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4 de abril de 2007, 7.20 horas

—Bueno, ya era hora, chicos —exclamó el teniente de detectives Lou Soldano. Dejó el periódico a un lado y consultó su reloj con un gesto exagerado—. Siempre estáis alardeando de lo temprano que llegáis aquí, pero esto no es lo que se dice temprano.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jack—. ¿Es hoy o ayer? No te vemos en meses, y de repente apareces dos días seguidos. ¿A qué se debe?

—Supongo que mi presencia confirma que de nuevo he estado de pie toda la noche.

—¿Por qué no dejas que alguien más de tu departamento trabaje?

Lou lo pensó un momento. Era una pregunta que nunca se había planteado.

—Supongo que será porque no tengo nada más que hacer. Sin duda suena patético.

—Lo has dicho tú, no yo —manifestó Jack mientras se acomodaba en una de las sillas de vinilo marrón y levantaba la rodilla mala.

—Habríamos llegado más temprano —explicó Laurie—, pero tuvimos que pasar por el hospital para las pruebas preoperatorias de Jack.

Lou miró a Laurie y después a Jack.

—¿Todavía estás dispuesto a operarte mañana?

—Mejor que no entremos en eso —replicó Jack—. Dinos en cambio por qué estuviste levantado toda la noche.

—Es un déja vu —comentó el teniente.

Laurie preguntó a Jack si quería café, y él le respondió levantando el pulgar. Luego le indicó a Lou que continuara.

—Estuve otra vez con los tipos de la bahía. Como la noche anterior, encontraron un cadáver flotando al que le habían disparado igual que al otro. Les había pedido que me avisaran si ocurría. Es justo lo que no quería ver. La mayoría de las guerras entre los sindicatos del crimen organizado rivales comenzaron de la misma manera. Primero un muerto, luego otro, y después una condenada avalancha.

Laurie llevaba la taza de café de Jack en una mano y la suya en la otra. Se sentó en el brazo de la silla de su marido para escuchar las explicaciones de Soldano.

—El único signo alentador es que este asesinato es ligeramente distinto.

—¿En qué se diferencian? —preguntó Jack.

—Es una chica —contestó Lou, y se apresuró a añadir—: Quiero decir una mujer. —Miró a Laurie con expresión culpable. Sabía que era muy puntillosa con algunas cuestiones feministas, como llamar «chicas» a las mujeres—. Es una novedad. No hemos visto demasiadas mujeres asesinadas al estilo de las bandas, y por tanto existe la posibilidad de que este episodio no esté relacionado con el de ayer, y quizá no sea una escalada de aquello que motivó el asesinato de ayer.

—El cadáver de la bahía no es el único déja vu —señaló la doctora Riva Mehta desde la mesa donde repasaba los casos que habían llegado durante la noche, para decidir cuáles debían ser objeto de una autopsia y qué forenses las harían—. Laurie, pediste los casos de EARM. Aquí hay uno. Supongo que lo querrás.

—Por supuesto —dijo Laurie, que se levantó del brazo de la silla de Jack y se acercó a Riva—. ¿Es de alguno de los hospitales de Angels Healthcare?

—No. Es del University Hospital.

Laurie cogió el expediente y fue hasta la silla junto a Vinnie, que como siempre estaba absorto leyendo las páginas de deportes del Daily News.

—¡Maldita sea! —susurró Jack a Lou—. Ya verás como intentará utilizar este caso como otro argumento más contra la operación de mañana. Por favor, no saques el tema.

—Lo intentaré, pero cuando se trata de sentido común, no estás a la altura de Laurie. ¿Estás seguro de que no deberías seguir su consejo?

—No empieces tú ahora —le pidió Jack, que levantó una mano como si fuese a detener un ataque—. Continuemos con tu caso. ¿El cadáver estaba vestido o desnudo?

—Es interesante que lo preguntes. Mitad mitad.

—¿Qué demonios significa eso? ¿La parte de abajo pero sin la parte superior, o a la inversa?

—Algo así. Llevaba uno de esos vestidos camiseros. Creo que es como los llaman, y un abrigo, pero sin sujetador ni bragas. No sé si eso es importante o no. ¿No está de moda entre algunas chicas, quiero decir mujeres, salir sin ropa interior?

—Me has pillado —dijo Jack—. No tengo ni la menor idea. En cualquier caso, debemos buscar pruebas de una violación por si acaso.

—Creo que nací demasiado pronto —opinó el teniente con una risa.

—¿Han identificado el cadáver?

—No, en ese aspecto, es similar al de ayer.

—¿Qué pasa con el de ayer? ¿Has identificado a la víctima?

—No, y eso que ayer le dediqué bastante tiempo. No consigo entenderlo. El tipo llevaba un anillo de casado e iba bien vestido. No comprendo por qué la familia no ha llamado. En casos así, la División de Personas Desaparecidas suele aclarar el misterio en veinticuatro horas, o menos. Solo se me ocurre pensar que pueda tratarse de un extranjero. En cambio, en el otro caso, sospecho que se trata de una persona soltera, y por tanto no me sorprendería que tardáramos algunos días, a menos que la mujer tenga una compañera de apartamento o el tipo de empleo en el que un supervisor o una compañera de trabajo llame a la policía.

—¿Qué edad le calculas?

—Joven, unos veinte años o pocos más.

—¿Tiene aspecto de ser una prostituta?

—¿Cómo puedes saberlo tal como visten ahora? Lo único extraño son unas mechas verde lima en el pelo.

—¿Verde lima? —preguntó Jack con incredulidad.

—Como he dicho, es extraño.

—¿Tiene las mismas marcas en las piernas como si hubiese estado encadenada, quizá a un peso, como el de ayer?

