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30 de agosto de 2206

Benjy llegó pronto. Pese a mis repetidas seguridades de que tendría un aspecto perfectamente sano, Michael pareció aliviado cuando, hace tres días, el niño nació sin ninguna anormalidad física. Fue otro parto fácil. Simone se mostró sorprendentemente colaboradora y servicial durante todo el proceso. Para no haber cumplido aún los seis años, tiene una gran madurez.

Benjy tiene también los ojos azules, pero no tan claros como los de Katie y no creo que vayan a continuar siendo azules. Su piel es morena, un poco más oscura que la de Katie, pero menos que la mía o la de Simone. Pesó tres kilos y medio al nacer y medía cincuenta y dos centímetros.

Nuestro mundo permanece invariable. No hablamos mucho de ello, pero todos, excepto Katie, hemos perdido la esperanza de que Richard regrese alguna vez. Se aproxima de nuevo el invierno ramano, y las noches van siendo largas y los días más cortos. Periódicamente, Michael o yo subimos a tratar de encontrar alguna señal de Richard, pero es un ritual mecánico. Hace ya dieciséis meses que se marchó.

Michael y yo nos turnamos ahora en la tarea de calcular nuestra trayectoria con el programa de determinación orbital diseñado por Richard. Al principio, tardamos varias semanas en aprender a utilizarlo, pese a que Richard nos había dejado instrucciones explícitas. Una vez a la semana comprobamos nuevamente que continuamos avanzando en dirección a Sirio, sin que se interponga en nuestro camino ningún otro sistema estelar.

A pesar de la presencia de Benjy, parece que tengo más tiempo libre que nunca. He estado leyendo vorazmente y se ha vuelto a despertar mi fascinación por las dos heroínas que dominaron mi mente y mi imaginación durante la adolescencia. ¿Por qué me han atraído siempre tanto Juana de Arco y Leonor de Aquitania? Porque no sólo dieron muestra de fuerza interior y seguridad en sí mismas, sino que cada una de ellas logró triunfar en un mundo dominado por los hombres confiando exclusivamente en su propia capacidad.

Yo fui una adolescente muy solitaria. Mi entorno físico en Beauvois era espléndido y el amor de mi padre desbordante, pero pasé virtualmente sola toda la adolescencia. En lo más profundo de mi mente, me aterraba siempre la posibilidad de que la muerte o el matrimonio me arrebataran a mi adorado padre. Yo quería volverme más reservada y controlarme mejor para evitar el dolor que experimentaría si alguna vez me separaba de padre. Juana y Leonor constituían unos modelos perfectos de comportamiento. Incluso hoy, me siento confortada al leer sus vidas. Ninguna de las dos permitió que el mundo circundante definiera qué era lo realmente importante en la vida.

La salud de todos continúa siendo buena. La primavera pasada, en gran parte por mantenerme a mí misma ocupada, introduje en cada uno de nosotros un juego de las sondas biométricas sobrantes y observé los datos durante varias semanas. El proceso de observación me recordaba los días de la misión Newton. ¿Es posible que hayan pasado más de seis años desde que nosotros doce abandonamos la Tierra para nuestra cita con Rama?

Katie se sentía fascinada por la biometría. Se sentaba a mi lado mientras yo examinaba a Simone o a Michael y hacía cientos de preguntas sobre los datos que aparecían en la pantalla. Entendió enseguida cómo funcionaba el sistema y cual era la finalidad de los archivos de alarma. Michael ha comentado que es extraordinariamente brillante. Como su padre, Katie sigue echando terriblemente de menos a Richard.

Aunque Michael dice que se siente viejo, se encuentra en una forma excelente para sus sesenta y cuatro años. Desea mantenerse lo bastante activo físicamente para poder ocuparse de los niños y desde el principio de mi embarazo ha estado haciendo ejercicio sistemáticamente dos veces por semana. Dos veces por semana. Qué idea tan curiosa. Hemos continuado ateniéndonos fielmente a nuestro calendario terrestre, aunque no tiene absolutamente ningún sentido en Rama. La otra noche Simone preguntó el significado de días, meses y años. Mientras Michael explicaba la rotación de la Tierra, las estaciones del año y la órbita de la Tierra alrededor del Sol, tuve de pronto la visión de una espléndida puesta de sol en Utah que había compartido con Genevieve durante nuestro viaje al Oeste americano. Quise hablarle de ello a Simone, pero ¿cómo se le explica una puesta de sol a quien no ha visto jamás el sol?

El calendario nos recuerda lo que éramos. Si alguna vez llegamos a un nuevo planeta, con un día y una noche reales, en lugar de los artificiales de Rama, entonces, casi con toda seguridad, abandonaremos el calendario terrestre.

Pero, por ahora, los días de fiesta, el paso de los meses y muy especialmente los cumpleaños, nos recuerdan nuestras raíces en aquel hermoso planeta que ya no podemos encontrar ni en el mejor telescopio ramano.

