Capítulo 14
La salida

EL día siguiente era el Día del Ensayo de los Cantos, y en esa jornada se permitía a todo el mundo dejar de trabajar a partir de las doce del mediodía para que pudiera practicar las canciones del Día de los Cantos. Era un día de poco trabajo para los mensajeros. Lina tuvo mucho tiempo para pensar, allí sentada en su puesto de la plaza Garn. Puso los codos sobre las rodillas, descansó la barbilla entre las manos y se dedicó a mirar el pavimento que había enfrente del banco, muy liso y gastado por el paso de la gente. Pensó en el alcalde, metido en su habitación llena de objetos robados, atiborrándose de melocotones y espárragos y envolviendo su enorme cuerpo con ropa nueva y elegante. Pensó en la gran cantidad de cajas de bombillas y agitó la cabeza, anonadada. Si él todavía tenía bombillas mientras el resto de la gente de Las Ascuas ya se había quedado sin ellas, ¿disfrutaría estando en su habitación iluminada mientras la ciudad se ahogaba en la oscuridad? Y cuando finalmente se acabara del todo la energía, sus bombillas serían inútiles. Las posesiones no lo podían salvar, ¿cómo se podía haber olvidado de eso? Debía de pensar de la misma manera en que lo hacía Looper: como no había esperanza, al menos disfrutaría mientras pudiera. Se apoyó en el banco, estiró las piernas y tomó aire. Muy pronto, los guardias entrarían en la habitación secreta y detendrían al alcalde, que estaría atiborrándose de delicias robadas. A lo mejor ya lo habían hecho. A lo mejor hoy llegarían las sensacionales noticias: «¡El alcalde arrestado! ¡Robaba a los ciudadanos!». Quizá lo anunciarían durante el Día de los Cantos, para que todo el mundo pudiera oírlo.

Nadie fue a enviar ningún mensaje, así que después de un rato, Lina dejó el puesto y encontró un escalón en el que sentarse en un callejón junto a la calle Calloo. Se echó el pelo hacia atrás y se hizo una trenza para evitar que le molestara. Después sacó de su bolsillo la copia de las Instrucciones que había hecho justo después de haberle mandado la nota al alcalde. La desplegó y se dispuso a estudiarla.

Eso es lo que estaba haciendo cuando, poco antes de las doce, levantó la vista y vio a Doon corriendo hacia ella. Debía de venir directamente de las tuberías, ya que tenía una mancha de humedad en una de las perneras del pantalón. Hablaba muy deprisa; estaba alterado.

—¡Te he estado buscando por todas partes! —gritó—. ¡La he encontrado!

—¿Qué has encontrado?

—¡La S! Al menos, parece una S. Debe de ser una S, aunque ni te darías cuenta si no la estuvieras buscando…

—¿Te refieres a la roca marcada con una S? ¿En las tuberías?

—¡Sí, sí! ¡La he encontrado! —Respiraba con dificultad y tenía los ojos resplandecientes—. La había visto antes, pero no pensé que se tratara de una S; no era más que un garabato que se parecía a algo escrito. Hay muchas rocas que parecen estar llenas de cosas escritas.

—¿Qué rocas? ¿Dónde está?

Lina se había puesto en pie y botaba de la emoción.

—Bajando hacia el extremo oeste del río. Cerca de donde desaparece por ese enorme agujero en la pared de las tuberías. —Hizo una pausa para intentar recuperar el aliento—. Y escucha —dijo—. Podríamos ir ahora mismo.

—¿Ahora?

—Sí, piensa en los ensayos. Todo el mundo se va a casa, así que las tuberías estarán cerradas y vacías.

—Pero si están cerradas, ¿cómo vamos a entrar?

Doon extrajo una llave larga de su bolsillo, sonriendo.

—Me metí en la oficina cuando salía y tomé prestada la llave de repuesto. Lister, el director de las tuberías, estaba en el lavabo, practicando sus cantos. Hoy no se dará cuenta de que falta la llave. Y mañana, todo el mundo tiene el día libre —dijo, arrastrando los pies con impaciencia—. Así que vamos.

El reloj dio la primera de las doce campanadas. Lina guardó su copia de las Instrucciones en el bolsillo.

—Vamos.

