Viernes
Dicen que tenemos que irnos esta noche. Sabía que sería pronto, ya que el entrenamiento terminó hace ya casi un mes; pero aun así, resulta repentino, es impactante. ¿Por qué consentí en hacer esto? Soy una mujer mayor, estoy demasiado cansada para iniciar una nueva vida. Desearía haber dicho que no cuando me lo propusieron.
He puesto todo lo que he podido en una maleta: ropa, zapatos, un buen reloj de cuerda, algo de jabón, un par de gafas de recambio. «No traigan libros ni fotografías», dijeron. Nos han dicho que nunca más digamos nada del mundo del que procedemos. Pero yo me voy a llevar este cuaderno, de todas maneras. Estoy decidida a escribir todo lo que pase. Puede que algún día alguien necesite saberlo.
Sábado
Ayer tarde fui a la estación, tal como me dijeron, y me subí en el tren que me habían indicado. Éste nos llevó a través del Valle de la Primavera, y por la ventana vi los campos y las casas del lugar del que me despedía: mi hogar, y el hogar de mi familia durante generaciones. Viajé durante dos horas, hasta que el tren llegó a una estación situada en las colinas. Cuando llegué me recibieron tres hombres con traje y me llevaron a un edificio grande, donde me condujeron a través de un pasillo hasta una sala llena de otras personas, todos con maletas. La mayoría tenía el pelo gris o blanco. Llevamos esperando aquí más de una hora.
Han tardado años en diseñar este plan. Se supone que asegurará que, pase lo que pase, la gente no desaparezca de la Tierra. Algunos dicen que, de todas maneras, eso no pasará. Yo no estoy tan segura. Los desastres parecen estar cada vez más cerca. Nos dicen que todo saldrá bien, pero sólo unos cuantos se lo creen. ¿Cómo van a ir bien las cosas si todo lo que vemos cada día va a peor?
Y claro está, este plan es la prueba de que ellos creen que el mundo está condenado. Los mejores científicos e ingenieros han sido llamados para trabajar en él. Se han realizado esfuerzos extraordinarios, que habrían sido más útiles en otros lugares. Creo que es una solución errónea; pero me preguntaron si querría ir, supongo que porque me he pasado la vida en una granja y sé lo suficiente sobre plantar y recoger alimentos. A pesar de mis dudas, dije que sí. No estoy muy segura de por qué.
Somos cien, cincuenta hombres y cincuenta mujeres. Todos tenemos, al menos, sesenta años. También habrá cien bebés, dos por cada par de «padres». Todavía no sé con cuál de estos señores me emparejarán. Todos somos desconocidos para los demás. Lo planearon así; dijeron que de este modo, entre nosotros, tendríamos menos recuerdos. Quieren que olvidemos todo lo relacionado con la vida que hemos llevado hasta ahora y los lugares en los que hemos vivido. Los bebés deben crecer sin conocimiento del mundo exterior, así no sentirán ningún tipo de dolor por lo que han perdido.
Oigo ruidos del otro lado de la sala. Creo que llegan los bebés… Sí, aquí vienen; cada uno de esos hombres de traje gris trae uno. ¡Hay tantos! ¡Son tan pequeños! Tienen las caritas estrujadas y mueven sus puños diminutos. Ahora debo dejar de escribir. Los van a distribuir.
Más tarde
Volvemos a viajar, esta vez en autobús. Es de noche, creo, aunque es difícil estar segura porque han tapado las ventanas desde fuera con tablas. No quieren que veamos adonde vamos.
Tengo un bebé en mi regazo; es una niña. Tiene la cara de un color rosado brillante y nada de pelo. Stanley, que se sienta a mi lado, sostiene un bebé, un niño de piel morena con algunos mechones de pelo negro. Stanley y yo somos los cuidadores de estos niños. Nuestra tarea es criarlos en el sitio nuevo al que nos dirigimos. Cuando tengan veinte años, más o menos, nosotros ya no existiremos. Estarán solos, y crearán un mundo nuevo.
Stanley y yo hemos llamado a estos niños Estrella y Bosque.
Domingo
Los autobuses ya han parado, pero aún no nos han dejado salir. Puedo oír cómo cantan los grillos y huelo la hierba, así que debemos de estar en el campo, y debe de ser de noche. Estoy muy cansada.
