Capítulo 19

Primero entra Peter, Olive lo sigue. Me confunde lo bien que los tres desempeñan sus papeles, sobre todo Olive: está sentada en su cama con una expresión de perplejidad que soy incapaz de igualar.

Sus ojos vuelan de uno a otro. Su interpretación es mejor que la de todos nosotros, puede que demasiado buena.

Noah engancha un brazo a un montante de la litera.

—¿Qué hacemos ahora?

Peter se encoge de hombros.

—No sé. ¿Qué hacemos todas las noches?

Noah señala el tablero de damas.

—A alguien le gustan las damas. ¿Os animáis alguno?

—¿Y si nos presentamos? —propongo—. Me llamo Miranda North.

Noah se ríe:

—Noah East, ¿qué te parece?

Peter arruga la nariz:

—Peter West. ¿Puntos cardinales? No puede ser coincidencia.

Los chicos miran a Olive, sentada en la cama que está sobre la mía.

—Yo… me llamo Olive South.

—A lo mejor son códigos —dice Peter—. Quizá no sean nuestros auténticos apellidos. La doctora Conlin dice que esto es un centro especializado…

—Da igual —interrumpe Noah—. Ya he tenido bastante por hoy.

—Lo mismo opino. Me voy a dormir —digo. Conlin mencionó que quedaban unas horas hasta el amanecer—: Ya casi es de día y mañana nos someterán a no sé qué prueba.

Referirme a un ataque de pánico colectivo como prueba me da acidez de estómago. Me quito la ropa para quedarme con la armadura o el «estimulador cerebral» de Conlin.

—Por cierto, encantada de conoceros otra vez, chicos.

—¿Nadie opina que hay algo sospechoso en todo esto? —pregunta Olive—. Eso de despertarse todos juntos en un cuartucho enano…

Al principio pienso que se está pasando, pero luego me doy cuenta de que destaca sobre nosotros. Es por la pequeña arruga entre sus cejas; parece que va a echarse a llorar de un momento a otro.

Noah se golpea la armadura con los nudillos.

—Yo diría que sí, es sospechoso. Mira lo que llevo.

Olive no dice nada. Se limita a doblar las piernas sobre la cama y a cubrirse la cara con las manos.

—¿Estás bien? —pregunta Peter—. La doctora dijo que probablemente mañana recuperaremos nuestros recuerdos.

Asiente sin apartar las manos.

—Sí, solo necesito un minuto.

—Deberíamos dormir —insisto.

De repente se tumba dándonos la espalda. Durante un instante pienso que está enfadada porque he besado a Noah. Pero no, Olive es sensata. Sabía que era la única forma de pasarnos el vial.

—Sí —afirma Peter—, a dormir.

Se desviste también, pero no menciona la armadura. Supongo que nos han dado la misma explicación.

Noah me lanza una mirada sutil como preguntando si Olive está bien, pero no quiero arriesgarme a contestar, así que finjo no haberla visto. Me meto en la cama y me tapo hasta el cuello.

Peter me mira desde la litera de abajo. Durante los veinte minutos siguientes observo sus ojos abiertos en la oscuridad. Dejo entrever algo de mí cuando lo miro, de mi verdadero yo, no del que finge amnesia. Él me imita, pero no basta.

Noah ronca en la cama que está sobre Peter. No oigo a Olive. El silencio y la espera están matándome; no puedo quedarme aquí tumbada sin más.

Unos minutos más tarde simulo despertarme. Pongo los pies en el suelo silenciosamente, desde el talón hasta los dedos y camino de puntillas hasta el baño. Me repito que mi intención es estar sola, beber algo, estirarme, pero sé que lo hago porque Peter me seguirá. Un riesgo estúpido, solo para hablar con él. Lo necesito.

Quizá me califique de imprudente. Quizá no me reconforte. No debería necesitarlo para eso, no si soy tan fuerte como ellos. Y se supone que lo soy.

