Rhys es el siguiente en saltar: saca la espada y el revólver cuando todavía está en el aire. Después Noah, que aterriza agachado y empuña su fusil. Las luces rojas estroboscópicas nos dan un aspecto etéreo.
—¡Noah, cubre la puerta! —grita Rhys extrayendo un bloque de H9 de su mochila sin soltar el arma. Noah apunta su arma a la puerta, y yo hago lo mismo.
Con el rabillo del ojo veo a Rhys cortar un trozo de explosivo y pegarlo al techo. Dos soldados se precipitan a través del umbral pero son abatidos por nuestro fuego. Disparo únicamente una ráfaga rápida para conservar munición. El número de posibles blancos que puede haber aquí arriba es desconocido: una docena de soldados o más, los creadores, Tobías y Nicole…
Por encima de la alarma oigo los chasquidos y el siseo del metal que se funde: el H9 ha iniciado su trabajo en el techo. En ese momento entra volando en espiral una diminuta granada, que identifico sin dificultad; se trata de un explosivo para maniobras de diversión, de los que producen un ruido y un destello intensos, pero no llevan carga de metralla. Tenemos suerte: rebota en el suelo y va a caer al agujero practicado en el techo del piso 57. El fogonazo de luz blanca y el estampido que sigue no nos afectan. Pero nosotros sí afectamos al guarda que llega creyéndonos ciegos y sordos.
El agujero horadado por Rhys está directamente encima del primero, por lo que el metal fundido ha caído al suelo del piso 57 en lugar de apilarse en el primer piso de la cubierta. Después de algunos segundos el boquete situado por encima de nosotros deja de relucir. Noah nos cubre mientras saltamos a través del segundo agujero: después de salvar una altura equivalente a dos pisos caemos en un montón de metal a medio enfriar.
Me incorporo, preparando mi fusil para afrontar la siguiente amenaza.
No hay ninguna.
En este cuarto no hay ni destellantes luces rojas ni alarmas, solo una ahogada sirena debajo de nosotros. Estamos en un quirófano, un quirófano completo con camillas, hileras de monitores y fluorescentes. El relativo silencio casi amedrenta. El fulgor rojizo que sale del agujero tiñe el techo de tonos sanguíneos.
Solo hay una cama ocupada. Reconozco de inmediato la banda de memoria que le ciñe la cabeza. Reconozco el cabello castaño rojizo sujeto detrás de las orejas.
Soy yo, otra Miranda.
Otro clon.
Me acerco a ella echándome el fusil a la espalda. Noah se detiene junto a mí, sin dejar de vigilar y cubriendo la puerta. Levanto lentamente la banda. Retiro la sábana y veo que está desnuda.
—Miranda —me dice Noah.
—Tienen mi plantilla —contesto.
A mi derecha, Rhys coloca un bloque completo de H9 en la pared y le encaja un temporizador. Los números destellan en rojo y desaparecen: una cuenta atrás invisible. Vuelvo la vista hacia la otra yo.
Sus ojos se abren.
Se incorpora e inhala profundamente. Me separo unos pasos y levanto el fusil de manera automática.
Se aferra el pecho, desnudo porque la sábana se ha caído. Pero no se está tapando; parece que experimenta dolor.
—Me dispararon. Había sangre —dice. Me mira como si tuviera dos cabezas. Entonces ve a los demás.
—¿Noah? ¿Olive? —interroga—. Me dejasteis.
Noah la mira, y luego me mira a mí.
—¡Oh, Dios mío! —exclama.
—¿Qué recuerdas? —dice Rhys. Encuentra un camisón arrugado en una cama próxima, lo estira, se lo pasa por la cabeza y la obliga a meter los brazos en las mangas.
Ella sigue cogiéndose el pecho:
—Me dispararon. Noah, ¿por qué me dejaste?
No llora, pero tiene los ojos llenos de lágrimas. Rhys la ayuda a salir de la cama. Noah se queda mirándola con la boca abierta, recordando algo que a mí se me escapa. Me dejó. Pero ¿cómo puede saberlo ella? Es imposible que la plantilla sea tan reciente. ¿Se trata de algún horrible truco para distraernos?
—¡Noah! —grito.
Dos soldados más, provistos de cascos, se precipitan en la habitación blandiendo los fusiles de asalto. Una bala rebota en la armadura de Noah. Devuelvo el fuego y alcanzo el casco de uno de ellos. Las pistolas de Olive restallan unas cuantas veces, a mi derecha; veo los fogonazos.
Noah comprueba su armadura:
—Maldita sea, eso ha dolido de verdad —dice. Luego se queda contemplando de nuevo a mi clon.
La otra Miranda ha salido de la cama y tiembla en su fino camisón. Olive la agarra de la mano y la lleva a la parte trasera. Le dice a Rhys:
—Yo la vigilaré. Y hay que moverse; ahora no podemos detenernos.
La alarma enmudece y las luces en el piso de abajo se apagan.
Rhys hace un gesto de asentimiento y se dirige a colocar el siguiente bloque, con el revólver desenfundado. Dejamos atrás el quirófano con un Rosa más.
Pasamos a la estancia siguiente, y a la próxima. Rhys no nos dice cuánto tiempo queda. Algunas parecen despachos, otras laboratorios. En cada una dejamos un bloque de H9, no una rebanada. Todos sincronizados.
Rhys sostiene los dos últimos: levanta uno, ofreciéndomelo; yo asiento con la cabeza y me lo lanza. Lo meto en la mochila que llevo sujeta a la espalda bajo el paracaídas.
Hay algo que empiezo a tener muy claro: Peter no está aquí.
