Capítulo 9
La puerta en el túnel acordonado

LINA vio a Doon al instante, mientras él intentaba dejar un libro en la estantería. Cuando se dio la vuelta, él también la vio, y sus cejas oscuras se alzaron expresando sorpresa cuando ella se le acercó apresuradamente.

—Tu padre me ha dicho que estarías aquí —dijo ella—. Doon, he encontrado algo. Quiero enseñártelo.

—¿A mí? ¿Por qué?

—Creo que es algo importante. Tiene que ver con las tuberías. ¿Vendrías a verlo a mi casa?

—¿Ahora? —preguntó Doon.

Lina asintió.

Doon cogió su vieja chaqueta marrón y siguió a Lina hasta la salida de la biblioteca y a través de la ciudad, hasta la plaza Quillium.

La tienda de la abuela estaba cerrada y oscura cuando llegaron, y Lina se sorprendió al subir la escalera y ver a Eveleen Murdo sentada junto a la ventana.

—Tu abuela está en su dormitorio —dijo la señora Murdo—. No se sentía muy bien, así que me pidió que viniera.

Poppy estaba sentada en el suelo, golpeando la pata de una silla con una cuchara.

Lina presentó a Doon y le llevó a la habitación que compartía con Poppy. Él miró a su alrededor. De repente, Lina se sintió muy cohibida al ver su habitación a través de los ojos de él. Era una habitación pequeña, con muchas cosas apretujadas en su interior. Había dos camas estrechas, una mesa muy pequeña en una esquina y un taburete de cuatro patas para sentarse. Las paredes estaban llenas de ropa colgada de ganchos, y había más ropa tirada descuidadamente en el suelo. Bajo la ventana estaba la mancha marrón formada por la maceta de tierra que contenía la semilla de judía. Lina le había echado agua cada noche, porque así se lo había prometido a Clary, pero seguía sin haber nada más que tierra plana, poco prometedora.

Las posesiones más preciadas de Lina estaban situadas en unas estanterías al lado de la ventana: los trozos de papel que usaba para dibujar, sus lápices, una bufanda con un hilo de plata ribeteado. En las zonas de las paredes de las que no colgaba ropa, había dispuesto algunos de sus dibujos.

—¿Qué son? —preguntó Doon.

—Son cosas que imagino —dijo Lina, ligeramente avergonzada—. Son dibujos de… otra ciudad.

—Ah, te lo has inventado.

—Más o menos. A veces los sueño.

—Yo también dibujo —dijo Doon—. Pero otro tipo de cosas.

—¿Como cuáles?

—Generalmente insectos —dijo Doon.

Le habló de su colección de dibujos y del gusano que estaba observando.

A Lina eso le sonaba mucho menos interesante que una ciudad por descubrir, pero no lo dijo. Condujo a Doon hasta la mesa.

—Esto es lo que te quería enseñar —le dijo.

Levantó la caja de metal. Antes de que pudiera sacar los papeles que había debajo, Doon cogió la caja y la comenzó a examinar.

—¿De dónde ha salido esto? —preguntó.

—Estaba en el armario —dijo Lina.

Le explicó a Doon la búsqueda desaforada de la abuela, y cómo había encontrado la caja con el cerrojo abierto y a Poppy con el papel en la boca. Mientras ella hablaba, Doon daba vueltas a la caja, abriendo y cerrando el cerrojo, y también miraba el seguro.

—Aquí hay un mecanismo extraño —dijo, mientras daba golpecitos a un pequeño compartimento metálico de la parte delantera de la caja—. Me gustaría poder ver lo que hay aquí dentro.

—Esto es lo que había en la caja —dijo Lina, levantando el papel que cubría los retazos enganchados—. Al menos, lo que queda de lo que había.

Doon se acercó y puso las manos a los lados del papel.

