19 de junio de 2201
Mi vocabulario es inadecuado para describir mis experiencias de los últimos días. La palabra «asombroso», por ejemplo, no consigue expresar el verdadero sentido de lo extraordinarias que han sido estas largas horas en el tanque. Las dos únicas experiencias remotamente similares que he tenido en mi vida fueron inducidas ambas por la ingestión de sustancias químicas catalíticas, primero durante la ceremonia poro en Costa de Marfil cuando tenía siete años y después, más recientemente, después de beber el frasco de Omeh mientras me encontraba en el fondo del pozo en Rama. Pero esos viajes, visiones o lo que fuesen tuvieron el carácter de incidentes aislados y de duración relativamente breve. Mis recientes episodios en el tanque han durado horas.
Antes de entregarme de lleno a la descripción del mundo interior de mi mente, debo resumir primero los acontecimientos «reales» de la semana pasada, a fin de poder situar en su contexto los episodios alucinatorios. Nuestra vida cotidiana ha adoptado ahora una pauta periódica. La nave espacial continúa maniobrando, pero de dos modos distintos: «regular», cuando el suelo vibra y todo se mueve, pero se puede desarrollar una vida casi normal, y «superimpulso», cuando Rama acelera a un ritmo feroz. El propósito es, evidentemente, que durmamos durante las fases de superimpulso. Las diminutas luces que brillan sobre nuestras cabezas en el tanque cerrado se apagan después de los veinte primeros minutos de cada fase y permanecemos allí tendidos, en total oscuridad, hasta cinco minutos antes del final del período de ocho horas.
Todo este rápido cambio de velocidad está acelerando, según Richard, nuestro escape respecto del Sol. Si la maniobra actual mantiene su magnitud y su dirección, y continúa durante un mes, estaremos viajando a la mitad de la velocidad de la luz con respecto a nuestro sistema solar.
—¿Adónde vamos? —preguntó ayer Michael.
—Todavía es demasiado pronto para decirlo —respondió Richard—. Todo lo que sabemos es que nos estamos desplazando a una velocidad fantástica.
La temperatura y la densidad del líquido existente en el interior del tanque han ido siendo cuidadosamente reguladas en cada período hasta que ahora son exactamente iguales a las nuestras. Como consecuencia, cuando permanezco allí tendida, en la oscuridad, no siento absolutamente nada más que una fuerza apenas perceptible hacia abajo. Mi mente me dice siempre que estoy dentro de un tanque de aceleración, rodeada de alguna especie de fluido que almohadilla mi cuerpo para protegerlo de la poderosa fuerza, pero la ausencia de sensación me hace finalmente perder por completo toda percepción de mi cuerpo. Es entonces cuando comienzan las alucinaciones. Es casi como si fuese necesaria una aportación sensorial normal al cerebro para mantenerme funcionando adecuadamente. Si mi cerebro no recibe ningún sonido, ninguna visión, ningún sabor, ningún olor y ningún dolor, entonces su actividad se torna desordenada.
Hace dos días traté de comentar con Richard este fenómeno, pero se limitó a mirarme como si estuviese loca. Él no ha tenido alucinaciones. El tiempo que pasa en la «zona crepuscular» (su denominación para el período de ausencia de percepciones sensoriales que precede al sueño profundo) lo dedica a realizar cálculos matemáticos, a evocar una amplia diversidad de mapas de la Tierra o, incluso, a revivir sus más destacados momentos sexuales. Ciertamente, él controla su cerebro, incluso en ausencia de percepciones sensoriales. Por eso es por lo que somos tan diferentes. Mi mente quiere encontrar una dirección propia cuando no está siendo utilizada para tareas tales como procesar los miles de millones de datos que llegan desde todas las demás células de mi cuerpo.
Las alucinaciones comienzan de ordinario con una manchita roja o verde que aparece en la absoluta oscuridad que me rodea. A medida que la manchita se va agrandando, se le agregan otros colores, generalmente amarillo, azul y púrpura. Cada uno de los colores adopta rápidamente su propia pauta irregular y se extiende por mi campo visual. Lo que veo se convierte en un caleidoscopio de brillantes colores. El movimiento en el campo acelera, hasta que cientos de franjas y manchas se funden en una sola furiosa explosión.