Varios servicios se alinean en la pared de la derecha. Entro en el último, justo antes de las duchas. Pasan unos minutos. En la tenue luz apenas veo el agua de la taza. Reina un silencio absoluto, tanto que oigo mi pulso. Hasta que me vuelvo: Peter está en el compartimento.

—¿Qué haces? —susurro—. Seguro que te han visto entrar.

Aunque estoy aquí porque sabía que me seguiría.

—No me importa —dice.

Nos miramos. Alargo el brazo en la oscuridad y apoyo la mano en su hombro.

—Tengo miedo, Peter. Tengo miedo de que no seamos capaces de detenerlos.

No intenta animarme. En lugar de eso me atrae hacia sí. Apoyo la cabeza en su pecho y lo abrazo, y él apoya la barbilla en mi cabeza. Me sujeta en sus brazos durante un rato.

—¿Qué pasa si fracasamos? —pregunto.

—No lo haremos —la voz le reverbera en el pecho.

Me separo lo suficiente para mirarlo a la cara, sus brazos continúan rodeándome, uniendo nuestras mitades inferiores.

Acaso esta noche sea el último instante en que pueda hablar con él. Estar a solas.

Quién sabe qué sucederá mañana o si saldremos de esto de una pieza. Ni siquiera sabemos quién es nuestro verdadero enemigo.

—Mirand… —empieza, pero lo beso antes de que pronuncie la última sílaba. Su boca se abre a la mía; lo que dije sobre besar suavemente no se aplica ahora. Entierra una mano en mi pelo para acercarme a él y aprieta la otra contra la parte baja de mi espalda. Coloco los brazos alrededor de su cuello. Me separo un segundo para tomar aire, pero su boca se niega a soltarme. Sus dedos encuentran la costura de mi traje, que se abre espalda abajo. Aparta los labios y me besa la mandíbula. Luego la garganta. Me arranca parte del traje dejando al aire la clavícula izquierda, que besa hasta llegar al hombro. Cada centímetro de mi piel arde, como si me hubiera tragado una brasa y estuviera consumiéndose lentamente en mi estómago. Peter regresa a mi boca, esta vez me besa con dulzura, con calma, roza sus labios contra los míos.

Una ola de culpa rompe en mi interior, es algo casi físico, doy un paso atrás. Me siento culpable por Noah. Es absurdo. Nos besamos en el lago por necesidad. No significa que esté comprometida con él.

Peter me sostiene la mirada:

—Aún lo amas.

—No —susurro.

—Sí. Lo veo.

—No, Peter. ¿Cómo podría? Ni siquiera puedo perdonarlo.

—Sí puedes. Está sucediendo ahora mismo, lo veo.

Apoyo las manos en sus hombros y las deslizo hasta que se ahuecan a ambos lados de su cuello.

—Peter, no me acuerdo de nada. Hubiera lo que hubiera entre nosotros, ha desaparecido.

Expresarlo en voz alta no hace que sea verdad, como deseaba. No ha desaparecido, ha cambiado, tanto que Peter… ¿Se interpondrá siempre entre nosotros?

Dejo que lo asimile.

—Ya veremos. Tycast dijo que era improbable que lo olvidaras todo, independientemente de cuánto pasaras sin tomarte tu dosis. Con el tiempo, puede que la parte de ti que aún lo quiere regrese.

Quiero negar también eso, pero soy incapaz. Pese a la rabia que siento hacia Noah cuando lo veo, algo hace clic dentro de mí. Como cuando uno contempla una vieja fotografía y recuerda los olores y los ruidos, aunque el momento exacto sea una mancha borrosa.

Quizá esa es la razón por la que Peter dijo «no» la primera vez que le pregunté sobre si recuperaría mis recuerdos: no quiere que recuerde lo que sentía por Noah. Insistió en que se negaba a alimentar mis esperanzas, pero podría haber más. También es posible que yo esté dándole demasiadas vueltas al asunto.

