Capítulo 12
Un descubrimiento espantoso

UNA semana después de que Lina y Doon vieran salir al hombre de la puerta misteriosa, a Doon se le asignó la tarea de arreglar una tubería atascada en el túnel 207. Resultó ser un trabajo fácil. Abrió la tubería, metió un cepillo fino en su interior y brotó un chorro de agua que le mojó la cara. Una vez hubo rearmado la tubería, no le quedó nada que hacer, así que decidió ir hacia el túnel 351 para echarle un vistazo a la puerta cerrada.

«Es extraño que no se haya realizado ningún anuncio oficial sobre el descubrimiento de una salida de Las Ascuas», pensó. A lo mejor la puerta no estaba donde ellos habían creído que estaba.

Así que se dirigió al extremo sur de las tuberías. Cuando llegó al pasillo acordonado del túnel 351, se metió y caminó por la oscuridad, tanteando la dirección. Estaba bastante seguro de que la puerta estaría cerrada, como siempre. Tenía la cabeza en otras cosas y pensaba en su gusano verde, que se había estado comportando de manera extraña. Había dejado de comer y se quedaba en un lado de la caja, con la barbilla hacia dentro. También pensaba en Lina, a quien no había visto en varios días. Se preguntaba dónde estaría. Cuando llegó a la puerta, alargó la mano, de manera ausente, hacia el pomo y lo que tocó le sorprendió tanto que retiró la mano como si le hubieran pinchado. Volvió a tantear, cuidadosamente. ¡Había una llave en la puerta!

Durante un momento bastante largo, Doon permaneció quieto como una estatua. Después agarró el pomo y lo giró. Empujó la puerta muy despacio y ésta se abrió sin hacer ningún ruido.

La abrió solamente unos centímetros, lo suficiente como para ver a través del resquicio. Lo que vio le hizo dar un grito ahogado.

No había ningún camino, pasaje o escalera, detrás de esa puerta. Lo que había era una habitación bien iluminada, cuyo tamaño no podía adivinar porque estaba repleta de cosas. A cada lado había cajas, cajones, sacos, paquetes y fardos. Había montones de latas, pilas de ropa, filas de tarros y botellas y grandes cantidades de cajas de bombillas. Las pilas llegaban hasta el techo y se amontonaban contra las paredes, tapando todo excepto un pequeño espacio en el medio. En ese espacio se había dispuesto una pequeña sala de estar, con una alfombra verde, una butaca y una mesa. La mesa contenía platos con restos de comida, y en la butaca, que quedaba frente a Doon, había una masa amorfa, una persona con la cabeza echada hacia atrás, por lo que lo único que se veía de ella era una barbilla señalando el techo. La masa se sacudió y murmuró. Un segundo antes de retroceder y cerrar la puerta, Doon pudo divisar una oreja carnosa, un pedazo de mejilla grisácea y una boca abierta, violácea.

* * *

Ese día Lina tuvo que llevar más mensajes que nunca. Se habían producido cinco apagones seguidos durante la semana, todos bastante cortos.

Lina oyó que el más largo había sido de cuatro minutos y medio. Jamás había habido tantos apagones seguidos. Todo el mundo estaba nervioso. Gente que normalmente iba caminando a visitar a alguien, ahora prefería enviar mensajes. A menudo ni siquiera salían de casa para enviar el mensaje, sino que le hacían una seña a algún mensajero desde la puerta.

A las cinco de la tarde, Lina ya había llevado treinta y nueve mensajes. La mayoría de ellos eran parecidos: «No voy a la reunión esta noche. He decidido quedarme en casa»; «No iré a trabajar mañana»; «En vez de quedar en la plaza Cloving, ¿por qué no vienes a casa?». Los ciudadanos de Las Ascuas se estaban escondiendo, se resguardaban. Cada vez había menos gente hablando en las plazas, bajo los focos. En vez de eso, se paraban unos instantes a murmurar algunas palabras y después aceleraban el paso.

