Capítulo 25

Sus palabras no cobran sentido inmediatamente. Las repito en mi cabeza.

Los recuerdos. De otro.

Trasplantar. A tu cerebro. A tu cerebro.

—No —digo. Podría decir que «no entiendo» o preguntar «de qué hablas», pero lo único que consigo decir es «no».

Noah se acerca a mí.

—Explícate —le dice a Rhys.

Este levanta la mano con la palma hacia fuera, advirtiéndonos.

—A ver, no matéis al mensajero. Lo único que digo es que ya ha pasado por eso. No he dicho qué significa.

La sospecha y la malicia que vi cuando me sostenía la cara han desaparecido, por ahora.

—Qué significa entonces, dilo —exijo.

—No lo sé —contesta. Se vuelve y se acerca a la isla de su cocina—. ¿Quién tiene hambre?

—Te estoy hablando.

Se gira completamente y levanta las manos.

—¿Y qué tendría que decir? ¿Quieres que me invente algo?

—Una teoría estaría bien.

Tiene una expresión precavida, como si se reservara algo.

—Una teoría; muy bien. No creo que seas quien tú crees. ¿Te gusta eso?

—¿Quién soy, entonces?

Levanta las cejas, se vuelve hacia la cocina y dice:

—Menuda preguntita.

Me quedo allí de pie, con los ojos clavados en el suelo, pensando. Recuerdos trasplantados, recuerdos perdidos.

¿Y qué pasa si no soy la Miranda con la que crecieron?

Podría estar en una jaula en alguna parte, oculta. O muerta y enterrada. Yo podría ser un topo, infiltrado en el grupo para sabotearlo. Controlada por algo similar al tatuaje. Pero no, no tiene sentido: si hubieran querido utilizarme contra mi equipo Alfa, ya lo habrían hecho.

Me agarro a esa lógica como a un salvavidas.

Olive y Noah esperan frente a mí con expresión tensa. Sus rasgos se difuminan según mis ojos se llenan de lágrimas.

—Tú eres tú —dice Noah—. Te conozco. Lo prometo.

Asiento con un gesto. La expresión compasiva del rostro de Olive me da deseos de llorar más. No recuerda nada, pero se siente mal por mí. No merezco su compasión.

Me enjugo las lágrimas mientras nos dirigimos a la cocina; me obligo a endurecer el tono de voz.

—¿Es posible que no sea Miranda North?

Rhys se humedece los labios.

—Todo es posible.

—Chorradas —dice Noah—. Es Miranda.

—Noah, por favor —digo—. Déjame hablar con él.

Noah aprieta las mandíbulas y se detiene junto al ventanal.

Rhys lo mira levantando las cejas.

—Como iba diciendo: ¿existe alguna posibilidad de que seas otra persona? Quién sabe. Creo que de momento deberías centrarte en lo que tenemos que hacer —observa con una sonrisa dubitativa—: rescatar a tu amigo y destruir a los creadores. Y comerte lo que estoy preparando.

Me quedo sin habla un segundo y cuando la recupero las palabras salen bajas y frías, gélidas:

—No me interesa la comida, y deja de vacilarme de una vez. Peter está ahí, en algún sitio. La ciudad destrozada. Y tú dices que es posible que yo no sea Miranda North y encima finges que no importa.

Rhys guarda silencio durante un momento interminable.

—Piensa con lógica unos segundos, ¿de acuerdo? Tal vez podamos recobrar fuerzas y pensar entonces una forma de rescatar a tu amigo y de llevar a los malos ante la justicia. Eso sería aceptable.

¿Aceptable? No. Pero si Rhys tiene las respuestas hemos de atenernos a sus reglas.

Mira a Noah y hace un gesto, algo así como ¿pero tan ingenua es?

Noah hace caso omiso, ni siquiera le lanza una mirada de furia. Rhys se encoge de hombros y vuelve a la cocina.

1

Nos sentamos en torno a la isleta mientras Rhys termina la comida: añade pimienta molida y albahaca a una cazuela de salsa rojiza que cuece en un fuego; junto a él hierve una cazuela de pasta. Mi cuerpo siente hambre, pero la vista de la comida me pone enferma. Necesito moverme, no comer.

Rhys dice entonces:

—Lo siento, estaba preparando la comida cuando me asomo a la ventana y ¿qué veo? Pues a la ciudad entera yéndose al cuerno. Y noto un leve olor a rosas, lo que es mejor que una energía psíquica que huela como una mofeta, supongo.

Nadie se ríe. Rhys ni se inmuta.

