A las tres y veinte, Doon cogió su saco, salió por la puerta trasera de la escuela y recorrió la calle Pibb. Lo hizo deprisa; el apagón se había producido unos minutos antes de las tres y estaba nervioso por salir a la calle. Había planeado tomar la ruta larga hacia las tuberías, que recorría los límites de la ciudad, para evitar encontrarse con los guardias que podían estar buscándole.
Estaba aterrado por lo que le podía haber sucedido a Lina. No sabría lo que le había ocurrido hasta que no llegara a las tuberías y descubriera si ella se había presentado o no. En cualquier caso, todo lo que él podía hacer ahora era huir.
Corrió por la calle Knack. Era extraño recorrer la ciudad con las calles totalmente desiertas. Sin gente a su alrededor, parecían mucho más anchas y oscuras. No había nada que se moviera aparte de él mismo, su sombra y su efímero reflejo en los escaparates cuando pasaba. En la plaza Selverton vio un quiosco que tenía colgado el cartel con su nombre y el de Lina. Ya los debía de haber visto toda la ciudad. Pensó, irónicamente, que ya era famoso, pero no de la manera que él hubiera querido. Ya no habría ningún momento de gloria en el Salón de Reuniones, después de todo. En vez de hacer que su padre se sintiera orgulloso de él, le iba a causar tremendas preocupaciones.
Esa idea le hizo ponerse tan triste que sus rodillas temblaron. ¿Cómo podía desvanecerse sin decir ni una palabra? Pero ahora ya era demasiado tarde; no podía regresar. Si hubiera una manera de mandarle un mensaje… En ese momento se dio cuenta de que sí la había. Paró, buscó en el saco un pedazo de papel y un lápiz, y garabateó lo siguiente: «Padre: Hemos encontrado la salida; ¡estaba en las tuberías, después de todo! Mañana lo sabrás todo. Te quiero, Doon». Lo dobló dos veces; escribió: «Entregar a Loris Harrow» en letras grandes, en la parte posterior, y lo clavó en el quiosco. ¡Ya estaba! Era lo único que podía hacer. Confiaba en que alguien lo entregaría.
En la distancia oyó el leve sonido de los cantos. Escuchó. Se trataba del final de El canto del río. «Muy abajo, como la sangre de la tierra, / desde el centro de la nada, corre hacia delante», cantó por lo bajo. Como todos los ciudadanos de Las Ascuas, conocía de memoria los tres cantos. Cantó suavemente con los demás, que estaban en la lejanía.
Consiguiendo la luz para las farolas de Las Ascuas, más antiguo de lo que nadie recuerda, más rápido de lo que nadie sabe, el río viene y el río se va.
Siguió por la calle Rin hasta la calle River. Ya estaba a medio camino. Los ciudadanos comenzaban El canto de Las Ascuas. Era su favorito por sus armonías profundas y poderosas. Le daba un poco de pena perdérselo. Continuó por la calle Pott, junto a la plaza Riverroad, que estaba totalmente vacía, y encontró otro cartel torcido en un quiosco. Se dirigió hacia la calle North, y fue allí cuando las luces parpadearon y se apagaron.
Frenó completamente. Permaneció quieto y esperó. Ésa fue su respuesta automática. En la distancia pudo oír que la canción caía en picado y que algunas voces asustadas rompían la fluidez; pero de repente el canto volvió a alzarse, desafiando a la oscuridad. Durante un momento, todos los pensamientos huyeron de la mente de Doon y no existió nada aparte de las audaces palabras de la canción:
Negra como el dormir y profunda como el sueño, la oscuridad es como una noche interminable, pero a pesar de todo, en las calles de Las Ascuas brilla nuestra luz, espléndida y valiente.
Cantó, mientras permanecía inmóvil en la oscuridad. Cuando la canción terminó, esperó. Estaba convencido de que muy pronto las luces se encenderían de nuevo. Durante unos minutos, se hizo el silencio, y después oyó un grito, lejano pero penetrante. Le siguieron más gritos y chillidos, los sonidos del pánico. Sintió cómo el pánico también se apoderaba de él, como si se tratara de una mano que lo agarraba, le hacía saltar y le lanzaba contra la oscuridad.
