DOON se encaminó a casa, mientras que Lina fue en dirección opuesta, a través de la plaza Harken. El pequeño grupo de creyentes se había marchado, pero los manifestantes seguían desfilando con sus pancartas. Algunos todavía levantaban el puño en alto y gritaban, pero la mayoría caminaba en silencio, con pinta de cansancio y decepción. Lina se sentía un poco de la misma manera. Cuando Doon le dijo que había visto una puerta, no dudó de que se trataba de la misma puerta de la que hablaban las Instrucciones. Había puesto tantas esperanzas en la puerta de las tuberías… Pero las esperanzas la habían hecho precipitarse a sacar conclusiones erróneas. Se había apresurado, como siempre. A veces eso era algo bueno, pero no siempre.
Ahora Doon pensaba que las Instrucciones no eran importantes. Lina no quería que él tuviera razón. Ni siquiera ahora pensaba que la tuviera. Pero sus pensamientos eran como los nudos de los hilos. Necesitaba a alguien sabio y sensato que la ayudara a entender las cosas. Se encaminó hacia la calle Glome.
Pese a que eran casi las seis de la tarde, aún pudo encontrar a Clary en su oficina, al final del invernadero 1. Se trataba de una habitación pequeña y llena de cosas. En un extremo, sobre una mesa alta, había tarros y palas. Sobre la mesa había estanterías llenas de tarros con semillas y cajas con cuerdas, alambres y varias clases de polvos. El escritorio de Clary era una mesa destartalada, llena de pedazos de papel cubiertos de notas escritas con su letra redonda y clara. Junto a la mesa había dos sillas igual de destartaladas, una a cada lado. Lina se sentó frente a Clary.
—Tengo que contarte algunas cosas importantes —dijo—. Y todas son secretas.
—De acuerdo —dijo Clary—. Sé guardar secretos.
Llevaba una camisa remendada que se había desteñido y del azul había pasado a ser gris. Llevaba el pelo corto y castaño detrás de las orejas, y del lado derecho le colgaba un pedacito de una hoja. Cruzó los brazos y los apoyó en el escritorio.
—Lo primero —comenzó Lina— es que encontré las Instrucciones. Pero Poppy las masticó.
—Las Instrucciones —dijo Clary—. No estoy enterada de su existencia.
Lina se explicó. Le contó todo: cómo le había mostrado las Instrucciones a Doon, lo que habían conseguido entender, cómo él había ido a explorar las tuberías y había encontrado la puerta, y lo que vio al abrirla.
Clary dejó escapar un sonido de descontento y sacudió la cabeza.
—Eso está mal —dijo—. Y es una lástima. Me acuerdo de cuando el alcalde empezaba su carrera. Siempre ha sido un necio, pero entonces no era mala persona. Me apena saber que su peor faceta ha ganado. —Los ojos negros de Clary parecían ensombrecerse y hacerse más tristes—. Hay mucha oscuridad en Las Ascuas, Lina. No sólo en el exterior; también en nuestro interior. Todo el mundo tiene algo de oscuridad en el interior. Es como una criatura hambrienta. Quiere cosas, cosas y cosas con una fuerza tremenda. Y cuantas más cosas le das, más grande y más hambrienta se vuelve.
Lina lo sabía. Lo había notado en la tienda de Looper, cuando dudó sobre los lápices de colores. Durante un momento, sintió pena por el alcalde. Su hambre se había hecho tan grande que no había manera de saciarla. Su enorme cuerpo no podía contenerla y le hacía olvidarse de todo lo demás.
Clary dejó escapar un largo suspiro y algunos de los trozos de papel revolotearon. Se pasó los dedos por el pelo, tocó el pedacito de hoja y se lo quitó. Entonces dijo:
—Y las Instrucciones…
—Ah, sí —dijo Lina—. Pueden ser importantes o pueden no serlo. Ya no estoy segura.
—Me gustaría verlas, si tú me dejas.
—Por supuesto que puedes, pero tendrás que venir a casa.
—Iré ahora, si te parece bien —dijo Clary—. Tenemos tiempo de sobra antes de que se apaguen las luces.
