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Nueva Delhi, jueves 18 de octubre de 2007,14.17 h

El inspector Naresh Prasad entró en el edificio del Ministerio de Sanidad y constató cuán diferente era del que albergaba el departamento de policía de Nueva Delhi. Mientras que las paredes desconchadas y las inmundicias eran la norma en su edificio, el Ministerio de Sanidad estaba considerablemente limpio. Incluso el sistema de seguridad era nuevo y la gente que lo manejaba parecía hasta cierto punto motivada. Como de costumbre, tuvo que dejar el revólver a la entrada.

Naresh recorrió el largo y retumbante pasillo del segundo piso hasta donde sabía que estaba la relativamente nueva oficina de turismo médico. Entró sin llamar a la puerta. El contraste entre su despacho y el de Ramesh Srivastava era incluso mayor que el que había entre sus respectivos edificios. El de Ramesh estaba recién pintado y los muebles eran nuevos. Casi todo, incluidos los utensilios de las mesas de las secretarias, indicaba que Ramesh ocupaba un nivel significativamente más alto en la burocracia civil.

Tal como suponía, Naresh tuvo que esperar un buen rato. Aquello formaba parte del ritual con que los burócratas afirmaban su superioridad respecto a otros colegas, aunque estuviesen disponibles. Pero a Naresh no le importaba. Contaba con eso.

Además, en la zona de espera había un sofá nuevo, alfombra y algunas revistas, aunque fueran viejas.

—El señor Srivastava le espera —anunció una de las secretarias quince minutos después, señalando la puerta de su jefe.

Naresh se levantó del sofá. Pocos segundos más tarde estaba de pie ante la mesa de Ramesh. El jefe de turismo médico no le invitó a sentarse. Tenía los dedos entrecruzados y apoyaba los codos en la mesa. Sus ojos acuosos contemplaron a Naresh con enojo. Estaba claro que no perdería el tiempo con saludos.

—Por teléfono me has dicho que tenías que verme porque había un problema —dijo Ramesh, malhumorado—. ¿Cuál es el problema?

—Lo primero que he hecho esta mañana es ir en busca de la señorita Hernández. Cuando he llegado al Amal se había ido a desayunar al Imperial y no me ha dado tiempo de seguirla, así que no sé con quién se ha encontrado allí. Pero justo después, a las nueve y poco, ha vuelto al Amal y ha cogido un coche del hotel, en teoría para hacer turismo.

—¿Hace falta que me cuentes todo? —protestó Ramesh.

—Si quiere saber cómo ha ocurrido el problema, sí —dijo Naresh.

Ramesh hizo rodar su dedo índice izquierdo para indicarle que continuara.

—Se ha detenido brevemente en el Fuerte Rojo, pero no le ha apetecido entrar. Entonces se ha ido al bazar y ha aparcado en la Jama Masjid. Allí ha alquilado un rickshaw.

—¿No puedes explicarme el problema y punto? —se quejó de nuevo Ramesh.

—En ese momento he llegado yo al aparcamiento, justo detrás de alguien que conducía un Mercedes Clase E nuevo. Me había fijado en él porque también la había estado siguiendo desde el Fuerte Rojo. —Ramesh puso los ojos en blanco ante el extenso informe de Naresh—. Ese individuo ha salido detrás de la señorita Hernández, lo que me ha parecido curioso, así que he redoblado los esfuerzos y he corrido tras ambos. A partir de entonces todo ha pasado en un abrir y cerrar de ojos. El tipo no se lo ha pensado dos veces. Ha llegado corriendo hasta la señorita Hernández y ha sacado una pistola. El bazar estaba a rebosar, había gente por todas partes. Estaba clarísimo que iba a disparar. He tenido dos segundos para decidir si intervenía. Lo único en lo que he pensado era en que usted me dijo que no podía dejar que se convirtiera en una mártir. Bueno, pues en eso precisamente iba a convertirse, así que he disparado al asesino y le he matado.

Ramesh abrió la boca muy despacio. A continuación se dio una palmada en la frente, dejó la mano allí y apoyó el codo en el escritorio mientras negaba con la cabeza como si sufriera convulsiones.

—¡No! —gritó.

Naresh se encogió de hombros.

—Ha pasado todo tan rápido…

Naresh se metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel en el que estaba escrito el nombre Dhaval Narang. Lo dejó en la mesa, delante de Ramesh.

Sin apartar la cabeza de su mano, este cogió el papel. Leyó él nombre.

—¿Sabes quién es este tipo? —espetó. Alzó los ojos y miró a Naresh con exasperación.