—Las tiene, y por eso he intentado no comentarlo. Si va a haber más de estas ejecuciones mafiosas, quiero que continúen saliendo a flote. Espero que esos tipos sigan cometiendo el mismo error.

—¿Qué esperas averiguar de la autopsia?

—Pues no lo sé —dijo Lou, que levantó las manos—. Tú eres el mago.

—Desearía que así fuese.

—Quiero el proyectil. Si de nuevo es una bala de punta hueca y alta velocidad Remington como creo que es la de ayer, al menos sabremos que se utilizó la misma arma en ambos casos.

—¿El cadáver lo encontraron en el mismo lugar que el otro?

—En realidad no, pero tampoco muy lejos de allí. Teniendo en cuenta cómo cambian las corrientes y las mareas en la bahía, cualquiera sabe dónde acaban los restos flotantes.

—De acuerdo, vamos allá —dijo Jack. Se levantó, recogió las muletas y se acercó a la mesa de Riva—. ¿Tienes a mano al nuevo flotador? —le preguntó. Riva le entregó la carpeta, y Jack la utilizó para apartar de un golpe el periódico de Vinnie—. Vamos, muchachote. —Arrojó la carpeta en el regazo de Vinnie—. Vamos a echarle una mano a la justicia.

Vinnie protestó, como era su costumbre, pero dejó el periódico y se levantó.

—Necesitaremos el equipo para recoger pruebas de una violación —añadió Jack.

Vinnie asintió y fue hacia comunicaciones de camino a la sala de autopsias.

Jack miró por encima del hombro de Riva la pila de carpetas que estaba revisando.

—Parece un día muy atareado.

—Más que el de ayer —afirmó Riva.

—Eh, nos vemos abajo —avisó Soldano a Jack, que le señaló con un gesto que se adelantase.

—¿Tienes alguna otra cosa interesante? —preguntó Jack. Intentó buscar entre la pila preparada, pero Riva le pegó en el dorso de la mano con la regla que tenía para ese propósito—. ¡Ay! —exclamó Jack, al tiempo que se sujetaba la mano y se la frotaba para hacer ver que le dolía de verdad.

—Aquí hay un par que pueden ser un desafío.

—Eso promete. ¿Cuántos me tocan?

—Al menos tres. Tengo a dos forenses que han solicitado días de papeleo, así que el resto de vosotros tendrá que repartirse el trabajo. —Día de papeleo era cuando los forenses no hacían autopsias sino que se ocupaban de conseguir toda la información necesaria para cerrar sus casos y redactar los certificados de defunción.

—Jack, me temo que tendrás que mirar esto —dijo Laurie. Acababa de leer la carpeta del caso de EARM que Riva le había dado.

Jack puso los ojos en blanco. No le costó adivinar que Laurie estaba a punto de iniciar otra campaña para lograr que cambiara de opinión.

—Es similar al de David Jeffries —comenzó Laurie—. La paciente fue operada en un hospital de Angels Healthcare, y poco después mostró los síntomas de una fulminante infección por EARM. La derivaron al University Hospital con la esperanza de salvarla.

—Demos gracias a Dios de que no fue en el hospital ortopédico.

—Jack, no bromees —le reprochó Laurie—. Esta es la segunda infección fulminante de estafilococos en dos días. Debes reconsiderar tu decisión. La gran mayoría de las infecciones de EARM no matan a sus víctimas, y desde luego no a las pocas horas de los síntomas iniciales. Estos son muy extraños en todos los aspectos. ¿Por qué no puedes verlo?

—Lo veo. Es un misterio, y apoyo todos tus esfuerzos por aclararlo. En cuanto a mí, me he puesto en las muy capacitadas manos del doctor Wendell Anderson. Si él tiene confianza, yo también. Si puedes encontrar algo más específico para justificar que corro un riesgo, lo pensaré más detenidamente; de lo contrario, la decisión está tomada. Me han hecho las pruebas de EARM y no lo tengo. El doctor Anderson no ha tenido ningún caso. En resumen, mañana me operaré, y se acabó. —Jack se detuvo y respiró varias veces a fondo. Se había puesto nervioso tras ese monólogo. Él y Laurie cruzaron sus miradas un instante y luego añadió—: Ahora me voy abajo para ocuparme de la primera autopsia. ¿De acuerdo?

Laurie asintió. La melancolía que había experimentado al levantarse volvió. Sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos, pero las contuvo.

—De acuerdo —asintió con un ligero titubeo—. Te veré en la sala de autopsias.

—Allí te veré —dijo Jack, y salió de la habitación.

Riva y Laurie se miraron la una a la otra; Laurie en busca de apoyo y Riva dispuesta a darlo.

—El problema con los hombres —pontificó Riva— es que son hombres, y no opinan como nosotras. La ironía es que nos acusan a nosotras de ser emocionales mientras que ellos también lo son. Ha tomado la decisión emocional de operarse y, desde ese momento, es incapaz de razonar.

Laurie sonrió a pesar de sí misma.

—Gracias, lo necesitaba.

—Sin embargo, es interesante que te haya ofrecido una salida —añadió Riva—. Yo soy testigo. Dijo que si encontrabas algo que específicamente significara un riesgo, estaría dispuesto a escuchar. Por supuesto, no ha dicho que cambiaría de opinión, pero quizá lo haga. Lo que necesitas es descubrir el cómo y el por qué de estas infecciones. Sé que es mucho pedir en menos de veinticuatro horas, pero por tus antecedentes, si hay alguien que puede hacerlo, eres tú.

