Nueva York, miércoles 17 de octubre de 2007,1.15 h
—¡Jack! ¡Despierta! —Laurie había encendido la luz del dormitorio pero, pensando en Jack, la había dejado al mínimo de intensidad. Venía del ordenador que había en el estudio, totalmente iluminado, por lo que el dormitorio le pareció oscurísimo—. Vamos, cariño —insistió—, ¡despierta! Tenemos que hablar.
Jack estaba tumbado de lado, de cara a Laurie. Ella no sabía cuánto tiempo llevaba dormido, tal vez fueran casi dos horas. Por las noches la rutina de la pareja consistía en una cena ligera después de la carrera de Jack por la cancha de baloncesto. Mientras cenaban, veían un DVD durante una hora aproximadamente, dejaban el resto para la noche siguiente, y a continuación recogían. Por lo general hacia las nueve se metían en su estudio, que daba a la calle 106, a la pista de baloncesto del barrio y al resto del pequeño parque que gracias al dinero de Jack estaba restaurado y contaba con buena iluminación. Alrededor de las diez, Jack, sin excepción, empezaba a bostezar, le daba un beso en la coronilla y en teoría se retiraba a la cama para leer. En realidad, jamás leía demasiado. A cualquier hora que Laurie asomara la cabeza, Jack estaba dormido, a veces con un libro o una revista de medicina caída sobre su pecho y la luz de la mesilla de noche encendida.
—¡Jack! —volvió a llamar Laurie.
Sabía que le costaría despertarlo, pero estaba decidida a hacerlo. Empezó a moverle el hombro hasta zarandearlo. Aun así, Jack seguía dormido. Laurie no tuvo más remedio que sonreír. Jack dormía como un campeón. Aunque en algunas situaciones le parecía un incordio, en general lo consideraba un rasgo envidiable. Laurie tenía el sueño ligero hasta que llegaba la mañana, cuando debía levantarse. Era entonces cuando por fin dormía profundamente.
Laurie dio una última sacudida al fornido hombro de Jack y alzó la voz para repetir su nombre. Se abrió un ojo, luego el otro.
—¿Qué hora es? —preguntó él con voz pastosa.
—Sobre la una y cuarto, creo. Tenemos que hablar. Ha pasado una cosa. —En un principio, después de colgar el teléfono, Laurie no tenía intención de molestar a Jack. Había dado por hecho que dormía, lo cual era obviamente cierto. Lo que había hecho era conectarse a internet para averiguar cuánto pudiera acerca de los viajes a la India, y había conseguido un montón de información.
—¿Se quema la casa? —preguntó Jack con su típico sarcasmo.
—¡No! Compórtate. Tenemos que hablar.
—¿No puede esperar a mañana?
—Supongo que sí —admitió Laurie—, pero quería ponerte al corriente ya. Me has dicho muchas veces que no te gustan las sorpresas, y mucho menos las sorpresas gordas.
—¿Estás embarazada?
—¡Ojalá! Buen intento, pero no, no estoy embarazada. Me ha llamado aquella chica que está estudiando en la facultad de medicina de UCLA y que se licenciará en junio, Jennifer Hernández. ¿Te acuerdas de ella? Vino a la boda. Llevaba un vestido rojo monísimo, ¿te acuerdas? Tiene uno de los mejores tipazos del mundo.
—Santo Dios —murmuró Jack—. Es más de medianoche y me despiertas para hacerme preguntas sobre lo que alguien llevaba puesto en nuestra boda. ¡Dame un respiro!
—El vestido da igual. Lo que quiero es que te acuerdes de esta estudiante de medicina. Es la que estuvo una semana en la Oficina del Forense cuando tenía doce años, la misma para la que mi madre y yo conseguimos una beca ese mismo año.
—Vale, ya me acuerdo de ella —dijo Jack, aunque era evidente que mentía. Estaba claro que lo que quería era volver a dormir.
—Me ha llamado hace una hora o así, desde la India. Está allí porque ha muerto su abuela después de operarse en Nueva Delhi. El hospital está presionándola para que decida lo que quiere hacer con el cuerpo.
Jack levantó la cabeza y abrió los ojos un poco más.
—¿India?
—India —repitió Laurie. Pasó a contarle la historia tal como se la había relatado Jennifer. Al llegar al final, añadió—: No sé si te acordarás, pero María Hernández fue mi niñera hasta los trece años, y si dejó de serlo fue porque mi madre se puso demasiado celosa. Yo la quería muchísimo. Me fiaba más de la opinión de María que de la de mi madre, en cosas de ropa y tal. Quería mucho a esa mujer. Fue una madre para mí durante muchos años importantes. Me escapé muchas veces para ir a verla a Woodside, en Queens.
