9

14 de diciembre de 2205

Supongo que debería celebrarlo, pero siento que he logrado una victoria pírrica. Por fin estoy embarazada del hijo de Michael. Pero a qué precio. Seguimos sin saber nada de Richard y temo haberme enajenado también a Michael.

Michael y yo hemos aceptado, cada uno por separado, toda la responsabilidad de la marcha de Richard. Yo he abordado mi culpabilidad lo mejor que he podido, comprendiendo que tendría que dejarla a un lado para cumplir adecuadamente mis obligaciones de madre hacia las niñas. Michael, por su parte, reaccionó al acto de Richard volcándose en la devoción religiosa. Sigue leyendo trozos de la Biblia por lo menos dos veces al día. Reza antes y después de cada comida y a menudo decide no participar en las actividades de la familia para poder «comunicarse» con Dios. La palabra «expiación» ocupa en la actualidad un lugar muy importante en el vocabulario de Michael.

Ha arrastrado a Simone en su renovado fervor cristiano. Mis leves protestas caen esencialmente en el vacío. Le encanta la historia de Jesús, aunque no puede tener más que una vaga idea de su verdadero sentido. Los milagros especialmente fascinan a Simone. Como la mayoría de los niños, no tiene ninguna dificultad para dejar en suspenso su incredulidad. Su mente nunca pregunta «cómo» cuando Jesús camina sobre el agua o convierte el agua en vino.

Mis comentarios no son del todo justos. Probablemente estoy celosa de la relación que existe entre Michael y Simone. Como madre de ella, debería complacerme que sean tan compatibles. Por lo menos, se tienen el uno al otro. Por mucho que lo intentemos, la pobre Katie y yo somos incapaces de establecer esa profunda relación.

Parte del problema estriba en que Katie y yo somos extremadamente obstinadas. Aunque sólo tiene dos años y medio, ya quiere controlar su propia vida. Pongamos, por ejemplo, algo tan sencillo como el plan de actividades proyectadas para el día. Yo he estado elaborando los programas y horarios para todos los miembros de la familia ya desde nuestros primeros días en Rama. Nadie más ha discutido nunca seriamente conmigo, ni siquiera Richard. Michael y Simone aceptan siempre lo que yo recomiende, con tal de que haya tiempo libre en abundancia.

Pero Katie es otra historia. Si programo un paseo por Nueva York antes de dar una clase de alfabeto, ella quiere cambiar el orden. Si proyecto poner pollo para cenar, ella quiere cerdo o buey. Comenzamos virtualmente todas las mañanas peleándonos por las actividades preparadas para el día. Cuando no le gustan mis decisiones, Katie se enfurruña, lloriquea o llama a su «papi». Resulta realmente doloroso oírle llamar a Richard.

Michael dice que debo ceder a sus deseos. Insiste en que es sólo una fase de su desarrollo. Pero cuando le indico que ni Genevieve ni Simone fueron nunca como Katie, sonríe y se encoge de hombros.

Michael y yo no siempre estamos de acuerdo en las técnicas utilizables para la educación de los hijos. Hemos tenido varias interesantes conversaciones sobre la vida familiar en nuestras extrañas circunstancias. Hacia el final de una de las conversaciones, me sentí ligeramente irritada por la afirmación de Michael de que yo era «demasiado severa» con las niñas, así que decidí suscitar la cuestión religiosa. Pregunté a Michael por qué era tan importante para él que Simone aprendiera los detalles de la vida de Jesús.

—Alguien tiene que continuar la tradición —respondió vagamente.

—¿De modo que crees que habrá una tradición que continuar, que no vamos a errar eternamente por el espacio y a morir uno a uno en terrible soledad?

—Yo creo que Dios tiene un plan para todos los seres humanos —respondió.

—Pero ¿cuál es Su plan para nosotros? —pregunté.

—No lo sabemos —contestó Michael—. Como tampoco los miles de millones de personas que permanecen en la Tierra saben cuál es Su plan para ellas. El proceso de vivir es buscar Su plan.