Laurie asintió, no porque ella fuese la más capacitada para ese desafío, sino por la idea de poder cambiar la decisión de Jack si resolvía el aparente misterio. Se levantó sin más y salió de la habitación. La melancolía había sido superada por la descarga de adrenalina. Estaba comprometida, no importaban las escasas probabilidades de éxito, y tampoco temía la en apariencia imposible limitación de tiempo.

—Me temo que tendré que asignarte algunos otros casos —la avisó Riva.

Laurie agitó una mano para indicar que la había oído.

—¿Quieres los expedientes ahora o más tarde? —gritó Riva.

Laurie se detuvo y volvió deprisa a la mesa de su colega.

—Ambos parecen casos interesantes y rápidos —comentó Riva mientras le daba las dos carpetas—. Son jóvenes, al parecer sanos, de treinta y pico años, así que las autopsias serán rápidas y podrás volver a tu misterio del EARM.

—¿Cuál es la supuesta causa de la muerte?

—No hay ninguna. Uno murió en el consultorio del dentista después de que le administraran un anestésico local. Sé que suena como una reacción a la droga, pero no había síntomas de anafilaxis. El otro murió en un gimnasio mientras pedaleaba en una bicicleta estática.

—¡Estoy aquí! —gritó una voz—. Ya puede empezar oficialmente el día.

Laurie y Riva levantaron la cabeza cuando Chet entró en la habitación. Hacía girar la chaqueta por encima de su cabeza como si fuese un lazo y la soltó para que cayera en una de las sillas tapizadas de vinilo.

—¿Dónde están todos? —preguntó desconcertado. Había esperado ver a Jack.

—Jack y Vinnie ya están abajo —respondió Laurie—. Se te ve mucho más contento que ayer, y casi has llegado a la hora dos días seguidos. ¿Qué pasa? No me digas que has conseguido ir a cenar con tu nueva amiga.

Chet se irguió, levantó la mano derecha con el saludo de los niños exploradores y chocó los tacones.

—Los exploradores nunca mienten. Lo hice, y me satisface informar que es más intrigante y hermosa de lo que había imaginado. Disfruté mucho hablando con ella.

—¡Presta atención, Riva! Estamos presenciando el posible inicio de la madurez del joven eterno. Se siente feliz solo con tratar con otro ser humano femenino.

—Bueno, yo no diría tanto —manifestó Chet—. Aún estaba planeando llevarla a mi apartamento o que me invitase al de ella, pero me dejó colgado apenas terminamos de cenar.

—Maldita sea —dijo Laurie, y chasqueó los dedos con fingida desilusión.

—Tengo que agradecerte el consejo, Laurie. Estoy seguro de que no hubiese conseguido la cita de no haber sido por tu aliento y consejo.

—Todos los que necesites —ofreció Laurie—. Gracias por estos casos —le agradeció a Riva—. Son perfectos. —De nuevo fue hacia la puerta.

—Me tomó totalmente por sorpresa —añadió Chet, con lo que obligó a Laurie a detenerse—. Es doctora, especialista en medicina interna. Además, es la directora ejecutiva de lo que debe de ser una empresa multimillonaria que construye y explota hospitales especializados. Me refiero a que es una mujer impresionante.

Laurie experimentó una contracción visceral acompañada de una sensación parecida al vértigo, pero que se despejó tan rápido como había aparecido. Se aclaró la garganta antes de preguntar:

—¿Por casualidad su nombre es Angela Dawson?

—¡Sí! —exclamó Chet—. ¿La conoces?

—Apenas —respondió Laurie—. La conocí, y por desgracia debo decir que no me sentí tan impresionada como tú.

—¿Por qué no?

—Me temo que no tengo tiempo para esta conversación, pero déjame decirte que me dio la impresión de que sus prioridades como empresaria dominan a las de médico.

Laurie sabía que Chet tenía más preguntas, pero debía marcharse. A pesar de sus protestas, se disculpó. Pasó a toda prisa por la sala de comunicaciones, donde se recibían los avisos de todas las muertes en la ciudad, y comenzó a planificar el día. Con tan poco tiempo antes de que Jack estuviese debajo del bisturí, necesitaba ser eficiente. La primera parada fue en el despacho del investigador forense. Janice Jaeger había hecho la visita al lugar donde había ocurrido el nuevo caso de EARM, y Laurie quería hablar con ella. En más de una ocasión se había enterado de algo importante gracias a las observaciones de Janice que no aparecían en los informes. Los investigadores forenses tenían la obligación de consignar solo los hechos, no sus impresiones.

Laurie encontró a Janice justo cuando terminaba su larga jornada. Era la única investigadora que hacía el turno de once a siete, pero casi nunca se marchaba antes de las ocho. Si era necesario recibía la ayuda de los patólogos forenses residentes que se turnaban las noches. Si eso no bastaba, o el caso planteaba alguna dificultad particular, también estaba disponible uno de los forenses.

—¿He olvidado algo? —preguntó Janice cuando Laurie se acercó a su mesa.

Laurie siempre se había llevado muy bien con todos los investigadores, pero especialmente con Janice, que apreciaba el reconocimiento de Laurie hacia su labor. Con mayor frecuencia que el resto de los forenses, Laurie acudía a ella para hacerle preguntas, y valoraba su opinión.

—Voy a hacer la autopsia de Ramona Torres —respondió Laurie—. Tengo entendido por tus notas que hiciste una visita al University Hospital.

—Así es.

—¿Viste alguna cosa en este caso que te pareciera digna de atención, pero no apropiada para constar en el informe?

Janice sonrió. Como siempre, Laurie le planteaba preguntas interesantes.

