Nueva Delhi, miércoles 17 de octubre de 2007,15.45 h
Veena lanzó un vistazo a su reloj. Nunca le había parecido que un informe durase tanto. Se suponía que debía haber salido a las tres y media y ya eran las cuatro menos cuarto.
—Y eso es todo —dijo la enfermera Kumar al enfermero supervisor del turno de la tarde—. ¿Alguna pregunta?
—Creo que no —dijo el hombre—. Gracias.
Todos se levantaron. Veena salió disparada hacia el ascensor mientras a su alrededor estallaban las conversaciones casuales del resto. Samira la vio y tuvo que correr para alcanzarla.
—¿Adónde vas? —preguntó. Veena no respondió. Sus ojos volaron veloces de ascensor en ascensor para ver cuál llegaría antes—. ¡Veena! —gritó Samira, afectada—. ¿Todavía no quieres hablar conmigo? Me parece que estás llevando las cosas demasiado lejos.
Veena no le hizo caso y dio un paso hacia el ascensor que llegaba. Samira la siguió.
—Es normal que estés enfadada —susurró mientras se colocaba al lado de su amiga. Otras enfermeras se acercaron también a los ascensores, charlando sobre los acontecimientos del día—. Pero si te pararas un momento y pensaras en ello, creo que comprenderías que lo hice tanto por ti como por mí misma y los demás.
El ascensor llegó. Todo el mundo entró. Veena fue hasta el fondo del recinto y se volvió para quedar de cara a la puerta. Samira se acercó a ella.
—Este silencio no es justo —dijo en susurros—. ¿Ni siquiera quieres que te explique los detalles de anoche?
—No —replicó Veena, también en un susurro.
Era la primera palabra que le dirigía directamente desde el lunes, cuando Cal le reveló que conocía sus problemas familiares. Solo había otra persona en el mundo que los conocía: Samira; así que la fuente era obvia.
—Gracias por hablarme —dijo la joven en voz baja entre el parloteo de los demás—. Ya sé que no debí contarle lo de tu padre, pero esto era distinto. Durell me dijo que nuestros planes de emigrar dependían de ello. Además, me prometió que se ocuparían de tu problema y que serías libre, tú y tu familia.
—Mi familia ha caído en la vergüenza —dijo Veena—. En una vergüenza irreversible.
Samira no dijo nada. Sabía que al principio Veena se obsesionaría con la reputación de su familia en lugar de alegrarse de haberse liberado, ella y sus hermanas, de su horrible padre. Pero esperaba que no tardaría en ver la luz. Samira tenía más ganas que nunca de escapar de lo que ella consideraba los grilletes culturales de la India. No veía la hora en que Nurses International las ayudara a emigrar.
Era la hora del cambio de turno, y el ascensor se detuvo en todos los pisos.
—Todavía no me voy a casa —dijo Veena con la vista fija en el indicador luminoso de los pisos—. Me quedo aquí para hablar con la shrimati Kashmira Varini.
—¿Para qué quieres? —preguntó Samira en un susurro.
—La nieta de mi víctima ha venido a verme esta tarde y me he sentido incomodísima hablando con ella. Cal no me había dicho que tendría que hacer algo así. Estoy asustada. Esa chica me ha dicho que no está nada satisfecha con la muerte de su abuela y está haciendo averiguaciones. No me gusta.
El ascensor se detuvo con una sacudida en el nivel del vestíbulo y todos los pasajeros salieron. Veena dio unos cuantos pasos y se detuvo. Samira la imitó.
—Quizá sería mejor que no hicieras nada hasta que hablemos con Cal y Durell —le dijo esta después de asegurarse de que nadie las escuchaba.
—Quiero averiguar dónde se aloja por si a Cal le interesa saberlo. Seguro que la gerente de su caso lo sabe.
—Supongo que sí.
—La nieta también ha mencionado a tu víctima.
—¿En qué sentido? —preguntó Samira, cada vez más alarmada.
—Quería saber si la persona que encontró a la señora Hernández fue también la que encontró al señor Benfatti.
—¿Y eso qué más da?
—No lo sé.
