Nueva Delhi, miércoles 17 de octubre de 2007, 22.11 h
Ramesh Srivastava hizo lo posible por mantener la compostura. Eran más de las diez de la noche y el teléfono volvía a sonar. Se había pasado toda la tarde colgado del auricular. Primero había sido su segundo al mando en el departamento de turismo médico informándole de que un subordinado le había llamado unos minutos antes con la desalentadora noticia de un nuevo reportaje en la CNN sobre otro paciente estadounidense que había muerto en un hospital privado indio. Era la tercera en tres días, en esta ocasión en el centro médico Aesculapian. El interés periodístico de la noticia estaba en que el paciente, David Lucas, tenía algo más de cuarenta años. Tan pronto como Ramesh dio por finalizada esa perturbadora llamada, recibió otra de Khajan Chawdhry, el presidente del hospital implicado, informándole de todos los detalles que conocía. Y ahora el teléfono volvía a sonar.
—¿Qué pasa? —preguntó Ramesh, sin preocuparse por los modales. Como funcionario civil de alto nivel, no esperaba tener que trabajar tanto.
—Soy Khajan Chawdhry otra vez, señor —dijo el presidente—. Siento molestarle, pero hay un pequeño problema relacionado con una de sus órdenes específicas, en concreto su insistencia para que no haya autopsia.
—¿Dónde puede estar el problema? —Preguntó con brusquedad—. Es una orden muy sencilla.
Khajan ya le había explicado antes la extraña serie de acontecimientos que habían desembocado en el fallecimiento de David Lucas, empezando por la incipiente cianosis sin obstrucción de las vías aéreas, seguido por los cambios en el sistema de conducción del corazón y el incremento repentino de la temperatura del paciente y su nivel de potasio. Ramesh no era médico, por lo que había exigido que le tradujera toda aquella horrible jerga; por lo, visto, la mejor hipótesis que tenían sobre la causa de la muerte era una combinación de ataque al corazón y algún tipo de infarto cerebral. La respuesta de Ramesh había sido ordenar que el cirujano pusiera exactamente eso en el certificado de defunción, y que no solicitara una autopsia bajo ningún concepto.
—El problema es la esposa —dijo Khajan, sumiso—. Ha dicho que tal vez quiera que le hagan la autopsia.
—La gente no suele querer autopsias —respondió Ramesh en tono irritado—. ¿Acaso el cirujano la ha convencido para que la pida después de que yo le ordenara claramente que no lo hiciera?
—No, el cirujano sabe que en general en el sector privado son reacios a las autopsias, y conoce su rechazo específico en este caso. No ha sido él quien ha hablado con la señora Lucas, sino otra estadounidense llamada Jennifer Hernández, que ha llamado a la viuda antes incluso de que ella se hubiera enterado de la muerte de su marido. La tal Hernández ha sacado el tema de la autopsia, le ha dicho que unos patólogos forenses de Estados Unidos estaban en camino para estudiar el caso de su abuela y que también podrían echar un vistazo al de su marido, suponiendo que el cuerpo no estuviera incinerado ni embalsamado.
—¡Ella otra vez! —Gruñó Ramesh—. Esa Hernández se está pasando.
—¿Qué debo hacer si la señora Lucas insiste con lo de la autopsia?
—Lo mismo que le he dicho esta tarde a Rajish Bhurgava, del Queen Victoria: asegúrese de que la petición acaba en manos de uno de los magistrados con los que solemos tratar, e infórmele de que no debe haber autopsia. Mientras tanto, haga todo lo posible para convencer a la señora Lucas para que consienta en incinerar o embalsamar. ¡Insístale! ¿Todavía está en el hospital?
—Aquí está, señor.
—Pues haga todo lo que pueda.
—Sí, señor.
Ramesh colgó y llamó inmediatamente al inspector Naresh Prasad.
—Buenas noches, jefe —dijo Naresh—. No sé nada de usted en meses y ahora me llama dos veces el mismo día. ¿Qué se le ofrece?
—¿Qué has averiguado?
—¿Qué he averiguado de qué?
—Del topo en el hospital Queen Victoria y de la mosca cojonera de Jennifer Hernández.
—Supongo que bromea. Hemos hablado hoy mismo. Aún no he empezado con ninguno de los dos asuntos. Estoy organizando un equipo para mañana.
—Bien, pues los dos problemas están empeorando y quiero ver algo de acción.
—¿En qué sentido están empeorando?
—Ha habido otra muerte, y la CNN la ha emitido casi al momento. Me lo ha contado mi segundo al mando, cuyo asistente la ha visto por casualidad en la tele poco después de que el presidente del hospital se enterara directamente por el médico que ha intentado reanimar al paciente.
—Imagino que ha sido en el mismo hospital, el Queen Victoria…
—No, esta vez ha sido en el centro médico Aesculapian.
—Interesante. El cambio de hospital puede venirnos bien si el culpable es un médico de la plantilla. Tendría privilegios en los dos hospitales. Eso nos permitiría acortar bastante la lista.
—Bien pensado. No se me había ocurrido.
—Quizá por eso usted es un burócrata y yo inspector de policía. ¿Qué hay de la mujer? ¿Qué ha hecho para irritarle aún más?
Ramesh le explicó lo que Khajan le había dicho: Jennifer había convencido a la esposa del último paciente muerto para que solicitara una autopsia antes incluso de que el hospital le informara de que su marido había muerto.
