ni criaturas vivas.

—¿Qué pasaría —les dijo a su madre y a su hermana— si nos negásemos a subir allí? —Se detuvo en medio de la estación—. Entonces quedarían desbaratados vuestros planes —gritó, dirigiéndose hacia el alto techo.

—Vamos, Katie —exclamó Nicole, con impaciencia—, acabamos de pasar por esto en el laboratorio.

Katie echó a andar de nuevo.

—Pero yo quiero ver algo diferente —se quejó—. Sé que este lugar no está siempre tan desierto. ¿Por qué se nos mantiene aisladas? Es como si fuésemos impuras o algo así.

—Su vagón saldrá dentro de dos minutos —dijo la desencarnada voz—. Segundo nivel de la derecha.

—Es sorprendente que los robots y los controladores puedan comunicarse con todas las especies en el idioma propio de cada una —comentó Simone cuando llegaron al ascensor.

—A mí me parece horrible —replicó Katie—. Aunque sólo fuese una vez, me gustaría ver que la persona o cosa que controla este lugar cometía un error. Todo es demasiado perfecto. Me gustaría oírles hablarnos en avícola. O incluso hablarles en avícola a los avícolas.

En el segundo nivel, caminaron unos cuarenta metros a lo largo de un andén hasta llegar junto a un vehículo transparente que tenía forma de bala y el tamaño de un automóvil terrestre muy grande. Se hallaba estacionado, como siempre, en una vía del lado izquierdo de la mediana. Las otras tres se encontraban en aquel momento desiertas.

Nicole se volvió y miró más allá del centro de transporte. A sesenta grados de distancia a lo largo de círculo había una estación idéntica. Los vagones de aquel lado iban al Módulo de Administración. Simone estaba mirando a su madre.

—¿Has estado alguna vez allí? —preguntó.

—No —respondió Nicole—. Pero apuesto a que sería interesante. Tu padre dice que resulta maravillosamente extraño visto de cerca.

«Richard tenía que explorar», pensó Nicole, recordando la noche en que, hacía casi un año, su marido salió a visitar el Módulo de Administración. Nicole se estremeció. Había salido con Richard al pórtico de su apartamento y había intentado disuadirle mientras él se ponía su traje espacial. Había descubierto el modo de burlar al monitor de la puerta (al día siguiente estaba instalado un nuevo y perfeccionado sistema) y no podía esperar por más tiempo a echar un vistazo sin ser vigilado.

Nicole no había dormido apenas aquella noche. Ya de madrugada, el panel luminoso había indicado que alguien o algo estaba en el pórtico. Cuando miró en el monitor, vio que se encontraba allí un extraño hombre-pájaro que sostenía en brazos a su marido inconsciente. Aquél había sido su primer contacto con El Águila…

El impulso del vagón al ponerse en marcha les oprimió contra los respaldos de los asientos y devolvió a Nicole al presente. Salieron rápidamente del Módulo de Ingeniería. En menos de un minuto, circulaban a toda velocidad por el largo y sumamente estrecho cilindro que conectaba los dos módulos.

La mediana y cuatro vías estaban en el centro del largo cilindro. A su derecha, a lo lejos, las luces del esférico Módulo de Administración resplandecían sobre un fondo azulado. Katie había sacado sus prismáticos.

—Quiero estar preparada —dijo—. Siempre pasan muy de prisa.

Varios minutos después, anunció: «Ya viene», y las tres mujeres se apretujaron contra el lado derecho del vehículo. A lo lejos, otro vagón se aproximaba por el extremo opuesto. Al cabo de unos instantes, llegó a su altura y los humanos no tuvieron más que un segundo para mirar a los ocupantes del vehículo que se dirigía al Módulo de Ingeniería.

—¡Uau! —exclamó Katie, cuando el vehículo pasó velozmente.

—Había dos tipos diferentes —dijo Simone.

—Ocho o diez criaturas en total.

—Unos eran rosados; los otros, dorados. Pero la mayor parte esféricos.

—Y esos tentáculos largos y finos, como de gasa… ¿Qué tamaño crees que tienen, madre?

—Cinco, quizá seis metros de diámetro —respondió Nicole—. Son mucho más grandes que nosotros.

—¡Uau! —volvió a exclamar Katie—. Ha sido realmente estupendo.

Había excitación en sus ojos. Le encantaba sentir la adrenalina precipitarse por su sistema.

«Yo tampoco he dejado nunca de sentirme sorprendida —pensó Nicole—. Ni una sola vez durante estos trece meses. Pero ¿es esto todo lo que hay? ¿Se nos ha traído hasta aquí desde la Tierra sólo para someternos a pruebas? ¿Y para que nos sintamos excitados por la existencia de criaturas de otros mundos? ¿O existe algún otro propósito, más profundo?».

Se hizo un momentáneo silencio en el veloz vehículo. Nicole, que iba sentada en medio, atrajo hacia sí a sus dos hijas.

—Sabéis que os quiero, ¿verdad? —dijo.

—Sí, madre —respondió Simone—. Y nosotras te queremos a ti.