Capítulo 26

Abro los ojos.

Estoy sentada delante de un ordenador. El monitor muestra un modelo en 3D de Cleveland. Pulso algunas teclas y una nube rosa rojizo se extiende por la ciudad. En la parte inferior una leyenda dice SE NECESITAN ROSAS: 1. El número aumenta según la nube crece, hasta que cubre toda la zona centro en el 7.

El terror me atraviesa como una espada. Me cubro el rostro con las manos y solo en ese momento veo que son las manos de Rhys.

Soy Rhys.

Cierro los ojos. Cuando los abro estoy en una estancia idéntica a la de la antigua casa, igual también a la estancia Beta. Literas en cada lado, pero en este caso hay una extra a la izquierda. Veo a Peter, y también a Noah, en la litera por encima de la suya. Y Miranda, enfrente de Peter, abrochándose un cordón de la bota. Soy yo, pero no lo soy: este es el equipo Alfa original.

¿Dónde están ahora?

—No lo entiendes —digo.

La voz de Rhys suena distinta saliendo de mi boca.

Peter menea la cabeza.

—¿Qué no entendemos, Rhys?

—Van a usarlo en la ciudad. He visto una simulación de ordenador.

Quieren que lo probemos en Cleveland.

Miranda se ríe de él.

—Eso es ridículo. Te das cuenta de lo loco que suena, ¿no?

Asiento.

—Sí, me doy cuenta.

Olive baja de un salto de la litera superior.

—No pueden obligarnos a hacer algo que no queremos. Fijaos qué fuertes somos ya.

Noah salta también de su litera y comienza una secuencia de estiramientos para preparar la misión de esta noche.

—Me parece que estás reaccionando en exceso —dice—. ¿Cómo sabes lo que viste?

Peter levanta las manos.

—Chicos, parad. Si Rhys dice que ha visto algo, es que ha visto algo.

Levanto las mías.

—Escuchadme. ¿Por qué creéis que estamos aquí? Quiero decir, ¿cuál es nuestro propósito?

Miranda se levanta.

—Rhys, baja la voz, por favor.

—No me digas lo que tengo que hacer —replico.

Miranda se encoge de hombros.

—Muy bien. Traeré a mi madre para que te diga lo loco que estás.

La detengo poniéndole una mano en el hombro. Primero se queda mirándola y luego levanta la vista hacia mí. ¿Por qué se comporta así? Buen plan: digámosle a su madre que he encontrado algo malo cuando lo que digo es que su madre es la responsable. Sus brillantes ojos verdes sostienen mi mirada sin titubear.

—Siéntate, Miranda —digo.

Noah se ríe desde el suelo, estirándose sobre su pierna extendida.

—¿Ahora das órdenes?

Peter es el único que me toma en serio. Y tal vez Olive, insegura y callada como siempre. Son demasiado confiados. Siempre lo han sido. Hemos vivido aquí durante años entrenando, aprendiendo a usar este poder que no entendemos. Yo no debía haber estado en el cuarto de los servidores, pero eso no cambia lo que vi. Todavía recuerdo el Titular:

PROYECTO ROSA / LIBERACIÓN DE ONDA PROYECTADA PARA LA CIUDAD.

Mínimo: Cuatro Rosas.

Y después, abajo:

Dos Rosas pueden cumplir eficazmente en ciudades más pequeñas. Se recomienda emparejar con el compañero. Pueden emparejarse los Rosas Uno y Tres. No se recomienda emparejar Tres y Cinco. No se recomienda emparejar dos del mismo clon. Rosas Dos y Cuatro pueden usarse en cualquier configuración.

Hago un ruego final a mis amigos.

—Nos adjudicaron números. El programa hablaba sobre la configuración en la que podríamos ser utilizados. Decía «liberación de ondas para la ciudad». Ya me diréis qué significa. Y decía que éramos clones. Olive casi se echa a reír.

—Clones, ¿eh? Ahí me pierdo.

Noah se levanta por fin, cruzando un brazo sobre el pecho.

—¿Me prometes que no bromeas?

—Las bromas de Rhys son por lo general creíbles —afirma Peter.

Respiro profundamente.

—Lo juro. Lo vi.

—Investiguémoslo —propone Noah.

—Probablemente entendiste mal, pero vale. Cuando se demuestre que eres idiota, tendrás que limpiar los baños los próximos seis meses.

—Trato hecho —digo.

Noah mira por encima de mi hombro y yo me vuelvo. La madre de Miranda está de pie en el umbral; levanta una de sus esculpidas cejas. Es bella, como su hija; aún no ha cumplido los cuarenta y solo unas pocas líneas en su rostro lo indican. Viste un impecable traje gris.