—Contamos con unos minutos —dice Rhys, respirando sonoramente. Me pica la piel porque no debería ser tan fácil.
Y no lo es.
Doblamos una esquina al salir de un corredor. Tobías y Nicole están de pie delante de uno de los ascensores: no tenemos la menor oportunidad. Nos quedamos petrificados sin levantar siquiera nuestras armas, porque sabemos que no serviría de nada. Los Beta nos apuntan con sus fusiles: a esta distancia no pueden errar. Vislumbro a Noah en la periferia de mi campo visual; retrocede lentamente hacia el corredor. Como nos hemos detenido en la esquina, no lo han visto.
—Tirad las armas —ordena Tobías.
Me arrodillo despacio, paso la correa del fusil por encima de la cabeza y lo dejo en el suelo. Me pregunto si saben que solo quedan minutos para que el edificio se convierta en un émulo muy logrado de un volcán. Me desprendo de la espada arrojándola también al suelo.
Nicole hace una mueca burlona. En sus ojos hay una malicia que no he visto jamás en los de Olive. Me pregunto cómo han conseguido que el equipo Beta sea tan distinto: todo no puede deberse al tatuaje. Quizá esa maldad sea sencillamente una forma retorcida de júbilo; al fin y al cabo han ganado.
—¿Dónde está Peter? —pregunto en tono tan firme como me es posible.
—En el sótano —dice Tobías, gesticulando detrás de su fusil—. Sabíamos que veníais, así que la señora North decidió ponerlo a buen recaudo —entrecierra los ojos y añade—: ¿Dónde está Noah?
Ahora mismito se arrastra detrás de ti. Noah se lleva un dedo a los labios: ha debido de dar con algún corredor paralelo que lo ha llevado a la retaguardia.
—Matadlos, sin más —dice Nicole—. Son demasiado peligrosos.
—En eso tienes razón —convengo. Noah se desliza en el espacio que queda junto a Tobías con el fusil en alto. Me zambullo rodando sobre el hombro y me apodero de mi arma. Rhys es el más rápido de todos: golpea el revólver, que salta hacia su mano. Lo empuña en el aire en el momento mismo en que Noah le parte el cuello a Tobías de un culatazo con un chasquido húmedo, como el de Joshua. Nicole abre fuego. Los fogonazos de los disparos me ciegan. Rhys también dispara una vez. Nicole cae al suelo. Me acerco corriendo y alejo su arma de una patada, aunque sé que ya está muerta.
—¿Cuánto tiempo? —pregunto.
Rhys consulta su reloj:
—Seis minutos.
La otra Miranda grita a mi espalda.
Me giro en un solo movimiento.
Olive está en el suelo, boca arriba, con los brazos extendidos.
La cantidad de sangre me dice de inmediato que algunas de las balas de Nicole han alcanzado su blanco. Eso no me impide acercarme a ella, caer de rodillas e incorporarla mientras los otros, de pie, inmóviles y en silencio, permanecen inermes a nuestro alrededor.
No hay nada que pueda decir o hacer.
Olive ha muerto.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que Rhys me oprima el hombro y diga:
—Tenemos que irnos. El reloj avanza.
Mis lágrimas se han secado y lo único que siento en mi interior es fuego. Creía saber lo que era la ira, pero me equivocaba. Siento una rabia inenarrable hacia nuestros creadores; hacia nuestras otras versiones; hacia los cerebros mutados que nos otorgan estos extraños poderes. Hacia nuestro destino como armas, hacia la gente que quiere utilizarnos, hacia todo. Brota de mí torrencialmente y me da fuerzas.
Deposito a Olive en el suelo y me incorporo, quitándome el paracaídas como puedo.
—¿Qué te crees que haces? —inquiere Noah.
Rhys fija el bloque final de H9 a una pared. Nuestra vía de escape.
La suya, no la mía.
—Voy al sótano —contesto.
Los ojos de Noah echan chispas: cree que puede detenerme. Levanto una mano para silenciarlo, pero después hago ademán de abrazarlo. No puede resistirse; viene hacia mí al tiempo que el H9 abre un agujero hacia el exterior.
La presión del aire cambia y una ráfaga de viento me revuelve el pelo. Agarro un brazo de Noah y lo desequilibro, me coloco tras él y le oprimo el cuello. Al principio lucha, pero es incapaz de herirme. Rhys me mira mientras lo asfixio hasta la inconsciencia; su rostro, en realidad, parece el de un muerto. Lo dejo con cuidado junto a Olive y pulso el botón del ascensor.
Rhys sigue mirándome, enmarcado por una cavidad negra de bordes irregulares.
—Colócale el paracaídas y despiértalo. Sácalo de aquí; me reuniré fuera con vosotros.
Pretende discutir, pero no hay tiempo. Asiente una vez. Me meto en el ascensor.
—North —dice.
Contemplo los botones: hay solo dos. Uno está marcado con una B y otro con una R.
Me lanza su revólver; lo cojo al vuelo. Luego su espada, la más bella que he visto jamás. Sólida, liviana, recta, con una hoja de flexibilidad justa.
—La llamo \Beacon —dice, señalando el arma con la cabeza.
Siento que tendría que decirle algo más a Rhys, alguna suerte de despedida. Entre nosotros hay un vínculo que no puedo explicar: sus recuerdos están siempre presentes en mi cabeza. Pero no necesito decir adiós porque voy a volver a verlos. Voy a sacar a Peter de aquí.
—Cuida de ellos —digo. Oprimo el botón B.
Mantengo la mirada clavada en sus ojos mientras las puertas se cierran. La cabina desciende.