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Nueva Delhi, viernes 19 de octubre de 2007, 11.35 h

—Estas instalaciones son mejores que las que tenemos en Nueva York —constató Laurie mientras sus ojos recorrían la sala de exámenes post mórtem de la facultad de medicina Gangamurthy—. Nuestra sala de autopsias tiene más de medio siglo. Comparado con esta, parece sacada de una antigua película de miedo.

Laurie, Jack, Neil, Arun y el doctor Singh estaban de pie en la sala de autopsias del departamento de patología de la facultad de medicina. Todo el equipo era nuevo y de última generación. Su hospital, el centro médico Gangamurthy, era puntero en la industria del turismo médico, en particular en cuanto a las afecciones cardíacas; recibía sobre todo a pacientes de Dubai y otras ciudades de Oriente Medio. La mayoría de los fondos provenían de un agradecido señor Gangamurthy, de Dubai, que había donado al centro alrededor de cien millones de dólares.

—Por desgracia tengo que dar una clase en pocos minutos y voy a tener que dejarles —dijo el doctor Vijay Singh. Era un hombre de constitución débil y rechoncho; vestía una chaqueta occidental con corbata, aunque la voluminosa papada cubría el nudo—. Pero creo que aquí cuentan con todo lo que puedan necesitar. Mi cámara digital está en la encimera. Incluso pueden hacer secciones congeladas; nosotros las hacemos para el hospital. Mi ayudante, Jeet, les proporcionará cualquier otra cosa que necesiten. Arun sabe cómo contactar con él, y vendrá enseguida.

Arun unió las palmas de sus manos, se inclinó y dijo:

—Namasté.

—Bueno, me voy —dijo Vijay—. Pásenlo bien.

—Me siento un poco culpable —reveló Jack cuando Vijay se marchó—. ¿No creéis que deberíamos haberle dicho que hemos robado el cuerpo y que no tenemos permiso oficial para hacerle la autopsia?

—No, porque eso habría hecho su decisión más difícil —dijo Arun—. De esta forma, no tiene ninguna responsabilidad. Puede afirmar que no sabía nada, y no estará mintiendo. Lo más importante ahora es que nos demos prisa en terminar.

—Vale, empecemos —ordenó Laurie.

Ella y Jack se habían puesto ya la ropa adecuada y guantes. Arun y Neil solo llevaban una bata sobre la ropa. Conociendo el historial de María, ninguno se preocupó por los protectores respiratorios.

—¿Tú o yo? —preguntó Jack haciendo un gesto hacia el cuerpo desnudo de María, que estaba colocado en la mesa de autopsias.

—Yo —dijo Laurie.

Cogió el bisturí y empezó a practicar la incisión en forma de Y habitual en las autopsias.

—Vale. Repasémoslo una vez más —dijo Arun—. Esto me interesa mucho. Habéis dicho que estabais considerando la posibilidad del envenenamiento.

—Así es —respondió Jack—. Como no tenemos mucho tiempo debemos enfocar este caso de forma diferente a la habitual. Partimos de una hipótesis e intentaremos demostrar si es cierta o falsa. Normalmente, al hacer una autopsia hay que tener la mente abierta para que no se te escape nada. Aquí intentaremos ver si hay algo específico que confirme que se le administró un veneno o al menos que descarte el diagnóstico de infarto de miocardio.

—Incluso tenemos una idea de cuál puede haber sido el agente desencadenante —dijo Laurie, incorporándose tras la incisión final. Cambió el bisturí por la pesada cizalla para huesos.

—¿De verdad? —exclamaron Arun y Neil al mismo tiempo.

—De verdad —contestó Jack mientras Laurie cortaba las costillas—. En primer lugar, sospechamos que el asesino es alguien relacionado con la sanidad. Dado que las muertes han tenido lugar en más de un hospital, suponemos que es un médico. Y un médico nos lleva a los medicamentos, ya que los médicos tienen acceso a las medicinas y los tres pacientes llevaban un catéter. Teniendo en cuenta la cianosis, y en particular la cianosis del tercer caso, que desapareció enseguida durante la reanimación, no nos queda más remedio que pensar en las sustancias parecidas al curare que se utilizan en la anestesia para paralizar los músculos.