Su pulso se acelera bajo mis palmas.

—¿Alguna vez… ha habido… algo entre nosotros? —pregunto.

Niega con la cabeza.

—Solo por mi parte. Siempre has sido la chica de Noah.

—No quiero serlo.

Se queda callado.

Me inclino hacia él, reposa sus labios en mi frente.

—No permitas que esto te distraiga —dice—. Necesito que mañana estés al cien por cien.

—Lo estaré.

—No debería haber venido.

—No, Peter…

—¿Qué?

No se me ocurre nada que decirle.

—Tenemos que dormir —dice él.

—Lo sé.

Entonces se marcha, pero me deja su olor. Siento sus labios en mi garganta.

Tomo asiento en el inodoro e intento imaginarme a la chica que era hace unos días.

1

La doctora Conlin nos despierta unas horas más tarde. Yo entro y salgo de un sueño, un sueño vívido de los labios de Noah bajo el agua. Las manos de Peter deambulando por mi cuerpo desnudo. Una ciudad en llamas, pánico, ruinas. Muerte. Una parte de mí se siente avergonzada por permitirme la distracción. Con memoria o sin ella, me han entrenado para ser mejor que esto.

Conlin nos ordena que nos sentemos a la mesa y parpadeamos para librar a nuestros ojos del sueño. Los demás tienen un aspecto horrible, como si se hubieran pasado la noche boxeando en lugar de dormir. Olive también, aunque parece un poco más triste quizá.

No sé cuánto más podré fingir, me provoca picores, gusanitos bajo la piel, pero no podemos actuar hasta que salgamos de este edificio y conozcamos la ubicación del equipo Beta.

Conlin se levanta las gafas por encima de los ojos.

—Ahora quiero que hagáis una breve prueba antes de continuar con el experimento. Es probable que recuperéis vuestros recuerdos y sé que estáis impacientes, pero tenemos que centrarnos.

Quiero fulminarla con la mirada por referirse al ensayo como un experimento, pero conservo la expresión apacible. Como sobre un telón de fondo resurgen las imágenes de mis pesadillas, siempre detrás de la pose y la cara que le reservo a Conlin. La gente corre, grita, muere. Las piezas de su prueba van encajando según hablamos, pero estamos encerrados aquí, indefensos. Esperando. Aparto las imágenes.

—Nos vendría bien un poco de café —dice Noah.

Conlin le obsequia una sonrisa amable.

—El desayuno está en camino. Ahora quiero que os concentréis en el espacio detrás de vuestros ojos, justo detrás. ¿Podéis hacerlo?

Mantengo la expresión de alarma al margen, a duras penas; Conlin no lleva ni cinta protectora ni casco. Significará que ha desarrollado cierta tolerancia a nuestras ondas, como Tycast. Peter y Noah se cuidan de conservar sus rostros carentes de expresión. Olive frunce el ceño, confundida.

—Concentraos en esa zona —repite Conlin—, imaginaos que la relajáis. Ahora imaginad que se calienta y se expande. ¿Sois capaces de eso? Expandidla más, en esta habitación. Es posible que os duela la cabeza, pero os aseguro que es completamente normal.

Lo hago. Las ondas brotan. El dolor familiar vuelve, se empequeñece hasta que me atraviesa el cráneo y luego crece. El aroma a rosas es inmediato. Conlin aprieta los labios en una sonrisa: sin duda está incómoda. Parece que tiene que asegurarse de que podemos desatar el pánico antes de mandarnos a un espacio abierto.

Olive se hunde los dedos en las sienes.

—¿Qué es esto? Duele.

—Ya es suficiente —dice Conlin—. Lo siento, podéis parar.

Parpadea un par de veces y se lame los labios.

—Muy bien. Sentíos libres para arreglaros y comer, después continuaremos con el experimento.

—Eh… ¿doctora? —dice Noah.

