Nos quedamos de piedra, pero solo un segundo. Luego echamos a correr hacia los árboles con nuestras varas. Peter va en cabeza, seguido por Olive y Noah; yo ocupo el último lugar. Cada pocos segundos miro por encima del hombro la columna de humo que se estrecha poco a poco, enroscándose por encima de los árboles. Las hojas se agitan al paso del helicóptero; seguimos corriendo. El bosque se espesa hasta que llegamos a un angosto sendero de tierra húmeda.
Me resbalo y tengo que pararme. Los otros siguen corriendo en silencio, alejándose cada vez más. El primero en darse cuenta de que falto es Noah. Grita:
—¡Parad!
Peter y Olive se detienen unos metros más allá. Vuelven corriendo hacia mí pero yo no los miro porque tengo los ojos clavados en el doctor Tycast, que se apoya en un árbol como si fuese un fardo.
La parte delantera de su bata blanca está desgarrada y manchada de sangre, los cristales de sus gafas están agrietados, tiene rastros de sangre en la nariz y los labios.
—Miranda… —dice.
Me acuclillo junto a él y le toco con suavidad la mejilla; temo causarle más dolor. Se las arregla para devolverme una sonrisa temblona y débil que deja ver la sangre de sus dientes.
—¿Qué ha pasado? —pregunto.
—Tienes que marcharte; el equipo Beta sigue por aquí. Y no son precisamente… amistosos.
Habla con voz baja, ronca. Oigo que los demás están de pie detrás de mí; Peter, que se ha agachado, se equilibra poniéndome una mano en el hombro. Entonces dice:
—Tenemos que sacarlo de aquí; podemos llevárnoslo. Doctor, ¿escapó alguien más con usted?
Tycast niega con la cabeza:
—Estaba en el garaje cuando lanzaron el H9. Se derrumbó y yo salí a duras penas —explica. Levanta la vista hacia Noah, que está de pie detrás de mí, y Peter—. Hicisteis bien en huir. Hicisteis bien.
La cara se le contrae y tose durante unos segundos:
—¿Cómo lo supiste?
Noah contesta con tono tranquilo:
—Estaba en su despacho. Recibió la llamada de una mujer. Usted… ella… hablaron de compradores y de ensayos.
—Supongo que te quedarías… algo confundido.
—Sí, señor —contesta Noah.
—¿Quién es ella? —pregunto yo.
—Es parte del grupo de gente que está detrás de esto. De todo. Los creadores del proyecto.
La mirada de Tycast salta de uno a otro y sonríe de nuevo, más cálidamente esta vez. La pieza que faltaba en mi interior encaja en su sitio, acaso de forma provisional, pero es suficiente para que me duelan los ojos.
Otro helicóptero, o tal vez el mismo, nos sobrevuela. Las ramas se agitan y las hojas caen dando vueltas sobre sí mismas al suelo del bosque.
Tycast inspira profundamente:
—Ahora os pertenecéis unos a otros, pero os darán caza. Tenéis que estar… preparados. Tenéis que… permanecer unidos. Os criaron con un propósito. A todos vosotros.
Tycast resbala hacia abajo; Peter estira el brazo para devolverle a su lugar y pregunta:
—¿Qué propósito?
—Todos sois conscientes de vuestro poder. Hay gente en el mundo que… que haría cualquier cosa por poseeros. Por controlaros. Quienes os hicieron como sois quieren, quieren…
—¿Quieren qué?
—Poneros a prueba en la ciudad. Un ensayo que demuestre lo que valéis. Os usarán para aterrorizar a sus habitantes hasta que todo deje de funcionar, todos huyan y lo único que quede sean edificios vacíos y calles desiertas.
—Y los que mueran intentando escapar —añado.
Tycast asiente y dice:
—Lo siento. De verdad. Creí que podría cambiar sus mentes. Aunque les deis esquinazo utilizarán a otros Rosas.
Peter interviene:
—Supo en todo momento que nos iban a vender… estaba al corriente.
Tiene las mandíbulas apretadas, como si estuviera luchando contra el impulso de sentirse traicionado. Todos lo estamos. Sin embargo, hay amor en el rostro de Tycast.
Se enfrenta al dolor para seguir diciendo:
—Sí, es cierto, pero no quería dejaros marchar, y ahora está ocurriendo sin mí…
—Eso oí —dice Noah—. Por eso nos marchamos.
