DOON había adquirido la costumbre de adentrarse solo por las tuberías. Hacía con rapidez el trabajo que le habían asignado en el túnel: no era difícil, una vez se aprendía a manejar la llave inglesa, los cepillos y los tubos de engrudo. La mayoría de los trabajadores hacían su trabajo con prontitud y se juntaban en pequeños grupos a jugar a las cartas, a hacer carreras de salamandras o simplemente a charlar y dormir.
Pero a Doon todo eso no le interesaba. Si iba a estar metido en las tuberías, al menos aprovecharía el tiempo. Desde el apagón, todo parecía más urgente que nunca. Cuando las luces parpadeaban, tenía miedo de que el viejo generador pudiera pararse abruptamente para siempre.
Así que mientras los demás holgazaneaban, él se dirigía a los límites de las tuberías, para ver si podía captar algo. «Presta atención», le había dicho su padre, y eso era lo que estaba haciendo. Intentaba seguir el mapa mientras podía, pero en algunas zonas, éste era poco claro. Incluso había túneles que no figuraban en el mapa. Para no perderse, iba dejando en el suelo pequeñas cosas (arandelas, tornillos, pedazos de alambre, todo lo que pudiera encontrar en el arnés de herramientas), que después recogía en el camino de vuelta.
Su padre tenía algo de razón: había cosas interesantes en las tuberías, si se prestaba atención. Ya había encontrado tres criaturas reptantes: un escarabajo negro del tamaño de una cabeza de alfiler, una polilla con las alas peludas y lo mejor de todo: un animal con un cuerpo suave y brillante, y un caparazón en espiral. El día que lo encontró, mientras observaba, fascinado, cómo el animal reptaba por su brazo, aparecieron un par de trabajadores. En cuanto lo vieron, se echaron a reír.
—¡Es el chico de los bichos! —dijo uno—. ¡Está buscando bichos para el almuerzo!
Lleno de rabia, Doon se levantó y se puso a gritar. El movimiento súbito hizo que el animal cayera al suelo y Doon oyó un crujido bajo su pie. Los trabajadores, divertidos, no se percataron y siguieron gastándole bromas, pero Doon se dio cuenta inmediatamente de lo que había hecho. Levantó el pie y vio el revoltijo aplastado.
«Consecuencias no planeadas», se dijo con amargura. Le daba rabia su propia rabia, la manera en que surgía y manejaba la situación. Recogió los pedacitos de caparazón y pringue de debajo de su bota, y pensó: «Lo siento, no quería hacerte daño».
Durante los días siguientes, Doon fue más y más lejos en las tuberías, con la esperanza de encontrar algo que fuera no sólo interesante sino también importante. Pero lo que encontraba no parecía serlo. Una vez halló unos alicates viejos que se le habían caído a alguien, y en un par de ocasiones, monedas. Encontró un armario con suministros que parecía haber sido completamente olvidado, pero todo lo que había en el interior eran algunas cajas llenas de tapones, arandelas, y una fiambrera herrumbrosa con lo que parecían unos restos pasados de comida.
Encontró otro armario de suministros en el extremo sur de las tuberías. Al menos, eso fue lo que pensó que era. Estaba al final de un túnel y una cuerda lo atravesaba. De la cuerda colgaba un cartel en el que se leía: «Derrumbado. No entrar». Doon se agachó bajo la cuerda y entró de todas maneras. No pudo ver ningún signo de derrumbamiento pero, de todas maneras, no había luz. Anduvo a tientas durante veinte pasos, más o menos, hasta que llegó al final del túnel, donde se hallaba una puerta cerrada con llave. Doon no podía verla pero la podía tocar. Volvió hacia atrás, pasó por debajo de la cuerda de nuevo y caminó. A poca distancia encontró una trampilla en el techo del túnel. «Un panel de madera que debe llevar a los depósitos», pensó. Si hubiera tenido algo sobre lo que apoyarse, habría podido intentar abrirlo, pero ahora su mano quedaba a treinta centímetros de la trampilla. Probablemente estaba cerrada. Se preguntó si los Constructores habrían usado este tipo de aberturas durante la construcción de la ciudad para llegar más fácilmente de un sitio a otro.
Al terminar de realizar su trabajo cerca del túnel principal, a veces caminaba a lo largo del río. Permanecía alejado del extremo este, donde estaba el generador, porque no quería pensar en él. En vez de eso, iba en la otra dirección, hacia donde el río salía de las tuberías. El camino se desnivelaba en esa zona y era más abrupto. El río estaba bordeado por grupos de rocas con aristas que parecían surgir del suelo como hongos. A Doon le gustaba sentarse en las rocas y seguir con los dedos las superficies agrietadas y rayadas, causadas de alguna manera desconocida por el recorrido y el goteo del agua. En algunos sitios había hendiduras que casi parecían letras escritas.
Pero Doon no encontró cosas importantes. Parecía que las tuberías no tenían ninguna utilidad para una persona que quisiera salvar la ciudad. El generador era ineficaz. Nunca entendería el funcionamiento de la electricidad. Creía que podría usar la electricidad para inventar una luz móvil si estudiaba lo suficiente. Había desmontado bombillas e interruptores de pared para ver cómo estaban dispuestos los cables, pero había recibido una sacudida dolorosa y vibrante por todo el cuerpo. Cuando había enroscado los cables de la misma manera exacta él solo, nada había pasado. Finalmente había entendido que lo que producía la luz era lo que pasaba a través de los cables, y él no tenía ni idea de qué era eso.
