Capítulo 18
Adonde lleva el río

DURANTE un segundo, Lina vio pasar las orillas del río. Delante se encontraba la abertura del túnel, como una boca enorme. Se adentraron en ella y dejaron atrás la luz de las tuberías. La barca se movía desenfrenadamente de un lado a otro, y Lina, en el suelo, se bamboleaba mientras intentaba proteger a Poppy con un brazo y agarrarse a lo que fuera con la otra mano. Doon se deslizó hasta ella, y ella se deslizó hasta las cajas. Poppy chillaba furiosamente.

—¡Doon! —gritó Lina.

—¡Aguanta! ¡Aguanta! —gritó Doon a su vez.

Pero ella seguía perdiendo su punto de apoyo en el borde de la barca y se balanceaba de un lado a otro. Estaba aterrorizada ante la posibilidad de que Poppy se golpeara con el banco de metal, se le deslizara de entre los brazos y cayera al río.

La barca golpeó contra algo y se sacudió, pero siguió avanzando. Se sentían como si algo los hubiera tragado, ya que corrían a través de la oscuridad y el río atronaba como un millar de voces.

Las piernas de Lina estaban enredadas con las de Doon, y los brazos de Poppy se habían aferrado con tanta fuerza a su cuello que apenas podía respirar. Pero lo peor era la oscuridad, avanzar tan deprisa en medio de la oscuridad.

Lina cerró los ojos. Si se estrellaban contra un muro o caían en un agujero sin fondo, ella no podría hacer nada para evitarlo. Todo lo que podía hacer era agarrar a Poppy con fuerza. Y eso es lo que hizo durante lo que le pareció una eternidad.

Hasta que, finalmente, la corriente disminuyó y la barca dejó de moverse de manera violenta. Lina logró sentarse y notó que Doon también se movía. Los aullidos de Poppy se convirtieron en lloriqueos. La oscuridad seguía siendo absoluta, pero Lina podía sentir que había espacio alrededor de ellos. ¿Dónde estaban? Tenía que verlo.

—¡Doon! —dijo—. ¿Estás bien? ¿Puedes buscar una vela?

—Lo intentaré —respondió Doon. Lina sintió cómo él se levantaba y pasaba junto a ella hasta el fondo de la barca, y oyó algo que rascaba cuando sacó una caja de su lugar, debajo del banco de metal—. ¡No encuentro el pestillo! —dijo. Y un segundo más tarde—: Aquí, ya lo tengo. Éstas son las cerillas, así que esto deben de ser las velas.

Siguieron los chirridos y los golpes. La barca se tambaleó y Lina se precipitó hacia delante.

Doon también se deslizó y chocó contra su espalda. Dejó escapar un grito de rabia.

—¡Se me ha caído la cerilla! Espera, casi la tenía.

Pasaron más segundos de ruido y confusión, hasta que se encendió una luz y apareció la cara ensombrecida de Doon, justo encima. Puso la cerilla sobre la vela y la luz se estabilizó.

Sólo era una llama pequeña, pero proyectaba destellos de luz en las paredes del túnel y la superficie del agua. Lina vio que el túnel tenía un techo arqueado, como los de las tuberías; pero era mucho más ancho. El río avanzaba como si se tratara de una carretera móvil.

—¿Puedes encender otra? —preguntó Lina.

Doon asintió y volvió a por las cajas. Una vez más, la barca golpeó contra algo, lo que provocó que cayera agua sobre ellos y apagara la vela.

Pasaron varios minutos antes de que Doon la pudiera volver a encender, y varios más para que las velas fueran dos. Encajó una de ellas en el espacio que había entre el banco y un lado de la barca, y sostuvo la otra con la mano. Tenía el pelo mojado y aplastado contra el rostro. La chaqueta marrón estaba rasgada por el hombro.

—Así está mejor —dijo.

Era cierto, ya que no sólo tenían luz para poder ver sino que además la corriente era más lenta y la barca avanzaba de manera más suave. Lina pudo desenganchar a Poppy de su cuello y mirar a su alrededor. Vio que el túnel se curvaba frente a ellos. La barca tomó la curva, se golpeó contra una pared, se enderezó y siguió adelante.

—Pásame una vela —dijo.