—Pues sí. Me dio la impresión de que los médicos estaban inquietos porque no recibían a los pacientes con septicemia de Angels Healthcare lo bastante pronto como para tener más posibilidades de salvarlos.

—¿Has visitado el hospital oftalmológico y de cirugía estética de Angels Healthcare?

—No, no lo he hecho. No en este caso. ¿Crees que debería?

—No lo sé. Pero sí has visitado los hospitales de Angels Healthcare en relación con otros casos de EARM.

—Por supuesto. En varias ocasiones.

—He leído varios de tus informes. ¿Cuál es tu opinión general sobre los hospitales y estos recurrentes casos de EARM?

Janice sonrió de nuevo.

—¿Quieres saber la verdad?

—¡Por supuesto! No te lo preguntaría si no fuese así.

—No sé cómo explicarlo, pero tengo la sensación de que algo extraño está pasando. No hay nada concreto que pueda poner en los informes, pero continúan teniendo estas infecciones y no interrumpen las intervenciones. Cada vez que les hago alguna pregunta al respecto, afirman estar haciendo todo lo posible. No obstante, la gente muere.

—Obtuve la misma respuesta. Gracias por tu opinión. ¿Cheryl está por aquí?

—Ha salido para atender una llamada. Está Bart Arnold. ¿Quieres hablar con él? —Arnold era el jefe de los investigadores forenses y dirigía el departamento.

—No. Solo déjale una nota diciendo que necesito el informe del hospital de Ramona Torres. Pueden enviármelo por email como hicieron con los otros.

—Ningún problema.

Laurie fue a toda prisa hasta los ascensores de delante para ahorrar tiempo. Eran rápidos y había más. Entró en su despacho, dejó los tres casos sobre la mesa y colgó el abrigo. Cogió el teléfono para llamar a la oficina del depósito y preguntó por Marvin. Cuando se puso al teléfono, le preguntó si quería trabajar de nuevo con ella. Le explicó que quería trabajar rápido. El técnico aceptó con su habitual buena disposición. Laurie le dio el número de expediente de Ramona Torres y colgó.

Consultó su reloj. Una de las primeras cosas que quería hacer era llamar al CDC, pero ante el riesgo de que aún no estuviesen dado lo temprano de la hora, repasó los casos de las autopsias del día. Eso significó releer el expediente de Ramona Torres. Después de hacerlo, estuvo segura de que la autopsia sería similar a la de David Jeffries. Dejó el expediente a un lado, cogió el primero de los casos de muerte súbita y sacó el informe del investigador forense.

El nombre de la paciente era Alexandra Suben, de veintinueve años. Había ido al dentista para una endodoncia y le habían administrado la anestesia local tal como Riva le había descrito. Apenas comenzada la intervención, la paciente perdió el conocimiento. Después de ponerla cabeza abajo, volvió en sí e insistió en continuar. Unos minutos más tarde, se repitió la situación, aunque esta vez no reaccionó. Llamaron al 061, y la paciente fue trasladada de urgencia al hospital, donde le encontraron una arritmia, la presión arterial muy alta, y poco o ningún esfuerzo respiratorio. Le pusieron respiración asistida, pero a pesar de la terapia agresiva, acabó con un paro cardíaco que no pudieron revertir. El diagnóstico de la sala de urgencias apuntaba a un fallo respiratorio complicado con un fallo cardíaco secundario, debido a una severa reacción alérgica y anafilaxis a la novocaína. El investigador forense concluía diciendo que un miembro de la familia había comentado que la paciente era muy sana pero que había tenido, en ocasiones, episodios sincópales con palpitaciones, enrojecimientos y fuertes sudores.

Laurie guardó el informe en su carpeta. La impresión inicial era que el diagnóstico de la sala de urgencias era erróneo, y tenía una idea aproximada de lo que encontraría en la autopsia. Tenía la casi absoluta certeza de que no necesitaría ningún equipo especial para la misma.

Luego, sacó el informe del tercer caso. Era muy breve. Solo decía que Ronald Carpentu estaba montado en una bicicleta estática que utilizaba casi cada día y de pronto sufrió un colapso. De inmediato el personal del gimnasio le dio asistencia cardiorespiratoria, pero sin éxito, se llamó al 061 y se prosiguió la asistencia en el trayecto hasta la sala de urgencias. A su llegada, el paciente había sido declarado muerto con el diagnóstico de un infarto de miocardio.

Laurie guardó el informe. En este tercer caso, estaba totalmente segura de que el diagnóstico de la sala de urgencias sería correcto, pero aún quedaba la pregunta del por qué de lo ocurrido. Laurie se dijo que debía de ser a causa de las placas ateromatosas. Tampoco esta vez necesitaría un equipo especial.

Cogió el teléfono y llamó a la sala de autopsias. Sonó seis veces, lo que hizo que Laurie tamborilease con los dedos sobre la mesa. Mientras esperaba, pensó en la extraña coincidencia de que ella le hubiese aconsejado a Chet tener una cita precisamente con Angela Dawson.

—Hola —dijo una voz.

Laurie preguntó por Marvin, que unos segundos después se puso al teléfono.

—¿Estamos preparados?

—Estamos preparados desde hace horas —bromeó Marvin.

Menos de cinco minutos más tarde, Laurie estaba cambiada y miraba el cadáver de Ramona. Al igual que David Jeffries, tenía puesto el tubo endotraqueal y varias cánulas intravenosas. Pero lo más sorprendente eran los extensos morados en gran parte de su cuerpo debido a la liposucción.

—Hoy está muy motivada —comentó Marvin refiriéndose a lo rápido que había bajado Laurie al sótano, se había puesto el equipo protector y había entrado a la sala.