Lina iba de camino a casa de la señora Murdo —Poppy y ella se habían instalado allí con todas sus cosas— cuando oyó pasos rápidos. Se volvió sobresaltada y vio a Doon avanzando hacia ella.

Al principio, resoplaba tanto que no podía hablar.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —dijo Lina.

—La puerta —resolló—. La puerta del 351. La abrí.

El corazón de Lina dio un salto.

—¿La abriste?

Doon asintió.

—¿Es la salida? —susurró Lina con fuerza.

—No —dijo Doon. Miró a sus espaldas. Agarró el brazo de Lina y la arrastró hacia una zona oscura de la calle—. No lleva a la salida de Las Ascuas —susurró—, sino a una habitación grande.

La cara de Lina se apagó.

—¿Una habitación? Y ¿qué hay allí?

—De todo. Comida, ropa, cajas, latas. Cajas repletas de bombillas. De todo. Montones apilados hasta el techo. —Sus ojos se engrandecieron—. Y había alguien allí, en medio de todo, durmiendo.

—¿Quién?

Un gesto de horror atravesó la cara de Doon.

—El alcalde —dijo—. Dormido como un tronco en una butaca, con un plato vacío enfrente.

—¡El alcalde! —susurró Lina.

—Sí. El alcalde tiene un tesoro, una habitación secreta en las tuberías.

Se miraron, sin habla. Súbitamente, el pie de Doon dio un golpe contra el suelo. Su cara estaba roja.

—Ésa es la solución de la que nos habla. Es una solución para él, pero no para el resto. ¡Él tiene todo lo que necesita y nosotros nos quedamos con las sobras! Le da igual la ciudad. ¡Todo lo que le preocupa es su gorda barriga!

Lina se sentía mareada, como si le hubieran dado un golpe en la cabeza.

—¿Qué vamos a hacer?

No podía pensar; estaba demasiado aturdida.

—¡Decírselo a todo el mundo! —dijo Doon, temblando de rabia—. ¡Decirle a toda la ciudad que el alcalde nos roba!

—Espera. Espera. —Lina puso su mano sobre el brazo de Doon e intentó concentrarse—. Vamos —dijo finalmente—. Sentémonos en la plaza Harken. Yo también tengo algo que decirte.

En la parte norte de la plaza Harken había un grupo de creyentes de pie, dando palmadas y cantando una de sus canciones. Últimamente parecían cantar más alto y con más alegría que nunca. Sus voces eran estridentes, y gritaban:

—¡Vienen pronto a salvarnos! ¡Día feliz! ¡Día feliz!

Junto al Salón de Reuniones ocurría algo inusual. Alrededor de veinte personas caminaban en círculo, portando pancartas hechas a partir de tablones viejos o sábanas que habían sido pintadas. Las pancartas decían: ¿QUÉ SOLUCIONES, ALCALDE COLE? y ¡QUEREMOS RESPUESTAS! De vez en cuando, los manifestantes gritaban los lemas de las pancartas. Lina se preguntaba si el alcalde estaría prestando algo de atención.

Doon y Lina encontraron un banco vacío en la zona sur de la plaza Harken y se sentaron.

—Ahora escúchame —dijo Lina.

—Te estoy escuchando —respondió Doon, pese a que su cara permanecía enrojecida y tenía pinta de estar muy enfadado.

—Ayer vi a Lizzie salir de los almacenes —dijo Lina.

Le explicó lo de las latas, lo de Looper, el nuevo amigo de Lizzie, y a qué se dedicaba éste.

Doon se golpeó la pierna con el puño.

—Así que ya son dos los que roban —dijo él.

—Espera, hay más. ¿Te acuerdas que te dije que había algo que me resultaba familiar en el hombre que vimos salir de la puerta en el túnel? Ahora sé de qué se trataba. Era la forma en que caminaba, agachándose hacia un lado, y el pelo, negro, sin peinar, que se disparaba hacia arriba. Lo he visto dos veces. No sé cómo no le reconocí en cuanto lo vi; quizá es porque antes sólo lo había visto de frente. Llevé un mensaje de su parte en mi primer día de trabajo.