Laurie terminó el trabajo con la cizalla y retiró el esternón con la ayuda de Jack.

—Vayamos derechos al corazón —resolvió ella—. Si encontráramos pruebas de un infarto serio, tendríamos que revisar completamente nuestras hipótesis.

—Estoy de acuerdo —dijo Jack.

—Existen bastantes drogas que pueden provocar una parálisis respiratoria —dijo Neil—. ¿Os decantáis por alguna?

Laurie y Jack trabajaban muy rápido, cada uno se anticipaba a los movimientos del otro. Jack cogió una bandeja de la mesa auxiliar y la disección en bloque del corazón y los pulmones cayó en ella con un sonido de chapoteo.

—Sí, vamos a hacer las pruebas para una droga en concreto —respondió Jack a Neil, mientras observaba cómo Laurie separaba el corazón—. Gracias de nuevo al intento de reanimación del tercer caso, donde hallaron hiperpirexia y un potasio exageradamente alto, vamos a centrarnos en la succinilcolina, que se sabe que puede causar ambos efectos. De momento, a no ser que tropecemos con algo muy inesperado, todo nos lleva a ese agente.

—Caramba —dijo Arun—, esto es fascinante.

—Aquí no hay ninguna enfermedad cardíaca —comentó Laurie. Había practicado varias incisiones en el miocardio y a lo largo de los principales vasos coronarios—. En concreto, no hay ninguna afección obstructiva.

Los otros tres miraron por encima de su hombro.

—Hay algunas hemorragias distribuidas por el pericardio —dijo Jack—. Eso no es patognomónico del envenenamiento por succinilcolina, pero concuerda.

—También las hay en la superficie pleural de los pulmones —señaló Laurie.

—Arun, ¿puedes sacar unas fotos con la cámara de Vijay? —pidió Jack.

—Por supuesto.

Después de las fotografías, Laurie se dispuso a tomar muestras para el análisis toxicológico. Utilizando una jeringuilla diferente para cada cosa, fue extrayendo orina, sangre, bilis y líquido cefalorraquídeo.

—Hay otras dos razones por las que tenemos en mente la succinilcolina —dijo Jack—. La succinilcolina sería el agente más apropiado desde un punto de vista puramente diabólico. Si el responsable es un médico, como sospechamos, usaría el agente menos susceptible de ser detectado, y la succinilcolina encaja ahí como un guante. Primero porque probablemente utilizaron succinilcolina para anestesiar al paciente durante la operación, por lo que, si alguien como nosotros la detectara, su presencia sería explicable. Y segundo porque el cuerpo metaboliza la succinilcolina muy deprisa; por eso, en el caso de una sobredosis, lo único que hay que hacer es ventilar al paciente un rato y borrón y cuenta nueva.

—Pero ¿aun así vais a hacer las pruebas? —preguntó Arun—. Si el cuerpo la metaboliza tan rápido…

—Sin duda —dijo Laurie, llenando de bilis una jeringuilla—. Si alguien usa la succinilcolina con malas intenciones, siempre inyecta una buena cantidad para asegurarse de que sea suficiente. Con una dosis elevada, el cuerpo podría no dar abasto para metabolizarla, y entonces además de encontrar gran cantidad de metabolitos de succinilcolina, a menudo encuentras también la propia droga.

—La succinilcolina se utilizó en un par de casos muy conocidos entre los médicos forenses de Estados Unidos —expuso Jack—. Un enfermero llamado Higgs mató a su mujer en Nevada, y un anestesiólogo, un tal Coppolino, mató a la suya en Florida. En el caso de Higgs encontraron la droga en la orina del cadáver, y en el de Coppolino la aislaron en el tejido muscular.

—Bueno, será interesante ver qué pueden hacer nuestros toxicólogos del All India Institute of Health Sciences. Nuestro jefe goza de reputación internacional.

—¿Hay alguna forma de enviarles las muestras? —preguntó Laurie mientras terminaba de extraer la última.

—Seguro que sí —respondió Arun—. Se lo encargaré a Jeet. Supongo que el laboratorio clínico del hospital Gangamurthy tiene un servicio de mensajería.

