El deseo de hablar con ellos me corroe como el hambre. No podemos quedarnos aquí sentados sin más; si queremos estar convincentes, debemos dormirnos y despertar cambiados. Así me ocurrió a mí.
Peter se frota la sien y consigue parecer triste. Tengo que recordar que estamos actuando, tenemos un plan.
—Perdonadme —dice.
—¿Por? —pregunta Noah.
—Os he fallado.
—Calla —interviene Olive—, no te eches la culpa. No la tienes.
—Van a borrar nuestra identidad —añade Peter meneando la cabeza, con la mirada perdida.
—Que hagan lo que les dé la gana —digo.
De nuevo se hace el silencio.
Me dispongo a efectuar el primer movimiento.
—No deberíamos alargar esto más. No nos queda mucho tiempo… yo me voy a dormir. Me dormiré y cuando despierte todo me dará igual. Ya haremos recuerdos nuevos.
Noah lucha por no sonreír. Me acerco a cada uno de ellos. —Peter, Olive y Noah— y les beso en la mejilla. Después camino hasta el extremo opuesto de la celda. Me tumbo dándoles la espalda y subo las rodillas hasta el pecho.
¿No os lo imagináis? Me quedo dormida.
La puerta de la celda se abre y me despierta. Ruedo sobre la espalda y parpadeo deslumbrada por el fluorescente, todo lo aturdida que puedo, apoyándome sobre un codo. No tengo que fingir demasiado. A pesar de que no hay ventanas siento que aún es de noche. La puerta de la celda se ha abierto: no hay nadie.
Es hora de convencer a todo el mundo de que no recuerdo nada.
Resulta difícil, teniendo en cuenta el batiburrillo de emociones que corretean por mi interior. Tantas cosas que considerar, de las que preocuparme, y yo tengo que simular que nada en el mundo me importa.
Despacio, pieza a pieza, mi mente se despeja. Pienso en nosotros, encerrados aquí tras las líneas enemigas, pero lo desecho. Pienso en la gente de la ciudad, en el terror que pronto experimentarán y me deshago de esa imagen. Pienso en Peter y Noah. En lo que sienten por mí y yo por ellos. Me fuerzo a olvidar. Por último me pregunto si recuperaré mi amistad con Olive. Pero también tacho eso.
Dejo que mi mirada vague por la celda, observo a los demás mientras trato de borrar toda expresión de mi rostro. Añado un leve fruncir de ceño, como si tratara de resolver un rompecabezas. El ruido de tacones resuena en el corredor. Entra una mujer asiática de pelo negro hasta la barbilla y flequillo; lleva unas gafas de pasta negras y una bata blanca como la del doctor Tycast.
Me siento.
—¿Dónde estoy?
La mujer sonríe:
—Hola, Miranda. Soy la doctora Conlin. Habéis sufrido un accidente. ¿Te acuerdas?
—¿Qué accidente?
Peter y Noah me miran como si no me hubieran visto nunca. Olive se frota un ojo con cara de sueño.
—¿Cómo sabe mi nombre?
La doctora Conlin se humedece los labios. Los soldados no la acompañan.
Los demás ponen sus mejores expresiones de perplejidad y leve desconcierto.
Noah se apoya en la pared para levantarse.
—¿Dónde estamos? —pregunta.
Conlin alza las manos.
—Tranquilos. Os explicaré todo a su debido tiempo. Empezad a contarme qué recordáis.
Cierro los ojos. Los abro. Niego con la cabeza.
—Nada.
Conlin asiente y me ofrece su mano:
—Acompáñame.
Paso por delante de los demás con cautela, como si temiera que fueran a arremeter contra mí. La puerta de la celda se cierra y empiezo a sudar por todos los poros de mi piel. Me siento muy sola sin mis amigos. Desnuda, expuesta.
—¿Adónde vamos? —pregunto.
Intento rememorar mis sentimientos en el centro comercial, pero son demasiado borrosos. Había confusión, pero también aceptación. Puedo fingir eso.
Conlin me lleva de vuelta al despacho donde no hace mucho mis amigos estaban de rodillas. El débil olor del disparo sigue en el aire. Señala la silla situada delante de la mesa; me siento y me retuerzo las manos sobre el regazo. Me detengo, acaso sea un gesto demasiado prototípico. No quiero llamar la atención pareciendo demasiado nerviosa.
Conlin se sienta tras la mesa y junta las manos sobre el tablero.
—Habéis sufrido un accidente traumático, Miranda. Tus amigos y tú.