En medio de esta borrachera de color, se forma siempre una imagen coherente. Al principio, no puedo decir de qué se trata exactamente, pues la figura o figuras son muy pequeñas, como si estuviesen lejos, muy lejos. A medida que se acerca, la imagen cambia de color varias veces, lo que incrementa el carácter surrealista de la visión y mi sensación interna de pavor. Más de la mitad de las veces, la imagen que finalmente se define contiene a mi madre, o algún animal, como un leopardo o una leona, en el que intuitivamente reconozco a mi madre disfrazada. Mientras me limito a mirar, sin intento volitivo alguno de interactuar con mi madre, ella continúa formando parte de la cambiante imagen. Sin embargo, si trato de contactar con madre de alguna manera, ella o el animal que la representa, desaparece inmediatamente, dejándome con una abrumadora sensación de haber sido abandonada.
Durante una de mis recientes alucinaciones, las oleadas de color se quebraron en dibujos geométricos y éstos, a su vez, se convirtieron en siluetas humanas que caminaban en fila india por mi campo visual. Encabezaba la procesión Omeh, ataviado con una brillante túnica verde. Las dos últimas figuras del grupo eran ambas mujeres, las heroínas de mi adolescencia, Juana de Arco y Leonor de Aquitania. La primera vez que oí sus voces, la procesión se disolvió y la escena cambió al instante. Me encontré de pronto a bordo de un pequeño bote de remos, entre la niebla de la madrugada, en el pequeño estanque de patos próximo a nuestra villa de Beauvois. Yo temblaba de miedo y empecé a llorar incontroladamente. Juana y Leonor aparecieron por entre la niebla para asegurarme que mi padre no se iba a casar con Helena, la duquesa inglesa con quien se había marchado de vacaciones a Turquía.
Otra noche, la obertura de color fue seguida por una extraña función teatral representada en algún lugar de Japón. Había en la alucinatoria obra solamente dos personajes y los dos llevaban máscaras brillantes y expresivas. El hombre que vestía traje y corbata occidentales recitaba poesía y tenía ojos espléndidamente claros y límpidos que podían verse a través de su amistosa máscara. El otro hombre parecía un guerrero samurai del siglo XVII. Su máscara era un perpetuo rictus ceñudo. Empezó a amenazarnos a mí y a su colega, más moderno. Al final de esta alucinación, lancé un grito porque los dos hombres se reunieron en el centro del escenario y se fundieron en un solo personaje.
Algunas de mis más poderosas imágenes alucinatorias han durado sólo unos pocos instantes. La segunda o la tercera noche, un desnudo príncipe Henry, devorado por el deseo y con el cuerpo de un vibrante color púrpura, apareció durante dos o tres segundos en medio de otra visión en la que yo cabalgaba sobre un gigantesco aracnopulpo verde.
Durante el período de sueño de ayer, transcurrieron varias horas sin que hubiera ningún color. Luego, mientras me daba cuenta de que estaba increíblemente hambrienta, apareció en la oscuridad un gigantesco melón rosado. Cuando intenté comerlo, le salieron patas al melón, echó a correr y desapareció entre manchas de colores difuminadas.
¿Hay algún significado en algo de esto? ¿Puedo aprender alguna cosa acerca de mí misma o de mi vida en estas emanaciones aparentemente aleatorias de mi mente descontrolada?
La discusión sobre el significado de los sueños dura ya casi tres siglos y permanece sin resolverse. A mí me parece que estas alucinaciones mías se hallan más alejadas aún de la realidad que los sueños normales. En cierto sentido, son parientes lejanas de los dos viajes psicodélicos que realicé en una época anterior de mi vida, y sería absurdo cualquier intento de interpretarlas lógicamente. Sin embargo, por alguna razón desconocida, yo creo que en estas extrañas y aparentemente inconexas turbulencias de mi mente se contienen algunas verdades fundamentales. Quizá sea ello debido a que no puedo aceptar que el cerebro humano funcione jamás a impulsos del puro azar.