Pero de repente, recordó con un destello de alegría que no tenía que esperar a que las luces volvieran. Tenía lo que ningún otro ciudadano de Las Ascuas había tenido nunca antes: una manera de ver en la oscuridad. Dejó el saco en el suelo, lo desató y rebuscó en su interior hasta que palpó la vela. En uno de los rincones encontró la pequeña caja de cerillas. Rascó una cerilla contra el pavimento y ésta se encendió al instante. Mantuvo la llama junto a la mecha de la vela, que comenzó a arder. Tenía luz. Tenía la única luz de toda la ciudad.
La vela no iluminaba mucho, pero sí lo suficiente para al menos poder ver el suelo que tenía frente a sí. Caminó despacio por la calle Pott y giró por North. Al final de la calle estaba la puerta de la oficina de las tuberías.
Cuando llegó a la entrada de las tuberías, no había nadie. Un pequeño grupo de polillas se acercó a la llama de su vela, pero nada más se movió en la plaza Plummer. No podía hacer otra cosa que esperar. Doon apagó la vela, ya que no quería gastarla toda por si las luces permanecían apagadas durante largo tiempo, y se acuclilló en el suelo. Dejó el saco y se apoyó en uno de los contenedores de basura. Esperó, mientras escuchaba los gritos en la distancia. Al cabo de un rato, las luces parpadearon una y otra vez y finalmente se encendieron.
No había ni rastro de Lina. Si los guardias la habían encontrado y se la habían llevado… Pero Doon prefirió no pensar aún en eso. Esperaría un rato. Podía haberse retrasado si el apagón la había pillado en el trayecto. Desde aquí no podía ver la torre del reloj, pero seguramente no eran las cuatro todavía.
¿Y si no venía? Los cantos habían terminado, la gente se dispersaba por la ciudad y los guardias, sin duda alguna, retomarían su búsqueda. Doon cruzó los brazos y los dejó firmemente apoyados sobre su estómago, intentando frenar así el nerviosismo que sentía.
Si ella no venía, Doon tenía dos opciones: podía quedarse en la ciudad y hacer todo lo posible para rescatarla, o podía subirse a la barca y esperar que Lina se pudiera liberar sola de algún modo y decirle a la gente cómo salir de Las Ascuas. No le gustaban ninguno de los dos planes. Quería ir río abajo, y quería ir con Lina.
Doon se levantó y volvió a cargar con el saco. Estaba demasiado nervioso para permanecer sentado. Bajó por la calle Gappery y miró en ambas direcciones. No se veía a nadie. Caminó por la calle Plummer mientras pensaba que quizá Lina vendría por el límite de la ciudad, como había hecho él, para evitar que la vieran. Pero no había ni un alma. Ni siquiera vio a alguien cuando pasó por la calle Subling hasta el final de la ciudad. Tenía que decidir qué hacer.
Se quedó en la puerta de las tuberías. «Piensa —se dijo—. ¡Piensa!» Ni siquiera estaba seguro de poder hacer el viaje por el río él solo. ¿Cómo llevaría la barca hasta el agua? ¿Podría levantarla sin ayuda? Por otro lado, si Lina estaba en manos de los guardias del alcalde, ¿cómo iba a poder ayudarla? ¿Qué podía hacer él sino dejarse atrapar?
Se sintió mal. Tenía las manos frías. Salió del umbral de la puerta y volvió a escudriñar la plaza. No se movía nada aparte de las polillas alrededor de las farolas.
Entonces apareció Lina corriendo por la calle Gappery. Corrió en diagonal por la plaza y Doon salió disparado a su encuentro. Sostenía un paquete en el pecho.
—He llegado; estoy aquí; casi no lo logro —dijo, respirando con tanta dificultad que casi no podía hablar—. Mira. —Desplegó la sábana que cubría lo que llevaba y Doon pudo ver un ricito de pelo castaño y dos ojos enormes asustados—. He traído a Poppy.
