3 de abril de 2007, 11.25 horas
Laurie no podría, recordar la última vez que se había sentido tan motivada. Enérgicamente, salió del despacho de Paul Plodget después de hablar con él y con Edward González. De nuevo habrá tenido suerte. La primera vez había sido media hora antes con George Fontwortb, un forense que llevaba en la OCME casi tanto tiempo como Arnold y Kevin. Él le dio cuatro casos de EARM que habrá tenido en los últimos tres meses. Ahora se había enterado de que Paul también había visto cuatro casos de EARM en el mismo período, y Edward uno. Aunque uno de los casos de Paul era del Manhattan General, el trágico caso de una niña de cinco años que había desarrollado rápidamente una neumonía necrotizante debido a una herida parecida a un forúnculo sufrida en un parque, todos los demás eran de alguno de los hospitales de Angels Healthcare. El primero era de Jonathan Wilkinson, que había muerto de neumonía necrotizante después de un triple baipás; el segundo era Judith Astor, que había muerto de un síndrome tóxico después de hacerse un estiramiento facial, y el tercero era Gordon Stanek, que había muerto de neumonía necrotizante tras someterse a una operación de la cabeza humeral. El caso de Edward era el de Leroy Robinson, que había muerto de neumonía necrotizante después de una intervención de una fractura, expuesta de muñeca.
Caminando lo bastante rápido como para patinar por el suelo encerado, Laurie entró en su despacho. Después de sentarse se acercó a la mesa y buscó su matriz cada vez más llena para añadir los casos de Paul y Edward.
—Recuérdame, si me lo piden, que nunca vuelva a hacer otra autopsia con nuestro amado jefe —dijo Riva volviéndose hacia Laurie. Era algo habitual en la oficina hacer ese tipo de comentarios después de trabajar con Bingham.
Riva había ido al despacho entre una autopsia y otra, para hacer unas llamadas de trabajo. Por un momento miró a Laurie, que trabajaba con mucha diligencia, y se preguntó por qué su compañera de despacho ni siquiera la había saludado. No era propio de Laurie.
—¡Eh! —exclamó Riva después de que pasaran varios minutos—. ¿Qué estás haciendo?
Laurie levantó la cabeza. Se disculpó al advertir su descortesía.
—He encontrado algo totalmente extraordinario.
—¿Como qué? —preguntó Riva en tono de duda.
Sabía que Laurie era una mujer que adoraba su trabajo y que con frecuencia se entusiasmaba con casos problemáticos. En ocasiones era acertado, y en otras no.
—Ha habido una mini epidemia de EARM hospitalario que ha pasado inadvertida.
—Yo no diría que ha pasado inadvertida —señaló Riva—. Lleva ocurriendo desde hace una década o más, no solo en este país, sino en muchos otros. ¿No comenzó en Reino Unido?
—Te lo diré de otro modo. En los últimos tres meses y medio se han producido varias infecciones graves de EARM con el resultado de muerte, y todas en tres hospitales propiedad de Angels Healthcare.
—¿Solo en esos tres hospitales?
—¡Así es! Excepto uno que he descubierto hace cinco minutos que se registró en el Manhattan General, todos los demás han sido en esos tres hospitales.
—¿De cuántos casos estás hablando?
Laurie miró de nuevo su matriz cada vez más llena y contó en silencio todos los que tenía registrados.
—Hasta ahora tengo veintiuno, pero aún he de hablar con Chet, nuestro jefe delegado, o con Jack, sobre ello.
—¿Son casos de neumonía necrotizante provocados por ese nuevo EARM contraído comunitariamente?
—La mayoría de ellos. Unos pocos han sido descritos como síndrome tóxico. En esos casos, hay una gran inflamación pulmonar debido a las toxinas bacterianas y a la superproducción de citoquinas, pero la infección en sí misma está en otra parte. En cuanto a la cepa, en aquellos casos donde he visto las historias clínicas, ha sido el EARM contraído comunitariamente. La dificultad es que aún tengo que ver muchos más expedientes.
—Entonces tienes veintitrés, y no veintiuno.
—¿Cómo es eso? —preguntó Laurie. Miró de nuevo la matriz y comenzó a contar.
—Porque yo también tengo dos —le explicó Riva—. Ocurrieron hace tres meses y quizá con una semana o dos de separación. —Hizo girar la silla y cogió una pequeña libreta encuadernada del estante que había encima de la mesa. A diferencia de los demás forenses, Riva llevaba un diario cronológico de todos sus casos. En varias ocasiones, Laurie había pensado que debería hacer lo mismo. En él, Riva añadía las observaciones y sentimientos personales que no podía incluir en el informe oficial. Era más un diario que un mero compendio de casos. Después de buscar rápidamente en las hojas, Riva llegó a las respectivas entradas. Las leyó antes de mirar a Laurie—. Tienes veintitrés: uno fue en el hospital ortopédico, y el otro en el hospital de ojos y cirugía estética.