22 de julio de 2201
Ayer dejó de temblar finalmente el suelo. Richard lo había predicho. Cuando, hace dos días, no regresamos al tanque a la hora acostumbrada, Richard conjeturó correctamente que la maniobra estaba casi terminada.
Así pues, entramos en otra fase más de nuestra increíble odisea. Mi marido nos informa de que estamos ahora viajando a una velocidad superior a la mitad de la de la luz. Eso significa que estamos recorriendo la distancia Tierra-Luna aproximadamente cada dos segundos. Avanzamos en dirección, más o menos, a la estrella Sirio, la más brillante en el cielo nocturno de nuestro planeta natal. Si no hay nuevas maniobras, llegaremos a las proximidades de Sirio dentro de otros doce años.
Me conforta el hecho de que nuestra vida pueda retornar ahora a alguna especie de equilibrio local. Simone parece haber superado sin grandes dificultades los largos períodos de permanencia en el tanque, pero no puedo creer que una experiencia semejante deje totalmente ilesa a una niña pequeña. Es importante para ella que restablezcamos ahora una rutina cotidiana.
En los momentos en que me encuentro a solas suelo pensar todavía en aquellas vívidas alucinaciones que me asaltaban durante los diez primeros días en el tanque. Debo confesar que me alegré cuando finalmente soporté varias «zonas crepusculares» de privación sensorial total sin que afluyeran en tropel a mi mente los extraños diseños de colores y las descoyuntadas imágenes. Estaba empezando a preocuparme por mi salud mental y, con toda franqueza, me hallaba ya más que abrumada. Aunque las alucinaciones cesaron bruscamente, el recuerdo de la intensidad de aquellas visiones me hacía ponerme en guardia durante las últimas semanas cada vez que se apagaban las luces de la parte superior del tanque.
Después de aquellos diez primeros días solamente tuve una visión adicional más, y es posible que, en realidad, se tratara de un sueño extremadamente vívido acaecido durante un período normal de descanso. Pese a que esta imagen particular no era tan nítida como las anteriores, he retenido, sin embargo, todos los detalles debido a su similitud con una de las fases alucinatorias que tuve cuando me encontraba en el fondo del pozo el año pasado.
En mi sueño, o visión, final, yo estaba sentada con mi padre en un concierto al aire libre que se celebraba en un lugar desconocido. Un anciano caballero oriental de larga barba blanca se hallaba solo en el escenario, tocando música con alguna especie de extraño instrumento de cuerda. Pero, a diferencia de mi visión en el fondo del pozo, mi padre y yo no nos convertimos en pájaros y huimos volando a Chinon, en Francia. En lugar de ello, el cuerpo de mi padre desapareció por completo, dejando solamente sus ojos. A los pocos segundos, había otros cinco pares de ojos que formaban un hexágono en el aire sobre mí. Reconocí inmediatamente los ojos de Omeh, y los de mi madre, pero los otros tres me eran desconocidos. Los ojos, situados en los vértices del hexágono, me miraban fijamente, sin parpadear, como si trataran de comunicarme algo. Justo antes de que la música cesara, oí un único y claro sonido. Varias voces pronunciaron simultáneamente la palabra «peligro».
¿Cuál era el origen de mis alucinaciones y por qué era yo la única de los tres que las experimentaba? Richard y Michael también se hallaban sujetos a privación sensorial y ambos han admitido que algunas formas extrañas flotaban «delante de sus caras», pero sus imágenes nunca eran coherentes. Si, como hemos conjeturado, los ramanos nos inyectaban inicialmente alguna sustancia química, por medio de las finas hebras que nos enroscaban al cuerpo, para ayudarnos a dormir en un medio extraño, ¿por qué era yo la única en responder con tan turbulentas visiones?
Richard y Michael creen que la contestación es sencilla, que yo soy «persona de imaginación hiperactiva y gran labilidad a la acción de las drogas». Por lo que a ellos se refiere, ésa es toda la explicación. No analizan más el tema y, aunque se muestran corteses cuando planteo las numerosas cuestiones relacionadas con mis «viajes», no parecen sentir ya ningún interés. De Richard podría haber esperado esa clase de respuesta, pero, ciertamente, no de Michael.