—Meneé la cabeza y Michael continuó:

Debería ser mucho más fácil para nosotros, Nicole. Nosotros tenemos muchas menos distracciones. No hay excusa para que no permanezcamos próximos a Dios. Por eso es por lo que son tan difíciles de perdonar mis anteriores preocupaciones por la comida y por la historia del arte. En Rama, los seres humanos tienen que hacer un gran esfuerzo para llenar su tiempo con algo distinto de la oración y la devoción.

Confieso que su seguridad me fastidia a veces. En nuestras actuales circunstancias, la vida de Jesús no parece tener más relevancia que la vida de Atila o de cualquier otro ser humano que haya vivido jamás en ese lejano planeta situado a dos años luz de distancia. O estamos condenados o somos el principio de lo que esencialmente será una nueva especie. ¿Murió Jesús por todos nuestros pecados también?, ¿por los de quienes jamás volveremos a ver la Tierra?

Si Michael no hubiera sido católico y no hubiera estado programado desde el nacimiento en favor de la procreación, nunca le habría convencido para que concibiese un hijo. Tenía cien razones por las que no estaba bien hacerlo. Pero al final, quizá porque yo turbaba sus devociones nocturnas con mis persistentes intentos por persuadirle, acabó consintiendo. Me advirtió que era sumamente probable que «no diera resultado» y que «no admitiría ninguna responsabilidad» por mi frustración.

Nos llevó tres meses engendrar un embrión. Durante los dos primeros ciclos ovulatorios, me fue imposible excitarle. Probé con la risa, el masaje corporal, la música, la comida, todo lo mencionado en cualquiera de los artículos sobre la impotencia. Su sentimiento de culpabilidad y su tensión eran siempre más fuertes que mi ardor. La fantasía proporcionó finalmente la solución. Cuando una noche le sugerí a Michael que imaginara durante todo el tiempo que yo era su esposa Katheleen, pudo finalmente mantener una erección. La mente es en verdad una creación maravillosa.

Aun con ayuda de la fantasía, hacer el amor con Michael no era tarea fácil. En primer lugar, y probablemente es una desconsideración por mi parte decirlo, sus preparativos son por sí solos suficientes para quitarle las ganas a cualquier mujer. Inmediatamente antes de despojarse de la ropa, Michael ofrece siempre una oración a Dios. ¿Qué es lo que implora? Sería fascinante conocer la respuesta.

El primer marido de Leonor de Aquitania, Luis VII de Francia, había sido educado como un monje y sólo por un accidente histórico se convirtió en rey. En la novela de mi padre sobre Leonor hay un largo monólogo interior en el que ella se queja de hacer el amor «rodeada de solemnidad y piedad y del basto hábito de los cistercienses». Anhelaba que hubiese alegría y risas en la alcoba, conversaciones obscenas y pasión desenfrenada. Comprendo que se divorciara de Luis y se casara con Henry Plantagenet.

Así que ahora estoy embarazada del niño (espero) que aportará variedad genética a nuestra descendencia. Ha sido toda una lucha y, casi con toda seguridad, no valía la pena. A causa de mi deseo de tener un hijo de Michael, Richard se ha ido y, al menos temporalmente, Michael no es ya el íntimo amigo y compañero que fue durante nuestros primeros años en Rama. He pagado el precio de mi éxito. Debo esperar ahora que esta nave espacial tenga realmente un destino.

1 de marzo de 2206

Esta mañana he repetido el análisis parcial de genoma para verificar mis resultados iniciales. No hay ninguna duda. Definitivamente, nuestro hijo no nacido tiene el síndrome de Whittingham. Por fortuna, no existen otros defectos identificables, pero el de Whittingham es ya bastante malo.

Le enseñé los datos a Michael después del desayuno, cuando nos quedamos solos unos momentos. Al principio, no entendió lo que le estaba diciendo, pero cuando utilicé la palabra «retrasado», reaccionó inmediatamente. Me di cuenta de que estaba imaginando un niño completamente incapaz de cuidar de sí mismo. Sus preocupaciones se calmaron sólo parcialmente cuando expliqué que el síndrome de Whittingham no es más que una deficiencia en la capacidad de aprendizaje, un funcionamiento defectuoso de los procesos electroquímicos del cerebro.