Doon estaba tan contento de ver a Lina que no le importó que Poppy fuera con ellos, aunque con ello convirtiera un viaje difícil, en algo todavía mucho más arriesgado. Sintió alivio y emoción. ¡Se iban! ¡Se iban!
—De acuerdo —dijo—. ¡Vamos!
Con la llave que había cogido abrió la puerta de las tuberías; ambos corrieron a través de los impermeables colgados de los ganchos y las hileras de botas de goma. Doon se apresuró a entrar en el despacho de las tuberías, dejó la llave en su lugar, abrió la puerta de la escalera y comenzó a descender. Lina caminaba más despacio porque llevaba a Poppy colgada del cuello, y ésta permanecía inusualmente callada, detectando la extrañeza y la importancia de lo que estaba sucediendo. Al final de la escalera llegaron al túnel principal y caminaron por el sendero hacia el oeste, hasta llegar a la roca con la señal.
—¿Cómo vamos a bajar a Poppy? —preguntó Doon.
—Me la ataré al pecho —dijo Lina.
Dejó a Poppy en el suelo y se quitó el abrigo y el jersey que llevaba puestos. Con la ayuda de Doon convirtió el jersey en un saco para Poppy y se ató las mangas a la nuca. Entonces volvió a ponerse el abrigo y se lo abrochó.
Doon miró el voluminoso arreglo con ciertas dudas.
—¿Podrás bajar llevándola así? ¿Podrás rodearla con los brazos y alcanzar los peldaños?
—Sí —dijo Lina.
Ahora que tenía a Poppy con ella, se sentía otra vez valiente. Podía hacer lo que fuera necesario.
Doon bajó primero. Lina lo siguió.
—Quédate muy quieta, Poppy —le dijo—. No te muevas.
Poppy se quedó quieta, pero aun así no era fácil bajar la escalera con el peso suplementario. Los brazos de Lina tenían la longitud justa para rodear a Poppy y agarrar la escalera. Bajó muy despacio. Cuando llegó al reborde, bajó de lado, agarró la mano que Doon le ofreció para ayudarla y con un suspiro de alivio llegó a la entrada.
Caminaron hasta la parte de atrás de la entrada; Doon abrió el panel de acero y sacó la llave. Corrió la puerta hacia un lado y entraron en la habitación de la primera barca. Doon cogió la vela del interior del saco y la encendió. Lina desenvolvió a Poppy y la sentó al fondo de la habitación.
—No te muevas de aquí —le dijo.
Poppy se metió el pulgar en la boca, y Lina y Doon se pusieron a trabajar.
Doon metió el saco en la parte puntiaguda de la barca, que decidieron que debía de constituir la parte delantera. Pusieron las cajas de cerillas y velas en la parte trasera de la barca. Estaba claro que estaban diseñadas para ir allí, ya que entraban perfectamente.
Los palos con el cartel de remos eran un misterio. Lina pensó que quizá se trataba de armas construidas para espantar a las criaturas hostiles. Doon creía que se tenían que atravesar de alguna manera en la barca para hacer de puntos de apoyo, pero no lograba encontrar la posición en la que debían ir. Al final decidieron dejarlos en el suelo de la barca. Ya verían qué hacer con ellos mientras recorrían el río.
Doon dejó caer algo de cera en el suelo y apoyó la vela en ella, para poder tener las manos libres.
—Veamos si podemos levantar la barca —dijo.
Lina se puso delante y Doon en la parte de atrás, y lograron levantar la barca sin mucho esfuerzo. Era increíblemente ligera, incluso con las cajas y el saco en el interior. La dejaron en el suelo. El siguiente paso era llevarla al agua de alguna manera y meterse dentro.
—No podemos dejarla sin más —dijo Lina—. El río se la llevaría al instante.
—Las cuerdas deben de ser para eso —dijo Doon—. Hay que sostener la barca con las cuerdas, así la bajamos y mantenemos atadas las cuerdas a otra cosa para evitar que se mueva.
—¿Y a qué las atamos?
—Deben de haber colocado unos ganchos en la pared para poder atarlas.