En realidad, nuestro predecible general O’Toole no ha sido completamente el mismo desde que comenzaron nuestras sesiones en el tanque. Es evidente que ha estado preocupado por otros asuntos. Sólo esta mañana he tenido un pequeño atisbo de lo que se ha estado desarrollando en su mente.
—Sin admitirlo conscientemente —dijo por fin Michael, hablando despacio y después de que yo le hubiera estado acosando durante varios minutos con amistosas preguntas—, siempre he redefinido y relimitado a Dios con cada nuevo avance logrado en la ciencia. Había logrado integrar en mi catolicismo un concepto de los ramanos, pero con ello no había hecho más que ampliar mi limitada definición de Él. Ahora, cuando me encuentro a bordo de una nave espacial robot que viaja a velocidades relativistas, comprendo que debo liberar completamente a Dios. Sólo así puede Él erigirse en el ser supremo de todas las partículas y procesos del Universo.
El desafío de mi vida en el próximo futuro se encuentra en el otro extremo. Richard y Michael se centran en ideas profundas, Richard en el campo de la ciencia y la ingeniería, Michael en el mundo del alma. Aunque disfruto plenamente con las estimulantes ideas producidas por cada uno de ellos en su separada búsqueda de la verdad, alguien debe prestar atención a las tareas cotidianas de la vida. Después de todo, los tres tenemos la responsabilidad de preparar para su vida adulta a nuestro único miembro de la próxima generación. Parece como si la tarea familiar fundamental me correspondiera siempre a mí.
Es una responsabilidad que acepto gustosa. Cuando Simone me dirige una radiante sonrisa durante una pausa en su lactancia, no pienso en mis alucinaciones, no importa realmente tanto si existe o no Dios, y carece de relevancia el hecho de que los ramanos hayan desarrollado un método para utilizar el agua como combustible nuclear.
En ese instante, lo único importante es que soy la madre de Simone.
31 de julio de 2201
La primavera ha llegado definitivamente a Rama. El deshielo comenzó tan pronto como concluyó la maniobra. Para entonces, la temperatura en la parte superior había alcanzado el gélido nivel de veinticinco grados bajo cero, y habíamos empezado a preocuparnos por cuánto más podría bajar la temperatura exterior antes de que el sistema que regula las condiciones térmicas de nuestro refugio se viera forzado al límite. Desde entonces, la temperatura ha estado subiendo constantemente a razón de casi un grado diario y, a ese ritmo, dentro de dos semanas más rebasaremos el punto de congelación.
Estamos ya fuera del sistema solar, en el vacío casi perfecto que llena los inmensos espacios entre estrellas vecinas. Nuestro sol continúa siendo el objeto dominante en el firmamento, pero ninguno de los planetas es siquiera visible. Dos o tres veces a la semana, Richard escruta los datos telescópicos en busca de alguna señal de los cometas contenidos en la Nube Oort, pero hasta el momento no ha visto nada.
¿De dónde procede el calor que caldea el interior de nuestro vehículo? Nuestro ingeniero jefe, el atractivo cosmonauta Richard Wakefield, formuló rápidamente una explicación cuando Michael le formuló ayer la pregunta.
—El mismo sistema nuclear que producía el enorme cambio de velocidad está ahora probablemente generando el calor. Rama debe de tener dos regímenes operativos distintos. Cuando se encuentra en las proximidades de una fuente de calor, como una estrella, desconecta todos sus sistemas primarios, incluido el control térmico y de propulsión.
Michael y yo felicitamos a Richard por su eminentemente verosímil explicación.
—Pero —aduje yo—, todavía quedan muchas otras preguntas. ¿Por qué, por ejemplo, tiene los dos sistemas operativos distintos? ¿Y por qué desconecta el primario?
—Ahí sólo puedo aventurar hipótesis —respondió Richard, con su habitual sonrisa—. Quizás el sistema primario necesita reparaciones periódicas y éstas sólo pueden realizarse cuando existe una fuente externa de calor y energía. Ya habéis visto cómo los diversos biots se ocupan de la superficie de Rama. Quizás hay otro grupo de biots encargado del mantenimiento de los sistemas primarios.
—Yo tengo otra idea —dijo lentamente Michael—. ¿Creéis que es deliberado que estemos a bordo de esta nave espacial?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Richard, frunciendo el ceño.
