13 de abril de 2209
Hemos tenido un día increíble. Poco después de comer, mientras estaba sentada junto a Richard, comprobando rutinariamente toda su biometría, Katie me preguntó si podía jugar con el príncipe Hal y Falstaff.
—Desde luego —respondí sin pensar. Estaba segura de que los pequeños robots no funcionaban y, a decir verdad, quería que saliera de la habitación para poder probar otra técnica destinada a sacar a Richard de su coma.
Nunca he visto un coma que se parezca ni remotamente al de Richard. Sus ojos permanecen abiertos casi todo el tiempo y, a veces, parecen incluso estar siguiendo a un objeto situado en su campo visual. Pero no hay otros signos de vida ni de consciencia. Nunca mueve ningún músculo. He utilizado varios estímulos, algunos mecánicos, la mayoría químicos, para tratar de sacarle de su estado comatoso. Ninguno de ellos ha dado resultado. Por eso es por lo que no estaba en absoluto preparada para lo que ha sucedido hoy.
Unos diez minutos después de que Katie hubiera salido, oí una extraña mezcla de sonidos que llegaban de la habitación de las niñas. Me separé de Richard y salí al pasillo. Antes de llegar a la habitación de los niños, el extraño ruido se resolvió en unas palabras pronunciadas con timbre metálico y ritmo muy peculiar.
—Hola —dijo una voz que sonaba como si estuviera en el fondo de un pozo—. Somos pacíficos. Aquí está su hombre.
La voz procedía del príncipe Hal, que estaba de pie en medio de la habitación de los niños cuando yo entré. Los niños estaban en el suelo, rodeando al robot, con aire un tanto dubitativo a excepción de Katie. Ésta se hallaba claramente excitada.
—Estaba jugando con los botones —me explicó Katie cuando le dirigí una mirada interrogativa—, y de pronto empezó a hablar.
Ningún movimiento acompañaba las palabras del príncipe Hal. «Qué extraño», pensé, recordando que Richard se enorgullecía de que sus robots siempre se movían y hablaban simultáneamente. «Richard no ha hecho esto», dijo una voz en el interior de mi cabeza, pero deseché la idea al principio. Me senté en el suelo, junto a los niños.
—Hola. Somos pacíficos. Aquí está su hombre —repitió el príncipe Hal unos segundos después.
Esta vez me invadió una extraña sensación. Las niñas continuaban riéndose, pero se interrumpieron rápidamente al advertir la extraña expresión dibujada en mi rostro. Benjy se me acercó gateando y me cogió la mano.
Estábamos sentados en el suelo, de espaldas a la puerta. De pronto, tuve la sensación de que había alguien detrás de mí. Me volví y vi a Richard, de pie en la puerta. Contuve una exclamación y me puse en pie de un salto en el momento en que él caía y perdía el conocimiento. Los niños lanzaron un grito y se echaron a llorar. Traté de calmarles, una vez que hube examinado rápidamente a Richard. Como Michael estaba arriba, en Nueva York, dando su paseo vespertino, atendí a Richard en el suelo, delante de la habitación de las niñas, durante más de una hora. En el transcurso de ese tiempo le observé con detenimiento. Estaba exactamente igual que cuando le habíamos dejado poco antes en el dormitorio. No presentaba ninguna señal de haber permanecido despierto durante treinta o cuarenta segundos.
Cuando volvió, Michael me ayudó a llevar a Richard al dormitorio. Estuvimos hablando durante más de una hora acerca de por qué se había despertado Richard tan bruscamente. Más tarde, leí y releí todos los artículos sobre el coma que había en mis libros de medicina. Estoy convencida de que el coma de Richard es consecuencia de una mezcla de problemas físicos y psicológicos. En mi opinión, el sonido de aquella extraña voz produjo en él un trauma que anuló temporalmente los factores causantes del coma.
Pero ¿por qué volvió a caer luego en él tan rápidamente? Ésa es una cuestión más difícil. Quizás había agotado su pequeña base de energía al recorrer el pasillo. No lo podemos saber realmente. De hecho, no podemos responder a la mayoría de las preguntas sobre lo sucedido hoy, incluida la que Katie no deja de formular: ¿Quiénes son los pacíficos?