Doon se agitaba, impaciente.

—Bueno, ¿y de quién se trataba? ¿Quién era?

—Era Looper. Looper, el que trabaja en los almacenes. El novio de Lizzie. Y, Doon —dijo Lina, adelantándose—, el mensaje que él me dio era para el alcalde y decía así: «Entrega a las ocho».

La boca de Doon se abrió de par en par.

—Eso quiere decir…

—Se está llevando cosas del almacén para dárselas al alcalde. Le da otras a Lizzie y el resto lo vende en la tienda.

—¡Oh! —gritó Doon, y se golpeó la cabeza con la mano—. ¿Cómo no me di cuenta antes? Hay una trampilla en el techo cerca del túnel 351. Debe de llevar directamente a los almacenes. Looper entra por ahí. Eso fue lo que oímos ese día, ¿te acuerdas? Algo que se deslizaba, que sería la trampilla; después un golpe, que sería un saco lleno de cosas al tocar el suelo, y después un sonido de alguien que saltaba y aterrizaba en el suelo.

—Y acto seguido alguien que caminaba silenciosamente…

—¡Porque acarreaba todas las cosas!

—Y caminaba deprisa hacia la salida porque ya se lo había dejado todo al alcalde. —Lina tomó aire. El corazón le martilleaba en el pecho y tenía las manos frías—. Tenemos que pensar qué hacer —dijo—. Si ésta fuera una situación normal, el alcalde lo contaría.

—Pero es el alcalde quien comete el delito —dijo Doon.

—Así que supongo que deberíamos decírselo a los guardias —repuso Lina—. Son la más alta autoridad después del alcalde. Aunque no me gustan mucho —añadió, recordando cómo había sido arrastrada precipitadamente escaleras abajo desde el tejado del Salón de Reuniones—. Y mucho menos el jefe de guardias.

—Pero tienes razón —dijo Doon—. Deberíamos decírselo a los guardias. Bajarán a las tuberías y verán que estamos diciendo la verdad. Entonces podrán arrestar al alcalde, devolver todas las cosas a los almacenes y explicar a los ciudadanos lo que está pasando.

—Ésa es una buena idea —dijo Lina—. Así tú y yo nos podremos dedicar a lo realmente importante.

—¿A qué te refieres?

—A descifrar las Instrucciones. Ahora que sabemos que la puerta que encontramos no era la correcta, tenemos que encontrar la de verdad.

—No sé —dijo Doon—. A lo mejor nos hemos equivocado con esas Instrucciones. Podrían referirse a un viejo armario de herramientas de las tuberías. —Puso cara de decepción—. «Instrucciones para Salisbury.» ¿Quién es Salisbury? ¿O Sally? ¿De quién o qué se trata? ¿No podría ser un papel escrito para un tipo de las tuberías especialmente estúpido que no sabía orientarse? —Sacudió la cabeza—. No lo sé. Creo que a lo mejor esas Instrucciones son una burrada.

—¿Una «burrada»? ¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir «una tontería». Lo leí en un libro de la biblioteca.

—Pero ¡no pueden ser una tontería! ¿Por qué las habrían guardado en una caja como ésa? ¿Con esa cerradura tan extraña?

Pero Doon no quería pensar en las Instrucciones.

—Mañana nos ocuparemos de eso. Ahora, vayamos a buscar a los guardias.

—Espera —dijo Lina, agarrándole de la manga de la chaqueta—. Tengo otra cosa que explicarte.

—¿Qué?

—Mi abuela ha muerto.

—¡Oh! —La cara de Doon se apagó—. Eso es muy triste —dijo—. Lo siento.

Su compasión hizo que los ojos de Lina se llenaran de lágrimas. Doon pareció asustarse durante un momento, pero acto seguido se adelantó y la rodeó con sus brazos. Le dio un abrazo tan rápido y fuerte que hizo que ella tosiera y se echara a reír. Se dio cuenta de que Doon, ese chico delgado de ojos oscuros, con su mal genio, su horrible chaqueta marrón y su buen corazón, era la persona a quien mejor conocía. Era su mejor amigo.