Lina dijo:

—Se titula «Instrucciones para Salisbury». O para «Sally». En cualquier caso, es el nombre de algo. Quizá de un alcalde, o de un guardia. Yo lo llamo «Las Instrucciones». Se lo dije al alcalde, porque pensé que podía ser importante. Le escribí una nota pero no ha contestado. No creo que esté interesado.

Doon no dijo nada.

—No hace falta que aguantes la respiración —dijo Lina—. He pegado los trozos. Mira —dijo, señalando el papel—. Esta palabra debe de ser «tuberías». Esta otra debe de ser «río». Y mira ésta: «puerta».

Doon no contestó. Se le había caído el pelo sobre la cara, así que Lina no podía ver la expresión de su rostro. Lina continuó:

—Primero pensé que se trataba de las instrucciones para hacer algo. Para arreglar la electricidad, quizá. Pero después pensé: «¿Y si son instrucciones para llegar a otro sitio?». —Doon no dijo nada, así que Lina continuó—: Me refiero a otro lugar que no sea como éste, a otra ciudad. Creo que las instrucciones dicen: «Hay que bajar a las tuberías y buscar una puerta».

Doon se apartó el pelo de la cara pero no se enderezó. Miró las palabras incompletas y frunció el ceño.

—Borde —murmuró—. «Pequeñ pan acero.» ¿A qué se referirá con esto?

—¿Un pan comestible? —dijo Lina—. Pero no entiendo cómo un pan de acero puede resultar comestible, ni qué haría en un sitio como las tuberías.

Pero Doon no respondió. Parecía estar hablando solo. Siguió leyendo, mientras seguía las líneas con el dedo.

—Abrir —susurró—. Seguir. —Finalmente se volvió para mirar a Lina—. Creo que tienes razón —dijo—. Creo que esto es importante.

—¡Estaba segura de que tú lo verías! —gritó Lina. Estaba tan aliviada que las palabras brotaban de su garganta como un torrente—: ¡Porque tú te tomas las cosas muy en serio! Tú le dijiste la verdad al alcalde el Día del Nombramiento. Yo no quería creerlo, pero entonces ocurrió lo del apagón y me di cuenta de que las cosas estaban tan mal como tú decías. —Se detuvo, sin aliento—. Esa puerta tiene que ser la puerta que lleva a la salida de Las Ascuas.

—No lo sé —dijo Doon—. A lo mejor. O quizá es una puerta que lleve a algo importante, aunque no se trate de eso.

—Pero tiene que ser eso. ¿Qué otra cosa podría ser tan importante como para encerrarla bajo llave en una caja tan elaborada?

—Bueno, supongo que podría tratarse de un depósito que contuviera unas herramientas especiales o algo así. —Su rostro se transformó con una expresión de sorpresa—. De hecho, vi una puerta en un sitio en el que no esperaba encontrar nada, en el túnel 351. Estaba cerrada con llave. Pensé que se trataba de un viejo armario de suministros. Me pregunto si no será ésa la puerta que buscamos.

—¡Tiene que ser ésa! —gritó Lina. Su corazón se detuvo.

—No estaba cerca del río —dijo Doon, dubitativamente.

—¡Eso no importa! —respondió Lina—. El río atraviesa las tuberías, eso es todo. Probablemente diga: «Descended junto al río, después seguid por aquí, luego por allí…».

—A lo mejor —dijo Doon.

—¡Seguro! —gritó Lina—. ¡Sé que es ésa! Es la puerta que indica la salida de Las Ascuas.

—Pero no sé si eso tiene sentido —dijo Doon—. Una puerta en las tuberías sólo puede llevar a algún lugar bajo tierra, y no entiendo cómo eso…

Lina no tenía paciencia para escuchar el razonamiento de Doon. Quería bailar por toda la habitación; estaba muy nerviosa.

—¡Tenemos que comprobarlo! —dijo—. ¡Tenemos que comprobarlo cuanto antes!

Doon tenía cara de estar asustado.

—Bueno, puedo ir y tratar de abrir la puerta de nuevo —dijo—. Antes estaba cerrada con llave, pero supongo que…

—Yo también quiero ir —dijo Lina.