Ahora sólo se le ocurrían dos opciones: podía darse por vencido y no hacer nada, o podía empezar a trabajar en otro tipo de luz móvil.
Doon no quería darse por vencido; así que en su día libre se fue a la biblioteca de Las Ascuas a buscar la palabra «fuego».
La biblioteca ocupaba un edificio entero de la plaza Bilbollio. La puerta estaba situada al final de un pequeño pasillo en el centro del edificio. Doon avanzó por el pasillo, abrió la puerta y entró. No había nadie, aparte del bibliotecario, el viejo Edward Pocket, que permanecía sentado frente a su escritorio escribiendo algo con un lápiz firmemente aferrado entre los nudillos. La biblioteca tenía dos habitaciones muy grandes: una para las obras de ficción, que eran las historias que inventaba la gente con su imaginación, y otra para las obras de los hechos, que era información sobre el mundo real. Las paredes de las dos habitaciones estaban llenas de estanterías, y en las estanterías había cientos de paquetes de páginas. Cada paquete se sujetaba con trozos atados de cuerda resistente. Los paquetes se apoyaban entre sí en ángulo y permanecían apilados en montones desiguales. Algunos eran gruesos y otros eran tan finos que sólo se necesitaba un clip para mantenerlos sujetos. Las páginas de los paquetes más viejos estaban amarillentas y deformadas, con los bordes ondulados.
Éstos eran los libros de Las Ascuas, escritos a lo largo de los años por sus ciudadanos. Sus muy tupidas páginas contenían muchas cosas imaginadas y todo aquello de lo que se tenía conocimiento.
Edward Pocket levantó la vista y saludó brevemente a Doon, que era uno de los visitantes más frecuentes. Doon devolvió el saludo. Entró en la sala de las obras de hechos y se dirigió a la estantería marcada con una F. Los libros estaban ordenados por temas, pero aun así, no era fácil encontrar lo que se buscaba. Un libro sobre polillas podía estar bajo la P de «polilla», la I de «insecto», o la B de «bicho». Podía incluso llegar a figurar bajo la V de «voladores». Generalmente, para encontrar los libros sobre un tema, había que buscar en toda la biblioteca. Pero como estaba buscando «fuego», le pareció que podía empezar por la F.
El fuego era poco común en Las Ascuas. Cuando ardía un fuego era porque había ocurrido un accidente. Solía tratarse de un trapo que se había dejado demasiado cerca del hornillo eléctrico o de un cable pelado del que había saltado una chispa que había encendido una cortina. Cuando esto pasaba, los ciudadanos se apresuraban a apagarlo con cubos de agua. De todas maneras, era posible empezar un fuego a propósito. Se podía mantener un pedazo de madera en el hornillo hasta que surgiera una llama, y durante un instante se encendería, dando una luz anaranjada.
El truco consistía en mantener la llama. De tener una luz que durara, Doon podría ir a explorar las Regiones Desconocidas y ver lo que había allí. Eso era lo único que se le ocurría que podía hacer.
Sacó un libro de la estantería F. Se titulaba Folios. Lo dejó. El siguiente se titulaba Cómo reparar fachadas. También lo dejó en su sitio. Vio Enfermedades con fiebre, Cómo superar el fracaso, Cómo divertirse con fibras de cuerda y Recetas de fruta envasada, antes de encontrar Todo sobre el fuego. Se sentó a una de las mesas cuadradas de la biblioteca y se puso a leerlo.
Pero la persona que había escrito el libro no sabía más sobre el fuego que Doon. La mayor parte del libro estaba dedicado a describir los peligros del fuego. Una parte muy larga explicaba cómo hacía cuarenta años había ardido un edificio de la plaza Winifred, y cómo todas las puertas y todos los muebles se quemaron. El humo invadió el aire durante días. Otra parte del libro explicaba qué hacer en caso de que en el horno se prendiera fuego.
Doon cerró el libro y suspiró. Era inútil. Él podría haber escrito un libro mejor que ése. Se levantó y paseó nerviosamente por la biblioteca. A veces se podían encontrar cosas útiles simplemente eligiendo al azar en las estanterías. Él lo había hecho muchas veces: había alargado el brazo y agarrado algo, con la esperanza de topar con la información que estaba buscando. De ser así, se trataría de algo que otra persona habría escrito, sin entender su importancia. Un par de frases que iluminarían la mente de Doon repentinamente, encajando perfectamente con otras cosas que Doon ya sabía y dando así la solución a todo.
Pese a que había encontrado a menudo cosas interesantes en estas búsquedas, nunca había encontrado nada realmente importante. Aquel día sucedió lo mismo. Encontró una colección titulada Palabras misteriosas del pasado, que leyó durante un rato. Se trataba de palabras y frases antiguas de las que no se recordaba el significado. Leyó unas cuantas páginas.
¡Santo Cielo! Indica sorpresa. No se sabe con claridad qué quiere decir «cielo». Podría tratarse de un sinónimo de «foco».
Burrada. Quiere decir «tontería», aunque nadie sabe de dónde procede la expresión.
A mansalva. Indica «en grandes cantidades». Podría hacer referencia al hecho de matar insectos.
Todos en el mismo barco. Quiere decir «todos en un aprieto». Se desconoce el significado de «barco».
Interesante, pero inútil. Dejó el libro en la estantería y justo cuando estaba a punto de salir de la biblioteca, se abrió la puerta y entró Lina Mayfleet.