—¿Qué sucedió?
—Los cuatro estáis en estas instalaciones para someteros a un tratamiento especial. Padecéis un extraño trastorno de memoria y hemos logrado curarlo con una serie de dosis que tomáis a diario. Intentamos aumentar la potencia, pero el proceso fracasó. Vuestros recuerdos se han borrado. Es probable que vuelvan en cuanto regresemos al antiguo tratamiento.
Vale, ¿qué tendría curiosidad de saber ahora? Vuelvo la cabeza para mirar la puerta por donde hemos entrado.
—¿Conozco a esa gente de ahí? ¿Los dos chicos y la chica?
Conlin asiente. Asiente con gravedad; me lo vende igual que yo se lo vendo a ella.
—Sí. Son tus amigos. Quiero que estés tranquila. Lo arreglaremos.
La facilidad con la que miente me asombra. Lo hace sin esfuerzo, como si creyera realmente lo que dice. Es tan convincente que consigue trastornarme un poco. Lo único que le falta a su mirada es algo de calidez.
Respiro hondo.
—Estoy tranquila.
Vale, así que son amigos míos. ¿Mis padres no tendrían que estar aquí? Bajo la vista, abro mucho los ojos para simular que acaba de ocurrírseme algo.
—¿Dónde están mis padres?
La doctora Conlin suspira.
—Me temo que fallecieron cuando eras pequeña. Desarrollaste el trastorno poco después. Lo siento.
—Está… bien. No es que me acuerde.
Me muevo intranquila en la silla, siento que mi armadura se flexiona conmigo.
—No. Aún no.
Me subo la camiseta dejando el traje a la vista.
—¿Qué narices es esto? —pregunto golpeándome el estómago con el puño—. ¿Es una armadura?
Conlin parece estar preparada también para eso.
—No exactamente. Es un traje que produce pequeños impulsos eléctricos para estimular tu actividad cerebral. Así funciona el cerebro. Es como un ordenador orgánico que necesita electricidad. En lugar de llevar un engorroso y pesado casco, empleamos el traje como conductor.
Compongo una expresión de sorpresa.
—¡Guau! ¡Tecnología punta!
—Sí —contesta Conlin con una sonrisa. Se ha tragado otra mentira—: Queremos que recuerdes todo cuanto puedas.
Dejo vagar la mirada por las estanterías de libros y la clavo en una plantita verde que hay sobre la mesa.
—¿Y ahora qué? —pregunto.
Conlin da una palmada y se reclina en la silla.
—Ahora hablaré con tus amigos y les explicaré la situación uno por uno. Debemos llevar a cabo una pequeña prueba para ver si podemos «reiniciar» vuestros recuerdos.
—¿Qué clase de prueba? —quiero saber.
El ensayo. ¿Qué otra cosa iba a ser? Ya no me importa que me utilicen para su pequeña prueba; si nos ponen cerca del equipo Beta podremos neutralizarlos antes de que alguien resulte herido. Intento reprimir toda expectación de mi cara, las ansias que siento de quebrar esta fachada y luchar.
Conlin saca una jeringuilla del cajón del escritorio. Está llena de un líquido pajizo. Lo primero que pienso es que nunca me he alegrado tanto de ver una aguja. Me pregunto entonces si tiene realmente el aspecto de una dosis de memoria. Podría ser el primer paso para cambiarnos, para convertirme en Grace. Es posible que Conlin no se haya creído ni un poco mi pequeña interpretación.
—Es complicado —dice—. Por la mañana hablaremos de eso. Ahora tengo que ponerte esta dosis.
—¿Para qué es?
Todo lo que sé es que podría dejarme sin sentido el tiempo suficiente para despertarme con un tatuaje en la parte superior de la nuca. Tengo que arriesgarme si quiero continuar.
—Un agente anti-rechazo para el compuesto que utilizamos. Es un poco técnico.
—Vale.
Conlin rodea la mesa, me desinfecta el brazo con un algodón y me clava la aguja. Siento el pinchazo y la presión cuando empuja el líquido en mi vena. Espero desmayarme, pero no lo hago. Saca otro pedazo de algodón del bolsillo de su bata y me ordena sujetarlo sobre el pinchazo.
—Ya está —dice—. Dirígete al final del corredor. A la última puerta de la derecha. Nos veremos dentro de unas horas, cuando salga el sol.
Me levanto y voy a la salida. No me siento distinta. Solo las preocupaciones habituales que pugnan por hacer acto de presencia y amenazan con revelarle a Conlin la verdad.
