Ambos empuñan destellantes varas plateadas; destellantes por los diminutos zarcillos de electricidad que chisporrotean en toda su longitud. De repente echo de menos la versión selvática de la vara, la que llevaba un cuchillo en un extremo. Al mismo tiempo, ver la electricidad hace que mi cerebro grite PELIGRO y me mantenga centrada, mitigando la impresión de contemplarme a mí misma a unos metros de distancia. Y concentración es lo que más necesito en este momento.
La otra versión de mí misma se apoya en su vara un poco, sonriendo. Es la sonrisa que brota cuando se es feliz por encontrarse con alguien, un amigo al que no has visto hace mucho. Incluso los cabellos de ambos son idénticos a los nuestros: el chico tiene los mismos rizos negros que Peter y la chica mi mismo tono castaño rojizo y mi mismo corte.
—Soy Grace —dice ella; deja caer una mano sobre el otro Peter y añade—: y este es Tobías, mi compañero de equipo.
Grace y Tobías. Pensé que se llamarían igual que nosotros, pero eso no tendría sentido. Casi sonrío ante la idea; no digo nada porque no puedo hablar. Es como entrar en el cuarto de baño del centro comercial y ver mi cara por primera vez en la vida. Seguro que mis gestos faciales son como los suyos y mi voz clavada a la de ella.
—¿Qué te hace tanta gracia? —dice Grace.
Da un paso a su izquierda y Tobías otro a su derecha. El espacio se ensancha entre ellos. Amplían el círculo un paso más, para atacar desde el exterior. Llevo la mano hacia atrás y cierro los dedos sobre la empuñadura que se asoma por encima de mi hombro derecho. La catana se despega con facilidad. Describo un molinete con ella antes de blandirla frente a mí.
—Dame la espada, Miranda —dice Peter. Yo no aparto los ojos de nuestros gemelos.
—No hace falta que me protejas, Peter.
—No lo hago. Déjame intentarlo primero.
Tobías y Grace continúan trazando su círculo para acercarse a nosotros.
—¿Eres mejor que yo con la espada?
—Bueno, no, pero…
—Entonces me quedo con ella —digo, y levanto un poco la voz para que Grace y Tobías me oigan—. No parecéis sorprendidos de vernos, pero nosotros acabamos de enterarnos de vuestra existencia.
Intercambian una mirada. Tobías, en torno al cual flota un aura amenazante de la que carece Peter, lleva un arma de aspecto extraño en la cadera; está unida a un rollo de cable.
—¿Sabéis lo que intentan obligarnos a hacer? —pregunto.
Peter arrastra los pies por la gravilla, junto a mí. Los de negro ya no avanzan hacia nosotros y han dejado un espacio libre entre ellos por el que tal vez podríamos escapar. No hay duda de que esperan que corramos, al fin y al cabo ellos tienen varas eléctricas y nosotros una espada para los dos. La puerta que hay tras ellos permanece cerrada. Sé lo que me ha costado empujarla desde el interior, así que supongo que será difícil tirar de ella. Me siento muy tentada de echar a correr, pero no puedo confiar en que Peter me siga.
—¿Sabéis que van a morir muchas personas? —inquiero—. ¿Sois conscientes de ello?
Grace niega con la cabeza, algo confusa.
—No nos corresponde preguntar.
Entonces es cuando tengo la certeza de que algo va mal. Apunto la catana a mis espaldas, hacia la ciudad.
—Mirad a esa gente de ahí abajo. Mirad los edificios repletos. Imaginaos lo que sería desatar un pánico masivo, el caos que causaría. Todo para poner a prueba lo que valemos, para que podamos ser vendidos al mejor postor.
Los párpados de Grace se contraen espasmódicamente. Sus ojos son de color verde brillante a diferencia de los míos, pardo rojizos.
—Eso no importa —responde.
Suena como una respuesta automática, como si no comprendiera del todo lo que sucede, como si su único objetivo fuera capturarnos.
Tobías, que se ha ido agachando apoyándose en la vara hasta ponerse en cuclillas, levanta el mentón hacia Peter y pregunta:
—¿Qué tal tu cuello?
—Bien. Gracias por tu interés —contesta Peter. Veo su cabeza vuelta hacia mí por el rabillo del ojo—. No tengo armas, Mir.
—Ya lo sé —susurro—. Limítate a correr. Asegúrate de que Noah y Olive están bien.
—No creo —sisea en respuesta.
«Eso no importa», ha dicho Grace. Si hubiera algo nuestro en ellos no estarían de acuerdo con el ensayo. Parecen robots… programados. Si somos las dos partes de un mismo equipo, Alfa y Beta, ¿cómo es posible que seamos tan diferentes? Entonces me acuerdo de nuestro propósito y la pregunta obvia es: ¿cómo pueden comprarnos y controlarnos, en realidad? Tiene que haber algún tipo de mecanismo, o lavado de cerebro, o lo que sea, para impedir que un Rosa saque los pies del tiesto. Algo que nos obligue a cumplir las órdenes. De lo contrario no seríamos más que pistolas defectuosas.
—¿Eres mi gemela? —le pregunto a Grace.
Se encoge de hombros. Sea quien sea con quien estoy tratando, no soy yo. Ya no tengo miedo. Lo único que lamento es que no podemos arriesgarnos a mirar hacia abajo, al muelle que hay detrás de mí, para ver si Olive y Noah están bien.
Grace ataca.