—Pues ahora me has preocupado. Te espero aquí —dijo Samira mientras Veena se volvía y se encaminaba hacia el mostrador de información. Le respondió con un mero gesto de la mano por encima del hombro.
Veena rodeó el mostrador y se asomó al despacho de la gerente. Había esperado que estuviera sola, y así era.
—Disculpe —dijo Veena, e hizo una inclinación cuando la mujer levantó la mirada—. ¿Podría hacerle una pregunta?
—Por supuesto —respondió Kashmira, devolviendo el saludo.
Veena se acercó a la mesa.
—He hablado con la nieta de la señora Hernández, Jennifer.
—Sí, Kumar me ha informado cuando me ha llamado para decirme que estaba aquí. Siéntate. —Kashmira señaló con la barbilla una de las sillas libres. La joven se sentó, aunque no tenía pensado entretenerse—. Me interesa conocer tu opinión sobre esa chica. Nos está resultando complicado tratar con ella.
—¿En qué sentido? —preguntó Veena, sintiéndose cada vez más inquieta por la norteamericana.
—En todos los sentidos. Solo necesitamos que nos diga de una vez qué quiere que hagamos con el cuerpo de su abuela para que podamos librarnos de él. Pero se niega. Me temo que se le ha metido en la cabeza que esa tragedia ha sido un error médico o un acto intencionado. Incluso ha pedido que vengan unos patólogos forenses de Estados Unidos, los dioses sabrán para qué, porque yo le he dejado claro varias veces que no habrá autopsia.
Veena había dado un pequeño respingo al oír la palabra «intencionado» en labios de Kashmira; deseó que no lo hubiera notado. La sospecha de que Jennifer Hernández era un peligro acababa de aumentar varios grados.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Kashmira, inclinándose hacia ella.
—Sí, estoy bien. He tenido un día muy largo, eso es todo.
—¿Quieres un vaso de agua o algo?
—Estoy bien. He venido a verla para preguntarle dónde se aloja Jennifer Hernández. Estaba pensando en llamarla. Quiero estar segura de haber contestado a todas sus preguntas. Yo estaba muy ocupada cuando se ha pasado por aquí, y la enfermera Kumar nos ha interrumpido para que volviera con mi paciente.
—Se aloja en el Amal —dijo Kashmira—. Mientras hablabas con ella, ¿qué impresión te ha dado? ¿Ha mostrado una actitud hostil? Conmigo viene y va. No sé si es que está agotada o enfadada.
—No, nada hostil. Al contrario. Cuando se ha enterado de que su abuela ha sido mi primera paciente muerta desde que me titulé, se ha compadecido de mí.
—Esa reacción no me parece propia de ella.
—Pero sí me ha dicho claramente que no estaba satisfecha con la muerte de su abuela, signifique lo que signifique, y que estaba haciendo algunas averiguaciones. Ha empleado esas palabras pero lo ha dicho con total naturalidad.
—Si al final hablas con ella, por favor anímala a decidirse sobre el cuerpo de su abuela. Eso nos ayudaría muchísimo.
Veena prometió aportar su granito de arena en el tema de la incineración o el embalsamamiento si se le presentaba la oportunidad, y a continuación se despidió de la shrimati Varini y regresó a toda prisa al vestíbulo. Encontró a Samira y ambas salieron del hospital.
—¿De qué te has enterado? —preguntó Samira.
—Hemos de hablar con Cal de Jennifer Hernández. Me tiene preocupada. Hasta Kashmira Varini está teniendo problemas con ella. Dice que cree que Jennifer Hernández sospecha que la muerte de su abuela fue un error médico o un acto más o menos provocado. En otras palabras, que no ha sido una muerte natural.
Samira se detuvo de repente, tiró del codo de Veena y la acercó.
—Eso significa que cree que podrían haber asesinado a su abuela.
—Exacto —respondió Veena.
—Será mejor que volvamos al bungalow.
—Estoy totalmente de acuerdo.
A pesar del tráfico que había en la calle, que ya vaticinaba la hora punta, tuvieron suerte y encontraron una mototaxi libre. Se sentaron en el banco de la parte de atrás, indicaron la dirección al chófer, y se agarraron como si les fuera la vida en ello.