* * *

Las tuberías estaban vacías y silenciosas. Lina y Doon atravesaron el vestíbulo, donde estaban las hileras de botas e impermeables colgando de los ganchos. No cogieron ninguna de las dos cosas. No entraban para recorrer los túneles de las tuberías, de eso estaban seguros. No iban a enfrentarse al agua o a las tuberías que goteaban.

Bajaron por la larga escalera y llegaron al túnel principal, donde el río rugía junto al camino. Su superficie oscura estaba salpicada por motas de luz.

Doon avanzó junto al río. Mientras se acercaban a la zona oeste, Lina vio las formaciones rocosas que Doon le había descrito. Eran formas voluminosas y extrañas, con líneas similares a las arrugas de la gente muy mayor. En un lugar cercano, Lina podía ver dónde desaparecía el río a través de un gran agujero en la pared de las tuberías.

Doon se arrodilló junto a un montículo de piedras y pasó un dedo por la intrincada superficie.

—Mira aquí —dijo.

Lina bajó la vista y vio las líneas cavadas en la roca. Al principio costaba distinguir la S, porque estaba rodeada de otras líneas y porque había esperado verla escrita en trazo marcado y bien definido. Pero una vez la encontró, escrita con una caligrafía ondulatoria, estuvo segura de que estaba allí a propósito. Estaba centrada en su roca y las líneas eran profundas y regulares.

—Desde aquí tendríamos que mirar hacia el río —dijo Doon—. Eso es lo que decían las Instrucciones: «Orilla abajo hasta el reborde».

Se tumbó boca abajo junto a la roca y avanzó hasta que su cabeza quedó colgando junto al borde de la pared del río.

Lina lo observaba con ansiedad. Apoyado sobre las palmas de las manos y con los codos sobresaliendo, su cabeza, agachada, era casi invisible. Se quedó en esa posición varios segundos, hasta que gritó:

—¡Sí! ¡Veo algo! —Se incorporó—. Hazlo tú —dijo—. Mira en la orilla, justo por debajo de nosotros.

Lina hizo lo mismo que Doon. Se tumbó en el suelo y se inclinó hacia delante, hasta que su cara quedó en el borde del paseo. A dos metros de profundidad, más o menos, vio cómo pasaba el agua, agitándose. Metió la barbilla y miró la orilla del río. Era una pared de roca brillante, humedecida por el agua.

En un principio, eso fue todo lo que pudo ver. Pero siguió mirando, y enseguida pudo distinguir unas barras de hierro atornilladas contra la pared, una debajo de la otra, casi directamente bajo ella. Se parecían a los peldaños de una escalera. De hecho, se dio cuenta de que formaban una escalera. Las barras proporcionaban una manera de bajar hasta el río. No era la forma más agradable de hacerlo ya que parecían resbaladizas y el agua avanzaba terriblemente deprisa. Debido a la falta de luz y al rocío del agua al pasar, no podía ver si había algún lugar en el que apoyarse una vez abajo. Pero la S era claramente una S, y las barras eran una escalera. Aquél debía de ser el lugar correcto.

—¿Quién baja primero? —preguntó Doon.

—Hazlo tú —respondió Lina, levantándose y alejándose del borde.

—De acuerdo.

Doon se dio la vuelta, dando la espalda al río, y se desplazó con facilidad sobre las rocas, tanteando con el pie hasta encontrar la primera barra. Lina lo vio hundirse, poco a poco. Tras un momento, su voz gritó desde abajo:

—¡Ya he llegado! ¡Ahora te toca a ti!

Lina se desplazó de espaldas, tal como Doon acababa de hacer, dejando que un pie pasara por el borde y descendiera hasta encontrar el primer peldaño de la escalera. Puso todo el peso sobre ese pie, agarrándose con los dedos fríos a una protuberancia de las rocas, y bajó poco a poco hasta que tuvo los dos pies apoyados en el peldaño. Su corazón latía con tanta fuerza que tuvo miedo de que sus dedos temblorosos se soltaran de su agarradera.

Ahora tenía que descender. Tanteó con el pie hasta encontrar el siguiente peldaño y se dejó ir. No hubiera sido tan difícil de no ser por el río, que parecía esperar para tragársela.