Lina llevó a Clary escaleras arriba, hasta su nueva habitación en casa de la señora Murdo.
—Bonita habitación —dijo Clary, mirando a su alrededor con interés—. Y veo que tienes un brote.
—¿Un qué? —preguntó Lina.
—Tu judía —aclaró Clary, señalando la pequeña maceta con tierra junto a la ventana.
Lina se acercó para ver a qué se refería Clary. Era cierto: la tierra se estaba levantando un poco. Tocó el bultito, retiró la tierra y descubrió un bucle de color verde pálido. Se parecía a un cuello, como si la criatura del interior de la judía estuviera intentando escapar pero todavía no hubiera logrado sacar la cabeza. Evidentemente, ella ya sabía que las plantas procedían de las semillas. Pero haber puesto una judía plana y blanca en tierra, prácticamente haber olvidado su existencia y ahora ver cómo se esforzaba por salir…
—¡Lo está haciendo! —exclamó—. ¡Está viva!
Clary asintió, sonriendo.
—Todavía me maravilla cada vez que lo veo —afirmó.
Lina sacó las Instrucciones y Clary se sentó frente a la mesa para estudiarlas. Dio vueltas al documento durante un buen rato, siguiendo las líneas con el dedo, murmurando parte de las palabras.
—Lo que habéis descifrado hasta ahora me parece correcto —dijo—. Creo que «ub ría» es «tuberías» y «orill» debe de ser «orilla». Así que este trozo debe de decir «orilla abajo». Aquí hay un espacio muy grande, y después, «hasta borde». Me pregunto, ¿el borde de qué, exactamente? Y con «orilla abajo», ¿querrá referirse a caminar río abajo?
—Sí, creo que sí —dijo Lina.
—¿O quiere decir que hay que bajar a la orilla del río, hacia el agua? A lo mejor «borde» se refiere al borde del agua.
—Pero eso no puede ser. El río baja como una pared, no se puede bajar hasta el río; te caerías.
Lina pensó en el agua rápida y oscura, y se estremeció.
—Esta palabra —dijo Clary señalando el papel con el dedo—. A lo mejor no es «borde», sino otra cosa. Podría ser una «orden». O un «acorde». Aunque eso no tiene mucho sentido. Pero podría tratarse de un «cordel».
Lina se dio cuenta de que Clary no era mejor descifradora que ella. Suspiró y se sentó en el borde de la cama.
—Es imposible —dijo.
Clary se enderezó rápidamente.
—No digas eso. Este papel roto es la cosa más esperanzadora que he visto en mi vida. ¿Sabes qué es esta palabra? —dijo, señalando la palabra de la parte superior del papel: «Sal».
—El nombre de alguien, ¿verdad? Es el título, así que tiene que estar dirigido a alguien. «Instrucciones para Sally», o quizá «para Salisbury». Es la persona a quien están destinadas las instrucciones.
—No lo creo —repuso Clary—. Es mucho más sencillo que eso. Si es el principio de una palabra, ¿qué puede ser?
—No lo sé —respondió Lina.
—«Salida». «Instrucciones para la salida.» Ése es el título del documento.
* * *
Cuando Clary se fue, todavía quedaba una hora para que se apagaran las luces. Lina atravesó la ciudad corriendo, hasta llegar a la plaza Greengate. Miró en el interior de la tienda de Artículos Pequeños, en la que el padre de Doon estaba intentando alcanzar algo en una estantería; subió corriendo la escalera y golpeó la puerta del apartamento de Doon. Acto seguido oyó unos pasos rápidos y Doon abrió la puerta.
—Tengo algo emocionante que contarte —dijo Lina, sin aliento.
—Entonces entra.
Lina cruzó la habitación repleta de cosas y se quedó de pie, junto a una lámpara. Sacó de su bolsillo un pequeño pedacito de papel en el que había escrito «Sal».
—Mira esta palabra —dijo.
—Es del título de las Instrucciones; el nombre de alguien —dijo Doon.