—¿Puedo verlos? —preguntó Laurie entusiasmada.
Riva le pasó el diario y le señaló las dos entradas.
Laurie las leyó deprisa. Como patóloga concienzuda que era, Riva había anotado el nombre del hospital e incluso la cepa específica de EARM. Había escrito: CC-EARM, USA400, MW2, SCCmecIV, PVL.
—En los pocos casos que he visto, la bacteria no estaba tipificada. ¿Hubo alguna razón para que lo hiciesen en tus casos?
—Mandé que hicieran el subtipo —explicó Riva—. Como a ti, me llamó la atención la patología en el pulmón. Por interés general, envié una muestra de cada caso al CDC porque había leído que buscaban muestras de EARM para su biblioteca.
—¿Tienes alguna idea de qué significan estos acrónimos alfanuméricos?
—Ni idea —admitió Riva—. Si lees un poco más, verás que me prometí a mí misma averiguarlo, pero por desdicha, como ocurre con muchas otras buenas intenciones, nunca lo hice.
—¿En el CDC se sorprendieron al ver que la cepa era la misma a pesar de proceder de hospitales diferentes?
—No creo haberles mencionado que eran de dos hospitales distintos.
Laurie asintió, pero que las dos cepas fuesen las mismas la preocupaba, si consideraba lo que Agnes le había dicho sobre la facilidad de los estafilococos para intercambiar material genético. Se sintió satisfecha de haber pedido a Cheryl que buscara un contacto adecuado con alguien que se ocupara del EARM en el CDC, porque le daría la oportunidad de formular la pregunta directamente a alguien competente.
—Anotaste en tu diario que habías conseguido las historias clínicas —dijo Laurie—. ¿Todavía las tienes?
—Es probable. Llegaron adjuntas con el e-mail. Por lo general, las conservo para este tipo de situaciones.
Riva se volvió hacia el ordenador y comenzó a teclear.
Laurie cogió el teléfono y llamó a Cheryl Myers. Por fortuna, ella aún estaba en su despacho y no en una visita.
Se disculpó antes de decirle que necesitaba algunas historias clínicas más de los hospitales de Angels Healthcare.
—Ningún problema —respondió Cheryl—. Páseme los nombres por e-mail.
—Sí que guardé las historias clínicas —dijo Riva cuándo Laurie colgó el teléfono.
Laurie se levantó para ir a mirar por encima del hombro de Riva.
—Fantástico —exclamó—. Supongo que podré acceder desde mi ordenador. ¿Cuál es el nombre del archivo?
En cuestión de minutos, Laurie tenía las historias clínicas de Longstrome y Lucente en la pantalla. De todos los casos de EARM que habían sido objeto de autopsia en los últimos cuatro meses, aquellas eran las primeras historias clínicas que tenía. Arnold Besserman le había dado varios expedientes que aún tenía en su despacho, pero no había podido encontrar las historias clínicas.
—Me voy abajo a hacer mi siguiente autopsia —dijo Riva.
Laurie hizo un gesto por encima del hombro, pues estaba ocupada en imprimir los documentos.
—¿Tú no tenías otra autopsia? —preguntó Riva.
—¡Mierda! —exclamó Laurie. Cada vez más interesada en los casos de EARM, lo había olvidado. Le avergonzaba pensar que Marvin esperaba pacientemente.
—Estás muy ocupada —comentó Riva—. Estoy segura de que encontraré a alguien que la haga.
—La haré yo —respondió Laurie. Si bien no quería robarle tiempo a su actual proyecto, se sentía culpable por no hacer su parte—. Si ves a Marvin, dile que ahora mismo bajo.
Con un último gesto, Riva se marchó, dejando la puerta entreabierta.
Laurie volvió a su ordenador y marcó el segundo documento para ponerlo en la cola de impresión. Como sabía que tendría que esperar unos diez minutos para que se imprimiera, volvió a su matriz y añadió los casos de Riva. Cuando acabó, se reclinó en la silla. Era una larga lista, desde luego mayor que las dos matrices realizadas en pasadas ocasiones. En aquel momento debía decidir qué título dar a las columnas. Parte de la información que ella consideraba importante lo era por intuición: edad, sexo, raza, médico, fecha, hospital, diagnóstico, tipo de intervención, factores propensos, anestesia y tipo de estafilococo. Laurie trazó más rayas verticales junto a las que ya había trazado. Sabía que necesitaba poco espacio para datos como la edad y el sexo, y más para los factores propensos y el diagnóstico. Cuando acabó, se aseguró de que le quedaba espacio para más columnas. Por eso le satisfacía tener las historias clínicas: sabía que al leerlas encontraría más categorías.
