Hay una silueta detrás de Joshua.
Este levanta el cuchillo.
—Ha sido un placer conocerte, Miranda.
La figura se acerca. No lo miro directamente, por miedo a delatarlo. En la zona desenfocada de mi visión veo a Noah, mí Noah, que se pone el índice en los labios.
Intento sacar el cuchillo de mi espalda, pero otro relámpago de dolor me paraliza. Mi mano cae de nuevo a un lado. La sangre escurre por mi pierna, por dentro de la armadura.
Sin previo aviso Joshua se gira ciento ochenta grados sobre los talones, sus piernas se enredan formando una doble hélice y se cae, aunque no deja de blandir el cuchillo. Pero Noah está preparado. Esquiva las puñaladas, se pone detrás de él antes de que pueda resetearse, le agarra la cabeza por ambos lados y gira. No aparto la vista.
La sangre que martillea en mis oídos silencia el crac. Joshua se desploma, completamente laxo, no trata de recuperar el equilibrio: está muerto antes de golpear el suelo. Solo siento dolor.
Noah se vuelve, jadea.
—¿Estás bien?
Abro la boca y doy un paso adelante. El suelo se abalanza sobre mí a toda velocidad o yo sobre él. Probablemente lo segundo. Noah me sujeta y me ayuda a sentarme.
Suelta un grito ahogado, sé por qué.
—Oh, mierda —dice—. Vale, un momento.
—No está mal, ¿eh?
—No. Nada mal. Voy a sacarlo, ¿vale?
No espera a que le responda. Extrae el cuchillo y yo suelto un alarido, aunque lo sofoco enterrando la cara en las suaves escamas de su hombro. El alarido se convierte en un sollozo al fondo de la garganta. Una negrura absoluta angosta mi visión hasta que solo veo la cara de Noah, que examina la herida. Poco a poco, la oscuridad se retira. No me desmayo.
—Ya está —dice—. ¿Ves? La armadura mantiene la herida cerrada.
Ahora que ha sacado el cuchillo siento que el traje se estrecha.
Estoy sentada con la espalda contra un poste de teléfono, cerca de la furgoneta. El cadáver de Joshua yace a pocos metros. Quedan dos miembros del equipo Beta, además de Conlin y quienesquiera que sean los compradores, si asumimos que están en la ciudad para observar lo que sucede. Tengo la sensación de que ha pasado más de una hora desde mi enfrentamiento con Grace, pero apenas han transcurrido unos minutos. Aun así, estoy perdiendo el tiempo con una herida superficial: Peter y Olive siguen por ahí, seguramente solos.
Tengo que levantarme. No estoy desangrándome, podemos encontrarlos.
—¿Miranda? —dice Noah, y chasquea los dedos delante de mi cara.
—Estoy bien —contesto. Creo que lo estoy. El dolor… ¿remite?
Noah se acuclilla a mi lado y sostiene mi cara en el hueco de su mano.
—La armadura estaba cortada, pero ha vuelto a sellarse. Aguantará hasta que pueda darte unos puntos. ¿Serás capaz de levantarte?
—Tenemos que irnos —digo.
—Lo sé, lo sé. Intenta ponerte de pie.
Me apoyo en su hombro y me ayuda a erguirme. Me mareo, pero se me pasa. Me siento extrañamente bien.
Noah sonríe.
—Ahí estamos. El traje está forrado de analgésicos. Si estás herido, adormece la zona. Mola, ¿eh?
—Mucho —contesto.
Tengo la espalda entumecida y siento un hormigueo. Aunque el dolor haya cedido, tendré que recordar que he sufrido un corte profundo en la espalda que necesita puntos. Noah está muy cerca de mí. Le acaricio la mejilla, me coge la mano y la aprieta contra su rostro.
—Gracias. Me has salvado la vida.
—Qué va, lo tenías controlado —responde. Me mira a los ojos un instante más y ladea levemente la cabeza.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Nada. Es solo que tus ojos están distintos. ¿Te encuentras bien?
—Sí.
Sé a lo que se refiere, pero no tengo tiempo de preocuparme por eso. Quizá no estén más que inyectados en sangre y no se refiera al matiz rojizo del iris. Pensaré en eso cuando sepa que Peter y Olive están a salvo. Y cuando la ciudad no se desmorone a nuestro alrededor. El viento transporta gritos, un recordatorio cruel.
Se desprende a regañadientes de mi mano y camina hacia el cruce. Los cazas cruzan de nuevo el lago a baja altura. Las ventanas de los edificios vibran a su paso.
Hace un gesto para que me acerque; los analgésicos me calman lo suficiente para no cojear. Me reúno con él y examino las calles: hay vehículos abandonados por todas partes. Algunos tienen las puertas abiertas y están vacíos; otros, la parte delantera hundida, el conductor desplomado sobre el volante. El parabrisas de uno está manchado de sangre por dentro. Un perro se ha quedado atrapado en el asiento trasero de otro y olfatea a través de una grieta de la ventanilla. Una furgoneta volcada arde por la parte inferior. Un poste de teléfono está atravesado sobre la calzada. Hay cables que chisporrotean y bailan por toda la calle.
Noah señala en dirección este.
—Peter está por allí, más cerca que Olive. Tenemos que reunirnos y escapar antes de que llamen a la Guardia Nacional.
—¿Y qué pasa con toda esta gente?
—No lo sé, Mir.
Los rezagados se amontonan aún en la calle, entre nosotros y Peter. Empujan y se arremolinan, rebotan contra el borde del grupo principal sacudiendo las extremidades, solo para volver a emprenderla a empujones contra ellos. Lejos del río de gente un hombre se sujeta el brazo roto y tiembla. Alguien dispara una pistola tres veces y los gritos aumentan ahogando el eco de los tiros.
—¿Y si Peter está en otro sitio? —digo con voz débil. Me resulta difícil creer lo que ven mis ojos.
—Hay que probar. Vamos —contesta Noah. Se apresura calle adelante. Despego los ojos de la masa creciente para asegurarme de que Grace y Joshua siguen estando muertos. Lo están. Después echo a correr detrás de mi amigo.
Pocos metros más adelante me detengo.
—¡Noah!
Se para y se lleva las manos a la cabeza.
—¿Qué?
Vuelvo corriendo a la furgoneta y cojo el mapa donde se indican nuestras ubicaciones. Antes no me he fijado bien. El papel arrugado está en el suelo, junto al acelerador. Lo abro para comprobar nuestros nombres y en ese instante advierto algo más, justo en el centro. Una estrella rodeada por un círculo, sin indicación alguna. Noah está a mi lado, respira con fuerza.
—Enséñame tu mapa —digo.
—Yo, eh…
Aparto la mirada del papel. Se ha sonrojado.
—Tú, eh… ¿qué?
—Se me ha olvidado. Solo lo miré lo suficiente para encontrarte.
Idiota. Pero eso significa que ha venido a buscarme primero a mí. Si no lo hubiera hecho, estaría muerta.
Señalo la estrella mientras memorizo el mapa.
—Creo que Conlin y sus compradores están en la ciudad para presenciar esto en primera persona. Aquí mismo. Más cerca que Peter.
Noah me arrebata el mapa.
—Eso es Public Square.
Lo dobla y se lo guarda por dentro de la armadura, en la zona del cuello.
Echamos a andar otra vez; solo me paro a recoger los dos cuchillos que llevaba Joshua. Le lanzo uno a Noah y se queda pegado a su omóplato derecho.
Echa la mano hacia atrás, lo toca y sonríe.
Atravesamos juntos la pesadilla.