—No —repuso Lina—. No tiene por qué ser el nombre de alguien. Puede ser el principio de «salida». Se lo mostré a Clary y ella se dio cuenta. Así que quiere decir «salida».
—¡La salida! —exclamó Doon.
—¡Sí! La salida. La escapatoria. ¡Son instrucciones para salir de Las Ascuas!
—Así que es real —dijo Doon.
—Lo es. Tenemos que averiguar el resto. O todo lo que podamos. ¿Puedes venir ahora?
Doon marchó disparado hacia su habitación, salió con la chaqueta y ambos echaron a correr.
* * *
—A ver —dijo Lina. Estaban en el suelo de la habitación verde y azul de la casa de la señora Murdo—. Tomemos la primera línea.
Desplazó el dedo cuidadosamente.
—Sabemos que «ub ría» quiere decir «tuberías» —dijo ella—. «Exp» podría referirse a «expandir», o «explorar» o «exponer»…
—Hay mucho espacio entre «exp» y el resto —dijo Doon—. Tiene que haber más palabras ahí.
—Pero ¿quién sabe cuáles son? Sigamos. —Lina se retiró impacientemente el pelo de la cara—. Mira el número 2.
Lina puso el dedo sobre «edr».
—¿Qué será esto?
—A lo mejor es «edredón», de una cama —aventuró Doon—. O el verbo «medrar», que quiere decir «crecer», o…
—Apuesto a que simplemente es «piedra» —dijo Lina—. En las tuberías hay muchas piedras.
Doon tuvo que admitir que probablemente ella tenía razón.
—Así que… —dijo— sería «una piedra marcada con una S…». El resto debe de decir «en el borde del río». «Piedra marcada con una S en el borde del río.»
Se miraron con alegría.
—¡S de salida! —gritó Lina—. ¡S de salida!
Se volvieron a abalanzar sobre el documento.
—No queda mucho de la línea siguiente —dijo Doon.
—Esta parte debe de decir «orilla abajo hasta el borde»… y algo más.
—El «borde del río» tendría sentido. Pero después de «borde» viene «aprox». ¿A qué se referirá?
Doon se volvió a sentar y miró hacia el techo, como si pudiera encontrar allí la respuesta.
Lina susurró:
—«Orilla abajo hasta el borde…» —Pensó en lo que Clary había elucubrado al respecto—. A lo mejor no se trata del borde del río. A lo mejor es un «reborde», algo que sobresale. «Orilla abajo hasta el reborde.» Podría haber algo sobresaliendo cerca del agua.
—Sí, debe de ser eso. Hay una piedra marcada con una S, y orilla abajo, en ese punto del río, tiene que haber un reborde. Creo que lo estamos consiguiendo.
Una vez más se agacharon sobre el papel, con las cabezas juntas.
—Vale —dijo Doon—. A ver la línea 4.
—Aquí es donde habla de la puerta —dijo Lina—. De alguna manera, la puerta está cerca del reborde. ¿Tiene sentido?
—Y hay un «pequeño pan de acero». ¿Qué querrá decir eso? ¿Qué tendrá que ver un pan con esto?
—Pero mira. Mira. —Lina dio golpecitos al papel, insistentemente—. Aquí dice «llav» y aquí dice «ave». ¡Está hablando de una llave!
—Pero ¿adónde lleva esta puerta? —cuestionó Doon, echándose hacia atrás—. Acuérdate, ya hemos pensado antes en esto. Una puerta a la orilla del río nos llevaría debajo de las tuberías.
Lina consideró ese hecho.
—A lo mejor lleva a un túnel largo que sale de Las Ascuas y va subiendo gradualmente hasta que llega a la otra ciudad.
—¿A qué otra ciudad? —Doon elevó la vista hacia los dibujos colgados de las paredes de la habitación de Lina—. ¡Ah! —dijo—. Te refieres a esa ciudad.
—Bueno, podría ser.
Doon se encogió de hombros.
—Supongo que sí. O podría tratarse de otra ciudad exactamente igual a ésta.
Ésa era una idea lúgubre. Los dos sintieron que sus ánimos se debilitaban un poco ante aquella idea. Así que volvieron a la tarea de descifrar el papel.