Con dos expertos disectores trabajando en equipo, la autopsia avanzó a buen ritmo hasta que Laurie llegó a los riñones. Tras examinarlos y determinar que su estado era normal, los sacó utilizando un cuchillo de disección. Abrió uno de ellos con el mismo cuchillo, practicando una sección coronal bifurcada que dejó expuesto el parénquima y el cáliz.

—¡Jack, mira esto! —dijo emocionada.

Jack miró por encima del hombro de Laurie.

—Tiene un aspecto raro —comentó—. El parénquima parece ceroso.

—Exacto —dijo Laurie, aún más emocionada—. Había visto esto antes. ¿Sabes al final qué era?

—¿Amiloidosis? —probó Jack.

—No, tonto. Esa cosa de color rosa está en los túbulos. Está en la luz del túbulo, no en las células. ¡María sufrió rabdomiolisis aguda!

—¡Arun! —gritó Jack, emocionado él también—. ¡Llama a Jeet! Necesitamos una sección congelada. Si esto es miosina y si, como sospechamos, estamos ante una intoxicación, será prácticamente patognomónico del envenenamiento por succinilcolina.

Media hora después, Laurie fue la primera en examinar las secciones del riñón. El examen post mórtem había terminado y estaba transcrito en una grabadora. Habían preparado muestras de tejido, en especial renal y cardíaco, y estaban ya en portaobjetos. Por último, habían colocado el cuerpo en un depósito de cadáveres refrigerado, como debía ser.

—¿Y bien? —preguntó Jack, impaciente.

Laurie llevaba más tiempo del habitual mirando por el microscopio.

—Se confirman las secreciones de color rosa en los túbulos —dijo.

Se apartó para que Jack pudiera mirar.

—¡Rabdomiolisis, sin duda! —exclamó Jack. Se incorporó—. Teniendo en cuenta el historial, yo aceptaría esto como prueba incluso sin los análisis toxicológicos.

Laurie se hizo a un lado para que Arun y después Neil pudieran ver la miosina que bloqueaba los túbulos renales.

—Bueno, ¿qué vais a hacer ahora? —preguntó Arun.

Estaba contentísimo por haber participado en un caso de patología forense como había soñado cuando iba al instituto, antes de conocer el estado de esa disciplina en la India.

—Llegados a este punto, eso seguramente deberíamos preguntártelo nosotros a ti —dijo Jack—. En Estados Unidos, unos forenses que hubieran actuado por su cuenta acudirían a la policía, al fiscal del distrito o a ambos. Esto es claramente un acto criminal.

—No sé qué deberíamos hacer —admitió Arun—. Quizá debería preguntar a algún amigo abogado.

—Mientras tanto hemos de movernos rápido y reforzar nuestra argumentación —dijo Laurie—. Con un poco de suerte tendremos la prueba científica por la orina que hemos enviado al All India Institute of Health Sciences, pero eso valdrá solo para uno de los tres fallecidos. Hemos de volver al Queen Victoria y hacernos con el segundo cuerpo, o por lo menos sacarle una muestra de orina. Y deberíamos hacer lo mismo con el cadáver que está en el centro médico Aesculapian. Tres casos son mucho mejor que uno. Y más vale que nos demos prisa. Jennifer dijo que la hora tope era el mediodía.

—Vale, hagamos eso lo primero —dijo Jack—. Necesitamos tener pruebas de más de un cuerpo, sobre todo en cuanto al envenenamiento por succinilcolina. Demonios, un cadáver puede producir pequeñas cantidades de succinilcolina al descomponerse.

—Me llevaré un par de jeringuillas de aquí para que podamos sacar las muestras —informó Laurie.

—Buena idea —afirmó Jack.

Emocionados y con la sensación de que compartían un objetivo común, los cuatro regresaron a la furgoneta y condujeron a toda prisa hacia el hospital Queen Victoria. Arun volvía a estar al volante.

Neil sacó el teléfono móvil.

—Yo creo que ya es hora de llamar a Jen —explicó—. No puede ser que siga dormida. Estoy seguro de que todo esto la va a entusiasmar.

—Buena idea —dijo Laurie—. Luego déjame hablar con ella.

Neil dejó sonar el teléfono hasta que saltó el contestador. Dejó grabado un breve mensaje en el que le pedía a Jennifer que le llamara.