Benjy está preparado para mamar. Sus capacidades mentales quizá no sean las mejores imaginables, pero ciertamente no tiene ningún problema para hacerme saber cuándo tiene hambre. De mutuo acuerdo, Michael y yo no les hemos hablado aún a Simone y Katie acerca de la dolencia de su hermano. Ya les resultará suficientemente difícil hacerse a la idea de que necesitará la atención de ellas mientras sea bebé.

Que esa necesidad de atención continuará e, incluso, aumentara cuando vaya haciéndose mayor es más de lo que puede esperarse que comprendan a su temprana edad.

13 de marzo de 2207

Hoy cumple Katie cuatro años. Cuando hace dos semanas le pregunté qué quería para su cumpleaños, no vaciló ni un instante. «Quiero que vuelva papá», dijo.

Es una niña solitaria y aislada. Sumamente rápida en aprender, es, sin duda alguna, la hija más voluble que he tenido. Richard también era de humor en extremo cambiante. A veces, se sentía tan exaltado y exuberante que no podía contenerse, de ordinario cuando acababa de experimentar algo excitante por primera vez. Pero sus depresiones eran terribles. Había ocasiones en que se pasaba una semana o más sin reír y ni tan siquiera sonreír.

Katie ha heredado su talento para las matemáticas. Ya sabe sumar, restar, multiplicar y dividir, al menos con números pequeños. Simone, que, ciertamente, no es nada torpe, es más equilibrada en sus aptitudes. Y más interesada en una amplia diversidad de materias. Pero Katie va muy claramente en camino de superarla en matemáticas.

En los casi dos años transcurridos desde que Richard se fue, he intentado sin éxito reemplazarle en el corazón de Katie. La verdad es que Katie y yo chocamos. Nuestras personalidades no son compatibles como madre e hija. El individualismo y la turbulencia que yo amaba en Richard resultan amenazadores en Katie. Pese a mis buenas intenciones, siempre terminamos peleándonos.

Naturalmente, no podíamos traer a Richard para el cumpleaños de Katie. Pero Michael y yo nos esforzamos al máximo por hacerle algunos regalos interesantes. Aunque ninguno de los dos somos especialmente diestros en electrónica, conseguimos crear un pequeño videojuego (fueron precisas muchas interacciones con los ramanos para fabricar las piezas adecuadas y muchas noches de trabajo en común para hacer algo que probablemente Richard habría podido terminar en un día) llamado «Perdido en Rama». Lo hicimos muy sencillo, porque Katie tiene sólo cuatro años.

Después de dos horas de jugar con él, había agotado ya todas las opciones y averiguado cómo llegar hasta nuestro refugio desde cualquier punto de Rama.

Nuestra mayor sorpresa se produjo al anochecer, cuando le preguntamos (esto se ha convertido para nosotros en una tradición en Rama) qué le gustaría hacer la noche de su cumpleaños.

—Quiero entrar en la madriguera de los avícolas —respondió Katie, con un brillo malévolo en los ojos.

Tratamos de disuadirle señalando que la distancia entre los rebordes era mayor que su estatura. En respuesta, Katie se dirigió a la escala de material reticulado que colgaba junto a la habitación de las niñas y nos demostró que podía trepar por ella. Michael sonrió.

—Ha heredado algunas cosas de su madre —dijo.

—Por favor, mamá —rogó Katie, con su precoz vocecilla—, todo lo demás es tan aburrido… Quiero ver por mí misma el tanque centinela desde unos metros de distancia solamente.

Aunque sentía cierto recelo, me dirigí con Katie hacia la madriguera de los avícolas y le dije que esperase arriba mientras yo colocaba la escala de mano. En el primer rellano, enfrente del tanque centinela, me detuve un momento y miré por encima del abismo en dirección a aquella máquina de movimiento perpetuo que protegía la entrada al túnel horizontal.

«¿Estás siempre ahí?, —pensé—. ¿Y has sido sustituido o reparado alguna vez durante todo este tiempo?»

—¿Estás lista, mamá? —oí a mi hija gritar desde arriba.

Antes de que pudiera subir a su encuentro, Katie estaba ya bajando por la escala. La regañé al reunirme con ella en el segundo reborde, pero ella no me prestó atención. Estaba terriblemente excitada.

—¿Has visto, mama? —exclamó—. Lo he hecho yo sola.

La felicité, aunque mi mente se hallaba aún conmocionada por la imaginada representación de Katie resbalando de la escala, golpeando contra uno de los rebordes y cayendo luego en la insondable profundidad del pozo. Continuamos descendiendo por la escala, ayudándole yo desde abajo, hasta que llegamos al primer rellano y al par de túneles horizontales. Al otro lado del abismo, el tanque centinela continuaba su repetitivo movimiento. Katie estaba extática.

—¿Qué hay detrás de ese tanque? —preguntó—. ¿Quién lo fabricó? ¿Qué está haciendo ahí? ¿Saltaste tú realmente por encima de este agujero…?