—Me he estado escondiendo —comenta mientras filetea champiñones sobre una tabla de cortar— a plena luz del día, podría decirse: cuando hace dos años me escapé de la base original del equipo Alfa me metí en edificios abandonados; me habría quedado allí pero supuse que sería el primer sitio donde mirarían.

Le echo un vistazo a Noah, que había estado buscando a Rhys. Hace un gesto de asentimiento con la cabeza.

—¿Veis? Desde que me escapé he tenido controlados a los equipos Alfa y Beta. Puedo hacer cosas, claro, pero necesito ayuda si quiero asestar el golpe decisivo.

—¿Contra quién? —pregunto—. Una vez muerta la doctora Conlin, ¿quién es tu enemigo?

—Los creadores. Los que nos hicieron. Ellos tienen a tu Peter.

Las personas de quienes fuimos clonados. Cuando me caía de aquel edificio vi una imagen fantasma de mi creadora, la mujer que me entregó a Phil. No mi madre, sencillamente una versión más vieja de mí misma.

Advierto que Rhys está todavía armado con su revólver y su espada, como si no se fiara lo bastante de nosotros para dejarlos. No lo culpo, pero su historia tampoco me merece confianza, no hasta que todos los huecos se hayan llenado. Para empezar ¿no tendría que haber otras versiones suyas circulando por ahí? ¿Por qué el Alfa original tenía un Rhys, pero mi Alfa —y Beta— carecen de él?

—¿Dónde está Peter? —pregunto de nuevo apoyándome en el mármol. Noah rebusca algo en el frigorífico. Podría ser la última vez que lo pregunto antes de marcharme para averiguarlo por mi cuenta.

Rhys levanta la barbilla hacia la ventana que tengo a la espalda.

—No te gustará.

La ventana se abre a una panorámica de la ciudad.

—¿Qué?

—Está en el edificio más alto —dice Rhys.

El edificio más alto es Key Tower: un rascacielos de piedra del color habitual hasta la parte superior, donde la cubierta adquiere un tono blanco plateado.

—Mi antiguo hogar, donde viví y me entrené; bajo la cubierta plateada —su voz está apagada por los viejos recuerdos. Conozco la sensación.

Al sol, la cubierta de la torre es blanca, llena de picos. Parece algún fantástico palacio de hielo que alguien hubiera dejado caer sobre el edificio. No puedo apartar los ojos de ella mientras pienso si Peter estará entre sus muros en este preciso momento. Mientras pienso si contiene la respuesta a la pregunta que me abrasa la mente como un fuego.

¿Quién soy?

Hemos descansado poco pero ahora, tras la seguridad del cristal que permite ver la ciudad vacía, entiendo lo que me impulsa: quiero saber quién soy, no solo quien fui, y en qué podría convertirme.

Quién soy.

¿Es pedir demasiado?

—No tiene sentido —digo—. ¿Por qué atraer la atención sobre ellos mismos? ¿Por qué no realizar el ensayo en una ciudad donde no vivan?

—¿Atención? —dice Rhys—. ¿Cómo podría relacionar el gobierno, ni en un millón de años, lo que sucede por encima del piso 57 de ese edificio con lo que ha ocurrido hoy en la ciudad? Las aguas terminarán por volver a su cauce. No hay pruebas.

Se lleva un champiñón a la boca.

—Ocultarse a plena luz del día. Prueba completada. Los Rosas son un éxito.

Nos sirve pasta a todos y nos sentamos a la mesa de caoba próxima a la cocina. Me bebo un vaso de agua sin darme cuenta de la sed que tengo hasta que el líquido toca mis labios. Sentarse de esta manera, comer, no me parece bien. Peter está en algún sitio, solo, tal vez herido, ¿y nosotros nos sentamos a almorzar?

—Estás impaciente, lo sé —dice Rhys—. Iremos cuando caiga la noche. Tengo un plan que destruirá la cubierta y salvará a tu amigo.

—Pero los detendremos —dice Olive—. Detendremos a los que… a nuestros creadores.

Rhys frunce el ceño.

—Tal vez, si están allí. Al menos les haremos daño, los pondremos en evidencia ante el mundo. Y tal vez eso sea bastante para que podamos vivir el resto de nuestras vidas sin mirar permanentemente por encima del hombro.

Todo el rato una frase se repite en mi mente una y otra vez:

«Recuerdos trasplantados». «Recuerdos trasplantados». «Recuerdos trasplantados».

Rhys es el primero en acabar su ración.

—Queríais saber quién soy —dice. Saca el revólver de su cinturón y lo deja sobre la mesa con un ruido sordo.