Doon volvió a la orilla del río y se arrodilló. Con una mano, tanteó el cauce. Al principio solo sintió las rocas suaves y resbaladizas. Movió la mano de un lado al otro y el agua le mojó los dedos. Al final, notó algo: una barra de metal pegada a la pared del río, como los travesaños de la escalera que habían descendido.
—Lo he encontrado —gritó. Se levantó de nuevo y volvió a la habitación de la barca—. Saquemos la barca —dijo.
Lina y él la levantaron y avanzaron dando pasos pequeños. Mientras salían por la puerta, Poppy comenzó a aullar.
—¡No llores! —le gritó Lina—. ¡Quédate ahí! Enseguida volvemos.
Llevaron la barca hasta el río y la depositaron junto a la orilla, con la parte frontal apuntando corriente abajo. Doon se arrodilló de nuevo y tanteó hasta encontrar la barra de metal.
—Pásame el extremo de la cuerda —dijo.
«¿Qué cuerda?», pensó Lina durante un segundo. Se dio cuenta de que se debía referir a la del lado de la barca que estaba más cerca de ella, que sería la más cercana a la orilla cuando metieran la barca en el río. Soltó la cuerda, la pasó por el lado de la barca y se la dio a Doon, que estaba tumbado boca abajo, con la cabeza junto a la orilla. Él ató la cuerda a la vara de metal que había en la pared. Se levantó de nuevo y se secó la cara.
—Ahora podemos poner la barca en el agua —dijo Doon.
Se oyó otro aullido proveniente de la habitación de la barca.
—¡Ya voy! —gritó Lina, y corrió a buscar a Poppy. La levantó y le habló al oído, con el tono de voz que usaba cuando le anunciaba que iban a jugar a algo muy divertido—. Nos vamos a la aventura, Poppy. Vamos a viajar… ¡A viajar por el agua! Será divertido, cariño, ya lo verás.
Apagó la vela que Doon había dejado y llevó a Poppy hasta la orilla del río.
—¿Estamos listos? —preguntó Doon.
—Supongo que sí.
«Adiós, Las Ascuas —pensó Lina—. Adiós a todos, adiós a todo.» Durante un segundo tuvo la imagen de ella misma llegando a la ciudad que brillaba, la de sus sueños, pero la imagen se desvaneció y se fue. No tenía ni idea de lo que les esperaba.
Dejó a Poppy junto a la pared de la entrada a la habitación.
—Siéntate aquí —le dijo—. No te muevas hasta que yo te lo diga.
Poppy se sentó, con los ojos bien abiertos y las piernecillas regordetas sobresaliendo abiertas frente a ella.
Lina cogió la cuerda de la parte de atrás de la barca y Doon la de la parte de delante. Levantaron la barca y la inclinaron hacia un lado para poder depositarla sin problemas en el agua. Se ladeó peligrosamente de un lado al otro.
—¡Déjala caer! —gritó Lina.
Los dos dejaron que las cuerdas se les deslizaran de entre las manos y la barca cayó sobre el agua de un solo golpe. Se balanceó, agitó y tiró con mucha fuerza contra la cuerda, pero el nudo que Doon había hecho aguantó. La barca se quedó en su sitio, esperándolos.
—¡Allá voy! —gritó Doon. Se agachó, agarró un lado de la barca con una mano, se echó hacia atrás y se metió en el interior. La barca se balanceó hacia un lado por el peso. Doon perdió el equilibrio durante un momento, pero lo recuperó enseguida—. ¡De acuerdo! —gritó—. ¡Pásame a Poppy!
Lina levantó a Poppy, que comenzó a gritar y patalear en cuanto vio la barca que se movía y el agua arremolinándose. Pero los brazos de Doon estaban allí y Lina la depositó en ellos. Un segundo más tarde, Lina saltó al interior de la barca y los tres fueron derribados al suelo por las violentas sacudidas.
Doon logró ponerse de pie. Tiró de la cuerda que mantenía la barca amarrada a la orilla hasta que estuvo lo suficientemente cerca del nudo. Se peleó con él y el agua le empapó la cara. Volvió a tirar del nudo, lo desató y la cuerda quedó libre. La barca salió despedida hacia delante.