—Gracias —dijo ella—. Bueno. —Le sonrió—. Vamos a hablar con los guardias.

Cruzaron la plaza y subieron la escalera del Salón de Reuniones. Barton Snode, el guardia auxiliar que Lina había conocido en su primera visita, estaba sentado en el mismo escritorio, junto a la puerta de la oficina del alcalde. Snode tenía pinta de estar aburrido. Tenía los codos apoyados sobre la mesa y su barbilla se movía de un lado al otro, muy lentamente.

—Señor —dijo Doon—. Tenemos que hablar con usted.

El guardia levantó la vista.

—Claro que sí —afirmó—. Adelante.

—En privado —dijo Lina.

El guardia pareció sorprenderse. Sus pequeños ojos iban de uno a otro lado.

—Esto es privado —dijo—. Aquí no hay nadie más.

—Pero podría aparecer alguien —insistió Doon—. Lo que tenemos que decir es secreto y muy importante.

—¿Muy importante? —dijo Snode—. ¿Secreto? —Su cara se iluminó. Gruñó al levantarse de la silla y les hizo señas para que pasaran a un pasillo estrecho situado a un lado del salón principal—. ¿De qué se trata? —preguntó.

Se lo contaron. A medida que hablaban y se interrumpían el uno al otro para asegurarse de que explicaban todos los detalles, las cejas del guardia se iban alzando gradualmente, por encima de sus ojos.

—¿Vosotros visteis esa sala? —dijo—. ¿Es cierto? ¿Estáis seguros? —Su mandíbula mascaba más rápidamente—. Queréis decir que el alcalde… el alcalde está…

En ese momento se abrió una puerta un poco más abajo del pasillo, de la que salieron tres guardias, incluido al jefe de guardias, a quien Lina reconoció por la barba. Avanzaron a zancadas por el pasillo, hablando en voz baja, y mientras pasaban por delante de ellos, el jefe de guardias le lanzó una rápida mirada a Lina. «¿Me ha reconocido?», se preguntó ella. No estaba segura.

Barton Snode acabó la frase en un susurro ronco:

—¿Queréis decir que el alcalde está… robando?

—Exactamente —dijo Doon—. Pensamos que deberían estar informados, porque ¿quién más puede arrestar al alcalde? Y una vez lo hayan hecho, los guardias pueden devolver todas las cosas que él ha robado al lugar al que pertenecen.

—Y explicar a la gente que hay que buscar un nuevo alcalde —añadió Lina.

Barton Snode se apoyó con fuerza contra la pared y se frotó la barbilla con una mano. Parecía estar pensando.

—Hay que hacer algo —dijo—. Esto es un escándalo. Un escándalo. —Volvió hacia su escritorio, y Doon y Lina le siguieron—. Escribiré una nota —dijo, tomando un lápiz de uno de los cajones.

Lina observó cómo escribía en un pedazo de papel: «Alcalde roba. Habitación secreta».

Cuando terminó, dejó ir un suspiro de satisfacción.

—Muy bien —repuso—. Se tomarán las medidas necesarias, podéis estar seguros de ello. Algún tipo de medida, seguro. Muy pronto.

—Bien —dijo Doon.

—Gracias —respondió Lina, y ambos se dieron la vuelta para marcharse.

Los tres guardias permanecieron de pie en la puerta principal del Salón de Reuniones mientras Lina y Doon salían. El jefe de guardias se apartó para dejarlos salir, y ellos pasaron a través de la puerta, hasta los anchos escalones de la entrada. Lina miró por encima del hombro. Antes de que la puerta se cerrara del todo, vio que el jefe de guardias se acercaba a la mesa de recepción, de donde Barton Snode se levantaba y avanzaba, con los ojos brillantes a causa de las importantes novedades.