Tycast responde:
—No debería haber aceptado. Fui un cobarde. No lo impedí.
—Hasta ahora —dice Olive detrás de mí.
—Demasiado tarde, querida —afirma Tycast—. Cuando me negué a participar destruyeron mi trabajo… nuestra casa. Debían de saber que vosotros cuatro estabais fuera. Pero siguen queriendo utilizaros. Valéis muchísimo.
Peter menea la cabeza y comenta:
—Aunque nos capturaran no podrían obligarnos a cooperar; no pueden dominarnos.
Tycast levanta sus blancas cejas:
—Todo lo que tienen que hacer es privaros de vuestras dosis de memoria; entonces no sabréis con qué bando estáis luchando. Y hay otras formas, además.
Una fría mano penetra en mi cuerpo y me aferra el estómago. Olive jadea. Imagino que ninguno recordábamos las dosis.
Noah, encajado entre Peter y yo, pregunta:
—¿Dónde podemos obtener más dosis, doctor?
—Hay un escondite —contesta Tycast—. Preparé un suministro de reserva para emergencias. Lo hundí en el lago, junto al tercer muelle de la ciudad. Pintura roja, tercer muelle. Lamento haberos fallado. Ahí tenéis más que suficiente: recuperadlo y escondedlo. No luchéis contra ellos. No…
Se desvanece. Lo agarro del hombro para atraer su atención. Tal vez pueda aguantar, me digo; pero en realidad sé que está viviendo sus últimos momentos.
—El equipo Beta… —digo—, ¿quiénes son?
Tycast hace una mueca, pero no es de dolor: más bien de vergüenza o de repugnancia.
—Son igual que vosotros —contesta.
Igual que nosotros.
Noah quiere saber más:
—Rhys. El prófugo. ¿Quién es? ¿Nos ayudará?
Le pregunta algo más pero no lo oigo: estoy demasiado concentrada observando cómo la luz de los ojos del doctor Tycast se apaga. Se quedan entrecerrados, como si se despertara lentamente de una siesta y se estuviera adaptando a la luz.
Nadie se mueve durante unos momentos. No puedo leer sus mentes, pero estoy segura de que todos le dan vueltas a la misma cuestión: ¿nos traicionó Tycast? Estaba al tanto de lo que se avecinaba, pero eso no significa que tuviera poder para impedirlo. Quiero creer que era sincero cuando decía que no nos hubiera utilizado. Sé que los otros también se lo preguntan, pero, como de costumbre, no sé qué pensar.
Peter, por fin, se levanta y se aparta de nosotros, sujetándose la frente con las manos. Nosotros lo miramos, esperando sus órdenes, supongo. Tendríamos que marcharnos, estar aquí me produce picor en los pies, o tal vez es la sangre que todavía sale de mi tobillo y se acumula en la planta.
Noah, con su corto pelo trigueño reluciente de sudor y las manos en las caderas, le dice a Peter:
—Tenemos que apoderarnos de esa reserva de dosis.
Peter no nos mira a la cara cuando contesta:
—¿Crees que no lo sé?
—¿Entonces a qué esperamos? —tercia Olive.
Su serena presencia tranquiliza siempre, tal vez por lo poco que se hace notar. Es el polo opuesto de Noah. Especialmente ahora, con la cara sucia y la forma en que parece quedarse unos pasos por detrás, observándonos más que tomando parte. Tiene algo feral, una extraña luz en los ojos que a veces cobra un cariz sobrehumano.
Me gustaría conocerla mejor; me pregunto qué habré olvidado sobre ella.
Peter se vuelve por fin hacia nosotros. Tras él, una ardilla atraviesa a la carrera el sendero y trepa a un árbol. Los helicópteros todavía zumban al fondo, muy lejos.
—Tenemos que impedir el ensayo —dice Peter—. Si lo que nos ha contado es verdad…
Todos sabemos que es así. Giro mi vara y me la pongo a la espalda.
—Esa no es nuestra prioridad ahora mismo —dice Noah. Nos mira a Olive y a mí para asegurarse de que escuchamos—. Nuestra prioridad es asegurarnos de no perder nuestros recuerdos.
—¡Cómo me pasó a mí! —exclamo.