—¿Quieres bajar a las tuberías?

—¡Sí! ¿Puedes hacer que entre?

Doon dudó un instante.

—Creo que sí. Si vienes a la hora de salida y esperas junto a la puerta, yo me quedaré sin que nadie me vea, hasta que todo el mundo se haya ido, y te dejaré entrar.

—¿Mañana?

—De acuerdo. Mañana.

* * *

Al día siguiente, Lina paró en casa el tiempo justo para quitarse la chaqueta de mensajero y atravesó la ciudad a toda prisa, hasta llegar a las tuberías.

Doon la esperaba junto a la puerta y ella le siguió hacia dentro. Allí, Doon le dio un impermeable y unas botas para que se los pusiera. Bajaron por la larga escalera de piedra y, cuando llegaron al túnel principal, Lina se quedó quieta, mirando el río.

—No sabía que fuera tan grande —dijo cuando recuperó la voz para hablar.

—Sí —dijo Doon—. Dicen que cada tanto alguien se cae. Si te caes, no hay esperanza de que te saquen. El río te traga y te lleva.

Lina se estremeció. Allí abajo hacía frío. Sintió frío por todo el cuerpo. Frío en la piel, en la sangre, en los huesos.

Doon la condujo por el camino situado junto al río. Después de un rato llegaron a una abertura en la pared, que tomaron, mientras dejaban atrás el río. Doon siguió guiándola por las curvas de los túneles. Las botas de goma pisaban charcos de agua. Lina pensó cuán horrible sería trabajar allí abajo todo el día, cada día. Era un lugar espeluznante, al que la gente no pertenecía. Ese río negro… parecía sacado de una pesadilla.

—Aquí tienes que agacharte —dijo Doon.

Habían llegado al túnel acordonado.

—Pero aquí no hay luz —dijo Lina.

—No —respondió Doon—. Tenemos que tantear el camino. No está muy lejos.

Esquivó la cuerda y entró. Lina hizo lo mismo. Se adentraron en la oscuridad. Lina mantuvo una mano en la pared mojada y puso un pie delante del otro con cuidado.

—Aquí está —dijo Doon. Se había detenido unos pasos delante de Lina. Ella lo siguió—. Acerca las manos —dijo él—. La podrás tocar.

Lina sintió una superficie lisa y dura. Tenía un pomo de metal y, debajo, una cerradura. Parecía una puerta normal, no una entrada a un mundo nuevo. Pero eso es lo que hacía que todo fuera tan emocionante: nada era lo que parecía.

—Intentémoslo —susurró.

Doon agarró el pomo y lo giró.

—Está cerrada —dijo.

—¿Hay algo de pan por ahí?

—¿Pan?

—Las instrucciones decían algo de «pequeño pan de acero». A lo mejor se referían a la llave.

Tantearon a su alrededor, pero no había nada. Tan sólo las paredes de roca. Dieron golpecitos a las paredes, pusieron la oreja junto a la puerta, sacudieron el pomo, lo estiraron y lo empujaron. Finalmente, Doon dijo:

—Bueno, no podemos entrar. Supongo que será mejor que nos vayamos.

Entonces oyeron el ruido. Era un sonido parecido a un correteo y algo que se arrastraba, que parecía provenir de un lugar cercano. Lina dejó de respirar y se agarró al brazo de Doon.

—Rápido —susurró Doon.

Regresó al túnel iluminado, seguido por Lina. Se agacharon para pasar por debajo de la cuerda y dieron un giro; entonces pararon, se quedaron inmóviles y escucharon. Un sonido de algo que golpeaba el suelo con fuerza. Un golpe. Una pausa… y después, el sonido de un impacto, un respingo corto y contundente y una palabra pronunciada en voz ronca y baja.

Después, pasos lentos, cada vez más cerca.