—¡Ya casi estás! —gritó Doon. Su voz provenía de un lugar situado directamente debajo de ella—. Hay un reborde. Un peldaño más y lo notarás.

Y lo notó, sólido bajo sus pies. Durante un momento permaneció aferrada a la escalera. Ahora el agua rugiente se encontraba tan sólo a unos centímetros de ella. «No pienses en ello», se dijo. Se movió hacia un lado, a donde estaba Doon. Frente a ellos se abría un espacio rectangular, cavado en la pared de roca, como si se tratara de la entrada a un edificio. Parecía tener dos metros de altura y dos más de ancho, y hubiera sido imposible de ver desde cualquier otro punto de las tuberías. Había que bajar verticalmente por la pared del río para descubrirlo.

Avanzaron por la entrada y dieron algunos pasos hasta el interior. Había suficiente luz proveniente del túnel, a sus espaldas.

Lina se detuvo.

—¡Ahí está la puerta! —exclamó.

—¿Qué?

El río bramaba con tal fuerza que tenían que gritar para oírse.

—¡La puerta! —chilló Lina con alegría.

—¡Sí! —gritó a su vez Doon—. ¡La veo!

Al final del pasaje había una puerta ancha, de aspecto sólido. Era de un color gris pálido, con motas marrones y verdosas que tenían pinta de ser moho. Lina apoyó en ella las palmas de las manos. Era de metal y estaba fría. La puerta tenía un asa de metal, debajo de la cual se veía el ojo de una cerradura.

Lina buscó en su bolsillo la copia de las Instrucciones. La desplegó, y Doon miró por encima de su hombro. Juntos examinaron el papel, con los ojos entrecerrados por el esfuerzo de leer con la poca luz que provenía del túnel. —Es esta parte, justo ahí —dijo, señalando:

Imagen

Lina siguió con el dedo la línea 3.

—Ésta debe de querer decir: «Bla bla bla orilla abajo hasta el reborde, aproximadamente dos metros por debajo». Eso es lo que acabamos de hacer. La línea número 4 dice algo de… «vuelto al agua, encuentra puerta…» y algo más. Y entonces «llav tras», que debe de ser «llave detrás» y después el pequeño pan de acero. ¿Tú ves un pan de acero por algún lado?

Doon seguía estudiando el papel.

—Aquí dice algo de «derecha». Deberíamos buscar a la derecha de la puerta.

Y lo encontraron fácilmente. No tenía nada que ver con un pan, sino que se trataba de un pequeño recuadro de metal, fijado a la pared.

—Un pequeño panel —dijo Lina.

Pasó la mano por la superficie y notó una marca en uno de los lados. Cuando la presionó, el panel se abrió fácilmente y sin hacer ruido, como si estuviera contento de que lo hubieran encontrado. En su interior había una llave plateada que colgaba de un gancho.

Lina hizo un movimiento para cogerla, pero retiró la mano enseguida.

—¿Lo hago yo? —dijo—. ¿O tú?

—Hazlo tú —respondió Doon.

Así que Lina cogió la llave del gancho y la introdujo en el agujero de la cerradura. La giró y oyó un chasquido. Agarró el asa y empujó, pero no pasó nada. Empujó con más fuerza.

—No se mueve —dijo.

—A lo mejor se abre hacia fuera —indicó Doon.

Lina tiró de ella, pero la puerta siguió sin moverse.

—Tiene que abrirse —dijo Lina—. ¡Hemos logrado hacer girar la llave! —Empujó y tiró del asa y la puerta se movió, pero no hacia delante o hacia atrás, sino hacia uno de los lados—. ¡Ah! ¡Así es como funciona! —gritó Lina.

Tiró del asa hacia la izquierda y la puerta se desplazó en dirección a una ranura de la pared, con un sonido áspero. Delante encontraron un espacio totalmente oscuro.

Miraron. Lina había esperado ver algo cuando la puerta se abriera. Había pensado que detrás habría luz y un camino o una carretera.

—¿Entramos? —preguntó Lina.

Doon asintió.

Lina atravesó el umbral. El aire olía a algo frío y húmedo y estaba muy cargado. Giró a la derecha y puso la mano sobre la pared. Era lisa y suave, como el suelo.