¿Qué tipo de sitio puede ser aquel al que vamos, para que esté libre de las catástrofes de la Tierra? Todo lo que se me ocurre es que tiene que estar bajo tierra. Estos pensamientos me llenan de terror. Voy a intentar dormir un poco.
Más tarde
No he podido dormir. Nos hicieron bajar de los autobuses y salimos a una zona cubierta de colinas, bajo la luz de la luna.
—Entraremos por allí —nos dijeron, apuntando a una abertura oscura que había en la colina en la que estábamos situados—. Formen una fila, por favor.
Eso hicimos. Todo estaba muy silencioso, a excepción de los chillidos de algunos bebés. Si los demás hacían lo que yo, estaban despidiéndose del mundo. Me acerqué al suelo para tocar la hierba, e inspiré con fuerza para oler la tierra. Mis ojos se pasearon por las colinas plateadas y pensé en los animales que estarían merodeando entre las sombras o durmiendo en sus guaridas, y en los pájaros situados bajo las hojas de los árboles, con la cabeza agazapada bajo el ala. Finalmente, alcé los ojos hacia la luna, que nos sonreía desde la distancia, lejana y fría. «La luna seguirá allí cuando salgan», pensé. Al menos, la luna y las colinas.
La entrada nos llevó a un pasaje con curvas que descendía abruptamente durante un kilómetro y medio, más o menos. A mí me resultaba difícil bajar por él, porque mis piernas ya no son tan fuertes como antes. La última parte fue la peor, ya que se trataba de una pendiente llena de rocas y resultaba fácil perder el equilibrio y caer. Desde allí descendimos hasta un lago, en cuya orilla nos juntamos todo el grupo de pioneros ancianos. Nos esperaban unas lanchas a motor, equipadas con linternas.
—Cuando la gente deba abandonar el lugar, ¿lo harán por esta ruta? —le pregunté a nuestro piloto, que tenía un rostro amable. Dijo que sí—. Pero ¿cómo sabrán que hay una salida, si nadie se lo dice? —pregunté—. ¿Cómo sabrán qué deben hacer?
—Tendrán unas instrucciones —respondió el piloto—. No tendrán acceso a ellas hasta que sea el momento adecuado. Pero cuando las necesiten, las instrucciones estarán ahí.
—Pero ¿y si no las encuentran? ¿Y si no salen nunca más?
—Yo creo que sí lo lograrán. La gente encuentra el camino sea como sea.
Eso es todo lo que dijo. Ahora escribo esto mientras el piloto carga el barco. Espero que no se dé cuenta.
—Aquí termina —dijo Lina, levantando la vista.
—El piloto se debió de dar cuenta —dijo Doon—. O ella tuvo tanto miedo que decidió esconderlo en vez de llevárselo consigo.
—Debe de haber deseado que alguien lo encontrara.
—Y así fue —reflexionó Doon—. Pero es posible que no lo hubiéramos hecho de no ser por Poppy.
—No. Y no hubiéramos sabido de dónde veníamos.
El círculo encendido se había movido por el cielo y ahora el aire era tan cálido que se quitaron los abrigos. Con gesto ausente, Doon escarbó la tierra con el dedo. Era suave y grumosa.
—¿Qué tipo de desastre pudo haber pasado en este lugar? —dijo—. No parece estar destruido.
—Debe de haber pasado hace mucho, mucho tiempo —dijo Lina—. Me pregunto si todavía vivirá gente aquí.
Se quedaron mirando las colinas, pensando en la mujer que había escrito el cuaderno. «¿Cómo habrá sido su ciudad?», se preguntó Lina. Imaginó que se debía de parecer a Las Ascuas. Una ciudad con problemas, donde la gente discutía para encontrar soluciones. Una ciudad moribunda. Pero era difícil imaginarse una ciudad como Las Ascuas en ese lugar brillante y hermoso. ¿Cómo podía alguien haber dejado que dañaran ese lugar?
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Lina. Cubrió el cuaderno con el envoltorio y lo dejó a un lado—. Ya no podemos volver río arriba y decirles a todos cómo llegar hasta aquí.
—No. Nunca lograríamos que la barca fuera contracorriente.