Mi estúpido recordatorio de que todavía soy el comodín se queda colgando en el aire.
—Miranda… —empieza Noah.
Meneo la cabeza y contesto:
—El ensayo es igual de importante. Sabéis de qué somos capaces, así que imaginad lo que pasaría en una ciudad. Vosotros dos no visteis lo del centro comercial, cuando la gente no podía ponerse a salvo con la suficiente rapidez —trago saliva a duras penas; ojalá aquel fuese uno más de mis recuerdos olvidados—. Nos haremos con esas dosis, pero tenemos que detenerlos.
Detenerlos, cuando ni siquiera sabemos quién es el enemigo. Es difícil combatir lo que no conoces.
Me muerdo de nuevo el interior de la mejilla, siento la zona en carne viva contra la lengua.
Más hojas se desprenden de los árboles al paso de uno de los helicópteros por encima de nuestras cabezas. Me centro en el gusto de la sangre aunque no sea más que por centrarme en algo.
Peter se frota la contusión de la frente.
—Tycast me dijo una vez que seríamos capaces de generar ondas de pánico únicamente en la adolescencia. Después de un tiempo, la densidad de nuestros cerebros decrecerá para aproximarse al de una persona normal; por este motivo nos entrenaron desde niños.
Olive interviene:
—También a mí me lo contó. Eso significa que tienen que usarnos pronto o renunciar a ello.
Peter hace un gesto de asentimiento:
—Exacto.
—¿Seguiremos necesitando nuestras dosis de memoria? —digo—. ¿Después de que el poder se esfume?
Peter se encoge de hombros:
—No creo, pero no estoy seguro. Tycast no me lo contó todo.
Noah se lleva las manos a la cabeza y se coloca entre Peter y yo:
—Lo de hacer planes para el futuro está muy bien, pero tenemos que ocuparnos del presente. Vayamos a por las dosis de reserva antes de que sea demasiado tarde.
Noah se calla abruptamente y se queda mirando a Peter de una forma muy rara. Entonces lo veo: algo sobresale del cuello de este. Peter levanta la mano para cogerlo, pero entonces pone los ojos en blanco y se desploma hacia atrás; al caer, golpea el suelo con la cabeza.
—¡A cubierto! —grita Noah.
Reacciono al instante, caminando hacia atrás tan rápido como puedo y guareciéndome tras el tronco de un árbol; estoy acurrucada, con la vara al lado. Noah y Olive han desaparecido. Respiro despacio a través de la nariz y paso revista sistemáticamente a los árboles para detectar posibles amenazas. Quienes sean siguen sin acercarse al cadáver del doctor Tycast, que continúa contra el tronco, a pocos metros de distancia. Y Peter… también él sigue donde se ha caído, con el dardo en el cuello, un dardo que podía contener veneno, ¡ay, Dios! ¿Y si ha muerto? Lucho por regularizar mi respiración. No es momento de perder el control. Mi observación de los árboles no revela más que hojas y más hojas.
Noah gruñe; oigo entonces el nítido chasquido de madera contra madera. Salgo como una exhalación de mi escondrijo y me precipito hacia el sendero con la vara pegada al cuerpo. Me separan algo más de tres metros de Noah, que está de pie. Frente a él, entre nosotros, hay alguien vestido con un traje negro idéntico al nuestro incluso en las pequeñas escamas. Se cubre la cabeza con una especie de capucha; solo su silueta revela que se trata de una chica.
Detrás de Noah hay un clon exacto de la primera figura de negro, un hombre; al tenerlo de frente veo que la capucha le ciñe el rostro y unas lentes ahumadas tapan sus ojos. Los dos llevan varas como la de Noah, salvo por el detalle de los cuchillos del extremo. ¿Por qué nosotros tenemos el modelo menos lucido?
Noah repele un ataque frontal de la chica, pero no puede hacer nada frente al golpe que le propina en la espalda el otro. Profiere un lamento sordo y se tambalea hacia delante. Olive sale como un rayo de los árboles haciendo girar su vara a velocidad vertiginosa, al punto de convertirla en una mancha difuminada. Yo voy a por la chica que me da la espalda y la golpeo con la vara en la coronilla. Grita tras la máscara.