—Ahora sí. Es Dhaval Narang.

—Exacto. Es Dhaval Narang, y ¿sabes para quién trabaja?

Naresh negó con la cabeza.

—Trabaja para Shashank Malhotra, so torpe. Malhotra iba a librarse de la chica. La culpa se la habrían cargado los ladrones. Lo de convertirse en mártir solo era si la matábamos nosotros, los servicios civiles indios, no Malhotra.

—¿Y qué debería haber hecho? Intenté seguir sus órdenes. ¿Por qué no me dijo que Malhotra se iba a encargar de ella?

—Porque no lo sabía. Al menos no lo sabía con seguridad. —Ramesh se frotó la cara con energía—. Desde luego, las cosas ahora se han puesto peor. Ya sabe que van tras ella. ¿Dónde está?

—Ha vuelto a su hotel.

—¿Qué ha pasado en la escena?

—El disparo ha creado el pánico general. Ella se ha ido corriendo, como todo el mundo. Yo me he quedado allí para ayudar a los agentes locales a restablecer el orden e identificar a la víctima.

—¿Hernández ha vuelto luego para hablar con la policía y contigo?

—Ha vuelto, y la acompañaba un hombre americano. No sé ni dónde ni cómo se han reunido. Pero no ha hablado con la policía, lo que me parece un poco raro. Se me ha ocurrido detenerla, pero quería comentarlo con usted antes.

—Eso prueba lo desconfiada que es.

—Después de una lección como esa, tal vez se vaya…

—Eso estaría bien, sí, pero por lo que dicen la gerente médica de su abuela y el presidente del hospital, no lo hará. Esa joven sigue en sus trece pase lo que pase.

—Bueno, ¿qué quiere que haga ahora?

—¿Has averiguado quién distribuye material a la CNN?

—He puesto a dos personas a ello esta mañana. No he hablado con ellos desde entonces.

—Llámalos por teléfono mientras yo hablo con Shashank Malhotra. Por cierto, tenemos otra muerte, pero está en el centro médico Aesculapian. Y, de nuevo, la CNN lo supo sumamente pronto.

Ramesh cogió el teléfono. No le apetecía nada hablar con Shashank Malhotra. Pese a lo que le había dicho a Naresh, Ramesh sabía que él era el verdadero responsable de la muerte de Dhaval Narang. El inspector tenía razón en que debería haberle informado.

—Espero que me llames para agradecerme que te haya solucionado el problema —dijo Shashank al descolgar. Su tono era neutro: ni tan alegre como el día anterior, ni tan amenazador.

—Me temo que no. Me temo que hay otro problema, además de una extensión del antiguo.

—¿Qué? —gritó Shashank.

—Primero, la señorita Hernández ha aconsejado a la esposa del tercer paciente que pida que le hagan la autopsia. Segundo, esta mañana, en el bazar de Vieja Delhi, han matado de un disparo a Dhaval Narang.

—¿Me tomas el pelo?

—¿Le dijiste que hablara con Hernández para que saliera de la India? —preguntó Ramesh.

—¿De verdad ha muerto? —quiso saber Shashank, furioso e incrédulo.

—Lo sé de buena tinta.

—¿Cómo puede haber pasado? Era un profesional. No era ningún aficionado.

—La gente comete errores.

—Dhaval no —gruñó Shashank—. Era el mejor. Escucha, quiero que esa mujer deje de ser un problema.

—También nosotros, pero ahora está sobre aviso de que alguien la quiere muerta. Creo que será mejor que nos ocupemos nosotros de este asunto.

—¡Más te vale! —Gritó Shashank—. Supongo que no te gustaría estar siempre mirando por encima del hombro de camino a la oficina.

Dicho esto, colgó. Ramesh devolvió el receptor a su soporte. Miró a Naresh, que también había finalizado su llamada.

—Aún nada —dijo el inspector—, pero apenas han empezado a investigar. No va a ser fácil. Hay muchos catedráticos que disfrutan de privilegios de admisión en otros hospitales privados no universitarios, y la mayoría en más de uno. Se hace así sobre todo para que a los pacientes les resulte más cómodo, según su localización, y al parecer tampoco reciben a tantos porque se supone que no deben tener pacientes privados.

—Supongo que tu gente sigue trabajando en ello…

—Por supuesto. ¿Qué quiere que haga yo?

—Ten controlada a esa Hernández. Se supone que esta noche llega una amiga suya que es patóloga forense. Recuerda, no debe haber ninguna autopsia. Por suerte, en ese tema tenemos la ley de nuestra parte.