Doon le dio la vela que llevaba en la mano y encendió otra. Encontraron lugares en el armazón de la barca para encajar las velas y tener así las manos libres. Durante un rato avanzaron casi en silencio, con el río ya casi tan liso como una superficie de cristal.

De repente, la corriente se hizo aún más lenta y el túnel se abrió.

—Hemos llegado a una sala —dijo Lina.

Sobre ellos se alzaba un techo abovedado. Había columnas de roca que colgaban de él y otras que se alzaban desde el agua, creando sombras alargadas que giraban y se mezclaban mientras la barca flotaba entre ellas. Las columnas brillaban a la luz de las velas y emitían resplandores rosados, verde pálido y plateados. Sus extrañas formas desiguales recordaban a algo muy suave que se hubiera congelado. «Como torres de puré de patata que se hubieran convertido en piedra», pensó Lina.

De vez en cuando la barca chocaba con una de las columnas. Se dieron cuenta de que podían usar los remos para desatascarse y seguir avanzando. Así cruzaron la sala y llegaron al otro lado, donde el pasaje se estrechaba de nuevo y la corriente se aceleraba e iba más deprisa.

Mucho más deprisa. Parecía que la barca fuera arrastrada por una mano poderosa. El agua volvió a agitarse y las salpicaduras que llegaban apagaron las velas. Lina y Doon se agazaparon en el fondo de la barca y protegieron a Poppy poniéndola en medio y cubriéndola con los brazos. Apretaron los dientes y cerraron los ojos firmemente, hasta que ya no hubo nada más en sus mentes que el movimiento brusco de la barca y en sus cuerpos el esfuerzo de no salir disparados. Durante un momento, el sonido de la corriente se convirtió en un estrépito, la parte delantera de la barca se precipitó hacia abajo y ellos se fueron de bruces hacia delante como si cayeran escaleras abajo. Eso solamente duró unos segundos, y enseguida continuaron avanzando.

Lina perdió la noción del tiempo. Pero después de un rato —unos minutos, quizá una hora—, la corriente se hizo más lenta. Las velas que habían dispuesto en la barca se habían caído al río, así que Doon encendió otras. Vieron que habían llegado a otra especie de lago. Aquí no encontraron columnas de ningún tipo, ni nada que obstaculizara la ancha y plana superficie del agua, que se extendía ante ellos iluminada por la luz titilante de sus velas. El techo era liso y se encontraba a tan sólo dos metros de altura sobre sus cabezas. La barca iba a la deriva, como si hubiera perdido el rumbo. Doon la guió hasta la orilla del lago, ayudándose de un remo.

—Ya no sé por dónde sigue el río —dijo Doon—. ¿Y tú?

—Tampoco —dijo Lina—. A menos que sea por ahí, en ese hueco pequeño —dijo, señalando una ranura en la pared de unos centímetros de ancho.

—Pero la barca no se puede meter por ahí.

—No, es demasiado pequeña.

Doon impulsó la barca hacia delante. Sus sombras les hacían compañía desde la pared.

—Quiero ir a casa —dijo Poppy.

—Ya casi llegamos —le respondió Lina.

—Lo que está claro es que no podemos regresar por donde hemos venido —dijo Doon.

—No.

Lina metió una mano en el agua. Estaba tan fría que sintió cómo el dolor le recorría el brazo.

—¿Será éste el final? —dijo Doon. Su voz sonaba plana en un lugar tan cerrado.

—¿El final?

Lina sintió que la recorría un escalofrío de terror.

—Quiero decir el final del viaje —dijo Doon—. A lo mejor se supone que tenemos que salir por ahí —dijo, señalando una gran extensión de rocas que se elevaba hacia la oscuridad por un lado del lago. Todo el resto estaba rodeado de paredes lisas que se alzaban desde el agua.

Empujó la barca hasta la zona de las rocas. Como había poca profundidad, ésta se quedó encallada.

—Saldré a ver si nos lleva a algún sitio —dijo Lina—. Además, prefiero pisar de nuevo tierra firme.

Le pasó Poppy a Doon y se levantó. Con una vela en la mano, cruzó la pierna por el borde de la barca e hizo pie en el agua poco profunda. Finalmente, llegó a la orilla.