—Seguramente está haciendo gimnasia o nadando. Volveré a intentarlo dentro de un rato.

—Podría estar comiendo —apuntó Laurie.

—Es verdad —dijo Neil, y se guardó el teléfono en el bolsillo.

Cuando llegaron al Queen Victoria, Arun guio directamente la furgoneta hacia la parte trasera y aparcó en el mismo sitio que antes.

Salieron a toda prisa del vehículo y entraron a la carrera en el hospital. La silla del anciano estaba vacía.

—Quizá esté comiendo —dijo Laurie.

—Eso espero —manifestó Jack—. Me sentiría culpable si perdiera el trabajo por nuestras travesuras.

Arun llevaba la delantera. Avanzaron en fila porque la cola de la cafetería a la hora de comer llegaba hasta el pasillo. Se detuvieron en la cámara frigorífica donde había estado María.

—¿Entramos a pesar de toda esta gente? —preguntó Arun.

Jack y Laurie se miraron.

—Entra tú solo, Arun —propuso Laurie—. No vayamos a montar una escena.

Laurie, Jack y Neil avanzaron otro poco por el pasillo. Nadie les prestaba atención.

Arun no tuvo que entrar hasta el fondo para ver que Benfatti había desaparecido. En la cámara no había ningún cadáver. Retrocedió, cerró la puerta y comunicó la mala noticia al resto.

—Ya no podremos jugar a ganador y colocados —anunció Jack.

—Dejadme que suba y averigüe qué está pasando —dijo Arun.

—Mientras tanto, nosotros podríamos subir y comer algo en la cafetería —propuso Laurie—. Según lo que Arun descubra, es posible que no tengamos otra oportunidad.

—Buena idea —dijo Arun—. Allí nos vemos.

Arun tardó más de lo que esperaba pero averiguó más de lo que había imaginado. Cuando entró en la cafetería, los otros tres ya tenían sus bocadillos. Nada más sentarse, una camarera se materializó a su lado. También él pidió un bocadillo.

Cuando la camarera les dejó, Arun se inclinó sobre la mesa. Los demás lo imitaron.

—Esto es increíble —dijo en voz baja para asegurarse de que no le oyera nadie más. Los miró a los tres—. En primer lugar, los directivos del hospital están furiosos con la desaparición de María Hernández. Tanto que han despedido al anciano de abajo.

—¡Maldita sea! —Exclamó Jack—. Me lo temía.

—Por otra parte, están seguros de que el cuerpo lo han robado los forenses de Nueva York. Lo raro es que no han presentado un FIR contra vosotros.

—¿Qué es un FIR? —preguntó Laurie.

—Un primer parte informativo —explicó Arun—. Es lo primero que hay que hacer si se quiere que la policía actúe. Pero la policía odia los FIR porque significan trabajo.

—¿De dónde has sacado la información? —preguntó Jack.

—Me lo ha dicho el presidente del hospital —contestó Arun—. Se llama Rajish Bhurgava. Somos relativamente buenos amigos. Lo conozco desde la escuela.

—Si saben que nos hemos llevado el cuerpo, ¿por qué no presentan ese FIR? —preguntó Laurie.

—No sé si lo he entendido bien. Bhurgava me ha dicho que un alto cargo del Ministerio de Sanidad, un tal Ramesh Srivastava, le ha ordenado que no lo haga. Tiene algo que ver con el miedo a los medios de comunicación.

Laurie, Jack y Neil intercambiaron largas miradas para decidir quién respondería al comentario de Arun. Habló Laurie.

—A lo mejor ese Ramesh va tras la pista del asesino en serie de la sanidad y no quiere que los medios le alerten hasta que la investigación esté más avanzada.

Jack la miró de reojo.

—Bueno, ¿quién sabe? —se justificó ella.

—Pasemos a la segunda parte, que es la más importante —dijo Arun—. Han retirado el cadáver de Benfatti y el del centro médico Aesculpian, Lucas, por una orden judicial que otorga a los dos hospitales el derecho de sacarlos y disponer de ellos por constituir una molestia y un peligro público. Lo más extraño es que se las han ingeniado para incinerarlos en el crematorio principal de los ghats de Benarés.

—Ya había oído antes la palabra ghat —interrumpió Jack—. ¿Qué significa?

