Elegir.
La estancia se tambalea, me agarro a los brazos de la silla.
En cuanto a técnicas de persuasión, esta es bastante horrible. He dejado claro que da lo mismo lo que nos hagan, no colaboraré. Si no creyera, sin embargo, que va a matar a uno de ellos, mi corazón no martillearía de este modo. Mi boca no estaría seca y no me sentiría como si fuese yo quien tiene una pistola en la sien.
Grace ha dicho que solo necesitan a siete, pero eso no significa que estén dispuestos a destruir algo tan valioso como un Rosa. Tengo que convencerme de eso.
Se levanta y se inclina; las yemas de los dedos sobre la mesa.
—Acepta ayudarnos. No podemos fiarnos de tu palabra sin más: tendrás adiestradores. Si cooperas, les perdonaré la vida.
—No aceptes —dice Peter.
Grace lo ignora.
—Levántate, Miranda. Contémplalos.
Sostengo su mirada un instante más, todo lo que me atrevo; luego me yergo y doy media vuelta. Peter y Noah están de rodillas: fusiles de asalto apuntan a su nuca. Ambos consiguen sonreírme. Me llena de fuerza y algo más… algo cálido. Me mantiene en pie.
—Deberías elegirme para que me mataran —dice Noah—. Peter es el líder.
Habla sin darle importancia, como si estuviera sugiriendo qué beber y no a quién matar.
—Oh, por favor —interviene Peter con el mismo tono neutro—. Amas a Noah. Si eliges que muera él, te arrepentirás toda la vida.
Noah gruñe.
—¿Bromeas? Os he visto cogiditos de la mano. He sido testigo de esa mierda. Me odia por lo que le hice.
—No te odio —replico.
No sé lo que siento, pero no es odio. Los dos soldados son como estatuas. Me encaro con ellos:
—Os recuerdo, aunque no os vea las caras.
El que está detrás de Peter ladea la cabeza como un perro.
—Tienes cinco segundos —advierte Grace.
Me giro.
—Estoy segura de que tengo más. No nos mataréis.
Peter y Noah ocultan su miedo; yo tengo que hacer lo mismo. Puedo contenerlo con la razón. Los creadores no ganarían nada matándonos. Están a punto de apoderarse de cuatro tablas rasas. Es lógico. No renuncias a un arma tan valiosa para forzar a alguien a colaborar. Tienen otros medios.
Aun así…
Los ojos de Grace albergan un brillo extravagante, un resplandor de locura.
Me equivoco. Va a hacerlo.
No les importa quién viva ni quién muera mientras dispongan de siete Rosas para el ensayo.
Los rostros de Peter y Noah no se han descompuesto, pero esta vez no me reconforta. «Dadme una señal», pienso. Hacedme saber que hago lo correcto, que todo irá bien. No me obliguéis a elegir.
—De acuerdo, yo decidiré —afirma Grace a mi espalda—. Matad a Peter.
Este cierra los ojos. Noah deja caer la cabeza. Me giro dispuesta a saltar por encima del escritorio de Grace, que me apunta con una pistola.
A mis espaldas un soldado dispara.
Es un sonido horrísono en el pequeño despacho. En mi interior todo se muere y se pudre. Debí haber elegido. Habría elegido.
¿A quién?
—Ojalá recordaras siempre este momento —declara Grace.
Estira la barbilla para señalar a los chicos. Me vuelvo. Peter tiene los ojos cerrados. El humo se arremolina alrededor de su cabeza. En el suelo, junto a sus rodillas, hay un humeante agujero de bala.
No le han matado. El alivio galopa por mi cuerpo, pero mantenerme de pie me resulta más difícil que antes. Alargo el brazo y me apoyo en el respaldo de la silla.
Peter abre los ojos: su mirada feroz y exenta de lágrimas revela un atisbo de su verdadera personalidad. Pura fuerza animal. Nunca ha tenido un miedo que ocultar.
—Lleváoslos a la celda —ordena Grace. Los soldados tiran de Peter y de Noah para levantarlos y los empujan bruscamente hacia el corredor.
La chica resopla y se deja caer en la silla.
—Ahora esperaremos.
Los de negro me sacan de la sala segundos después pero nuestros ojos siguen enganchados.
Su locura no ha desaparecido. No aparto la vista hasta que la puerta se cierra.
Tatuaje o no tatuaje, me prometo que la mataré antes de que esto termine.
Nos vuelven a arrojar a la celda. Me quedo en una esquina, lejos de todos y escucho cómo mi pulso se ralentiza poco a poco. En mi cabeza el disparo se repite una y otra vez. Me duelen los oídos y me siento como si me hubieran rellenado de cemento.
Noah se acerca a mí por detrás. Me agarra del hombro y me gira hacia él. Con un dedo me levanta la barbilla. Abro los ojos.