En respuesta a una de sus preguntas, me volví y di varios pasos por el interior del túnel que se abría detrás de nosotras, caminando en pos del haz luminoso de mi linterna y dando por supuesto que Katie me seguía. Instantes después, cuando descubrí que ella permanecía aún al borde del abismo, sentí un helado estremecimiento de pánico. Le vi sacar un pequeño objeto del bolsillo del vestido y tirarlo por encima del abismo contra el tanque centinela.

Le lancé un grito a Katie, pero era demasiado tarde. El objeto golpeó contra la parte delantera del tanque. Inmediatamente, sonaron unas explosiones semejantes a disparos y dos proyectiles de metal se incrustaron en la pared de la madriguera, a menos de un metro por encima de su cabeza.

¡Yipi! —gritó Katie, mientras yo la apartaba del abismo con un fuerte empujón.

Estaba furiosa. Mi hija empezó a llorar. El ruido en la madriguera era ensordecedor.

Instantes después, dejó bruscamente de llorar.

—¿Has oído? —preguntó.

—¿El qué? —exclamé, con el corazón latiéndome violentamente todavía.

—Allí —respondió. Señaló por encima del corredor vertical en dirección a la negrura existente tras el centinela. Proyecté en el vació el haz de mi linterna, pero no pude ver nada.

Permanecimos las dos absolutamente inmóviles, agarradas de la mano. Llegó un sonido procedente del túnel que se abría tras el centinela. Pero estaba en el límite mismo de mi audición y no pude identificarlo.

—Es un avícola —dijo Katie, con convicción—. Oigo el batir de sus alas. ¡Yipi! —gritó de nuevo con todas sus fuerzas.

El sonido cesó. Aunque esperamos quince minutos antes de salir de la madriguera, no volvimos a oír nada más. Katie contó a Michael y a Simone que habíamos oído a un avícola, no podía corroborar su relato, pero decidí no discutir con ella. La niña estaba feliz. Había sido un cumpleaños muy movido.

8 de marzo de 2208

Patrick Erin O’Toole, un niño perfectamente sano en todos los aspectos, nació ayer, a las 2.15 de la tarde. El orgulloso padre lo tiene en brazos en estos momentos, sonriendo mientras mis dedos danzan sobre el teclado de mi libreta de notas electrónica.

Es ya noche avanzada. Simone ha acostado a Benjy, como hace todas las noches a las nueve, y luego se ha ido ella también a la cama. Estaba muy cansada. Ella se ocupó de Benjy, sin ayuda de nadie, durante mi sorprendentemente largo parto. Cada vez que yo gritaba, Benjy gritaba también, y Simone procuraba calmarle.

Katie ya ha reivindicado a Patrick como su hermano bebé. Ella es muy lógica. Si Benjy es de Simone, entonces Patrick debe pertenecer a Katie. Al menos está manifestando algún interés por otro miembro de la familia.

Patrick no fue buscado, pero tanto Michael como yo estamos encantados de que haya venido a unirse a la familia. Su concepción se produjo en algún momento de finales de la primavera pasada, probablemente durante el primer mes siguiente a cuando Michael y yo empezamos a compartir de noche su dormitorio. Fue idea mía que durmiésemos juntos, aunque estoy segura de que también Michael había pensado en ello.

La noche en que se cumplían los dos años exactos desde la marcha de Richard me resultaba por completo imposible conciliar el sueño. Me sentía solitaria, como de costumbre. Traté de imaginarme durmiendo sola el resto de mis noches y me invadió el desánimo. Poco después de la medianoche, eché a andar por el corredor en dirección a la habitación de Michael.

Esta vez, Michael y yo nos hemos sentido desde el principio relajados y a gusto el uno con el otro. Supongo que los dos estábamos dispuestos. Después del nacimiento de Benjy, Michael estuvo muy atareado ayudándome con todos los niños. Durante ese período aligeró un poco sus actividades religiosas y se tornó más accesible a todos nosotros, incluida yo. Finalmente, se reafirmó nuestra compatibilidad natural. Sólo nos quedaba admitir que Richard no regresaría jamás.

Confortable. Ésa es la mejor manera de describir mi relación con Michael. Con Henry, era éxtasis. Con Richard, era pasión y excitación, un turbulento viaje en montaña rusa en la vida y en la cama. Michael me conforta. Dormimos cogidos de la mano, el símbolo perfecto de nuestra relación. Hacemos pocas veces el amor, pero es suficiente.

Yo he hecho varias concesiones. De vez en cuando, incluso rezo, porque eso le hace feliz a Michael. Él, por su parte, se ha vuelto más tolerante con respecto a la exposición de los niños a ideas y sistemas de valores ajenos a su catolicismo. Hemos convenido en que lo que buscamos es armonía y consistencia en nuestra mutua relación de padres.

Somos seis ahora, una sola familia de seres humanos que nos encontramos más cerca de varias otras estrellas que del planeta y la estrella de nuestro nacimiento. Todavía no sabemos si este gigantesco cilindro arrojado al espacio va realmente a alguna parte. Hemos creado nuestro propio mundo aquí, en Rama, y, aunque es limitado, creo que somos felices.