Satisfecha con sus progresos, Laurie se apartó de la mesa; tropezó con Jack cuando este apareció en la puerta. Ambos se sorprendieron, pero más Laurie, que soltó una exclamación involuntaria. Al sujetar los brazos de Laurie, Jack dejó caer las carpetas que llevaba, junto con las muletas.
—¡Dios mío! —bromeó Jack—. ¿Qué pasa aquí, se ha declarado un incendio?
Laurie se llevó una mano al pecho. Tuvo que respirar varias veces a fondo antes de poder hablar.
—Lo siento. Supongo que estoy atareada y tengo mucha prisa.
—Ya sé que estás atareada —dijo Jack—. Me he cruzado con Riva al salir del ascensor. Me ha dicho que habías encontrado algo que te parecía muy interesante pero no ha explicado nada más. ¿Qué pasa?
—¿Has tenido algún caso de EARM en los últimos tres meses con problemas pulmonares?
—Tendrás que darme más datos. No soy muy bueno con los acrónimos.
—Estafilococo áureo resistente a la meticilina.
—Ah. ¿Es un montaje? ¿No es el EARM lo que has encontrado en tu caso de ligamento cruzado anterior de esta mañana?
—Lo es —admitió Laurie. Comenzó a agacharse para recoger los expedientes y las muletas de Jack. Jack, que todavía sujetaba los brazos de Laurie, la detuvo y luego se agachó para recoger sus cosas.
—No recuerdo haber tenido nunca ningún caso de EARM —manifestó, al tiempo que se levantaba.
—¿Qué hay de Chet?
—Puede que sí. Me pareció haberle oído hablar por teléfono sobre el estafilococo con la señorita Sonrisas, Agnes Finn. Si era EARM o no, no tengo ni la menor idea.
—Gracias por la información. Tendré que preguntárselo.
—Por lo tanto es obvio que el EARM es lo que te tiene tan obsesionada y atareada.
—Desde luego es el motivo de la preocupación, pero la razón de la prisa es que había olvidado que tengo que hacer otra autopsia. El pobre Marvin lleva horas esperándome.
—Riva también ha mencionado la autopsia. Ha dicho que te ofreció encargársela a algún otro, y que tú no has aceptado, aunque ella cree que querías.
Laurie soltó una risita.
—Es tan intuitiva que casi asusta.
—Entonces deja que yo la haga —propuso Jack—. He acabado con todos mis casos, y, por lo que ha dicho Riva, la autopsia será sencilla. Me refiero a que parece tratarse de un simple trauma de un tipo que cayó de diez pisos de altura a la calle.
—¿No te importa? —preguntó Laurie—. Quizá quieras replanteártelo. Riva me mencionó que hay tres investigadores muy interesados en el caso. Los tres quieren una explicación diferente de la muerte. No importa lo que encuentres, las otras dos personas se llevarán una desilusión. No es de los casos que te agraden.
—Creo que podré soportarlo.
—Entonces aceptaré tu oferta. Pero hay otro dato importante que no aparecía en el informe del investigador forense, según me dijo Cheryl, y que podría ser importante. Es la distancia respecto al edificio desde donde cayó el cuerpo. Siete metros.
—Por lo visto tendré que refrescar la física que aprendí en el instituto —comentó Jack—. Ahora que hemos solucionado esto, ¿por qué te preocupa tanto el EARM? No es que sea algo nuevo; lleva siendo un serio problema en los hospitales desde hace tiempo. ¿O no debo preguntar?
—¡No debes preguntar! —admitió Laurie—. No hasta que tenga más información. Luego te sentaré para una muy convincente presentación en PowerPoint.
—¿Por qué tengo una inquietante intuición sobre el objetivo de esta supuesta presentación?
—¿Porque te preocupa que consiga que cambies de opinión?
—Lo tienes mal, Laurie. Voy a hacer que me curen la rodilla el jueves.
—Ya lo veremos —replicó Laurie con mucha seguridad—. Vamos, bajaré contigo en el ascensor. Tengo que recoger unas páginas que acabo de imprimir.