—En este contexto significa escalones de piedra en la ribera de un río —le explicó Arun—, aunque también puede ser una cordillera escarpada.

—Nosotros ya conocíamos el plan Benarés —dijo Laurie—. Se suponía que iba a ser tan especial que las familias se calmarían. Pero está claro que cuando hicieron la oferta no tuvo ese efecto, por lo menos en dos de las tres familias.

—¿Y dónde queda Benarés desde aquí? —preguntó Jack.

—Al este de Delhi, como a medio camino de Calcuta —contestó Arun.

—¿Muy lejos?

—A unos setecientos kilómetros —dijo Arun—, pero hay buenas autopistas en todo el trayecto.

—¿Llevarán los cuerpos en un camión? —preguntó Jack.

—Seguro que sí —respondió Arun—. Tardarán once horas y media, aproximadamente. Seguramente los incinerarán esta noche, muy tarde, o mañana temprano. Los crematorios de los ghats funcionan las veinticuatro horas del día. Pero debo deciros que esto no es normal. Por lo general, en Benarés solo pueden ser incinerados los hindúes. Les aporta un karma excepcionalmente bueno. Si un hindú muere en Benarés y su cuerpo se incinera allí, alcanza de inmediato el moksha, la iluminación.

—Deben de haber sobornado a alguien —aventuró Laurie.

—Sin duda —asintió Arun—. Habrán pagado a alguno de los cabecillas entre los Dom. Los Dom son la casta que tiene los derechos exclusivos sobre la incineración en los ghats. O quizá hayan sobornado a algún brahmán hindú. Lo que está claro es que los hospitales han tenido que comprar a unos o a otros, o a los dos.

—¿Cómo es la ciudad? —preguntó Jack.

—Es uno de los lugares más interesantes de la India —dijo Arun—. Es la ciudad más antigua del mundo que ha estado ocupada sin interrupción. Hay quienes creen que hace cinco mil años que allí vive gente. Para los hindúes es la ciudad más sagrada, especialmente beneficiosa para los ritos de pasos, como la llegada a la madurez, el matrimonio y la muerte.

—¿Qué probabilidades tendríamos de encontrar los dos cadáveres si cogiéramos un avión a Benarés?

—A eso no puedo responder —dijo Arun—. Supongo que bastantes, sobre todo si estáis dispuestos a repartir dinero.

—¿Qué opinas? —Preguntó Jack a Laurie—. Nos vendría bien obtener al menos las muestras de orina, aunque no podamos practicar autopsias completas.

—¿Hay vuelos a Benarés? —preguntó Laurie a Arun. La idea de un viaje de casi doce horas por tierra no la atraía lo más mínimo.

—Hay, pero no tengo ni idea de los horarios. Voy a preguntarlo.

Mientras Arun llamaba por teléfono, Laurie se giró hacia Neil.

—En circunstancias normales, os preguntaríamos si queréis venir. Pero sigo pensando que lo mejor será que Jennifer no salga del hotel.

—Yo opino lo mismo —dijo Neil.

Arun cerró la tapa de su teléfono móvil.

—Han salido ya varios vuelos. El último es a las tres menos cuarto de la tarde.

Laurie y Jack miraron sus relojes. Era la una menos cuarto.

—Solo faltan dos horas. ¿Nos da tiempo? —preguntó Laurie.

—Creo que sí —dijo Arun—. Pero tenemos que darnos prisa.

—¿Tú también vienes? —preguntó Laurie a Arun mientras se levantaba y dejaba la servilleta con los restos de su bocadillo.

También dejó más dinero del necesario para pagar la comida.

—Hoy me lo estoy pasando mejor que en años —reveló Arun—. No me lo perdería por nada del mundo. —Se levantó y abrió de nuevo el móvil para contactar con su agencia de viajes—. Gracias por el bocadillo —dijo a Laurie mientras su llamada se conectaba.

Mientras caminaban hacia el ascensor, Arun reservó tres billetes en clase de negocios para el vuelo a Benarés y dos habitaciones en el hotel Taj Ganges. Dio los nombres de Jack y Laurie.

Arun terminaba de hacer las gestiones cuando llegaron a la furgoneta; quedó en que se reuniría con la pareja en el mostrador de Indian Airlines del aeropuerto de los vuelos nacionales. A continuación se marchó rápidamente hacia su coche.