1 de mayo de 2209
Quede constancia de que hoy Richard Colin Wakefield reconoció realmente a su familia y pronunció sus primeras palabras. Durante casi una semana ha estado aproximándose a este momento, al principio dando muestras de reconocimiento con la cara y los ojos y luego moviendo los labios como para formar palabras. Esta mañana me sonrió y casi pronunció mi nombre, pero su primera palabra real fue «Katie», pronunciada esta tarde después de que su querida hija le diera uno de sus vigorosos abrazos.
Hay una sensación de euforia en la familia, especialmente entre las niñas. Están celebrando el regreso de su padre. Les he dicho repetidamente a Simone y a Katie que la rehabilitación de Richard será casi con toda seguridad larga y penosa, pero supongo que son demasiado jóvenes para comprender lo que eso significa.
Soy una mujer muy feliz. Me fue imposible contener las lágrimas cuando Richard me susurró claramente «Nicole» al oído poco antes de la cena. Aunque me doy cuenta de que mi marido dista mucho de haber recuperado la normalidad, ahora estoy segura de que acabará por reponerse y eso me llena de alegría el corazón.
18 de agosto de 2209
Lenta pero incesantemente, Richard continúa mejorando. Ahora sólo duerme doce horas al día, puede caminar casi un kilómetro sin fatigarse y es capaz de concentrarse ocasionalmente en un problema que revista especial interés. Todavía no ha empezado a interactuar con los ramanos por medio del teclado y la pantalla. Pero ha desmontado al príncipe Hal e intentado infructuosamente determinar qué fue lo que causó la extraña voz en el cuarto de las niñas.
Richard es el primero en reconocer que no es el mismo de antes. Cuando puede hablar de ello, dice que está «en una nube, como en un sueño, pero sin nitidez». Han pasado más de tres meses desde que recuperó el conocimiento, pero sigue sin poder recordar gran cosa de lo que le sucedió después de separarse de nosotros. Cree que ha permanecido en coma durante casi todo el último año. Su estimación se basa más en vagas impresiones que en ningún dato concreto.
Richard insiste en que vivió varios meses en la madriguera de los avícolas y que estuvo presente en una espectacular cremación. No puede dar más detalles. Richard ha asegurado también dos veces que exploró el Hemicilindro Sur y encontró la ciudad principal de los aracnopulpos en las proximidades del Cuenco Sur, pero como lo que puede recordar cambia de un día para otro, resulta difícil conceder mucho crédito a ningún recuerdo concreto.
He reemplazado ya dos veces el juego de sondas biométricas de Richard y tengo abundantes datos de todos sus parámetros críticos. Sus gráficas son normales excepto en dos áreas: su actividad mental y su temperatura. Sus ondas cerebrales diarias desafían toda descripción. No hay nada en mi enciclopedia médica que me permita interpretar ningún par de esas gráficas, y mucho menos la serie completa. A veces, el nivel de actividad de su cerebro es astronómicamente alto; a veces, parece cesar del todo. Las mediciones electroquímicas son igualmente singulares. Su hipocampo permanece virtualmente inactivo; eso podría explicar por qué Richard está teniendo tantas dificultades con su memoria.
Su temperatura resulta también extraña. Lleva dos meses estabilizada en 37.8 grados centígrados, ocho décimas de grado por encima de lo normal en el ser humano. He revisado sus datos previos al vuelo; la temperatura «normal» de Richard en la Tierra se mantenía uniformemente en 36.9. No puedo explicar por qué persiste esta elevada temperatura. Es casi como si su cuerpo y algún agente patógeno se encontrasen en un equilibrio estable, sin que ninguno de ellos pudiera dominar al otro. Pero ¿qué agente patógeno podría ser el que eludiera todos mis intentos por identificarlo?
Los niños se han sentido especialmente decepcionados por el comportamiento lánguido y abatido de Richard. Probablemente lo mitificamos un tanto durante su ausencia, pero no hay duda de que antes era un hombre rebosante de energía. Este nuevo Richard es sólo una sombra del que era antes. Katie asegura que recuerda haber luchado y jugado vigorosamente con su padre cuando sólo tenía dos años (sin duda, su memoria se ha visto reforzada por los relatos que Michael, Simone y yo le hemos narrado mientras Richard se hallaba ausente) y le irrita con frecuencia el hecho de que ahora pase tan poco tiempo con ella. Yo trato de explicarle que «papá está enfermo todavía», pero no creo que mi explicación le calme.