Solo se estaba haciendo una autopsia más aparte de la de Ramona, la del cadáver rescatado en la bahía. Laurie ni siquiera se había detenido a ver cómo iba.

—Quiero aprovechar el tiempo al máximo —admitió Laurie—. Prometo que no te dejaré abandonado como hice ayer. Me disculpo de nuevo. Me distraje y perdí la noción del tiempo.

—No sufra —manifestó el técnico, al parecer avergonzado porque Laurie considerase necesario disculparse.

Laurie palpó la piel de Ramona y la miró con atención. Tenía un tacto esponjoso y presentaba múltiples abscesos diminutos.

La forense llegó a la conclusión de que, de haber vivido, la epidermis habría quedado cubierta de escaras.

Después de sacar varias fotos, comenzó la autopsia. Trabajó rápido y en silencio. Cuando Marvin le hacía preguntas, las respondía como si estuviese preocupada, y él dejó de hacerlo. Dado que trabajaban juntos muy a menudo, tenían poca necesidad de charla.

Como había ocurrido con David Jeffries, el hallazgo patológico más notable, aparte de la extensa celulitis, fue en los pulmones. Ambos estaban llenos de líquido y contenían innumerables pequeños abscesos que, de haber sobrevivido el paciente, se habrían unido y formado otros cada vez más grandes. También en este caso, la necrosis era considerable.

Cuando acabaron con la última sutura que cerraba la incisión de la autopsia, Laurie se apartó de la mesa. Miró a su alrededor. Estaban ocupadas las ocho mesas. En la más cercana a la puerta, Jack y Vinnie, con el teniente como espectador, aún no habían acabado con la autopsia de la joven asesinada.

—Esta ha sido una de las autopsias más rápidas que he presenciado —comentó Marvin mientras comenzaba a recoger.

—¿Cuánto tardarás en tener el siguiente caso? —preguntó Laurie.

—Más o menos un cuarto de hora. ¿Tiene alguna preferencia respecto a cuál de los dos hará primero?

—Me es indiferente —respondió Laurie—. No te culparé si no me crees, pero subo a hacer una llamada y vuelvo.

Marvin sonrió.

Laurie se detuvo un momento en la mesa de Jack y en tono jocoso preguntó por qué tardaban tanto. Jack era conocido por su rapidez en las autopsias.

—Porque estos dos no dejan de charlar como un par de cotorras —manifestó Vinnie con disgusto.

—Hemos sido concienzudos —afirmó Jack—. Antes de que microbiología y el laboratorio contribuyesen, averiguamos que la joven fue violada de una manera un tanto brutal.

—Esta prueba plantea la pregunta —dijo Soldano— de si fue una violación seguida de un homicidio, o si se trata de un homicidio y una violación incidental.

—Es de lamentar, pero la autopsia no nos dará la respuesta —manifestó Jack.

Laurie se disculpó y salió a la sala de desinfección para dejar los guantes y el traje desechable. Limpió la máscara con alcohol y la dejó en su taquilla. Con la intención de no dejar a Marvin esperando, se apresuró a subir.

De nuevo en el despacho, llamó a la doctora Silvia Salerno al CDC. Mientras esperaba, sujetó el teléfono entre la cabeza y el hombro para tener las manos libres. Buscó entre las carpetas el caso de Chet: Julia Francova. La abrió con la esperanza de poder añadir el subtipo de EARM de la paciente.

En vista de que no atendían de inmediato, Laurie miró la hora. Faltaba muy poco para las nueve, y estaba segura de que el CDC ya tenía que estar abierto.

—¡Vamos, vamos! Contestad al maldito teléfono.

En el momento en que se disponía a averiguar si el CDC tenía un sistema de búsqueda, descolgaron. Era Silvia, y parecía estar sin aliento. Se disculpó de inmediato y explicó que estaba en otro despacho.

—Espero no molestarte —dijo Laurie—. Prometiste llamarme, pero cuanto antes tenga la información, mejor.

—No seas tonta. No es ninguna molestia, y pensaba llamarte esta misma mañana. Hice la comprobación de los dos casos de EARM de la doctora Mehta. Son del mismo organismo, puedo afirmarlo con toda certeza. Como estamos añadiendo estas cepas a la biblioteca nacional de EARM, hacemos todo lo posible por identificarlos con diversos métodos genéticos, como el análisis por criba intensiva del polimorfismo de la longitud de los fragmentos amplificados. Puedo enviarte una lista de los otros métodos que utilizamos.

—Gracias, no creo que sea necesario. —Laurie no tenía ni la más remota idea de lo que decía Silvia—. Tengo otro caso, que se os envió unas semanas atrás para la tipificación. Se envió a nombre del doctor Percy.

—El doctor Percy es un colega. ¿Cómo se llama el médico que lo envió?

—El doctor Chet McGovern. Trabaja conmigo en la oficina forense.

—¿Cuál es el nombre del paciente?

Laurie le deletreó el nombre para evitar cualquier confusión.

—Espera un momento.

Laurie oyó el sonido del teclado de Silvia, lo que le hizo preguntarse cómo podían hacer las cosas antes de tener los ordenadores digitales.

—Sí, aquí está —dijo Silvia—. ¡Interesante! También es CC-EARM, USA 400, MWdos, SCCmecIV, PVL, idéntico a los dos casos anteriores. ¿Es de la misma institución?

—Es de una de las mismas instituciones —respondió Laurie—. Los dos primeros eran de hospitales diferentes.

—Sí, lo recuerdo. Referente a los dos casos de la misma institución, ¿están cercanos en el tiempo, o quizá incluso son de la misma fecha?