—Yo sí —digo—. Y me gustaría también saber por qué nuestros ojos están cambiando de color. Y lo que dijiste sobre los recuerdos.

Rhys sonríe.

—Si hay suerte podré satisfacer las dos curiosidades al mismo tiempo, aunque puede ser que no os guste lo que os enseñe. En realidad, garantizo que será así.

—Podré soportarlo.

Al menos así lo creo. Intento recordar la última vez que dormí, una breve siesta en la celda. Después otra cabezada en la estancia Beta antes de venir a la ciudad. Mis párpados parecen de cemento. Miro el reloj de la cocina, son las 12:04. Hace algunas horas no había pasado aún nada malo; todavía estábamos juntos. Los muertos estaban vivos.

—De acuerdo, entonces —dice Rhys, apartándose de la mesa. Noah se tensa visiblemente ante el movimiento, pero le pongo la mano en el antebrazo y se relaja. Rhys se acerca a un armario empotrado cercano a la puerta, lo abre y saca una cinta para la cabeza. Casi como la que llevaban Tycast y Conlin para rechazar nuestras ondas, pero más gruesa, y rígida: mantiene sola su forma circular.

Señala el sofá y dice:

—Tiéndete ahí, por favor.

Estoy aturdida, pero supongo que las respuestas son inminentes. Me dirijo al sofá con paso ligero, deseando que mis pies pudieran sentir la mullida alfombra. Hace tanto que llevo puesto este traje que daría cualquier cosa por notar un poco de aire fresco sobre la piel.

Rhys se acerca al sofá con la cinta en la mano. Está hecha de un material color carbón que atrapa la luz de un modo extraño; parece temblar en los bordes.

—Antes dije que te habían trasplantado recuerdos.

—Sí —respondo.

Levantando la cinta explica:

—Lo hicieron con una de estas bandas. Los creadores tenían un plan desde el primer día para multiplicar nuestro número. El truco era captar nuestras experiencias, las de los equipos Alfa y Beta, y utilizarlas como plantilla para imprimirlas en las nuevas versiones que fueran fabricando de nosotros. Experiencias listas para usar destinadas a nuestros clones; copias de la misma persona con idénticos recuerdos. Básicamente un suministro inacabable de… nosotros.

—Exactamente nosotros —dice Olive en voz baja levantándose de la mesa.

La realidad de lo que Rhys acaba de decir pesa sobre nosotros como una losa. Intento imaginar otras copias de mí misma circulando por todas partes, idénticas no solo en cuerpo sino también en mente.

—Esta banda la robé de la Torre cuando me fui; del despacho de la señora North en persona.

Todo rastro de humor ha desaparecido de los ojos de Rhys. Noah y Olive se sientan en el otro sofá.

—¿Qué significa? —digo—. Para mí.

Rhys se encoge de hombros.

—Podría significar cualquier cosa, por ejemplo que ya te han arrebatado tus recuerdos para implantárselos a la siguiente Miranda o a cómo te llamen en este momento. Formé parte del equipo Alfa original. Conocí a Peter y a Noah, y a Olive.

Se dirige de nuevo mí:

—Y a ti, Miranda. Cuando escapé, copié mis recuerdos con la esperanza de que daría con gente de otros equipos; iba a tener que explicarme, que demostrarles la verdad. Ver es creer. Podría estaros hablando el día entero, pero no lo creeréis de verdad hasta que no os lo enseñe.

—¿El qué? —digo.

—La razón por la que tenemos que detenerlos. Por la que no podemos fracasar.

Olive apunta:

—Si los miembros del equipo Alfa original llevaban nuestros nombres, ¿por qué los miembros del equipo Beta tienen otros distintos?

Rhys se encoge de hombros y responde:

—Supongo que controlar distintos seres con el mismo nombre terminó siendo motivo de confusión. Si fracasamos y ponen en circulación otro equipo, el equipo Gamma, digamos, también tendrán diferentes nombres.

Dirigiéndose a mí, dice:

—Te conviene estar echada para esto.

Me tumbo en el sofá, expectante.

Duda.

—¿Qué? —digo.

—Molesta lo suyo.

—Aguantaré.

Confío en que así sea.

Me levanta la cabeza con suavidad, de modo muy diferente a la última vez que me tocó, y coloca la banda encima de mis ojos, impidiéndome ver a Noah y Olive. La banda metálica está helada al principio, pero se templa al contacto con mi piel.

—Relájate —dice la voz tranquilizadora de Rhys—. Relájate, Miranda —repite, mientras un millar de cuchillos se clavan en mi cráneo.