Michael trasladó de nuevo todas mis cosas a esta habitación antes de que hubieran transcurrido veinticuatro horas desde el regreso de Richard. Es un hombre encantador. Durante varias semanas atravesó otra intensa fase religiosa (supongo que, en su mente, necesitaba ser perdonado de algunos horribles pecados), pero posteriormente se ha moderado debido a la carga de trabajo que pesa sobre mí. Se ha portado maravillosamente con los niños.
Simone se comporta como una segunda madre. Benjy la adora y ella tiene una paciencia increíble con él. Como ha comentado varias veces que Benjy era «un poco torpe», Michael y yo le hemos explicado a Simone lo referente al síndrome de Whittingham que padece el niño. Todavía no se lo hemos dicho a Katie. En estos momentos Katie está atravesando un trance difícil. Ni siquiera Patrick, que la sigue a todas partes como un perrillo, puede levantarle el ánimo.
Todos sabemos, incluso los niños, que estamos siendo observados. Hemos registrado detenidamente las paredes de la habitación de los niños, casi como si fuese un juego, y hemos encontrado en la pintura de la pared varias diminutas irregularidades que hemos declarado que son cámaras. Las hemos arrancado con nuestras herramientas, pero no podríamos decir con seguridad que hemos encontrado realmente instrumentos de observación. Quizá sean tan pequeños que no podamos verlos sin un microscopio. Por lo menos, Richard recordó su aforismo favorito acerca de que la avanzada tecnología alienígena es imposible de distinguir de la magia.
Katie fue la que más irritación manifestó por las cámaras espía de los aracnopulpos. Habló abierta y resentidamente de su intrusión en su «vida privada». Probablemente, ella tiene más secretos que ninguno de nosotros. Cuando Simone dijo a su hermana pequeña que la cosa no tenía importancia en realidad, porque «después de todo, Dios también nos está mirando todo el tiempo», tuvimos la primera discusión religiosa entre las hermanas. «Chorradas», replicó Katie, utilizando una palabra muy poco apropiada para una niña de seis años. Su expresión me recordó que debía tener más cuidado con mi propio lenguaje.
Un día del mes pasado, llevé a Richard a la madriguera de los avícolas por si el estar allí le refrescaba la memoria. En cuanto llegamos al túnel que salía del corredor vertical, se mostró aterrorizado. «Oscuridad —le oí murmurar—. Yo no puedo ver en la oscuridad. Pero ellos pueden ver en la oscuridad». No quiso seguir andando una vez que pasamos ante el agua y la cisterna, así que le llevé de nuevo al refugio.
Richard sabe que Benjy y Patrick son hijos de Michael y probablemente sospecha que Michael y yo hemos vivido como marido y mujer durante parte del tiempo en que él ha estado ausente, pero nunca hace ningún comentario sobre ello. Tanto Michael como yo estamos dispuestos a pedirle perdón a Richard y a hacer hincapié en que no fuimos amantes (salvo para la concepción de Benjy) hasta que hubieron pasado dos años desde su marcha. Pero, por el momento, Richard no parece muy interesado en el tema.
Richard y yo hemos compartido nuestra vieja esterilla conyugal desde poco después de que él saliera del coma. Nos hemos acariciado mucho y nos hemos mostrado muy cariñosos, pero no habíamos tenido relación sexual hasta hace dos semanas. De hecho, yo estaba empezando a pensar que el sexo era otra de las cosas que habían desaparecido de su memoria, dada su nula reacción a mis ocasionales besos provocativos.
Pero llegó una noche en que el Richard de antes estaba nuevamente en la cama conmigo. Esto es algo que ha estado sucediendo en otras áreas también; de vez en cuando, su ingenio, energía e inteligencia vuelven a hacerse presentes durante un breve período de tiempo. De todos modos, el viejo Richard se mostró ardiente, divertido e imaginativo. Fue como el cielo para mí. Recordé niveles de placer que había enterrado hacía tiempo.
Su interés sexual continuó durante tres noches consecutivas. Luego, desapareció tan bruscamente como había aparecido. Al principio, me sentí decepcionada (¿no es ésa la naturaleza humana? La mayoría de las veces, queremos que sea mejor. Cuando es todo lo bueno que puede ser, queremos que dure eternamente), pero ahora he aceptado que esta faceta de su personalidad debe atravesar también un proceso de curación.