—Todo el mundo fuera —dice la señora North—. Quiero hablar a solas con Rhys.

—No sé, señora North —dice Noah.

La señora North pone los ojos en blanco.

—¿De verdad, Noah? Mueve el culo.

Se retiran inmediatamente: me he metido en un lío y lo saben. Quiero gritarles que se queden. Nadie percibe la gravedad de la situación y es culpa mía por no explicarlo bien.

Nos van a usar para herir a gente inocente. ¿Qué tal como explicación?

Pero dejo que se vayan. Permitiré que la señora North hable y entonces decidiré mi curso de acción. Hemos vivido confortablemente durante tanto tiempo que no los culpo por estar ciegos a la verdad.

—Rhys —dice la señora North.

Señala la mesa, sobre la que hay una partida de Monopoly a medio jugar.

—Toma asiento.

Me siento frente a ella, más cerca de la puerta y del arma que escondo en mi litera. La señora North es nuestra instructora de artes marciales. Nos enseña cómo usar una vara, una espada, nuestras manos o nuestros pies. Pliega sus manos delicadas y poderosas en la mesa; manos que yo he sentido muchas veces pero nunca amablemente. Siempre en el tatami, cuando me movía despacio y los golpes se frustraban, agarrándome por la cabeza o por el cuello. La señora North suspira y desplaza uno de los hoteles del Monopoly con el pulgar.

Siento que ninguna explicación que pueda ofrecerle será lo bastante buena.

Me humedezco los labios.

Ella asiente.

—Sí, ya lo veo. ¿Qué estabas buscando, Rhys?

—Algo a lo que no he tenido acceso durante todo el tiempo que puedo recordar. Hasta mis recuerdos más remotos son de esta Torre, de todos nosotros viviendo juntos. Y nunca me han explicado por qué. Ninguno de los padres lo hizo. Los otros. Saben que algo no va bien, pero temen mirarlo de frente. No quieren verlo.

—¿Qué estabas buscando, Rhys?

—La verdad —contesto.

Asiente.

—¿La encontraste?

—Sí. Nos está creando para que seamos armas. Podemos generar miedo de la nada, y apuesto que hay gente muy dispuesta a pagar por esa capacidad. Ustedes… ustedes han hecho copias de nosotros.

Decirlo me hace sentir tonto, pero lo digo en cualquier caso:

—Clones. Mi propio padre murió hace algunos años, pero otros padres se quedaron para ayudar a educarnos. Porque somos especiales, decían. Una familia.

—Te equivocas —dice la señora North.

—No, no me equivoco.

—Que sí —insiste—. No estamos clonándote. Tú eres el clon.

—¿Qué? No.

—Sí. Todos vosotros. ¿Miranda? ¿Quién crees que es? Mírame —ordena la señora North; sus ojos verdes están moteados de castaño y oro—. Mírame a la cara, Rhys. ¿Quién soy?

—No… —digo.

—Sí. Te fabricamos. Y podemos hacer lo que queramos contigo.

—¿Ahora qué pasa?

Hay una nueva tensión en los hombros de la señora North. Nunca he podido vencerla en combate individual. Solo en los últimos tiempos he conseguido defenderme de sus ataques.

La señora North se desabrocha la chaqueta de su traje.

—Voy a mantenerte custodiado y a privarte de tus dosis de memoria. Después de un tiempo olvidarás esto, y entonces podré devolverte con los otros. Tendré que hacer lo mismo con los demás. Por culpa tuya, Rhys. Por tu culpa. Vas metiendo las narices donde no debes y luego pasan cosas como esta.

Pienso en volver a como eran antes las cosas. Sin pistas. Con el mismo resultado: que nos usen como arma definitiva. Pero no puedo tolerarlo. No puedo permitir que me hagan olvidar.

La señora North se quita su elegante reloj de pulsera.

—Bien: ¿vas a venir conmigo o tendré que obligarte?

Ninguno de los dos se mueve durante un largo momento. La señora North parpadea. Me levanto de un salto y me lanzo hacia mi litera. Mi revólver está allí, debajo de la almohada. Aunque no nos permiten guardar armas en el dormitorio, yo tengo la mía. Oigo que la señora North se precipita hacia mí desde la mesa; la voy a tener encima en un instante. Deslizo la mano debajo de la almohada y siento la frialdad del acero. Mis dedos se cierran sobre el arma en el momento en que me propina un fuerte golpe en la nuca; mi visión se oscurece durante unos segundos. Me envuelven sus brazos, gira sobre sí misma y me lanza a través de la habitación. Aterrizo sobre la espalda, resbalando, pero la señora North no ve que tengo el arma. Apunto a su corazón y aprieto el gatillo; el retroceso hace saltar el revólver en mi mano: un orificio rojo se abre en su pecho. Da un paso más antes de caer sobre una rodilla; cubre el agujero de su blusa con una mano pero muy poco después el brazo cuelga inerte a un costado.