Laurie miró su matriz inacabada, pero tenía la información del caso de Mehta correspondiente al Hospital Oftalmológico y de Cirugía Estética. El nombre de la paciente era Diane Lucente, y, como Ramona, se había hecho una liposucción. Buscó la fecha de la muerte de Diane y del caso de Chet.

—No. Ocurrieron con una diferencia de casi tres semanas.

—Qué extraño —dijo Silvia—. Supongo que ya sabes lo genéticamente versátil que es el estafilococo.

—Digamos que estoy en un curso de aprendizaje intensivo —admitió Laurie—. Pero ayer me informaron de eso.

—Es muy insólito que el mismo subtipo aparezca en instituciones distintas y separados en el tiempo. Los tres han debido de estar en contacto con el mismo portador.

—¿Tenías este subtipo específico en vuestra base de datos antes de que la doctora Mehta enviase la muestra?

—Sí, lo teníamos. Como te dije la última vez, es uno de los subtipos más virulentos que hemos visto en todos los ensayos con animales y humanos.

—¿Habéis enviado cultivos de estos organismos?

—Lo hemos hecho. Apoyamos a los innumerables investigadores que están dispuestos a trabajar con estos organismos.

—¿Habéis enviado alguna vez este organismo en particular a Nueva York?

—Ahora mismo no puedo decírtelo, pero puedo averiguarlo.

—Te lo agradezco. —La inquietante preocupación de que la bacteria estuviese siendo propagada intencionadamente reapareció en la mente de Laurie; sin embargo, también reaparecieron los viejos argumentos contra tal idea, y cada uno anulaba al otro.

—He preguntado por el centro si alguien sabía algo acerca del brote de EARM que estás investigando, pero nadie ha oído nada.

—¿Eso es extraño? —preguntó Laurie.

—No. Es decisión de cada institución ponerse en contacto con nosotros para solicitar asistencia. No hay ninguna obligación de informarnos, pero es probable que sí deban comunicarlo al Estado o a las autoridades de la ciudad.

—¿Has recibido las otras muestra que pedí a nuestro departamento de microbiología que os enviase?

—Sí, las tengo. Están en los laboratorios. Tendré algunos resultados en dos o tres días, cuatro como máximo.

Laurie le dio las gracias por su ayuda y colgó. Permaneció un momento sentada a su mesa y repasó la conversación. Debía admitir que la llamada, lejos de aclarar el misterio, lo había complicado.

De pronto recordó la hora, saltó de su silla y corrió al ascensor. Una vez más había dejado esperando a Marvin.

Carlo siguió a Brennan fuera de la tienda de artículos electrónicos en Lexington Avenue en Manhattan. Brennan había comprado un localizador GPS de una empresa especializada en aparatos marinos y terrestres. Una vez fuera, vieron que había comenzado a llover, así que fueron corriendo a su Denali negro.

—Me alegra ver que llueve —dijo Carlo mientras aceleraba el motor antes de incorporarse al tráfico.

—¿Cómo es eso? —preguntó Brennan, absorto en cortar el envoltorio de celofán de la caja.

Le encantaban los artilugios electrónicos y se lo había pasado en grande escogiendo el GPS. Había pasado tanto tiempo hablando con el vendedor de las ventajas y desventajas de los diferentes modelos de localizadores, que Carlo se había aburrido.

—Porque habrá menos personas en el club náutico. No quiero que nadie nos vea colocar esta cosa en el barco. ¿Sabes lo que estoy diciendo?

Brennan no respondió, ocupado como estaba en sacar el localizador de su protección de espuma.

—¡Eh! —exclamó Carlo—. ¿Me estás escuchando?

—Más o menos —admitió Brennan con la mirada puesta en las profundidades del molde de espuma.

—Hablo de la lluvia y del club náutico. Te he preguntado si estabas de acuerdo en que es una ventaja para nosotros que llueva.

Brennan al fin encontró lo que buscaba. Era un paquete que contenía un libro de instrucciones y, más importante, el código de registro en línea.

—¿Qué? —preguntó Carlo, cada vez más irritado.

Brennan utilizó el cortaplumas para abrir el envoltorio del aparato, pero antes de poder sacarlo de la funda de celofán, su cabeza cayó hacia delante debido a un bofetón en la nuca que le pegó Carlo.

—¡Qué diablos! —gritó Brennan. Se volvió para mirar furioso a Carlo—. ¿Por qué me has pegado? —gruñó.

—Te estaba hablando —replicó Carlo a voz en cuello—. No me hacías caso. No me gusta que no me escuchen. Me cabrea.

Brennan miró a Carlo. Por un momento sintió cólera. Por fortuna, se controló, porque Carlo estaba al volante y circulaba por Lexington Avenue en medio de un denso tráfico. Carlo podía ser más grande y tener más años que él, pero desde luego no era muy listo. De hecho, era bastante tonto; esta consideración permitió a Brennan calmarse un poco.

—No vuelvas a pegarme —le advirtió Brennan con voz pausada para recalcar cada sílaba.

—Entonces préstame atención cuando te hablo —replicó Carlo.

Brennan puso los ojos en blanco, sacudió la cabeza y volvió a sumirse en la lectura de las instrucciones de funcionamiento. Estaba bastante seguro de saber cómo funcionaba el aparato, pero quería leer el registro para el servicio en línea en tiempo real.

—Lamento haberte pegado —dijo Carlo después de haber recorrido unas manzanas—. Pero que no me hagan caso es algo que me pone de los nervios.

—Lo lamento —dijo Brennan.