El camino no parecía prometedor. El suelo se elevaba y el techo se inclinaba hacia abajo. A medida que subía, debía agacharse. Unos metros más adelante, un cúmulo de rocas bloqueaba la ruta. Lo rodeó, situándose de lado para poder meterse a través del estrecho espacio que quedaba, y mantuvo la vela frente a ella. «Esto no lleva a ningún sitio —pensó—. Estamos atrapados.»

Pero unos pasos más adelante vio que podía volver a ponerse en pie. Un poco más allá, pasó un recoveco y la luz de la vela iluminó un camino ancho, de techo alto y suelo liso. Lina dejó escapar un grito alocado.

—¡Aquí está! —gritó—. ¡Está aquí! ¡Hay un camino!

La voz de Doon llegaba desde muy lejos. No podía entender lo que decía. Intentó regresar a la barca, y cuando los vio de nuevo, volvió a gritar:

—¡He encontrado un camino! ¡Un camino!

Doon se puso en pie y bajó a la orilla, llevando a Poppy. La dejó en el suelo, y Lina y él agarraron la barca y la llevaron todo lo cerca que pudieron de las rocas. Poppy se contagió del entusiasmo. Gritó con alegría, blandió los puños como si fueran pequeños garrotes y caminó hacia todos lados, contenta de poder estar de pie otra vez. Encontró un guijarro, lo tiró al agua y gorjeó alegremente al oír el ruido que hizo al caer.

—Quiero ver el camino —dijo Doon.

—Sube por ahí y rodea las rocas apiladas —dijo Lina—. Yo me quedaré aquí y sacaré las cosas de la barca.

Doon avanzó y se llevó consigo otra vela de la caja. Lina sentó a Poppy en una especie de rincón formado por una roca alisada y un agujero en la pared.

—No te muevas de aquí —dijo.

Sacó el fardo de Doon de debajo del asiento de la barca. Estaba mojado, pero no empapado. Quizá la comida siguiera estando en buen estado. De repente, le había entrado hambre. Recordó que no había cenado. Debía de ser medianoche, o incluso puede que ya fuera de día.

Llevó el saco a la orilla, junto con las cajas de las velas y las cerillas, y las estaba dejando en el suelo cuando Doon regresó. Le brillaban los ojos, y en cada pupila bailaba una pequeña llama.

—Ya es seguro —dijo—. Lo hemos logrado. —De repente, su mirada cambió de dirección—. ¿Qué es lo que tiene Poppy?

Lina se dio la vuelta. Poppy sostenía entre sus dedos algo negro y rectangular. No era una piedra, sino que se parecía a algún tipo de paquete. Poppy tiraba de él. Se lo acercó a la boca, como para arrancar algo con los dientes, cuando Lina se levantó y gritó:

—¡Para! —Poppy, aturdida, dejó el paquete en el suelo y empezó a llorar—. Está bien, no pasa nada —dijo Lina, recuperando lo que Poppy había estado a punto de masticar—. Ahora ven a cenar. Tranquila, vamos a cenar. Seguro que tienes hambre.

Examinaron el hallazgo de Poppy bajo la luz de la vela mientras ésta se movía en el regazo de Lina. El paquete estaba envuelto en un material resbaladizo y verdoso y atado con un cordel. No estaba muy bien envuelto, parecía como si alguien lo hubiera atado rápidamente. La tela estaba suelta y manchada de moho blanquecino.

Lina retiró la correa con delicadeza. Estaba medio podrida, y en un extremo tenía una hebilla pequeña y cuadrada, cubierta de herrumbre. Acto seguido, quitó el envoltorio.

Doon dio un respingo.

—Es un libro —dijo.

Acercó la vela y Lina abrió la tapa marrón. Las páginas del interior estaban atravesadas por unas líneas de un azul desvaído. Alguien había escrito encima de esas líneas con una letra negra e inclinada, que no se parecía a la letra de los libros de la biblioteca, sino que se desparramaba, como si el que lo había escrito hubiera tenido mucha prisa.

Doon siguió la primera línea con el dedo.

—Dice: «Dicen que tenemos que»… ¿ismos? No, irnos. «Dicen que tenemos que irnos esta noche.»