Jack, Laurie y Neil entraron en la furgoneta, con Jack al volante. Se dejó un poco de neumático en la vía de acceso del Queen Victoria, pero tanta velocidad se acabó de golpe y porrazo cuando llegaron a la calle. Habían olvidado el tráfico que hay en Nueva Delhi al mediodía.

—Cuando lleguemos al hotel, necesitaré algo de tiempo para ponerme la inyección de GCH desencadenante —dijo Laurie.

Estaba sentada delante, junto a Jack.

—Anda, es verdad —respondió Jack—. Menos mal que te has acordado. A mí se me había pasado por completo.

—Será mejor que no os olvidéis estas jeringuillas que tengo aquí atrás —les advirtió Neil.

La bolsa con las jeringuillas esterilizadas estaba a su lado, encajada entre el asiento y el respaldo.

—Ya lo creo —dijo Laurie—. Me las podría haber dejado, y entonces sí que tendríamos un problema. ¡Pásamelas!

Neil le entregó la bolsa.

—Lamento que Jennifer y tú no podáis venir —dijo Laurie.

—No pasa nada. Dedicaré la tarde a intentar reservar los vuelos para el regreso a Estados Unidos. Creo que cuanto antes salga Jennifer de aquí, mejor.

—Dile que decida ya mismo lo que quiere hacer con su abuela —le indicó Laurie—. Y luego llamad a la facultad Gangamurthy para ponerlo en marcha.

—Tiene claro que quiere incinerar, así que eso lo haremos enseguida.

Laurie y Jack estaban inquietos por su inminente viaje; durante el tiempo que tardaron en llegar al hotel reinó el silencio. Ni siquiera cuando se encaminaban hacia el vestíbulo hablaron.

—Vete para arriba —dijo Jack a Laurie una vez dentro del hotel—. Me encargo del transporte hasta el aeropuerto y voy enseguida.

—Hecho —afirmó Laurie, y se separó de ellos.

—A vosotros os veremos mañana en algún momento —dijo Jack a Neil—. Ya has oído dónde nos alojaremos en Benarés, y Jennifer tiene el número de móvil de Laurie, así que mantened el contacto. ¡Y qué Jennifer se quede en el hotel!

—No te preocupes —lo tranquilizó Neil.

Era poco más de la una del mediodía, por lo que Neil cruzó el vestíbulo y se asomó al comedor principal para ver si Jennifer estaba allí. Mientras exploraba el interior, el maître cruzó la mirada con él.

—Su compañera no ha venido hoy —le dijo.

Neil le dio las gracias. La calidad el servicio del hotel Amal Palace no dejaba de impresionarle. Jamás había estado en un hotel donde los empleados recordaran hasta ese punto a sus clientes.

Se preguntó si Jennifer estaría en las instalaciones del spa y, dado que el ascensor que llevaba allí se encontraba junto al comedor, Neil lo tomó para bajar. La puerta del ascensor se abrió ante el mostrador principal y Neil preguntó si Jennifer Hernández estaba recibiendo algún servicio, como un masaje, en aquel momento. La respuesta fue negativa. Neil recorrió el pasillo para ver las bicicletas estáticas. Siguió andando, salió al jardín y se acercó a la piscina.

Lucía el sol a través de la neblina y había unos treinta grados de temperatura, por lo que la piscina estaba muy concurrida y había bastante gente comiendo en el jardín. Le sorprendió que Jennifer tampoco estuviera allí. El lugar era ciertamente agradable.

Supuso que debía de seguir en su habitación; se dijo que tal vez siguiera durmiendo y hubiera desconectado el teléfono. Neil no sabía qué hacer. Si Jennifer estaba dormida, sin duda era porque lo necesitaba, y no tenía intención de despertarla. Decidió llevar a la práctica el plan que había urdido la noche de su llegada: pegar la oreja a su puerta. Si oía algún ruido o el agua de la ducha o la tele estaba funcionando, llamaría. Si todo estaba en silencio, la dejaría dormir.

Una vez tomó la decisión, regresó hacia la entrada del gimnasio. Ocurriera lo que ocurriese, tenía claro que él iba a volver a la piscina.