Se pegaron a la pared y permanecieron quietos. Los pasos se detuvieron durante un momento y después hubo un gruñido. Entonces los pasos continuaron, pero parecían hacerse más débiles. Durante un momento, en la distancia, se produjo otro sonido: el tintineo de una llave girando en una cerradura, seguido del chasquido de un pestillo que se abre.

Lina miró a Doon con asombro. ¡Alguien había entrado en el túnel acordonado y había abierto la puerta! Acercó los labios a la oreja de Doon.

—¿Intentamos ver quién es? —susurró.

Doon sacudió la cabeza.

—Creo que no deberíamos —dijo—. Deberíamos irnos.

—Podríamos mirar desde la esquina.

Era demasiado tentador como para no hacerlo. Se arrastraron hasta el lugar en el que el túnel giraba. Desde allí, podían ver la entrada al túnel acordonado. Observaron mientras aguantaban la respiración.

En un minuto oyeron un golpe y un chasquido: la puerta cerrándose, la cerradura girando y nuevamente los pasos, esta vez rápidos. Una pierna larga pasó por encima de la cuerda y el dueño de la pierna giró y se alejó. Todo lo que llegaron a ver fue su espalda: un abrigo negro, y pelo negro revuelto. Caminaba tambaleándose de una manera que a Lina le resultó extrañamente familiar. En unos segundos, se había desvanecido entre las sombras.

Cuando salieron de las tuberías, se sacaron las botas y el impermeable; se apresuraron a sentarse en un banco de la plaza Plummer y comenzaron a hablar de manera vertiginosa.

—¡Alguien llegó antes que nosotros! —dijo Lina.

Doon dijo:

—Caminaba despacio cuando entró, como si buscara algo.

Y cuando salió, caminaba tan deprisa…

—¡Como si hubiera encontrado algo! ¿Qué sería? ¡No puedo soportar no saberlo!

Doon se levantó de un salto. Se paseó de un lado a otro frente al banco.

—Pero ¿cómo consiguió la llave? —preguntó—. ¿Habrá encontrado unas instrucciones como las que tú hallaste? Y ¿cómo se metió en las tuberías? No creo que trabaje allí.

—Había algo en su manera de caminar que me resultó familiar —dijo Lina—. Pero no sé muy bien por qué.

—Bueno, de cualquier forma, él abrió la puerta y nosotros no podemos hacerlo —dijo Doon—. Si la puerta va a algún sitio, si es la salida de Las Ascuas, muy pronto se lo dirá a toda la ciudad. Será un héroe. —Doon volvió a sentarse—. Si ha encontrado la salida, por supuesto que nos alegraremos —dijo con tristeza—. No importa quién la encuentre, mientras ayude a salvar la ciudad.

—Claro que sí —dijo Lina.

—Sólo que pensé que seríamos nosotros los que la encontraríamos —comentó Doon.

—Sí —dijo Lina, mientras pensaba en lo fantástico que hubiera sido plantarse delante de todos los ciudadanos de Las Ascuas y anunciar su descubrimiento.

Permanecieron sentados en silencio durante un rato, perdidos en sus pensamientos. Pasó un hombre con un carro lleno de trozos de madera. Una mujer, apoyada en una ventana iluminada en la calle Gappery, llamó a unos niños que jugaban en la plaza de abajo. Un par de guardias con sus uniformes rojos y marrones caminaban tranquilamente por la plaza, riéndose. El reloj de la ciudad dio seis campanadas que Lina pudo sentir, como escalofríos, bajo las costillas.

—Supongo que ahora tendremos que esperar a ver si hay un anuncio oficial —dijo Doon.

—Supongo que sí —respondió Lina.

—A lo mejor la puerta no es nada importante, después de todo —dijo Doon—. Quizá sólo se trata de un armario de suministros, viejo y sin usar.

Pero Lina no quería creer eso. A lo mejor no se trataba de la puerta hacia otro sitio, pero aun así era un misterio: un misterio relacionado con un enigma mayor, que ellos trataban de resolver. Estaba convencida de ello.