—¿Por qué se fue a la India para operarse?
—No lo sé seguro. Probablemente por el dinero.
—¿Piensas de verdad que hay alguna conspiración en todo esto? —preguntó Jack en tono escéptico.
—Pues claro que no. He apoyado a Jennifer porque ella parece opinar que sí. Si en ese hospital hay algún problema, debe de ser un error en algún sistema. En cuanto a que estén presionando a Jennifer, lo entiendo. El cuerpo lleva en la nevera desde el lunes por la noche, pero no en una cámara mortuoria. Lo que me ha dicho sonaba a almacén refrigerado para la cafetería.
—¿Quieres decir que hay comida dentro, con el cadáver?
—Eso me ha dicho. Pero es al revés. Lo apropiado sería decir que el cadáver está allí dentro con la comida y algunos suministros médicos. Pero la comida está sellada, así que suena peor de lo que en realidad es. En todo caso, Jennifer piensa que podría haber alguna especie de conspiración en todo el asunto.
—¡Qué locura! Me parece a mí que la señorita Jennifer se siente un pelín desbordada y eso le lleva a ponerse un poco paranoica.
—Estoy completamente de acuerdo, y esa es una de las razones por las que, con un poco de suerte, tú y yo iremos allí mañana por la noche.
—¿Me lo repites? —pidió Jack. Creía haberlo oído bien, pero no estaba seguro.
—Lo primero que haré por la mañana es entrar en el despacho de Calvin. Espero que esta emergencia justifique que nos conceda una semana libre, a los dos a la vez. Si dice que sí, iré directamente a la organización que otorga los visados para la India, luego pagaré los billetes, que ya he reservado por internet, y entonces…
—¡Espera un momento! —dijo Jack. Se incorporó hasta sentarse y tiró de las mantas hasta su cintura. Tenía los ojos muy abiertos—. Para el carro. ¿Te has comprometido a que los dos viajaremos a la otra punta del mundo?
—Si me preguntas si le he dicho a Jennifer que haríamos todo lo posible para ir, la respuesta es sí. Le he dicho que necesitábamos la aprobación de Calvin.
—Una chica joven de luto volviéndose paranoica por el estrés no justifica volar tropecientos mil kilómetros para cogerla de la manita.
—Apoyar a Jennifer no es la única razón —respondió Laurie, que notaba cómo crecía su ira.
—¡Pues dime otra!
—¡Ya te la he dicho! —Espetó Laurie—. María Hernández fue una madre para mí durante doce años. Su defunción es una pérdida real para mí.
—Si tanta pérdida es, ¿cómo es que no la has visto desde Dios sabe cuándo?
Laurie lo vio todo de color rojo y durante un segundo no dijo nada. El comentario de Jack empeoraba con mucho el creciente enfrentamiento, ya que avivaba el sentimiento de culpabilidad de Laurie. Era verdad que hacía mucho tiempo que no había visitado ni hablado con María. Lo había pensado y había querido hacerlo, pero no lo había hecho.
—Se me echa encima la fecha de entrega del artículo de investigación —siguió diciendo Jack tras la pausa—. Y el sábado, en el barrio, tenemos un partido de baloncesto que llevo mucho tiempo esperando. Demonios, si hasta ayudé a organizarlo.
—Cierra el pico ya con la chorrada del baloncesto —rugió Laurie.
Apretó los dientes y todo el resentimiento que había estado burbujeando bajo la superficie por la tensión del tratamiento para la esterilidad emergió como en la explosión pirotécnica de un volcán. Tampoco le gustaba que Jack siguiera jugando al baloncesto, pues lo consideraba un deporte peligroso.
Jack recordó enseguida que Laurie se inyectaba hormonas todos los días, y aunque no sospechaba lo molesta que estaba por su actitud, que él creía correcta, ya había pasado por varios y sorprendentes estallidos hormonales de Laurie, y ese sin duda era uno de ellos. Al caer en la cuenta, alzó las manos en gesto de rendición.
—Lo lamento —dijo, intentando sonar sincero—. Me había olvidado de las hormonas.
Por un breve instante, aquellas palabras agravaron la situación. Laurie tuvo la idea absurda de que Jack solo intentaba culparla de ese último desacuerdo. Pero al pensarlo mejor se dio cuenta del parecido entre su estado aquella noche y cuando se lanzó sobre la abuelita octogenaria en la caja del supermercado. Un segundo más tarde, la comprensión la hizo estallar en lágrimas.