Levantó la vista y encontró la mirada de Lina.

—¿Irse? —dijo Lina—. ¿De dónde?

—¿De Las Ascuas? —preguntó Doon—. ¿Habrá hecho alguien el mismo camino antes que nosotros?

—¿O será de alguien que dejó la otra ciudad?

Doon volvió a mirar el libro. Hojeó las páginas. Había muchas.

—Guardémoslo —dijo Lina—. Lo leeremos cuando lleguemos a la ciudad nueva.

Doon asintió.

—Allí nos será más fácil.

Lina volvió a envolver el libro y lo metió en el saco de Doon. Se sentaron en la plataforma rocosa durante un rato y comieron lo que Doon había cogido. Las velas encajonadas en la barca seguían brillando; la luz que desprendían era agradable, parecida a la de una lámpara, y dibujaba formas doradas en la superficie lisa del lago.

Doon dijo:

—Vi cómo te perseguían los guardias. Cuéntame qué pasó.

Lina se lo explicó.

—¿Y Poppy? ¿Qué le dijiste a la señora Murdo?

—Le dije la verdad; al menos espero que sea la verdad. La localicé cuando iba hacia casa después de los cantos. Había visto los carteles y estaba aterrorizada, pero antes de que pudiera hacer preguntas le dije que tenía que darme a Poppy. Le dije que me la llevaba para que estuviera a salvo. Porque me di cuenta de una cosa cuando estaba en el tejado del Salón de Reuniones, Doon. Antes había estado pensando que tenía que dejar a Poppy porque con la señora Murdo estaría a salvo. Pero cuando las luces se apagaron, de repente me di cuenta: en Las Ascuas no hay seguridad. Al menos no por mucho tiempo. Para nadie. No podía dejarla allí. No importa lo que nos pase ahora, siempre será mejor que lo que va a ocurrir allí.

—¿Y le explicaste todo eso a la señora Murdo?

—No. Tenía muchísima prisa, porque debía llegar a las tuberías y encontrarte, y sabía que era necesario hacerlo mientras todavía hubiera gente en las calles, para que a los guardias les fuera más difícil buscarme. Sólo le dije que me llevaba a Poppy a un lugar seguro. La señora Murdo me la dio, pero farfulló algo parecido a «¿Adónde?» y «¿Por qué?», y yo le dije: «Lo sabrá en unos días, no se preocupe». Y entonces corrí.

—Y ¿le diste la nota? —dijo Doon—. ¿La nota para Clary?

—¡Oh! —Lina lo miró, acongojada—. ¡El mensaje para Clary! —Metió la mano en el bolsillo y sacó un pedazo de papel arrugado—. ¡Lo olvidé por completo! Sólo pensaba en coger a Poppy y llegar a encontrarme contigo.

—Así que nadie sabe de la habitación llena de barcas.

Lina agitó la cabeza, con los ojos muy abiertos.

—¿Cómo volveremos para decírselo?

—No podemos.

—Doon —dijo Lina—. Si se lo hubiéramos dicho a la gente directamente, aunque fuera solamente a algunos… Si no hubiéramos decidido hacerlo a lo grande y anunciarlo el Día de los Cantos …

—Lo sé —repuso Doon—. Pero no lo hicimos, y ya está. No lo explicamos y ahora nadie lo sabe. Aunque le dejé un mensaje a mi padre. —Le contó a Lina lo de la nota colgada en la pared en el quiosco de la plaza Selverston—. Le dije que habíamos encontrado la salida y que estaba en las tuberías. Pero no es de mucha ayuda.

—Clary ha visto las Instrucciones —dijo Lina—. Sabe que hay una salida. Puede que la encuentre.

—O puede que no.

No había nada que pudieran hacer, así que pusieron los alimentos en la bolsa de Doon y se prepararon para seguir. Lina usó la cuerda de Doon para fabricar una correa. Ató un extremo a su cintura, el otro a la de Poppy y se llenó los bolsillos de cerillas. Doon puso el resto de las velas en su saco, por si llegaban a la ciudad nueva de noche. Llenó su botella de agua del río y encendió dos velas, una para Lina y otra para él. Equipados de esta manera, dejaron atrás la barca y treparon por el banco de rocas hasta el camino.