—Puede que haya un interruptor —dijo.

Tanteó la pared junto a la puerta, desde el suelo hasta lo más arriba que pudo, pero no encontró nada.

Doon giró a la izquierda e hizo lo mismo, con idéntico resultado.

—Nada —dijo.

Doon y Lina se desplazaron muy despacio, en direcciones opuestas, manteniendo una mano contra la pared y tanteando con los pies antes de dar cada paso. Cada uno de los dos se encontró con una esquina, y volvió a girar. Ahora se adentraban en la oscuridad. Ambos pensaron lo mismo: «¿La salida de Las Ascuas es un túnel largo y oscuro? ¿Debemos avanzar kilómetro a kilómetro en la negrura más absoluta?».

Pero, de repente, Lina dio un grito de sorpresa.

—Hay algo en el suelo. —Su pie había golpeado un objeto. Se arrodilló y lo tocó cuidadosamente con las manos. Era un cubo de metal, de unos veinticinco centímetros—. Es una caja, creo. Dos cajas —añadió, a medida que lo palpaba.

Doon avanzó hacia ella en la oscuridad y sus rodillas chocaron contra el filo de algo duro.

—Aquí también hay algo —dijo—. No es una caja. —Pasó las manos por la superficie—. Es grande y tiene los bordes redondeados.

—Las cajas son lo suficientemente pequeñas como para poder levantarlas —dijo Lina—. Saquémoslas a la luz, para ver qué contienen. Ven y ayúdame.

Doon llegó hasta Lina y levantó una de las cajas. Atravesaron la puerta en dirección contraria y dejaron las cajas a unos metros del río. Estaban hechas de un metal verde oscuro, tenían asas de metal gris en la parte superior y una especie de pestillo a uno de los lados. Los pestillos se abrían con facilidad. Lina y Doon levantaron las bisagras y miraron en el interior.

Lo que vieron les sorprendió y decepcionó al mismo tiempo. La caja de Lina estaba llena de unos bastones lisos y blancos, de unos veinte centímetros de longitud. En el extremo de cada uno sobresalía un trocito de cuerda. En la caja de Doon había docenas de paquetes envueltos en un material resbaladizo.

Abrió uno y encontró una gran cantidad de pequeños palitos de madera, cada uno con una mancha azul en el extremo. Ambas cajas tenían una etiqueta en el interior de la tapa. La de la caja de Lina tenía escrito: VELAS. En la de Doon ponía CERILLAS, y debajo tenía una tira blanca hecha con un material rugoso y granulado.

—¿Qué quiere decir «velas»? —dijo Lina, desconcertada.

Sacó uno de los bastones blancos, que era resbaladizo, casi grasiento.

—Y ¿qué significa «cerillas»? —dijo Doon. Sacó uno de los palillos de uno de los paquetes. La cosa azul no era madera—. ¿Podría ser algo con lo que escribir? ¿Como un lápiz? A lo mejor escribe en color azul.

—Pero ¿qué sentido tiene dejar una caja de pequeños lápices azules? —preguntó Lina—. No lo entiendo.

Doon frunció el ceño ante el palillo con la punta azul.

—No se me ocurre qué otra cosa puede ser —dijo finalmente—. Intentaré escribir algo.

—¿Encima de qué?

Doon miró a su alrededor. El suelo estaba demasiado mojado por el río como para intentarlo.

—Podría hacerlo sobre las Instrucciones —dijo.

Lina se las dio. Frotó de forma cuidadosa la punta azul sobre el papel. No dejó ninguna marca. La frotó por encima de su brazo. Tampoco dejó marca.

—Inténtalo con esta cosa blanca —dijo Lina, señalando la tira blanca del interior de la caja.

Doon rascó la punta azul sobre la superficie rugosa. Al instante, el extremo del palillo se convirtió en una llama. Doon pegó un grito y tiró el palillo. Éste cayó al suelo, a un metro de distancia; ardió con fuerza durante un instante y chisporroteó hasta apagarse.

Se miraron, con la boca abierta por el asombro. Había dejado un olor extraño e intenso en el aire, que les producía un picor en la nariz.

—¡Hace fuego! —dijo Doon—. ¡Y luz!

—¡Déjame probar uno! —dijo Lina.