—Has hecho lo correcto —dice—. Nunca nos matarían.
Se inclina hasta que nuestros labios casi se rozan. Lo beso. Sé que ahora él no me besaría por ninguna otra razón. Mi boca se abre y siento su lengua resbalarse sobre la mía, dejando caer dos viales en el interior. Se separa, sonríe sin enseñar los dientes y con el pulgar me aparta el pelo de los ojos.
Peter está de pie en la esquina opuesta, observándonos. Guardo uno de los viales bajo la lengua y le enseño velozmente el otro, un destello del líquido pajizo. Estiro los brazos como si necesitara un abrazo. Alguien nos mira, nos escucha. Parecerá extraño que bese a Peter después de besar a Noah, pero es la única manera de darle el vial.
Peter está frente a mí. Sus anchos hombros me impiden ver a Noah y Olive tras él.
—Estoy bien —dice.
Apoyo la mano en su pecho.
—Lo sé. Ven aquí.
Rodeo su nuca con mis manos y lo atraigo. Me besa más dulcemente que Noah. La carne de los brazos y la espalda se me pone de gallina. Abre la boca y le paso el vial, empujándolo con la lengua. En el instante en que lo tiene retrocede, pero yo rehúso dejarle ir, me adelanto para que nuestras bocas no se separen. Al final me aparto, los labios me arden, el vial está seguro bajo la lengua. Peter parece tan confundido como yo.
Tenemos una misión que cumplir. Destapo el vial con los dientes y dejo que el amargo líquido se deslice por mi garganta. Después trago el recipiente, del tamaño de una píldora grande. El fantasma de Tycast me visita: recuerdo que Noah a veces tomaba sus dosis mezcladas con una bebida, pero que así eran menos efectivas. Si hubiéramos tenido una jeringuilla…
Miro cómo Noah le da su «beso de despedida» a Olive y no puedo dejar de preguntarme qué le pasará a mi compañera por la cabeza. Y qué pasará por la de Noah. Me gustaría saber si siente el amor de Olive en ese beso. Cuando se separan él la mira a los ojos largo rato. Durante un segundo la confusión se adueña de su rostro. Ignoro por qué. O bien ha sentido algo al besarla o bien ha sentido algo por ella. Basta. Estoy especulando. No puedes sentir cosas en los besos; aunque lo pienso, sé que no es cierto.
Noah se aleja de ella y se dirige a Peter.
Olive se acaricia los labios con las yemas de los dedos. Al darse cuenta de que la observo baja la mano al instante. Me gustaría decirle que no importa, pero no sé cómo.
Peter abraza a Noah para susurrarle algo al oído. Noah asiente casi imperceptiblemente y se me acerca.
Cuánto durarán los viales es un misterio, de acuerdo, pero soy incapaz de limitarme a esperar que sea el tiempo suficiente. Necesito actuar.
Me abraza y murmura:
—Fingiremos estar perdiendo la memoria. Vete a dormir. Si logramos que piensen que hemos olvidado nos administrarán las dosis de nuevo. Tienes que estar convincente. Ahora, échate a llorar.
Tras Noah, Peter le susurra a Olive. Entrecierro los ojos con tal fuerza que se me inundan, parpadeo varias veces y libero las lágrimas. Lo escucho, pero resulta difícil concentrarse con sus brazos rodeándome. Después de besar a Peter esto es demasiado. No quiero mirar a ninguno de los dos.
—Di que lo sientes —murmura Noah.
—Lo siento, Noah, lo siento.
—Chsss, tranquila. Esto no es culpa tuya —dice en tono normal. Me suelta y se frota los ojos, pero están secos.
La puerta de la celda se abre. Aparece Tobías flanqueado por dos soldados. Le da una palmadita a Peter en la espalda como si fueran viejos amigos.
—Abre la boca —ordena.
Peter lo hace.
Tobías la ilumina con una linterna: las mejillas de Peter se incendian. Me quedo inmóvil y deseo que todos se hayan deshecho de los viales a tiempo.
Me señala.
—Abre.
Lo hago. No encuentra nada. Repite el proceso con Olive y Noah, les ordena que levanten la lengua.
Noah le tose en la cara. Tobías le propina un revés sin decir palabra y Noah cae contra la pared riéndose entre dientes hasta que Tobías alza el puño.
Se calla y Tobías se dirige a la puerta. Nos evalúa a todos a la vez.
—Sois unos tíos muy raritos —dice.
—Ni te imaginas —contesta Noah.
—Por suerte, se os quitará en cuanto perdáis los recuerdos.
—Lo dudo —tercia Olive.
Tobías menea la cabeza con asco y abandona la celda. La cierra, el cristal se oscurece.
Esperamos.