Anoche, Richard calculó nuestra trayectoria por primera vez desde su regreso. Michael y yo nos sentimos complacidos.
—Continuamos en la misma dirección —anunció orgullosamente—. Estamos ahora a menos de tres años luz de Sirio.
6 de enero de 2210
Cuarenta y seis años. Tengo el pelo casi totalmente gris en las sienes y por delante. En la Tierra, estaría pensando si teñírmelo o no. Aquí, en Rama, no importa.
Soy demasiado vieja para estar embarazada. Debería decírselo a la niña que está creciendo dentro de mi vientre. Quedé estupefacta al comprobar que realmente estaba embarazada de nuevo. La fase inicial de la menopausia había comenzado ya, con sus extraños sofocos, sus momentos de atolondramiento y sus menstruaciones totalmente impredecibles. Pero el esperma de Richard ha originado una criatura más, otra adición a esta familia sin hogar que vaga a la deriva por el espacio.
Si no encontramos nunca otro ser humano (y Leonor Juana Wakefield resulta una niña sana, cosa que en estos momentos parece probable), habrá un total de seis posibles combinaciones de padres para nuestros nietos. Casi con toda seguridad, no se producirán todas esas permutaciones, pero resulta fascinante imaginarlo. Yo solía pensar que Simone se emparejaría con Benjy, y Katie con Patrick, pero ¿dónde encajará Ellie en la ecuación?
Éste es mi décimo cumpleaños a bordo de Rama. Parece totalmente imposible que sólo haya pasado el veinte por ciento de mi vida en este gigantesco cilindro. ¿He tenido alguna vez otra vida, allá, en aquel planeta oceánico situado a billones de kilómetros de distancia? ¿He conocido realmente a otras personas adultas distintas de Richard Wakefield y Michael O’Toole? ¿Realmente fue mi padre Pierre des Jardins, el famoso autor de novelas históricas? ¿Tuve una secreta y deliciosa aventura amorosa con Henry, príncipe de Gales, que engendró a mi maravillosa primera hija, Genevieve?
Nada de eso parece posible. Por lo menos, hoy, en mi cuadragésimo sexto cumpleaños. Tiene gracia. Richard y Michael me han preguntado, una vez cada uno, por el padre de Genevieve. Todavía no se lo he dicho a nadie. ¿No es ridículo? ¿Qué podría importar aquí, en Rama? Nada en absoluto. Pero ha sido mi secreto (compartido sólo con mi padre) desde el momento de la concepción de Genevieve. Ella era mi hija. Yo la traje al mundo y la crie. Su padre biológico, me dije siempre a mí misma, carecía de importancia.
Naturalmente, eso son pamplinas. Ja. Ya está esa palabra otra vez. El doctor David Brown la usaba con frecuencia. Y ahora caigo que hace años que no pensaba en los otros cosmonautas de la Newton. Me pregunto si Francesca y sus amigos ganarían sus millones con la misión Newton. Espero que Janos recibiera su parte. El bueno del señor Tabori, un hombre absolutamente delicioso. Hum. Me pregunto también cómo se les explicaría a los ciudadanos de la Tierra la forma en que Rama se libró de la falange nuclear. Ah, sí, Nicole, éste es un cumpleaños típico. Un largo y desorganizado viaje por el sendero de la memoria.
Francesca era muy hermosa. Yo siempre le envidiaba lo bien que se las arreglaba con la gente. ¿Drogó ella a Borzov y a Wilson? Probablemente. Ni por un momento creo que tuviera intención de matar a Valery. Pero tenía una moralidad verdaderamente retorcida. Les suele ocurrir a la mayoría de las personas ambiciosas.
Al rememorarlo ahora, me regocija lo obsesionada que estaba yo cuando era una joven madre de veintitantos años. Tenía que triunfar en todo. Mi ambición era completamente diferente de la de Francesca. Yo quería demostrar al mundo que podía jugar conforme a todas las reglas y ganar, igual que había hecho con el triple salto en los Juegos Olímpicos. ¿Qué mayor imposibilidad para una madre soltera que ser seleccionada como cosmonauta? Ciertamente, yo estaba concentrada en mí misma durante aquellos años. Era una suerte para mí, y para Genevieve, que padre estuviese allí.