—¿Cómo se ha enterado Hernández de la muerte de ese, hombre? —preguntó el inspector.
—No estoy seguro, pero imagino que lo habrá visto en CNN International.
—A lo mejor conoce a alguien de la CNN que le está pasando información. ¿Qué opina de esa idea?
Ramesh se quedó callado un momento. Le fastidiaba perder el tiempo con esa clase de ejercicios mentales. Ese era trabajo de Naresh, no suyo. Lo que él quería eran resultados. Necesitaba quitarse de encima aquel desastre para poder evaluar los daños en la campaña de relaciones públicas y repararlo en la medida de lo posible.
—¡Escúchame! —Dijo de repente Ramesh sin hacer caso a la pregunta de Naresh—. Al final todo se reduce a esto: Jennifer Hernández se está convirtiendo en un incordio enorme y de paso está poniendo en peligro el futuro del turismo médico en la India, sobre todo de cara a Estados Unidos, que promete ser nuestro mercado más provechoso por su estúpido sistema sanitario y la descontrolada inflación médica que promueve. Quiero que te encargues de esa mujer, tú o un agente en quien confíes. Pégate a su espalda un par de días y tenme informado en tiempo real de a quién ve, con quién habla y dónde va. Quiero un informe completo, y lo que de verdad quiero es una razón para poder deportarla sin armar escándalo ni publicidad de ningún tipo. Si no hace nada malo, piensa en algo. Pero, por lo que más quieras, no la conviertas en mártir, es decir, nada de mano dura con ella. ¿Comprendido?
—Ya lo creo —dijo Naresh—. Empezaré con Hernández por la mañana, y me encargaré yo mismo. También pondré a un agente de confianza a averiguar quién está chivándose a la CNN.
—Perfecto —respondió Ramesh—. Y, como te he dicho, tenme informado.
Ramesh colgó y exhaló ruidosamente de pura exasperación. Aunque se alegraba de haber puesto las pilas a Naresh y confiaba en su palabra como para estar seguro de que seguiría a Jennifer Hernández a partir de la mañana siguiente, dudaba de si eso sería suficiente y si no sería demasiado tarde. Tenía a Naresh por una persona fiable y competente, pero sin duda no era el niño más listo de la clase. Ramesh también estaba preocupado por el efecto que la noticia de otra muerte en la CNN tendría sobre los superiores, que aquella misma tarde le habían llamado para quejarse de las otras dos. Estaba claro que no sería positivo, lo cual arrojaba más sombras de duda sobre la eficacia del estilo metódico pero lento que empleaba Naresh. Estos razonamientos le recordaron su llamada de aquella tarde a Shashank Malhotra, que era cualquier cosa menos lento y metódico. Supuso que no pasaría nada por cabrear un poco más al emprendedor empresario, por lo que volvió a levantar el receptor e hizo la que esperaba que fuera su última llamada del día.
—¿Esta vez me llamas con alguna buena noticia? —preguntó Shashank cuando supo con quién hablaba.
—Ojalá fuera así —contestó Ramesh—. Por desgracia esta noche ha muerto otro turista médico y la noticia ya se ha emitido en CNN International.
—¿Otra vez en el Queen Victoria? —preguntó Shashank bruscamente. Era evidente que no estaba de humor para la cháchara.
—Eso es lo único positivo —dijo el funcionario—. Esta vez ha sido en el centro médico Aesculapian. —En cierto modo, este comentario tenía la intención de provocar a Shashank, ya que este era tan accionista de los centros Aesculapian como del hospital Queen Victoria—. Lo malo es que el paciente era joven y deja atrás esposa y dos hijos. Y normalmente esos puntos consiguen mayor atención mediática.
—No hace falta que me digas lo que ya sé.
—El otro problema es Jennifer Hernández. No sé cómo, pero se ha implicado en este caso como en el último, y eso habiendo ocurrido en un hospital distinto.
—¿Qué ha hecho?
—Verás, en los casos delicados como este procuramos evitar las autopsias, porque hacer una autopsia es como echar leña al fuego. Cuanta menos atención, mejor, así que intentamos evitar a los medios y, en concreto, evitamos darles nada que tenga interés periodístico, cosa que normalmente despiertan las autopsias.
—Lo entiendo. Tiene sentido. ¡No me hagas preguntar otra vez! —Gruñó Shashank—. ¿Qué ha hecho?
—Ha convencido a las dos viudas para que pidan la autopsia.
—¡Mierda! —gritó Shashank.
—Tengo curiosidad —dijo Ramesh, intentando sonar despreocupado—. Esta tarde te he preguntado si conocías a alguien que pudiera hablar con ella y sugerirle que no le interesa seguir con lo que hace y que quizá, solo quizá, sería mucho mejor para ella llevarse los restos de su abuela a Estados Unidos antes de causar un grave perjuicio al turismo médico indio. Más tarde me he enterado de que un buen número de pacientes han cancelado las intervenciones quirúrgicas que tenían programadas aquí, no solo de Estados Unidos sino también de Europa.
—¿Las han cancelado?
—Sí, cancelado —repitió Ramesh, sabiendo que la mente empresarial de Shashank asociaría esa palabra con la pérdida de ingresos.
—Debo confesar que había dejado aparcada tu sugerencia —gruñó Shashank—, pero me pondré a ello ahora mismo.
—Creo que le estarás haciendo un gran favor al turismo médico en la India. Y por si se te ha olvidado, Hernández se hospeda en el hotel Amal Palace.