No pierdo tiempo. Me levanto y recojo los artículos que puedo necesitar. Me arrodillo junto a la señora North y le tomo el pulso. Su corazón late todavía. No acerté con mi disparo. Apoyo el cañón contra su sien, pero me resulta imposible disparar. No sé por qué. ¿Tal vez porque fue una madre para mí, y para los demás, todos esos años? Hasta siendo la madre más brutal que uno pueda imaginarse ayudó a criarme. Todo es falso, lo sé, pero no puedo. No puedo apretar el gatillo. El cañón deja un círculo rosa de piel quemada en su frente.

Entra un guardia propinando una patada a la puerta: empuña un fusil. Lo mato de un disparo entre los ojos. Cae en el umbral; la puerta se queda entreabierta.

Me levanto y le echo una última mirada a la señora North.

Entonces corro.

Más guardas caen ante mí, hombres sin rostro que han estado allí siempre pero con los que jamás he intercambiado una palabra. Mueren. En el despacho de la señora North encuentro más munición y una extraña banda metálica para la cabeza. Lo guardo todo en la mochila. Encuentro un paracaídas en el fondo de un armario junto con una buena cantidad de dinero en efectivo; estuches de dosis de memoria. Sin dejar de vigilar la entrada sigo metiendo cosas en la mochila hasta que está a punto de estallar. Solo a la señora North podía ocurrírsele guardar un paracaídas y dinero en efectivo por si era necesario huir. Tengo que acordarme de agradecérselo algún día, si sobrevive.

Cierro los ojos y los abro de nuevo.

1

Ahora estoy de pie frente a una ventana que se abre a una panorámica de la ciudad y del lago. Suenan disparos. La ventana estalla y salto al vacío a través de los fragmentos del cristal. El viento me alborota el pelo y el paracaídas tira de mí con fuerza cuando se abre. Olor a rosas.

Cierro los ojos.

1

Eres Miranda. No Rhys. Miranda. Soy Miranda.

Miranda North.

Pero al mismo tiempo soy Rhys. En el momento que abro los ojos una vez más me pierdo por completo. Estoy en un bosque. La base del equipo Beta anda por las cercanías: he visto las otras versiones de nosotros que se entrenan en la espesura. Son casi de nuestra edad, tal vez un año más jóvenes.

El doctor Tycast parece un tipo bastante decente. Me pregunto si tendrá oportunidad de advertir al equipo Beta sin que me maten. Los miembros de mi equipo Alfa son causa perdida: están en los bosques, dándome caza, ciegos a la verdad. Creen que estoy loco. Mis amigos se han vuelto contra mí a causa de una mentira. Van a utilizarlos. Los venderán para que maten. Y no hay nada que pueda decir o hacer que los convenza de ello.

—¡Rhyyyyyys! —alguien me llama. Se están acercando. Salto a una rama baja del árbol más próximo y empiezo a trepar. No importa si me matan. Lo que cuenta es lo que sucederá después de que lo hagan.

Hay solo una cosa que puedo hacer para salvarlos.

Espero entre las ramas durante una hora, tal vez más. Mantengo la respiración superficial por pura fuerza de voluntad. Entonces veo a Peter agachado bajo el árbol, ignorante de que estoy justo encima de él. Examina unos arbustos que hay junto al camino tan tranquilo como agua embalsada. Ahora es mi oportunidad. Me deslizo por la rama tan silenciosamente como puedo y me dejo caer al tiempo que empuño mi revólver. Aterrizo tras él agachado y me pongo en pie. Peter, que podría haberme creído. Peter, ecuánime con todo el mundo.

—Rhys —dice Peter sin volverse. Levanta las manos lentamente.

Le disparo en la parte trasera de la cabeza. El estampido hace huir a los pequeños animales que viven entre la hierba alta; oigo los ruidillos que hacen al escapar. Corro de nuevo. El bosque se espesa a mi alrededor; las ramas se me enganchan al traje. Hago el mismo ruido que un elefante atravesando la maleza. Salto por encima de un voluminoso arbusto y aterrizo en un claro. El cielo púrpura está salpicado de estrellas. Noah está allí, de pie, con la espada desenfundada.