—Sigamos con la línea que viene después —dijo Lina.
Pero Doon volvió a sentarse. Miró el techo y esbozó una media sonrisa.
—Tengo una idea. Si encontramos la salida, tendremos que anunciárselo a todo el mundo. ¿No sería fantástico hacerlo durante el Día de los Cantos? Nos pondríamos frente a toda la ciudad y diríamos que la hemos encontrado.
—Sería genial —afirmó Lina—. Pero eso es sólo dentro de dos días.
—Sí. Tenemos que darnos prisa.
En cuanto se agacharon de nuevo sobre el documento, Doon se acordó de mirar la hora. Eran las nueve menos cuarto. Apenas tenía tiempo de regresar a casa.
—Vuelve mañana —le dijo Lina—. Y mientras trabajas, busca la piedra marcada con la S.
* * *
Esa noche, Doon no pudo dormir bien; no encontraba la posición en la cama. Ésta parecía estar llena de bultos y arrugas, y chirriaba y gemía cada vez que él se movía. Se agitó tanto que el ruido acabó despertando a su padre, que se acercó a su habitación y le preguntó:
—¿Qué sucede, hijo? ¿Pesadillas?
—No —respondió Doon—. Simplemente que no puedo dormir.
—¿Te preocupa algo? ¿Algo te da miedo?
Doon quería decir: «Sí, papá. Me preocupa que el alcalde de la ciudad se lleve las cosas que necesita la gente, y tengo miedo de que cualquier día las luces se apaguen para siempre. Me paso una buena parte del tiempo preocupado y asustado, pero también estoy ansioso porque creo que existe una salida, y creo que la podemos encontrar. Y todas estas sensaciones se me acumulan en la cabeza y no me dejan dormir».
Podría haberle contado todo a su padre. Él se habría zambullido en el asunto con mucho entusiasmo. Les habría ayudado a descifrar las Instrucciones y a dar a conocer los robos del alcalde; incluso habría bajado a las tuberías para buscar la roca marcada con la S. Pero ahora Doon quería guardarse todas esas cosas, no decírselas a nadie. Al día siguiente, los guardias anunciarían que un joven astuto había descubierto el crimen del alcalde, y su padre, al oír los anuncios oficiales junto al resto de Las Ascuas, le diría a la persona que tuviera al lado:
—¡Están hablando de mi hijo! ¡Mi hijo!
Así que, en respuesta a la pregunta de su padre, simplemente dijo:
—No, padre. Estoy bien.
—Bueno, entonces intenta quedarte quieto —le recomendó su padre—. Buenas noches, hijo —añadió, mientras cerraba la puerta.
Doon tiró de las mantas y las subió hasta que le tocaron la barbilla. Cerró los ojos. Pero aun de esta forma seguía sin poder dormir.
Así que intentó un método que ya le había funcionado en otras ocasiones. Eligió un lugar que le resultara conocido —como la escuela, por ejemplo—, y se imaginó caminando en el interior, observando cada detalle a medida que pasaba. A veces, dejaba vagar los pensamientos, pero siempre acababa volviendo a ese paseo imaginario. Algo en el proceso siempre terminaba dándole sueño. Esa noche decidió volver a sus exploraciones en las tuberías. Hizo que su mente se dedicara a la tarea durante largo rato, mirando, con toda la claridad de la que era capaz, todo lo que había visto en el reino subterráneo: las largas escaleras, los túneles, la puerta, el camino junto al río y las rocas junto al camino. Sintió que el sueño se acercaba y que las extremidades le pesaban cada vez más, pero cuando estaba a punto de ceder, vio dentro de su mente las rocas arrugadas que bordeaban el río en el extremo oeste de las tuberías; esas rocas cuyas rugosidades y líneas le habían recordado algún tipo de escritura. Sus ojos se abrieron de par en par en medio de la oscuridad y el corazón le comenzó a dar golpes en el pecho. Se resignó a no dormir y pasó el resto de la noche en un estado de impaciencia espantosa.