Cuando realicé el primer análisis parcial de genoma la semana pasada, sospeché la presencia del Whittingham, pero, como existe una posible ambigüedad en los resultados, no le dije nada a Michael. Antes de extraer una segunda muestra de líquido amniótico, quería pasar revista a lo que se sabía sobre la afección. Infortunadamente, mi enciclopedia médica abreviada no contenía información suficiente para satisfacerme.

Esta tarde, mientras Katie dormía la siesta, Michael y yo le pedimos a Simone que se quedara durante una hora o cosa así leyendo un libro en la habitación. Nuestro perfecto ángel obedeció. Michael estaba mucho más calmado que por la mañana. Reconoció que al principio se había sentido consternado por la noticia referente a Benjy (Michael quiere ponerle al niño el nombre de Benjamin Ryan O’Toole, como su abuelo). Al parecer, la lectura del libro de Job había desempeñado un importante papel para ayudarle a recuperar la perspectiva.

Expliqué a Michael que el desarrollo mental de Benjy sería lento y tedioso. Le consoló, sin embargo, saber que muchos afectados por el síndrome de Whittingham habían alcanzado finalmente el equivalente a una edad de doce años después de veinte años de enseñanza. Aseguré a Michael que no habría señales físicas del defecto, como las hay en el de Down, y que, como el síndrome de Whittingham es un carácter recesivo bloqueado, era muy poco probable que cualquier posible descendencia resultara afectada antes de la tercera generación como más pronto.

—¿Hay alguna forma de saber quién de nosotros tiene el síndrome en sus genes? —preguntó Michael ya hacia el final de nuestra conversación.

—No —respondí—. Es un trastorno muy difícil de aislar, porque, al parecer, deriva de varios genes defectuosos distintos. Sólo si el síndrome es activo se puede realizar un diagnóstico claro. Ni aun en la Tierra han tenido éxito los intentos de identificar a los portadores.

Empecé a decirle que desde que la enfermedad fuera diagnosticada por primera vez en 2068 no se ha dado casi ningún caso ni en África ni en Asia. Se ha tratado básicamente de un trastorno caucásico, siendo en Irlanda donde ha aparecido con más frecuencia. Decidí que Michael no tardaría en conocer esta información (está en el artículo principal de la enciclopedia médica, que él está leyendo ahora), y no quería que se sintiese peor aún.

—¿Hay curación?

—No para nosotros —respondí, meneando la cabeza—. En la pasada década hubo ciertos indicios de que podrían resultar eficaces unas contramedidas genéticas si se aplicaban durante el segundo trimestre de embarazo. Pero el procedimiento es complicado, incluso en la Tierra, y puede acabar produciendo la pérdida del feto.

Ése habría sido un momento perfecto en la conversación para que Michael mencionara la palabra «aborto». No lo hizo. Su cuerpo de creencias es tan firme y sólido que estoy segura de que ni siquiera llegó a pensar en ello. Para él, el aborto es un mal absoluto, en Rama lo mismo que en la Tierra. Me encontré preguntándome a mí misma si existían algunas circunstancias en las que Michael habría considerado la posibilidad de un aborto. ¿Y si el niño tenía el síndrome de Down y además era ciego? ¿O presentaba múltiples problemas congénitos que garantizaban una muerte temprana?

Si Richard hubiera estado allí, habríamos sostenido una conversación lógica sobre las ventajas y los inconvenientes de un aborto. Él habría creado una de sus famosas hojas Ben Franklin, con los pros y los contras relacionados por separado en los dos lados de la amplia pantalla. Yo habría añadido una larga lista de razones emocionales (que Richard habría omitido de su lista original) para no provocar un aborto, y, casi con toda seguridad, todos habríamos convenido al final en traer a Benjy a Rama. Habría sido una decisión racional de la comunidad.

Yo quiero tener este hijo. Pero quiero también que Michael reafirme su compromiso como padre de Benjy. Una consideración de la posibilidad de aborto habría provocado ese renovado compromiso. La ciega aceptación de las reglas de Dios, de la Iglesia o de cualquier dogma estructurado puede a veces facilitar que una persona se abstenga de apoyar una decisión concreta. Espero que Michael no sea esa clase de persona.