—Entonces, ¿estamos solos aquí para siempre?
—A lo mejor hay otra entrada que permite llegar a Las Ascuas caminando. O a lo mejor hay otro río que va en la dirección contraria. Ahora tenemos velas; podríamos cruzar a través de las Regiones Desconocidas si encontráramos otra manera de llegar.
Éste era el único plan que se les ocurría. Así que pasaron todo el día buscando otra entrada. Bajo la cima de la colina encontraron otro agujero por el que fluía el arroyo, adentrándose en la oscuridad. El agua se podía beber, pero el agujero era demasiado pequeño para meterse. Había surcos llenos de arbustos; Lina y Doon pasaron a través de hojas y ramas espinosas, pero no encontraron ningún resquicio. Los insectos zumbaban alrededor de sus tobillos y cerca de sus ojos, la tierra marrón les manchaba las manos y se les metieron guijarros en los zapatos. Sus ropas gruesas, oscuras y gastadas se llenaron de espinas, y como tenían demasiado calor, se quitaron muchas de ellas. Nunca habían sentido tanta calidez o un aire tan suave en la piel.
Cuando el círculo brillante estuvo en el punto más alto del cielo, se sentaron a la sombra de una de las plantas altas del lado de la colina, donde la maleza se convertía en un claro. Poppy se durmió, pero Lina y Doon se quedaron mirando la tierra. El verde lo invadía todo, en diferentes tonalidades, como si se tratara de una versión enorme, hermosa y brillante de las alfombras superpuestas de las habitaciones de Las Ascuas. Al fondo, Lina vio una línea gris que se curvaba, como si se tratara de un trazo a lápiz por el verde de las colinas. Se lo señaló a Doon y los dos miraron, entrecerrando los ojos, pero estaba demasiado lejos para verlo claramente.
—¿Podría ser una carretera? —dijo Lina.
—Sí, podría ser —contestó Doon.
—A lo mejor sí que hay gente, después de todo.
—Eso espero —dijo Doon—. Hay tantas cosas que quiero saber…
Todavía estaban contemplando el pedacito de gris en la lejanía cuando oyeron que algo se movía en un lugar cercano. Las hojas crujieron. Hubo un chasquido, un sonido de algo que se arrastraba. Se pusieron tensos y aguantaron la respiración. ¿Era una persona? ¿Deberían gritar? Pero antes de que pudieran decidir qué hacer, la criatura se adelantó al claro.
Era del mismo tamaño de Poppy, sólo que quedaba más cerca del suelo porque caminaba a cuatro patas, en vez de con dos. Su piel peluda era de un color rojizo profundo. Tenía una cara triangular, las orejas puntiagudas y los ojos negros brillantes. Avanzó unos pasos, inmersa en sus propios asuntos. Detrás de ella flotaba una cola gruesa, de aspecto suave.
De repente los vio y se detuvo.
Lina y Doon permanecieron totalmente quietos. La criatura también. Entonces avanzó un paso; se detuvo; giró la cabeza hacia un lado, como para obtener una perspectiva mejor, y dio otro paso. Podían ver el brillo de su piel y el destello de luz en sus ojos.
Durante un momento largo, se quedaron así, helados, mirándose. Después, sin prisa, la criatura se fue.
Lina dejó escapar un suspiro y se volvió a mirar a Doon, que tenía la boca abierta de asombro. Con la voz temblorosa, dijo:
—Es la cosa más maravillosa que he visto en toda mi vida.
—Sí.
—Y nos vio —afirmó Doon, y Lina asintió. Los dos lo sintieron. Los había visto. La criatura era extraña; no se parecía en nada a lo que ellos conocían; pero al verse había ocurrido algo, un gesto de reconocimiento que había pasado entre ellos—. Ahora entiendo —dijo Doon—. Nosotros pertenecemos a este mundo.
Unos minutos más tarde, Poppy se despertó e hizo unos sonidos inquietos. Lina le dio los últimos guisantes del saco de Doon.
—¿Qué crees que era lo que tenía la criatura en la boca? —preguntó—. ¿Podría tratarse de algo para comer, como una fruta de algún tipo? Se parecía a los dibujos de los melocotones de las latas, menos en el color.
