5 de junio de 2201
Ayer desperté en medio de la noche al oír el sonido de un persistente golpeteo que llegaba por el corredor vertical de nuestro refugio. Aunque el nivel de ruido del constante temblor es considerable, Richard y yo podíamos oír el golpeteo sin ninguna dificultad. Nos cercioramos de que Simone dormía tranquilamente en la nueva cuna que Richard había construido para reducir al mínimo la vibración y echamos a andar cautelosamente por el corredor vertical.
El golpeteo se iba tornando más intenso a medida que subíamos las escaleras en dirección a la reja que nos protege de visitantes indeseados. En un rellano, Richard se inclinó hacia mí y me susurró que debía de ser «Macduff llamando a la puerta» y que no tardaría en descubrirse nuestra «mala acción». Yo estaba demasiado tensa como para reírme. Cuando aún nos hallábamos a varios metros de distancia bajo la reja, vimos una gran sombra móvil proyectada frente a nosotros en la pared. Nos detuvimos para estudiarla. Richard y yo nos dimos cuenta al instante de que la cubierta exterior de nuestro refugio estaba abierta —arriba, en Rama, era de día entonces— y de que la criatura ramana, o biot, responsable del golpeteo estaba creando la extraña sombra en la pared.
Instintivamente, agarré de la mano a Richard.
—¿Qué diablos es? —pregunté.
—Debe de ser algo nuevo —respondió suavemente Richard.
Le dije que la sombra semejaba una anticuada bomba extractora subiendo y bajando en medio de un yacimiento petrolífero. Sonrió nerviosamente y asintió.
Tras esperar lo que debieron de ser cinco minutos sin ver ni oír ningún cambio en el rítmico golpeteo del visitante, Richard me dijo que iba a subir hasta la reja, donde podría ver algo más concreto que una sombra. Naturalmente, eso significaba que aquello que estaba golpeando en nuestra puerta podría verle también a él, suponiendo que tuviera ojos o un equivalente aproximado. Por alguna razón, me acordé en ese momento del doctor Takagishi, y me invadió una oleada de miedo. Le di un beso a Richard y le dije que no corriera riesgos.
Cuando llegó al rellano final, justo encima de donde yo permanecía esperando, su cuerpo interceptó parcialmente la luz y tapó a la móvil sombra. El golpeteo cesó bruscamente.
—Es un biot, en efecto —gritó Richard—. Parece un mantis con una mano adicional en medio de la cara.
Se le dilataron de pronto los ojos.
—Y ahora está abriendo la verja —añadió, al tiempo que se apresuraba a saltar del rellano.
Un segundo después estaba a mi lado. Me cogió de la mano y bajamos corriendo juntos varios tramos de escaleras. No nos detuvimos hasta llegar al nivel de nuestro alojamiento, varios rellanos más abajo.
Podíamos oír ruido de movimientos encima de nosotros.
—Había otro mantis y por lo menos un biot bulldozer detrás del primer mantis —dijo Richard, jadeando—. En cuanto me vieron empezaron a retirar la verja… Al parecer, estaban dando los golpes sólo para avisarnos de su presencia.
—Pero ¿qué quieren? —pregunté retóricamente. El ruido continuaba aumentando encima de nosotros—. Parece un ejército —observé.
Al cabo de unos segundos, les oímos descender por la escalera.
—Debemos estar preparados para largarnos —exclamó frenéticamente Richard—. Tú coge a Simone, y yo despertaré a Michael.
Descendimos rápidamente por el corredor en dirección a la zona que habitábamos. El ruido había despertado ya a Michael, y Simone estaba inquieta también. Nos acurrucamos en nuestra habitación principal, sentados en el vibrante suelo frente a la negra pantalla, y aguardamos la llegada de los invasores foráneos. Richard había preparado una petición por teclado para los ramanos que, con la acción de dos mandos adicionales, haría elevarse la pantalla del mismo modo que cuando nuestros invisibles benefactores se disponían a suministrarnos algún nuevo producto.
—Si nos atacan —dijo Richard—, nos aventuraremos en los túneles que se extienden detrás de la pantalla.
Transcurrió media hora. Por el ruido que llegaba de la escalera nos dábamos cuenta de que los intrusos se encontraban ya al nivel de nuestro refugio, pero ninguno de ellos había entrado aún en el pasillo que daba a nuestra residencia. Al cabo de otros quince minutos, la curiosidad venció a mi marido.
—Voy a examinar la situación —dijo Richard, dejando a Michael conmigo y con Simone.
Regresó antes de cinco minutos.
—Hay quince, quizá veinte —nos dijo, con el ceño fruncido y expresión desconcertada—. Tres mantis en total, más dos tipos diferentes de biots bulldozer. Parecen estar construyendo algo en el otro lado del refugio.
Simone había vuelto a dormirse. La puse en la cuna y, luego, seguí a los dos hombres en dirección al ruido. Al llegar al área circular desde la que suben las escaleras hacia la abertura que da a Nueva York, encontramos un torbellino de actividad. Era imposible seguir todo el trabajo que se realizaba en el lado opuesto de la estancia. Los mantis parecían supervisar a los biots bulldozer, que ensanchaban un corredor horizontal al otro lado de la circular sala.