Mi golpe, sin embargo, ni siquiera ralentiza sus movimientos: se gira hacia mí a gran velocidad describiendo un arco bajo con su vara para golpearme en las piernas. Salvo el palo con un salto y, como ya estoy en el aire, le propino a su dueña una contundente patada en el pecho. Trastabilla hacia atrás y tropieza con Noah, que sigue junto a Olive. Se suceden los golpes como en un redoble de tambor; la chica tropieza con una pierna de Noah y cae al suelo.
Si este es el equipo Beta, ¿por qué consta solo de dos miembros? Veo que Olive estampa el extremo de su vara contra el tórax del tipo, que da con sus huesos en el suelo soltando una exclamación ahogada. La chica tarda un instante en ponerse de nuevo en pie; frente a nosotros tres no tiene la menor posibilidad.
No obstante, presiento que algo va mal. No debería resultar tan fácil. Miro hacia atrás para ver qué es de Peter y veo que no ha cambiado de posición; otros dos trajes negros, un chico y una chica, lo miran desde arriba. Vislumbro un momento los ojos del tipo antes de que sus lentes se oscurezcan. Recuerdo esos ojos: azul pálido, demasiado azules. Parecen artificiales. Antes de que pueda recordar nada más, él y la chica se me echan encima. Hago barridos con mi vara de lado a lado parando sus golpes, pero son tan rápidos como yo. Uno de ellos extiende una mano que sujeta un dardo idéntico al del cuello de Peter. Echo la cabeza hacia atrás antes de que pueda pincharme, pero el movimiento me desequilibra. Un cuchillo atraviesa mis pantalones y me corta en un lado de la rodilla.
Me caigo.
Noah me sostiene: solo un segundo, solo lo necesario para interrumpir mi caída. Luego lanza nuevos golpes hacia atrás y hacia adelante, logrando que los trajes negros retrocedan. Olive se desliza tras ellos y levanta a Peter; se lo echa sobre el hombro y se escabulle con él hacia el interior del bosque. Detrás de mí, los dos primeros trajes negros se yerguen tambaleándose, aturdidos. La chica se agarra la cabeza.
—¡Noah, vamos!
No espero. Me limito a precipitarme hacia los árboles. Corro, corro, corro.
Los pies de Noah golpean la tierra del sendero detrás de mí; nuestra única oportunidad es dejarlos atrás. Un dardo se clava en el tronco de un árbol, un metro por delante de mí; lo sorteo a la carrera sin perder velocidad. El bosque se ha convertido en una borrosa mancha verde cuyo único sonido procede de nuestros pies, que se posan levemente sobre las hojas muertas y la tierra. Zigzagueo, Noah mantiene el ritmo y sé que tenemos que escapar juntos. Creo que los hemos despistado; describimos unos cuantos cambios de dirección más. Sea yo lo que sea, y sea cual sea nuestro supuesto cometido, no acabará en este bosque. Ni hablar.
Oigo rugir un río por delante e intento obtener un poco más de potencia de mis músculos; ni siquiera jadeo. Una parte de mí se siente como si fuera un alien, porque ignoro de lo que soy capaz. Mi cuerpo parece tener memoria propia, y esa memoria está intacta.
Atravieso a toda velocidad un amasijo de arbustos hasta llegar a un claro que termina, a la izquierda, en las aguas pardo grisáceas del río. El salto siguiente me lleva de la orilla al agua: me zambullo con las manos por delante por si hay poca profundidad. Entro como un cuchillo en el borboteante líquido y me sumerjo. Tengo suerte, no toco el fondo. La corriente intenta hacerme subir a la superficie pero me resisto bombeando con brazos y piernas: quiero permanecer oculta todo el tiempo posible. El agua gélida me corta los ojos y la nariz; no veo nada, solo una borrosidad pardusca.
Una mano se cierra sobre mi muñeca: me libero de un tirón, pero entonces distingo una camiseta en la penumbra. Noah.
Dejo escapar parte del aire de mis pulmones sin subir a la superficie, lo que revelaría nuestra situación a nuestros perseguidores. Noah sigue aferrando mi muñeca. Estoy rodeada de burbujas y la presión que siento en el pecho es cada vez mayor: es mucho más fácil contener la respiración cuando hay respiración que contener.
Noah acorta la distancia que lo separa de mí y nos arrastramos por el fondo. Abro los ojos y lo veo a través del velo de agua sucia.
Necesito ascender.
Necesito salir a la superficie para llenar los pulmones.