—¿Miranda? —dice la doctora.
Me vuelvo:
—¿Sí?
Está sentada en el borde de la mesa, con la jeringuilla vacía en la mano.
—¿Recuerdas tu apellido?
—North —contesto.
Sonríe:
—Perfecto. Buenas noches.
Camino por el largo corredor blanco. Despacio. Como si no acabara de encontrar el equilibrio o estuviera confundida, quizá. Un amnésico reciente no anda con decisión y confianza. Hay puertas a ambos lados del pasillo. Siento un fuerte deseo de descubrir qué ocultan, pero sigo avanzando. Oigo que Conlin abandona el despacho y abre de nuevo la puerta de la celda en busca de quienquiera que sea el siguiente. No miro atrás, tengo miedo de que mi rostro me delate.
Abro la última puerta de la derecha convencida de que me toparé con Grace y Tobías o quizá con las versiones alternativas de Noah y Olive. Ni siquiera sé cómo capturaron a mis amigos ni cómo Noah consiguió esconderse los viales en la boca. Quién sabe cuándo volveremos a estar solos, lejos de ojos y oídos que vigilan nuestros movimientos. Fingir tampoco nos dará esa oportunidad. Estarán encima de nosotros hasta que nos liberemos.
En lugar de a Grace y a Tobías me encuentro con una habitación idéntica a la que era mi hogar. Hay literas a ambos lados y una mesa en el centro sobre la que reposa un tablero de damas en vez de uno de ajedrez. En la pared opuesta se alinean una nevera y varios armarios.
Me quedo de pie en la sala, sintiéndome como una extraña. Es perfecto: si alguien me observa pensará que estoy confundida, que ignoro cuál es mi cama. Sobre la litera de mi izquierda hay unos calzoncillos: descartada. La cama de abajo a la derecha era la mía en casa. Me quito los zapatos y me tumbo.
Observo la puerta esperando que Grace se precipite en la estancia y me grite por ocupar su cama. No tengo ni idea de dónde estarán los clones; lo mismo vigilándome. Ese pensamiento me da escalofríos. Prefiero imaginarme a mi equipo escuchando el discurso de Conlin, asintiendo ante sus mentiras y aceptando cada palabra como hechos.
Me paso la lengua por los labios: me acuerdo de mí misma besando a Peter y a Noah en la celda. Recuerdo lo que sentí. La verdad es que no tengo tiempo para sentir, no hasta que seamos libres. No hemos evitado el ensayo. De momento prevén utilizarnos para eso.
Por desgracia, eso no evita que trate de descodificar el modo en que me miraron Peter y Noah.
Me coloco el pelo, me doy la vuelta y agarro la almohada con tal fuerza que me duelen las manos. El beso de Noah. El beso de Peter. No debería pensar en eso ahora que estamos tras las líneas enemigas.
Céntrate, North.
Respiro hondo, dejo que mi mente se relaje. Cuando logro alcanzar cierta comodidad la puerta se abre y entra Noah. Se detiene en el umbral y contempla la habitación igual que he hecho yo.
—Esto es genial —dice—. ¿Qué cama es la mía?
—No sé. Quizá esa —contesto, y señalo la de arriba a la izquierda. Peter ocupaba la de abajo y yo me ciño a la teoría de que algunas cosas serán similares.
Noah pasa por delante de mí y se acerca a los armarios.
—Eh, mira esto —dice.
Me levanto y me sitúo detrás de él. Me entrega varias fotografías. En la primera Grace juega al baloncesto con Tobías e intenta encestar por encima de él a pesar de su gran estatura. Suelto una risita nerviosa.
—Me gusta el baloncesto, ¿eh?
—Supongo —dice Noah, y pasa al cajón siguiente.
La segunda muestra al clon de Noah y al de Olive dándose un beso en la boca. Son iguales que mis Noah y Olive, salvo porque la copia de él lleva el pelo algo más largo y no rapado casi al cero.
—Parece que tienes novia —digo.
Noah me la arrebata y la mira de hito en hito.
—Vaya.
No hay manera de saber si es mentira o si el otro Noah está de verdad con la otra Olive.
En la siguiente se ve a los cuatro miembros del equipo Beta, uno junto a otro con los brazos sobre los hombros.
—Así que somos amigos —afirma Noah, y me devuelve la foto.
—Eso parece.
—Bien. Sonreímos. Eso es bueno —suelta unas risitas, y se encamina hacia su cama—. Estaba empezando a sentirme como un preso.