—¿Tiene alguien idea de lo que están haciendo? —pregunto Michael en un susurro.
—Ni la más mínima —respondió Richard.
Han pasado ya casi veinticuatro horas, y todavía no está claro qué es exactamente lo que están construyendo los biots. Richard cree que la ampliación del corredor tiene por objeto acomodar alguna clase de nueva instalación. También ha sugerido que, casi con toda seguridad, toda esta actividad tiene algo que ver con nosotros, ya que, al fin y al cabo, se está produciendo en nuestro refugio.
Los biots trabajan sin pararse a descansar, comer ni dormir. Parecen estar siguiendo algún plan o procedimiento que les ha sido completamente comunicado, pues ninguno de ellos consulta nada. Su incansable actividad constituye un espectáculo impresionante. Por su parte, los biots no han dado ni una sola vez muestras de haber reparado en nuestra presencia.
Hace una hora, Richard, Michael y yo hemos hablado brevemente sobre la frustración que experimentamos al no saber qué es lo que está sucediendo a nuestro alrededor. En un momento dado, Richard sonrió.
—En realidad, no es dramáticamente diferente de la situación en la Tierra —dijo vagamente.
Cuando Michael y yo le instamos a que explicara qué quería decir, Richard hizo un amplio gesto con la mano.
—Incluso allí —respondió, con aire abstraído— nuestro conocimiento es notablemente limitado. La búsqueda de la verdad es siempre una experiencia frustrante.
8 de junio de 2201
Me resulta inconcebible que los biots hayan podido terminar tan rápidamente la instalación. Hace dos horas, el último de ellos, el mantis capataz que a primera hora de la tarde nos había hecho seña (utilizando la «mano» que tiene en medio de la «cara») de que inspeccionáramos la nueva habitación, subió finalmente por la escalera y desapareció. Richard dice que se había quedado en nuestro refugio hasta cerciorarse de que entendíamos todo.
El único objeto que hay en la nueva habitación es un estrecho tanque rectangular que, evidentemente, ha sido diseñado para nosotros. Sus costados son de metal brillante y tiene unos tres metros de altura. En cada uno de sus dos extremos hay una escalera de mano que va desde el suelo hasta el borde del tanque. Un sólido pasadizo discurre a lo largo del perímetro exterior del tanque, a pocos centímetros por debajo del borde.
Dentro de la estructura rectangular hay cuatro hamacas de red sujetas a las paredes. Cada una de estas fascinantes creaciones ha sido realizada individualmente para un miembro concreto de nuestra familia. Las hamacas para Michael y Richard están cada una en un extremo del tanque; Simone y yo tenemos nuestros lechos de red en el centro, estando su diminuta hamaca al lado de la mía.
Por supuesto, Richard ha examinado ya detalladamente toda la disposición. Como hay una tapa para el tanque y las hamacas están colocadas en la cavidad, a una distancia de entre medio metro y uno de la parte superior, ha llegado a la conclusión de que el tanque se cierra y, luego, se llena probablemente de algún fluido. Pero ¿por qué lo han construido? ¿Nos van a someter a alguna serie de experimentos? Richard está seguro de que nos van a hacer algunas pruebas, pero Michael dice que el utilizarnos como conejillos de Indias es «incompatible con la personalidad ramana» que hemos observado hasta el momento. No pude por menos de echarme a reír ante su comentario. Michael ha ampliado su incurable optimismo religioso hasta incluir también en él a los ramanos. Él siempre da por supuesto, como el doctor Pangloss de Voltaire, que vivimos en el mejor de todos los mundos posibles.
El mantis capataz se mantuvo en las proximidades, generalmente observando desde el pasadizo superior del tanque, hasta que cada uno de nosotros nos hubimos tendido en nuestra hamaca. Richard hizo notar que, aunque las hamacas se hallaban situadas a alturas distintas a lo largo de las paredes, todos nos «hundiremos» a la misma profundidad, aproximadamente, cuando ocupemos los lechos de red. Esta redecilla es ligeramente elástica y recuerda al material tipo celosía que ya antes hemos encontrado en Rama. Mientras «probaba» mi hamaca esta tarde, su elasticidad me recordaba el miedo y el júbilo que a un tiempo experimenté durante mi fantástica travesía, envuelta en el reticulado arnés, sobre el mar Cilíndrico. Cuando cerraba los ojos, me resultaba fácil imaginarme de nuevo sobre el agua, suspendida bajo los tres gigantescos avícolas que me transportaban a la libertad.
A lo largo de la pared del refugio, detrás del tanque según se mira desde la zona que habitamos, hay una serie de gruesas tuberías conectadas directamente con el tanque. Sospechamos que tienen por objeto transportar alguna clase de fluido que llene el volumen del tanque. Supongo que no tardaremos en averiguarlo.