Yo sabía, naturalmente, cada vez que miraba a Genevieve, que era evidente el sello de Henry. Desde la parte superior de los labios hasta el extremo de la barbilla es exactamente igual que él. Y, en realidad, yo no quería negar la genética. Pero era importante para mí desenvolverme por mi propia cuenta, demostrarme por lo menos a mí misma que era una madre y una mujer excelente, aunque no pudiese llegar a ser reina.
Yo era demasiado negra para ser la reina Nicole de Inglaterra, o incluso Juana de Arco en una de aquellas obras de teatro francesas de aniversario. Me pregunto cuántos años tendrán que pasar todavía antes de que el color de la piel deje de tener importancia entre los seres humanos en la Tierra. ¿Quinientos años? ¿Mil? ¿Qué fue lo que dijo el norteamericano William Faulkner? Algo acerca de que Sambo será libre sólo cuando todos y cada uno de sus vecinos se despierten por la mañana y digan, tanto a sí mismos como a sus amigos, que Sambo es libre. Creo que tiene razón. Hemos visto que la legislación no puede erradicar el prejuicio racial. Ni tampoco la educación. El viaje de toda persona a lo largo de la vida debe tener una epifanía, un momento de verdadera consciencia, en que comprenda, de una vez para siempre, que Sambo y todos los demás seres individuales del mundo que sean de alguna manera diferentes de ella deben ser libres para que podamos sobrevivir.
Cuando, hace diez años, estaba yo en el fondo de aquel pozo, segura de que iba a morir, me pregunté a mí misma qué momentos concretos de mi vida reviviría si se me concediese la oportunidad.
Y acudieron a mi mente las horas pasadas con Henry, pese al hecho de que más tarde me destrozó el corazón. Todavía hoy, volvería a elevarme gustosamente con mi príncipe. Haber experimentado una felicidad total, aunque sólo sea durante unos minutos o unas horas, es haber vivido. Cuando te enfrentas a la muerte, no es tan importante que tu compañero de tu gran momento te abandonara o te traicionara después. Lo importante es esa sensación de momentánea alegría tan grande que tienes la impresión de haber trascendido a la Tierra.
En el pozo, me preocupó un poco el hecho de que mis recuerdos de Henry estuvieran al mismo nivel que los de mi padre, mi madre y mi hija. Pero he comprendido después que no soy un caso único por recrearme en mis recuerdos de aquellas horas con Henry. Toda persona tiene momentos o acontecimientos muy especiales que son exclusivamente suyos y se hallan celosamente custodiados por el corazón.
Mi única amiga íntima en la universidad, Gabrielle Moreau, pasó una noche con Genevieve y conmigo en Beauvois el año anterior al lanzamiento de la expedición Newton. Hacía siete años que no nos veíamos y pasamos casi toda la noche hablando, principalmente acerca de los acontecimientos emocionales más importantes de nuestras vidas. Gabrielle era extremadamente feliz. Tenía un marido atractivo, sensible y próspero, tres hijos espléndidos y sanos y una bella casa de campo en las proximidades de Chinon. Pero el momento más maravilloso de Gabrielle, me confió después de medianoche con una juvenil sonrisa, había sucedido antes de conocer a su marido. Se había enamorado con impetuoso amor de colegiala de un famoso artista de cine que había estado rodando un día en Tours. Gabrielle se las arregló para visitarle en su habitación del hotel y permanecer hablando a solas con él durante casi una hora. Antes de marcharse, le besó, una sola vez, en los labios. Ése era su más precioso recuerdo.
Oh, príncipe mío, ayer hizo diez años que te vi por última vez. ¿Eres feliz? ¿Eres un buen rey? ¿Piensas alguna vez en la campeona olímpica negra que con tan absoluto abandono se entregó a ti, su primer amor?
Aquel día en la estación de esquí, me hiciste una pregunta indirecta sobre el padre de mi hija. Te negué la respuesta, sin darme cuenta de que mi negativa significaba que aún no te había perdonado del todo. Si me lo preguntases hoy, príncipe mío, te lo diría de buena gana. Sí, Henry Rex, rey de Inglaterra, tú eres el padre de Genevieve des Jardins. Ve a ella, conócela, ama a sus hijos. Yo no puedo. Yo estoy a más de cincuenta billones de kilómetros de distancia.