—Dime, Noah.

—¿Qué narices acaba de pasar? ¿Por qué huele a… flores?

Conlin mira su cuaderno.

—Por favor, tened paciencia. Entiendo que son momentos difíciles para vosotros. Pero debéis esperar un poco más. ¿Podréis hacerme ese favor?

Conlin solo tiene que mantenernos a raya hoy. En cuanto nos muestre a los compradores, podrá encerrarnos hasta que nuestros tatuajes estén listos: entonces seremos como el equipo Beta. Preparados para ser vendidos y utilizados con propósitos viles.

Controlados.

—Claro, doc —dice Noah.

Ella sonríe de oreja a oreja.

—Bien. El experimento será así, pero a lo grande. Pensad a lo grande. Cuanto más empujéis, mejor dejaréis que fluya y mayor será la posibilidad de recuperar vuestros recuerdos. Cuando llegue el momento, dadlo todo.

«Pensad a lo grande», dice. «Dadlo todo».

Conlin se marcha. Nos turnamos para ducharnos. Me seco y espero en la ducha hasta que entra Olive.

—Vaya, perdona —se disculpa.

—No pasa nada.

Gesticulo: «¿Estás bien?».

Se queda helada. Abre la boca y yo pongo el índice sobre los labios.

Olive se encoge de hombros.

Pasa por delante de mí y entra en la ducha.

Permanezco un minuto entero enrollada en la toalla, preguntándome por qué no me ha guiñado un ojo o ha asentido con la cabeza o algo. Después me pongo una armadura limpia que no consigue aplacar la frialdad de mi piel. No sé qué habré hecho para que Olive esté tan rara, pero ahora no puedo averiguarlo.

Desayunamos en silencio; no queremos arriesgarnos a meter la pata mientras nos vigilan. Olive sigue en la ducha, yo trato de darle a entender a Peter que algo va mal con ella, pero no puedo comunicárselo solo con los ojos. Escribir una nota sería como izar una bandera roja para quien nos observe a través de las cámaras. La tensión aumenta. Quiero gritar y destapar esta farsa. Sigo sin poder creerme que fui al baño para que Peter me siguiera. Podrían habernos devuelto a la celda y habernos negado, esta vez de verdad, nuestras dosis de memoria.

No tenemos un plan todavía, ninguna forma de evitar que el «experimento» se lleve a cabo. Porque no hay manera de saber dónde nos estamos metiendo. Van a utilizarnos a todos, por tanto nuestro primer objetivo es ponernos de acuerdo. Me es imposible saber cuánto nos distanciarán, porque ignoro qué alcance tienen nuestras ondas.

Reagruparnos es decisivo. Una vez reunidos, hallaremos la forma de localizar al equipo Beta.

A no ser que sea demasiado tarde. Las ondas del Beta podrían haber arrasado la ciudad para entonces. Tycast mencionaba en mi recuerdo que después de un tiempo de exposición la energía vuelve loca a la gente… ¿Cuánto tiempo?

Me muerdo el interior de la ya tan mordisqueada mejilla y saboreo la sangre con la lengua. Garabateo rápidamente en un papel Encontrar una forma de reunirnos y le doy unos golpecitos. Noah lo ve. Peter se acerca y lo mira. Noah coge el lápiz y…

Conlin regresa. Se ha quitado la bata blanca, viste más informal.

Nos sonríe lo más sinceramente que puede.

—¿Cómo os sentís? —pregunta mientras cubro el papel con la mano y lo estrujo formando una bola.

«Que cómo nos sentimos», quiere saber. Por fuera somos de alabastro, pero por dentro…

—Bien —contesta Peter.

—Genial. ¿Preparados para poneros en marcha?

—Listo —afirma Noah.

La tristeza de sus ojos me traspasa.

Olive no mira a nadie.

Nos levantamos a la vez y Conlin nos guía fuera de la habitación.