Y ¿qué hacemos ahora? Los tres estamos de acuerdo en que debemos limitarnos a esperar. Sin duda, pasaremos algún tiempo en el interior de este tanque. Pero hemos de suponer qué nos dirán cuando llegue el momento adecuado.
10 de junio de 2201
Richard tenía razón. Estaba seguro de que el intermitente silbido de baja frecuencia que se oyó ayer a primera hora anunciaba otra transición de fase de la misión. Incluso sugirió que quizá debiéramos dirigirnos al nuevo tanque y estar preparados para tomar posiciones en nuestras hamacas individuales. Michael y yo discutimos con él, insistiendo en que no había información suficiente para llegar a semejante conclusión.
Hubiéramos debido seguir el consejo de Richard. Hicimos caso omiso del silbido y continuamos con nuestra rutina normal (si puede utilizarse ese término para calificar nuestra existencia en el interior de esta nave espacial de origen extraterrestre). Unas tres horas después, el mantis capataz apareció de pronto en la puerta de nuestra habitación principal y me dio un susto de muerte. Señaló hacia el corredor con sus peculiares dedos e indicó claramente que debíamos movernos con rapidez.
Simone estaba todavía dormida, y no le hizo ninguna gracia que la despertase. También estaba hambrienta, pero el biot mantis me impidió que me entretuviera en alimentarla. Así pues, Simone lloraba espasmódicamente mientras cruzábamos nuestro refugio en dirección al tanque.
Un segundo mantis estaba esperando en el pasadizo que circunda el borde del tanque. Sostenía nuestros cascos transparentes en sus extrañas manos. Debía de ser el inspector, pues este segundo mantis no nos permitió descender a nuestras hamacas hasta haberse cerciorado de que los cascos quedaban adecuadamente colocados sobre nuestras cabezas. El material plástico o de cristal que forma la parte delantera del casco es en verdad extraordinario; podemos ver perfectamente a través de él. La parte inferior de los cascos es también notable. Está hecha de un material viscoso, semejante al caucho, que se adhiere firmemente a la piel y crea un cierre impermeable.
Llevábamos sólo treinta segundos tendidos en nuestras hamacas cuando una poderosa presión nos oprimió contra los elementos reticulares con tal fuerza que nos hundimos hasta la mitad de la profundidad del vacío tanque. Un instante después, diminutas hebras (parecían brotar del material de la hamaca) se enroscaron en torno a nuestros cuerpos, dejándonos libres solamente los brazos y el cuello. Volví la vista hacia Simone para ver si lloraba; tenía una amplia sonrisa en la cara.
El tanque había comenzado ya a llenarse de un líquido color verde claro. En menos de un minuto quedamos envueltos por él. Su densidad era muy parecida a la nuestra, pues permanecimos semiflotando en la superficie hasta que la parte superior del tanque se cerró y el líquido llenó completamente el volumen. Aunque consideraba improbable que corriéramos realmente ningún peligro, me asusté cuando la tapa se cerró sobre nuestras cabezas. Todos sufrimos un poco de claustrofobia.
La fuerte aceleración continuó durante todo este tiempo. Por fortuna, la oscuridad no era absoluta en el interior del tanque. Había diminutas luces esparcidas por su tapa. Veía a Simone a mi lado, bamboleándose su cuerpo como una boya, e incluso podía divisar a Richard a lo lejos.
Permanecimos en el interior del tanque poco más de dos horas. Richard se hallaba tremendamente excitado cuando terminamos. Nos dijo a Michael y a mí que estaba seguro de que acabábamos de finalizar una «prueba» para ver cómo podíamos resistir fuerzas «excesivas».
—No se conforman con las insignificantes aceleraciones que hemos estado experimentando hasta ahora —nos informó exuberantemente—. Los ramanos quieren aumentar realmente la velocidad. Para conseguirlo, la nave espacial debe ser sometida prolongadamente a una elevada aceleración. Este tanque ha sido diseñado para proporcionarnos una amortiguación que permita a nuestra estructura biológica acomodarse al insólito entorno.
Richard se pasó todo el día haciendo cálculos y hace unas horas que nos ha mostrado su reconstrucción preliminar del «incidente acelerador» de ayer.
—¡Mirad esto! —gritó, casi sin poder dominarse—. Hemos realizado un cambio de velocidad equivalente de setenta kilómetros por segundo durante ese breve período de dos horas. ¡Es algo absolutamente monstruoso para una nave espacial de las dimensiones de Rama! Hemos estado acelerando todo el tiempo a razón de casi diez G. —Nos dirigió una sonrisa—. Esta nave es de una adaptabilidad extraordinaria.
Cuando finalizamos la prueba en el tanque, inserté a todos, incluidas Simone y yo, un nuevo juego de sondas biométricas. No he encontrado ninguna reacción insólita, por lo menos nada que suscite alarma, pero confieso que todavía me preocupa un poco la forma en que nuestros cuerpos reaccionarán a la tensión. Hace unos momentos, Richard me regañaba afablemente.
—Sin duda, los ramanos están observando también —dijo, indicando que consideraba innecesaria la biometría—. Apuesto a que ellos están tomando sus propios datos por medio de esas hebras.