—¿A quién has disparado? —dice jadeando.

—A Peter.

—¿Por qué, Rhys? ¿Por qué?

—Porque no voy a dejar que nos conviertan en monstruos. La señora North hará que lo olvidemos todo.

—No es así. Tienes que confiar en ella.

Empuña el fusil que lleva a la espalda; lo sostiene verticalmente, con el cañón hacia abajo.

Apunto el revólver.

—No lo hagas.

—¿Estás loco, Rhys? Ella nos dijo que estabas loco. Que tu cuerpo rechazaba las dosis de memoria.

—Oye lo que dices. Dosis de memoria. ¿Quiénes somos, Noah? ¿Por qué estamos aquí?

—Has matado a Peter.

Levanta el fusil pero con demasiada lentitud. Como si me estuviera dando tiempo o temiera disparar. Aprieto el gatillo, un orificio rojo se abre en su frente y se desploma entre la hierba. Ya no lo veo.

Olive sale a la carrera de la línea de árboles donde se escondía empuñando su espada. Me giro pero pierdo la pistola porque me la arranca de un mandoble. Lanza una patada y su grácil talón me alcanza en la nuez. Caigo entre la hierba luchando por respirar; el cuello me duele muchísimo. Salta sobre mí, gritando, con la espada levantada por encima de su cabeza. Mi propia espada se enreda en el cinturón, así que le propino un rodillazo que la aleja de mí gimiendo. La punta de su espada se clava muy cerca de mi cabeza. Sujeto su pierna y la derribo. Con una mano la agarro por la garganta y con la otra por la mano que empuña la espada, que golpeo contra el suelo. Una rápida torsión de los delicados huesos de su muñeca y la espada cae.

—Lo siento —susurro, apretando su cuello; los pequeños capilares de sus ojos estallan y deja de luchar. Aprieto un poco más. Hasta que muere. Empiezo a llorar. Lágrimas grandes, abundantes, lágrimas que caen sobre el traje negro de Olive. Pero ahora no pueden usarse para herir a nadie. Nadie hará que se olviden.

Me separo de ella arrastrándome, todavía llorando, y encuentro mi arma entre la hierba por pura suerte. Me pongo de pie y me paso el antebrazo por los ojos. Respiro espasmódicamente. Cuando los abro Miranda se yergue en el límite de la alta hierba. En su rostro se pinta una expresión resignada, triste. Ojalá pudiera decir algo para aliviarla.

—Te amo —dice.

Empiezo a llorar de nuevo; siento pinchazos en la cara, las mejillas me duelen. Pero continúo apuntándola, aunque el pulso me tiembla.

—No lo hagas —dice—. Te quiero, Rhys. Eres mi hermano.

¿Es eso exactamente lo que dice? ¿Me está manipulando? ¿Importa? No puedo confiar en ella. Vino con los demás.

—Enséñame las manos, Miranda.

Las levanta con las palmas hacia afuera y avanza en el claro. Oigo el difuso tableteo rítmico de las palas de un helicóptero en la lejanía.

—No te acerques más —digo.

Como es Miranda, hace caso omiso de mi observación y se acerca. Pronto estamos frente a frente. Mi determinación se hace pedazos cuando aparta mi arma y me envuelve con sus brazos. Su cuerpo tiembla contra el mío.

Tiene miedo de mí.

—Vuelve conmigo —dice contra mi hombro—. Ven a casa.

—No puedo.

—Lo siento, Rhys.

Saca el cuchillo que lleva a la espalda y me empuja al tiempo que me lanza un tajo lateral a la garganta. Lo bloqueo con el antebrazo; la hoja corta el traje, la piel, los músculos y choca contra el hueso. Dolor puro, abrasador. Apoyo mi pistola contra su esternón y aprieto el gatillo. Exhala de golpe. Me saco el cuchillo del brazo y la sostengo en su caída. La mantengo incorporada mientras ella me mira intensamente.

—Espero que estés en lo cierto —musita—. No lo creo, pero lo espero. Espero que tú…

—Sí —contesto.

—Entonces mátalos a todos.

Apoya su frente contra mi pecho y muere.

Ahora estoy verdaderamente solo, pero no me entristezco. No hay lágrimas porque la ira las ha abrasado, las ha evaporado. Con manos temblorosas la deposito en la hierba, junto a la única familia que he conocido.

Nos han creado para ser armas, y voy a enseñarles lo que sucede cuando las armas no se utilizan responsablemente.

Voy a matarlos a todos, tal como Miranda me pidió.

Salgo despacio del bosque.