Para tranquilidad de Brennan continuaron en silencio durante un rato. Acabó de leer las indicaciones para registrar el aparato y luego pasó a las explicaciones de funcionamiento. Provisto con toda esta información, cogió el ordenador portátil del asiento trasero y sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta. Una vez que tuvo encendido el ordenador, llamó a la compañía. No solo quería registrarlo, sino que quería estar seguro de que si el aparato se perdía no podrían rastrearlo hasta dar con él. Al parecer, esta era una petición bastante habitual, porque el empleado dijo que podía hacerlo sin problema.

—¿Cuánto tiempo tardará en estar en línea? —preguntó Brennan.

—Dado que acabo de recibir la aprobación de su tarjeta de crédito, lo estoy haciendo mientras hablamos.

Brennan le dio las gracias. A continuación abrió la parte trasera del aparato y colocó las cuatro pilas que había comprado. Volvió a la página web de la compañía, pinchó en el icono de posición y luego añadió el nombre de usuario y la clave que acababa de recibir. Con otro clic apareció el reloj de arena, y unos pocos segundos más tarde, una pregunta que le pedía que seleccionase el tamaño de la zona que quería ver. Brennan marcó 8 por 4,5 kilómetros. Apareció un pequeño punto parpadeante que se movía poco a poco por Lexington Avenue.

Volvió la pantalla del ordenador hacia Carlo.

—Funciona. Muestra que vamos al sur.

—Impresionante —dijo Carlo—. ¿Cómo funciona?

—Sería muy largo de explicar, pero en resumidas cuentas no es más que una simple triangulación utilizando las señales de los satélites.

—Es suficiente. —Su falta de conocimiento de los aparatos electrónicos le hacía sentirse poco preparado para ese tipo de explicaciones.

Como siempre, la lentitud del tráfico complicaba cruzar la ciudad, y la lluvia, pese a ser ligera, hacía que fuese aún peor. Era un continuo arrancar y parar.

El sonido del teléfono móvil de Carlo los sorprendió a los dos. Con cierta dificultad, Carlo lo sacó del bolsillo y miró el identificador de llamada. Satisfecho, la aceptó, conectó el altavoz y colocó el móvil sobre el salpicadero.

—¿Qué pasa? —preguntó Carlo.

—Nada —contestó Arthur MacEwan con su voz aguda y chillona que a todos ponía de los nervios—. Nada de nada. Llevamos aquí más de dos horas y el maldito coche de Franco Ponti no se ha movido ni un centímetro.

Arthur MacEwan y Ted Polowski estaban en el aparcamiento de Johnny’s y llevaban vigilando el coche de Franco desde antes de las ocho de la mañana.

—¿Has visto al Halcón?

—No. Ni señal de Franco. Hemos visto a Vinnie Dominick cuando llegó con Freddie Caruso y Richie Herns. Han entrado en el Neapolitan y todavía no es hora de que reaparezcan.

—¿Qué hay de Cara Cortada?

—Tampoco hemos visto a Angelo. Estamos cansados de estar sentados aquí y me pregunto si fue una buena idea. ¿Qué pasará si nos ven?

—Tienes razón, pero ya escuchaste a Louie esta mañana. Se puso como loco al saber que se habían cargado a la muchacha después del asesinato de la noche anterior. Es probable que Franco y Angelo estén durmiendo la mona. Quiere que los sigamos para averiguar qué pasa, y si lo hacen de nuevo, dirá a aquel detective que es un problema de los Lucia y que no tiene nada que ver con los Vaccarro.

—¡Joder! —exclamó Arthur de pronto. Luego bajó la voz—. Acaba de llegar una furgoneta azul con el rótulo de Sonny’s Plum bing Supply, y Angelo acaba de bajar. También está Franco. Van a entrar en el Neapolitan.

—Al menos los has encontrado. No los perdáis de vista. Respecto a tu preocupación de que te vean: cómete un sándwich o haz algo que justifique estar allí.

—Vale —dijo Arthur sin mucho entusiasmo.

Cuando por fin Carlo y Brennan llegaron al túnel el tráfico mejoró mucho. No tardaron en llegar al club náutico en Hoboken. Había algunos coches en el aparcamiento, pero gracias a la lluvia el muelle se veía desierto.

Carlo aparcó cerca del agua y a bastante distancia del único edificio, cerca del cual estaban los otros coches. Sin demora, fueron hasta el muelle. Se detuvieron delante de la popa del Full Speed Ahead.

—Yo vigilaré mientras tú buscas un lugar donde ocultar el aparato —dijo Carlo. Miró hacia el edificio. No se veía a nadie.

Brennan subió por la pasarela y de inmediato comenzó a buscar un rincón adecuado. Encontró un hueco en la popa debajo de unos recipientes para cebo. Colocó el localizador tan atrás como pudo. Había incluso un reborde oculto que impediría que el aparato se deslizara. Unos minutos más tarde estaba de nuevo en el muelle, y los dos hombres volvieron al coche.

—¿Has visto a alguien? —preguntó Brennan.

—A nadie. ¿Cómo lo has hecho?

—He encontrado el lugar perfecto.

En el Denali, Brennan encendió el ordeñador y repitió el proceso para comunicarse. Una vez conectado, pinchó el icono de posición como había hecho antes y luego la escala. En cuestión de segundos apareció una representación de la zona, incluido el muelle donde estaba amarrado el Full Speed Ahead. Un punto rojo parpadeante apareció en el lugar exacto donde debía estar.

Brennan colocó el ordenador en el regazo de Carlo.

—Bonito, ¿no? Carlo asintió. Estaba impresionado, pero también le daba miedo.

—No me sorprende que no la pillásemos esta mañana —comentó Franco—. Secuestrar a esa tía no va a ser fácil. La zona alrededor del edificio es un lugar muy concurrido, con el Bellevue a un lado y el NYU Medical Center al otro.