Jack se acercó al borde de la cama y la rodeó con un brazo. Durante un momento no dijo nada. Sabía, por el método de prueba-error de anteriores intentos, que era lo mejor que podía hacer. Debía esperar a que ella se calmara por sí misma.
Pasado un minuto Laurie refrenó el llanto. Cuando se volvió hacia Jack, tenía los ojos húmedos y de color rojo brillante.
—¡No me has apoyado en toda esta mierda de la esterilidad!
Jack tuvo que esforzarse para no poner los ojos en blanco. Desde su punto de vista, había intentado hacerlo todo, y no podía colaborar en nada más aparte de proporcionar el semen cuando fuese necesario.
—Cuando me viene el período en cada ciclo, para ti es como si lloviera, joder —siguió diciendo ella, atragantada por las lágrimas—. Dices: «Bueno, la próxima vez será», y eso es todo. No haces ningún esfuerzo por lamentarte conmigo. Para ti no es más que otro ciclo.
—Creía que esforzándome por no tomármelo a la tremenda te ayudaba. Sinceramente, sería más fácil mostrarme abatido. Pero no creí que así pudiera ayudarte. Me acuerdo perfectamente de que la doctora Schoener lo decía. Demonios, lo que tengo que fabricar es indiferencia.
—¿En serio? —preguntó Laurie.
—En serio —dijo Jack mientras le apartaba de la frente un mechón húmedo de su pelo color caoba—. Y en cuanto a la India, no tengo nada en contra de que tú vayas. Yo no conozco a María Hernández ni a su nieta, Jennifer. Para mí, es tan sencillo como que volar medio mundo no tiene sentido: demasiado tiempo y dinero, sobre todo dinero. Te echaré de menos, desde luego, e iría si me necesitaras.
—¿Te he entendido bien? —preguntó Laurie.
—No. Si me necesitaras, iría. Eso seguro, pero…
—Te necesito —dijo Laurie con repentino entusiasmo—, eres indispensable.
—¿De verdad? —dijo Jack. Sus cejas tupidas se fruncieron, dudosas—. No entiendo para qué.
—El ciclo, tonto —dijo Laurie, emocionada—. Ayer la doctora Schoener me dijo que dentro de cuatro o cinco días tendría que ponerme la inyección estimuladora para que se liberen los folículos. Y entonces será tu turno de batear.
Jack vació sus pulmones de aire. En su mente, el asunto de la esterilidad no se había mezclado con la propuesta de viajar a la India.
—No pongas esa cara de agrio. A lo mejor deberíamos plantearnos pasar de ponerle salsa al pato y hacerlo de verdad. Pero una cosa te digo: con todo el esfuerzo y el estrés que esto implica, no pienso dejar que tú estés aquí sentado y yo en la India cuando explote esta cosecha de folículos. Esta vez la doctora Schoener está muy optimista porque el ovario izquierdo, el de mi trompa de Falopio buena, es el que va a pegar el cañonazo.
Jack apartó el brazo del hombro de Laurie y apoyó la espalda en la cabecera de la cama.
—Parece que nos espera un viajecito a la India —dijo—, eso suponiendo que nuestro intrépido segundo al mando nos deje ir. ¡A lo mejor puedo sobornarle para que diga que no!
Laurie se apoyó juguetonamente en el muslo de Jack, cubierto por las mantas, y se levantó.
—Se me acaba de ocurrir una idea. Para hacer el seguimiento de los folículos y las pruebas de sangre necesitaré acudir a la consulta de un ginecólogo tocólogo, y a lo mejor encuentro uno en el mismo hospital, el Queen Victoria. Sería bueno para el problema de Jennifer que contáramos con un amigo dentro del hospital.
—Podría ser —dijo Jack mientras se escurría bajo las mantas y tiraba de ellas para abrigarse el cuello—. Una pregunta sobre logística: para el visado necesitaremos fotos de carnet…
—Por la mañana podríamos ir a esa tienda de veinticuatro horas que tiene una sección de fotografía, en la avenida Columbus.
—Es justo lo que había pensado —respondió Jack después de inspirar hondo y exhalar ruidosamente.
—¿Te vas a volver a dormir?
—Pues claro. ¿Qué iba a hacer si no después de medianoche?
—Ojalá yo pudiera dormir como tú. El problema es que ahora yo ya estoy con las pilas puestas.