Se levantaron y miraron a su alrededor, y pronto dieron con una planta cuyas ramas estaban repletas de frutos morados, del tamaño de las remolachas pequeñas pero más suaves. Doon cogió uno y lo abrió con el cuchillo. Dentro había una piedra. Un jugo rojo corrió por sus manos. Con cautela, lo probó con la lengua.
—Es dulce —dijo.
—Si la criatura se lo comía, a lo mejor nosotros también podemos —dijo Lina—. ¿Probamos?
Así fue. Nunca habían comido nada que supiera mejor. Lina sacó las piedras y le dio unos trozos a Poppy. El jugo les corría por la barbilla. Cuando hubieron comido cinco o seis cada uno, se chuparon los dedos pegajosos hasta dejarlos limpios y siguieron explorando.
Subieron por la ladera, pasando a través de flores que les llegaban por la cintura. Cuando se aproximaron a la parte más alta, llegaron a una especie de abolladura en el suelo que parecía haber sido cavada en la tierra. Dentro encontraron una grieta tan alta como una persona, pero más estrecha que una puerta. Lina entró de lado y descubrió un túnel estrecho.
—Pasa a Poppy por él —dijo Lina—. Y luego entra tú.
Pero adentro estaba muy oscuro, así que Doon tuvo que volver a donde había dejado el paquete para buscar una vela. A la luz de la vela reptaron hasta llegar al final del túnel. Pero al final no encontraron una pared, sino un gran hueco negro, la nada más absoluta, que les hizo dar un respingo y retroceder. Unos metros más allá comenzaba un abismo que caía en picado y que no parecía tener fin. Estaban en una cueva tan enorme que parecía al menos tan grande como el mundo exterior. Abajo, al fondo, muy a lo lejos, brillaba un cúmulo de luces.
—Es Las Ascuas —susurró Lina.
Desde ahí podían ver las pequeñas calles brillantes entrecruzándose, las plazas, pequeños destellos de luz y los extremos oscuros de los edificios. En los límites, más allá, sólo había una inmensa oscuridad.
—Nuestra ciudad, Doon. ¡Nuestra ciudad está metida en el fondo de un agujero! —Miró hacia el abismo, y todo lo que creía con respecto al mundo empezó a desmoronarse, lentamente—. ¡Estábamos bajo tierra! —dijo—. ¡No sólo las tuberías! ¡Todo!
Casi no podía entender lo que ella misma estaba diciendo.
Doon se acuclilló y miró desde el precipicio. Forzó la vista, intentando ver manchas que pudieran ser personas.
—Me pregunto qué estará pasando allí.
—¿Podrían oírnos, si gritáramos?
—No creo. Estamos muy elevados.
—A lo mejor si miraran hacia el cielo podrían ver nuestra vela —dijo Lina—. Pero no; supongo que no. Las farolas emiten una luz demasiado fuerte.
—Tenemos que avisarles de alguna manera —dijo Doon.
En ese momento, Lina tuvo una idea.
—¡El mensaje! —gritó—. ¡Podríamos mandar el mensaje!
Y eso hicieron. Lina sacó de su bolsillo el mensaje que Doon había escrito, el que era para Clary y que lo explicaba todo. En letra pequeña, escribieron esta nota, que añadieron en la parte superior:
Querida gente de Las Ascuas:
Bajamos por el río desde las tuberías y encontramos la salida a otro lugar. Es verde y muy grande. La luz proviene del cielo. Debéis seguir las instrucciones de este mensaje y venir por el río. Traed comida. Venid tan rápido como podáis.
Lina Mayfleet y Doon Harrow
Envolvieron el mensaje en la camisa de Doon y añadieron una piedra. Permanecieron juntos ante el abismo; Doon en el centro, con Lina a un lado y Poppy al otro, cogiéndole de la mano. Lina apuntó al centro de la ciudad, bajo sus pies. Con todas sus fuerzas, lanzó el mensaje en la oscuridad, y lo vieron descender.
* * *
La señora Murdo, caminando con más energía que de costumbre para mantener los ánimos altos, cruzaba la plaza Harken cuando algo cayó sobre el pavimento, justo frente a ella, dando un golpe terrible. «Qué insólito», pensó, y se agachó a recogerlo. Era una especie de fardo. Se dispuso a desatarlo.
Fin