Su vara tiene dos extremos y mi espada una sola hoja. Paro sus mandobles tan rápido como puedo, desviándolos a izquierda y derecha mientras trata de golpearme con un extremo de la vara y luego con el otro. No tengo guantes, como ella, y las sacudidas de sus golpes corren por mi catana y suben por mi brazo con un zumbido. Cada uno de ellos es un calambre que deja mi mano sin fuerzas. La hoja metálica arranca chispas de la vara. Grace lanza el artilugio entre mis piernas, pero consigo aferrarlo, gimiendo de dolor. Ella la invierte y trata de llegar desde arriba con el otro extremo. La esquivo y la vara arranca una ráfaga de chispas blancas de la grava. No tengo tiempo para contraatacar. Peter está a mi lado, de rodillas, a causa de un fuerte golpe en el pecho. Intenta parar las acometidas con los antebrazos.
—¡Corre! —exclama.
Tal vez se trate de la falta de sueño o del shock. Cualquiera que sea la razón, Grace es más veloz que yo. Me alcanza tres veces en las costillas, tan rápido que su vara se convierte en un torbellino blanco, siseante. Me tambaleo hacia atrás un paso, luego dos. Tres. Estoy demasiado cerca del borde del tejado. Mi pie se desliza y el molinete de mis brazos me mantiene en posición un segundo más. Grace está delante de mí, extendiendo el brazo para aferrarme el cuello. ¿Pretende sujetarme o darme el empujón final? La agarro del brazo, pero su posición dista mucho de ser estable. Se resbala en la grava y caemos juntas: de repente estoy mirando el cielo nocturno. Un extraño final, caer siete pisos junto a tu doble. Por mi cabeza pasan imágenes en vertiginosa sucesión: recuerdos fantasmagóricos, demasiados para descifrarlos. Caras, sobre todo: Noah, Peter, Olive, Tycast y alguna más. Alguien que se parece a mí, pero mucho mayor. Acaso mi madre.
Un destello final…
Soy una niña, mi cabeza no llega a la cintura de mamá. Ella se arrodilla y me mira a los ojos. Tenemos el mismo cabello castaño rojizo, la misma nariz, los mismos labios.
—Me tengo que ir, cielo —dice. Un hombre está detrás de ella. Lleva perilla rojiza y tiene ojos amables—. Este es Phillip. Va a ser tu maestro, ¿de acuerdo?
—¿Adónde vas? —pregunto.
Nunca sabré qué responde. Parpadeo y la cara de la mujer es de repente la de Grace, que me agarra mientras los pisos se precipitan hacia arriba. Trato de contar, pero caemos demasiado rápido. Mi cuerpo se tensa, convulsiona mientras intenta zafarse. Si pudiera orientarme, poner las piernas de manera correcta. El brote de esperanza se agosta. Cualquiera que sea mi forma de aterrizar no va a ser buena.
El viento ruge en mis oídos. Cierro los ojos, aprieto fuerte los párpados y me preparo para el final.
Entonces el viento se detiene.
El tirón es tan intenso que, durante un segundo horrible creo que se me ha roto el cuello. Algo me aprieta el estómago de tal forma que no puedo respirar. Estoy boca abajo, colgada a tres metros de la acera. Me balanceo. Miro hacia arriba y veo un largo cable negro conectado a la pierna de Grace, cuyos brazos me ciñen la cintura: por eso no puedo respirar. Lo extraño, sin embargo, es que conservo la calma. El cable da un tirón hacia arriba de casi medio metro. Grace hace una mueca, triunfante. Apenas puedo oírla por encima del tableteo de mi corazón.
—En un tris —dice.
—Sí —contesto, y le doy un puñetazo en la cara. Gime, afloja su presa un instante; me deshago de ella con una voltereta hacia atrás. Mis pies descienden y caigo en cuclillas a la acera.
Grace se curva hacia arriba, se yergue en el aire. Tobías no está de pie en el borde, sino que utiliza el techo como punto de apoyo.
—¡Bájame! —grita Grace.
Me arriesgo a mirar al muelle: Olive y Noah se han ido, y Peter está allá arriba, solo. Atravieso corriendo la puerta que los dos cruzamos juntos hace un momento. Apenas veo y estoy mareada, pero me sobrepongo y subo las escaleras de dos en dos. Llego a la azotea y salgo como un ciclón.
Me detengo con un derrape que abre surcos en la grava.
Peter está de rodillas. Le mana sangre de un corte que va de la sien a la punta de la nariz. Tobías se encuentra junto a él, con la vara en una mano y la catana en la otra. La punta de la espada queda oculta bajo la barbilla de Peter.
—Deberías haberte marchado —dice este. Tiene los hombros caídos.
—Solo necesitamos tres de vosotros para el ensayo —afirma Tobías—. Podría matarlo y no incumpliría mis órdenes.
Por eso me había sujetado Grace, por si Tobías había acabado ya con Peter.
La oigo cruzar la puerta que hay a mis espaldas, pero no me molesto en darme la vuelta. Me patea la parte posterior de una rodilla y caigo hacia adelante, raspándome las palmas de las manos contra la grava. Me quedo arrodillada y pongo las manos detrás de la cabeza. Peter me lanza miradas asesinas por no haber huido. Me encojo de hombros.
Es pura jactancia, porque por dentro tiemblo y me estremezco. Hemos fracasado. No tengo ni idea de qué va a ser de nosotros, ni de si Noah y Olive han logrado escapar.
Y puesto que bajo ningún concepto cooperaremos, nos van a negar nuestras dosis de memoria, borrando todos los recuerdos nuevos. Es la única posibilidad.
Peter me sonríe, meneando la cabeza. Detrás de su sonrisa es evidente que está tan asustado como yo. La sangre mana de sus labios.
—Nunca acatabas mis órdenes —dice.
Le devuelvo la sonrisa:
—¿No te alegras de tener compañía?