Mientras caminaban hacia el ascensor, Laurie preguntó a Jack por la autopsia anterior, la última de los tres homicidios que le interesaban a Lou. Había escuchado aquella mañana la descripción que había hecho Lou de la hija del sargento de detectives y del bate de béisbol.
—Ha sido buena —dijo Jack, que utilizaba las muletas como un profesional—. Otra oportunidad para el lucimiento de nuestros investigadores forenses. Steve Mariott advirtió que no había pisadas en la gran cantidad de sangre que había en el suelo. En sí, eso no significaba gran cosa, pero hizo que observara la escena con un poco más de atención de lo que habría hecho; y eso resultó ser la clave. La frente de la víctima estaba hundida, incluso se veía un trozo de tejido cerebral, pero la forma general de la herida no era cóncava como podías esperar de un bate. Hice un molde de la herida y de los bordes paralelos.
—¿Te refieres a que se parecía más a la que habría causado un borde filoso? —preguntó Laurie mientras entraban en el ascensor.
—Así es —dijo Jack, que sujetó las muletas con una sola mano para poder pulsar el botón del sótano.
Laurie se inclinó y pulsó el botón del primer piso. La impresora estaba en la sala de ordenadores, que formaba parte de la sección administrativa.
—Steve vio que había un poco de sangre en el borde de hierro forjado de una mesa de centro de granito. Incluso le sacó una foto, y también sacó una foto del bate. Creo que Satan Thomas, borracho y drogado, se cayó mientras destrozaba el apartamento y se golpeó la frente en el borde de la mesa de centro. Para demostrarlo, envié a uno de los investigadores forenses del tumo de día a la escena para que sacara un molde del borde de la mesa.
—Eso es fantástico —afirmó Laurie—. Lou estará muy complacido.
—Creo que quien estará más complacida será la novia.
Se abrió la puerta del ascensor. Laurie dio a Jack un rápido beso y le agradeció haberse ofrecido voluntario para realizar su autopsia.
—Creo que pensaré la manera de que me recompenses —dijo Jack con un guiño y una sonrisa.
Después de que la puerta del ascensor se hubo cerrado, Laurie caminó por el pasillo principal hacia la sala de ordenadores. Estaba decidida a aprovechar aquel inesperado tiempo libre. Provista con las historias clínicas de los dos casos de Riva, pensaba trabajar más en la matriz; crearía nuevas categorías y rellenaría las casillas. A Laurie le interesaba sobre todo encontrar un factor común en todos los casos, lo que podría explicar la súbita epidemia.
Laurie también quería llamar a Cheryl Myers, si es que Cheryl no la había llamado todavía, y conseguir los números de teléfono que le había pedido. Deseaba hablar con alguien del CDC y de la comisión conjunta, pero quien más le interesaba era Loraine Newman. En el fondo, Laurie había comenzado a creer que sería útil hacer una visita al Angels Orthopedic Hospital y quizá incluso a Angels Healthcare, pese a que dichas excursiones eran poco recomendadas por el doctor Bingham.
Diez años atrás, llamaron a Laurie al despacho del jefe y le reprocharon haber hecho una visita similar; Bingham era de la opinión que visitar las escenas era trabajo de los investigadores forenses, y no de los médicos forenses. Pero dadas las circunstancias, se sentía justificada, incluso impelida a ello, y no solo para fortalecer sus argumentos contra la intervención de Jack. Su intuición le decía que había algo un tanto inquietante en aquella serie de casos de EARM, algo que iba más allá de la teoría de Typhoid Mary.
Su inquietud había aumentado tras los resultados de los dos casos de Jack de aquella mañana. Las muertes se habían producido por causas opuestas a las esperadas: ambas por accidente, y no como consecuencia de un homicidio. Tales sorpresas le recordaban que siempre era importante mantener la mente abierta sobre cómo se producían las muertes. Incluso los patólogos forenses de más talento podían equivocarse.
Laurie comenzó a preguntarse si en la actual serie de casos de EARM había algo más siniestro que la supuesta causa de la muerte: una complicación terapéutica, una designación relativamente nueva patrocinada por Bingham para sustituir la palabra «accidental» en un entorno hospitalario. Al pensar en sus dos series anteriores, la primera quince años atrás y la segunda dos, donde las muertes habían sido consideradas accidental y natural respectivamente, pero que en última instancia habían resultado ser casos de homicidio, Laurie no podía descartar la posibilidad de que en la actual serie pudiese ocurrir lo mismo. Consciente de que se burlarían de ella si manifestaba sus intuiciones, Laurie necesitaba saber si había alguna prueba real que apoyara sus suposiciones, y tenía que hacerlo rápido.