—El problema fue la maldita manifestación —dijo Angelo—. De no haber sido por todos aquellos hispanos, habríamos tenido una oportunidad. Diablos, ella y su amigo que va en muletas pasaron por delante de nuestra furgoneta.

—Haces que suene demasiado fácil —afirmó Franco—. En primer lugar, había un todoterreno delante de nosotros. Segundo, ellos eran dos y nosotros solo dos. ¿En qué estás pensando? No había manera de meterlos en la furgoneta sin provocar un escándalo mayúsculo. Yo digo que deberíamos dispararle desde cierta distancia y marcharnos.

—¡No! —exclamó Angelo—. Quiero secuestrarla. Es la única manera de estar seguro de que el trabajo está hecho, y quiero hacerlo bien.

—Paul Yang y Amy Lucas fueron coser y cantar —le recordó Franco—. No sospechaban nada y fue sencillo engañarlos. Pero la doctora Montgomery es harina de otro costal. No lograremos que suba a la furgoneta sin armar un escándalo, y eso siempre que podamos acercarnos cuando esté sola. Con su amigo con muletas, ella lo estará ayudando. Yo digo que le disparemos y acabemos con el asunto. Es una forense, y no dudo que hay una docena de personas a quienes no les importaría que la eliminaran.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Vinnie a Angelo en tono más sereno. Para aquellos que lo conocían, era una señal de que estaba muy preocupado.

Franco, Angelo, Freddie y Richie estaban sentados en uno de los reservados del Neapolitan, hablando con Vinnie Dominick. Las tazas de café, los ceniceros a rebosar y un plato de cannoli llenaban la mesa.

—Estoy de acuerdo con Franco en que es un desafío —admitió Angelo—. Por desgracia, se ha marchado de su apartamento de la calle Diecinueve, lo que habría simplificado mucho las cosas. Quizá nos veamos obligados a averiguar dónde vive, pero por ahora creo que deberíamos seguir intentándolo en su trabajo. Franco también tiene razón en que necesitamos más hombres, sobre todo si tenemos que enfrentarnos con el novio, algo que no me importaría hacer. Necesitaremos otra furgoneta.

—¿Por qué otra furgoneta? —preguntó Vinnie.

—De apoyo. Si el secuestro sale mal necesitamos tener un segundo vehículo para escapar.

Vinnie asintió con la mirada puesta en Angelo. Todos permanecieron callados mientras pensaba.

—Quiero estar bien seguro de esto —acabó por decir Vinnie—. Recuerdo que parecía que tuviese siete vidas, y con dos hospitales ahí mismo, el disparo tendrá que ser muy certero. Sería muy mala suerte si le disparamos y ellos la salvan. ¡Secuestradla y acabad con ella de una vez para siempre! En cuanto a otra furgoneta, tenemos más de las que necesitamos. ¿Volveréis a la OCME a la hora de comer? No podemos esperar una semana para liquidar esto, ya sabéis a qué me refiero.

—Lo sabemos —dijo Angelo. Se sintió más tranquilo al ver que Vinnie no quería el camino fácil. Cuanto más lo pensaba, más dispuesto estaba a hacer que la doctora Laurie Montgomery tuviese una muerte lenta.

—¿Estás de acuerdo? —preguntó Vinnie a Franco.

—Tiene sus ventajas —reconoció Franco a regañadientes—. Pero me preocupa una cosa.

—¿Cuál?

—Con el debido respeto, Angelo está demasiado ansioso con este trabajo. Esta mañana, después de abandonar la vigilancia, tuvimos que pasar por el Home Depot para comprar un cubo grande y un par de sacos de cemento rápido. Me pongo nervioso cuando hay tanta implicación. Me refiero a que él considera esto como una venganza, no como un trabajo. Cuando las emociones están de por medio, como es el caso, se producen errores. No se piensa con claridad.

Una sonrisa irónica apareció en el rostro de Vinnie cuando se volvió hacia Angelo.

Era obvio que no desaprobaba los planes de venganza de Angelo. Al mismo tiempo, Vinnie sabía que Franco tenía razón.

—¿Quieres que Laurie Montgomery sufra un rato antes de lanzarla al agua?

—Algo así —admitió Angelo.

—¿Qué hay de lo que ha dicho Franco acerca de los errores que se pueden cometer cuando están de por medio las emociones y que estás demasiado ansioso?

—Lo tendré en cuenta y me calmaré.

Vinnie volvió a dirigirse a Franco.

—¿Satisfecho? —preguntó.

Franco asintió.

—Si me escucha…

Vinnie también asintió, y miró de nuevo a Angelo.

—Vosotros dos formáis un equipo. Hablad el uno con el otro. No corráis riesgos. Mantened la calma.

Angelo asintió con un gesto.

—Vale —dijo Vinnie—. Está decidido. Freddie y Richie, buscad otra furgoneta. Manteneos en contacto los unos con los otros y tenedme informado.

—¡De acuerdo! —respondieron los hombres al unísono mientras salían del reservado.

Después de que los hombres se hubiesen marchado, Vinnie pidió a Paolo Salvato que le sirviera otro café. Sentado en el silencioso restaurante vacío, pensó en los planes de Angelo para Laurie Montgomery. Era perfecto; incluso fantaseó con la idea de estar presente. Después de todos los problemas que le había causado, había querido matarla al salir de la cárcel, pero no lo había hecho porque Lou Soldano le había advertido que, si le ocurría algo a Laurie, él mismo iría a por Vinnie. Pero ahora, diez años más tarde, creía que ya había pasado tiempo más que suficiente.