—¿Crees que es un acontecimiento casual el que estemos aquí? ¿O es verosímil, dadas las probabilidades y la naturaleza de nuestra especie, que en estos momentos se encuentren dentro de Rama algunos miembros de la especie humana?
Me agradó el razonamiento de Michael. Estaba insinuando, aunque tampoco él lo entendía muy bien, que quizá los ramanos no sólo eran unos genios en las ciencias físicas y la ingeniería. Quizá sabían también algo de psicología universal. Richard no estaba de acuerdo.
—¿Estás sugiriendo —pregunté yo— que los ramanos utilizaron deliberadamente sus sistemas secundarios en las proximidades de la Tierra, esperando con ello atraernos a una cita?
—Eso es absurdo —exclamó inmediatamente Richard.
—Pero, Richard —insistió Michael—, piensa en ello. ¿Cuál habría sido la probabilidad de un contacto si los ramanos se hubieran introducido en nuestro sistema a una fracción apreciable de la velocidad de la luz y, tras rodear el Sol, hubieran continuado su camino? Absolutamente nula. Y, como tú mismo has indicado, puede que haya también otros «extranjeros», si es que podemos llamarnos así, a bordo de esta nave. Dudo que muchas especies tengan la capacidad…
Durante una pausa en la conversación recordé a los hombres que el mar Cilíndrico pronto se fundiría desde abajo y que inmediatamente después se producirían huracanes y grandes mareas. Más tarde convinimos en que debíamos recuperar la lancha de la instalación Beta.
Los hombres tardaron poco más de doce horas en el camino de ida y vuelta por el hielo. Había caído ya la noche cuando regresaron. En el momento en que Richard y Michael llegaron al refugio, Simone, que ya es plenamente consciente de cuanto la rodea, extendió los brazos hacia Michael.
—Veo que alguien se alegra de mi vuelta —exclamó bromeando Michael.
—Con tal de que sea sólo Simone —comentó Richard. Parecía extrañamente tenso y distante.
Anoche, continuaba su peculiar estado de ánimo.
—¿Qué ocurre, querido? —le pregunté, cuando estábamos solos los dos en la esterilla. No respondió inmediatamente, así que le di un beso en la mejilla y esperé.
—Se trata de Michael —dijo por fin Richard—. Hoy me he dado cuenta, mientras llevábamos el bote sobre el hielo, de que está enamorado de ti. Deberías oírle. No habla más que de ti. Tú eres la madre perfecta, la esposa perfecta, la amiga perfecta. Incluso confesó que me tenía envidia.
Acaricié a Richard durante unos momentos, mientras trataba de decidir mi reacción.
—Creo que estás dando demasiada importancia a unas observaciones casuales, querido —indiqué finalmente—. Michael no hacía más que expresar su sincero afecto. Yo también le aprecio mucho…
—Lo sé, eso es lo que me preocupa —me interrumpió Richard con brusquedad—. Él cuida de Simone la mayor parte del tiempo en que tú estás ocupada, os pasáis los dos horas y horas hablando mientras yo trabajo en mis proyectos…
Se interrumpió y me miró con una expresión extraña y abatida en los ojos. Su mirada era medrosa. Éste no era el mismo Richard Wakefield que conozco íntimamente desde hace más de un año. Un escalofrío me recorrió el cuerpo antes de que sus ojos se suavizaran y se inclinara sobre mí para besarme.
Después de que hicimos el amor y él se quedó dormido, Simone rebulló y decidí darle de mamar. Mientras lo hacía, rememoré todo el período de tiempo transcurrido desde que Michael nos encontró al pie de la telesilla. No había nada que yo pudiese citar que hubiera causado a Richard el más mínimo sentimiento de celos. Incluso nuestra relación sexual se ha mantenido regular y satisfactoria durante todo el tiempo, aunque debo reconocer que no ha sido demasiado imaginativa desde el nacimiento de Simone.
La extraña mirada que había visto en los ojos de Richard continuó acosándome aun después de haber terminado de amamantar a Simone. Me prometí a mí misma encontrar más tiempo para estar a solas con Richard en las próximas semanas.