Sin embargo, no sé qué distancia habremos recorrido; tal vez ninguna en absoluto y, si emergemos ahora, podrían vernos. Tendría que haber seguido corriendo.
Me retuerzo entre los brazos de Noah: me ahogo, lo sé. No puedo contener la respiración más tiempo. Quiero liberarme, le golpeo, le araño, cualquier cosa que le haga soltarme, porque necesito subir, pero me sujeta con fuerza y por un horrible instante pienso que intenta matarme. Una roca del fondo me magulla el cuello y mi boca se abre para inhalar: es ahí cuando Noah la cubre con la suya y exhala aliento caliente en el momento en que yo inhalo. Justo a tiempo. Mis pulmones arden todavía, pero no es tan horrible, puedo soportarlo. Estoy aquí, aguantando como puedo en el fondo de un río y recibiendo el aire de la boca de un chico que una vez fue mi novio: me doy cuenta de que no voy a ahogarme, todavía no. Él mantiene sus labios sobre los míos, lo que me permite devolverle un poco del aire que me ha dado. Ahora su boca no se limita a estar sobre la mía sino que se mueve, me está besando, y yo le devuelvo el beso. Nos olvidamos de respirar.
El fantasma de un recuerdo se apodera de mí. Estoy desatándome las botas sentada en mi cama, acabamos de terminar una sesión de entrenamiento compuesta por una carrera y media hora de guantes; me gusta boxear. Estoy cubierta de una capa de sudor. Noah se estira en el suelo frente a mí, sin camisa. Sus músculos son esbeltos y marcados, más compactos que los de Peter. Sus abdominales se delinean con tal nitidez que arrojan sombras definidas.
Estoy forcejeando con los cordones cuando Noah me agarra de una pierna y me aparta de la cama de un tirón; pongo las manos antes de caerme de culo al suelo. Me echa sobre él.
—Estás todo sudado —digo.
Tiene un cardenal en una mejilla: culpa mía, no supe limitarme a marcar uno de los golpes. Peter y Olive volverán pronto. Mi relación con Noah es secreta. La ocultamos porque todo lo que hacemos lo hacemos los cuatro juntos, y aún no estamos preparados para cambiar eso. Noah es paciente. La tensión se apodera de los dos porque Peter y Olive pueden aparecer en cualquier momento. Tira de mí hacia abajo para que lo bese y saboreo el sudor que cubre sus labios.
—Quiero decirte algo —empieza.
—¿Sí? ¿Y de qué se trata?
—Me he enamorado de ti. Te amo.
Me quedo mirando durante un momento al chico con el que he crecido como si fuera mi hermano. Los dos hemos presenciado cómo nos convertíamos en armas, en armas tan afiladas que tenemos miedo de nuestros propios cuerpos. Cada momento digno de recordar lo he pasado con él. Y ahora dice que me ama, y yo lo amo también, así que le respondo:
—Yo también te amo.
El recuerdo se esfuma con rapidez y seguimos bajo el agua. Aunque el pánico está a punto de apoderarse de mí, lamento la pérdida. Sin embargo, el amor que sentía en el recuerdo se ha quedado conmigo. Es real. Aun así…
Él se lo llevó. Él lo tiró por la borda.
Entonces ¿por qué no puedo dejar atrás ese sentimiento?
Siento que este es el primer recuerdo cierto. He aceptado los otros como verdaderos, pero este es diferente: pesa más.
Ya no nos queda aire. Nos aferramos el uno al otro, a punto de ahogarnos. Un terror ciego hace acto de presencia. Tengo que liberarme. Me separo de él —en esta ocasión me deja ir— y subo a la superficie con una patada. El aire frío acaricia mis mejillas mientras Noah chapotea junto a mí. Me doy la vuelta jadeante, flotando río abajo, tragando grandes bocanadas de un aire que sabe a lo mejor del mundo. Las orillas están despejadas: no hay trajes negros a la vista. Tampoco hay rastro de Peter y Olive.
Me hundo lo que puedo en el agua escondiendo las partes que no respiran. Conservo en la boca el sabor de la tierra disuelta en el río, del aliento y del beso de Noah. Me da miedo mirarlo. Flotamos a la deriva; ninguno de los dos dice nada. Fingimos que es por si los enemigos todavía andan cerca.