Cogió un palillo de la caja y lo frotó contra la tira rugosa. Se encendió de manera violenta, pero Lina consiguió sostenerlo durante un instante, hasta que sintió el calor sobre los dedos y lo dejó ir. El palillo en llamas pasó por encima del borde y cayó al río.

—Palillos de fuego —dijo Doon—. ¿Esto es lo que va a salvar a Las Ascuas?

—No sé de qué manera —dijo Lina—. Son demasiado pequeños. Se apagan muy deprisa. —Se estremeció. Las cosas no estaban saliendo como ella esperaba. Agarró uno de los bastones blancos—. En fin, y esto ¿para qué sirve?

Doon agitó la cabeza, desconcertado.

—A lo mejor, una vela es una especie de asidero —dijo—. A lo mejor se puede atar el palillo con la cuerda, y así lo puedes sostener durante más tiempo mientras arde.

—De todas maneras se apagaría con la misma rapidez —dijo Lina.

—Sí —repuso Doon—. Pero es todo lo que se me ocurre. Intentémoslo.

Con mucho esfuerzo, ataron el pedacito de cordel del bastón alrededor de uno de los palillos. Lina aguantó el bastón mientras Doon rascaba el extremo azul hasta conseguir la llama. Miraron cómo el palillo ardía con fuerza, formando sombras que danzaban a sus espaldas. La madera se volvió negra, y el palillo carbonizado se desmenuzó y cayó al suelo. Pero la luz no se apagó. La cuerda se había prendido. Mientras ellos lo contemplaban, el cordel chisporroteó, echó humo y finalmente ardió ininterrumpidamente, llenando la pequeña habitación con un cálido resplandor.

—Es la luz móvil —dijo Doon, sobrecogido.

Lina recuperó todo su entusiasmo.

—Y ahora… y ahora… —dijo— podemos volver a la habitación y ver qué hay allí.

Volvieron al pasaje de la puerta y entraron. Lina sostuvo la luz móvil a toda la distancia que le permitía el brazo. Gracias a su brillo titilador pudieron ver algo hecho de metal plateado. Caminaron poco a poco a su alrededor, examinándolo. Era largo y bajo, y ocupaba el centro de la habitación. Uno de los extremos acababa en punta; el otro era plano. En medio había dos tiras de metal. En el exterior había, atadas, cuatro cuerdas robustas, una en cada extremo y una a cada lado. Y en el suelo de la cosa, había dos palos, cada uno con un extremo plano.

—Mira —dijo Lina—. Tiene una palabra escrita en uno de los lados. —Se agacharon junto a la punta y acercaron la llama a la palabra. En grandes letras negras y cuadradas se leía: BARCA.

—Barca —repitió Doon—. ¿Qué significa?

—No lo sé —dijo Lina—. Y aquí hay otra palabra, en los palos: REMOS. No sé a qué se refiere, pero se parece a la pala con la que nos solía dar la señorita Polster cuando nos portábamos mal en la escuela.

Una vez más, sacó del bolsillo su copia de las Instrucciones y la consultó, aproximando la luz de la llama.

—Mira —dijo—. Aquí mismo: «arca» debe de ser «barca».

Imagen

—Y lo que sigue debe de decir: «llena del equipo necesario» —propuso Doon—. Se debe de referir a lo que hay en las cajas.

—Y luego está esto —dijo Lina, siguiendo con el dedo la siguiente línea.

Imagen

—Esta palabra debe de ser «cuerdas» —dijo—. Y más adelante dice «baja»… y después… ¿Esta palabra puede ser «recto»? Pero ¿recto hacia dónde?

—Eso no tiene sentido —dijo Doon—. No hay hacia dónde avanzar, a menos que sea de vuelta a las tuberías. —Miró las palabras y de repente dio un respingo—. Dirección al río —dijo—. Dice «en dirección al río». Debe de ser algo así como que hay que usar las cuerdas para bajar la barca y dirigirse al río. —Miró a Lina y habló con asombro—. La barca va por el agua. Es un medio de transporte.

Se miraron en medio de la luz titiladora, dándose cuenta de lo que significaba. No había ningún túnel para salir de Las Ascuas. La salida era el río. Para salir de Las Ascuas, tenían que ir por el río.