Noah nos cuenta una historia.
Estaba revolviendo el despacho del doctor Tycast la semana pasada en busca de analgésicos: se había hecho daño en la espalda durante una misión de entrenamiento, al parecer por mi culpa. Solo tenía autorización para tomar cierto número de píldoras, pero el dolor se había recrudecido y necesitaba algo.
Le decimos que vaya al grano.
Noah cierra los ojos y parece entrar en una especie de trance:
—Quedaos… conmigo —dice—. Esto fue lo que ocurrió.
Dos segundos después de encontrar las píldoras oyó al doctor Tycast en el vestíbulo, así que se escondió en un pequeño armario empotrado donde Tycast guarda objetos personales. Se había hecho tarde y supuso que el doctor entraría y volvería a marcharse. En lugar de ello, Tycast se sentó y Noah oyó que algo vibraba sobre la mesa, como si fuera un móvil.
El doctor dijo entonces pantalla y en la pared más alejada apareció una, como en la habitación que yo tomé por una celda.
Noah no veía a la mujer de la pantalla (la puerta del armario estaba cerrada y solo un rayo de luz se filtraba por una rendija), pero la oía con claridad.
—¿Estás solo? —dijo la mujer, y la voz le resultó conocida.
—¿No lo estoy siempre? —contestó el doctor Tycast.
—Quiero decir físicamente, Brett.
—Sí, puedes hablar.
—Adelantamos el ensayo.
—Ya lo sé.
—No, esto no lo sabes. Es dentro de dos semanas.
—¡Dijiste que dispondría de otro año con ellos!
—Lo hice.
—Te dije que no desplegarían todo su potencial hasta entonces.
—Lo dijiste, sí.
—¿Entonces por qué quieres ponerlos a prueba tan pronto?
—Porque nuestros compradores los quieren ya, y porque nos exigen algo tangible.
—¿Quiénes son los compradores?
—No te lo puedo decir.
—¿Por qué tengo la sensación de que no es nuestro gobierno?
—Porque no es nuestro gobierno, Brett.
—Han reculado de nuevo.
—Así es.
—¿Saben algo de los niños?
—No, nada.
Aquí se produjo una larga pausa, como si Tycast cavilara intensamente.
—Cuando dices ensayo, te refieres a…
—Lo que hablamos, doctor. Me dijiste que estabas plenamente de acuerdo.
—Yo dije que se podía discutir. Teníamos todo un año para discutirlo.
—Pero ahora no tenemos todo un año: el equipo Beta se trasladará a las instalaciones y tú podrás pasar un año extra con ellos. Ese equipo tomará parte en el ensayo para compensar el poder que le falta al Alfa. Cuanto más esperemos, mayor será el riesgo de no recuperar ni un centavo de lo invertido en este proyecto.
Otra pausa.
Por último, el doctor dijo:
—Podrían morir cientos de personas, miles incluso. Ignoramos hasta dónde puede extenderse.
—De ahí la prueba, Brett.
—Podríamos hacerlo en el laboratorio; podríamos simular…
—Tenemos unos compradores a tiro; han entregado un depósito, pero quieren una demostración en el mundo real. Lo votamos hoy unánimemente.
—Son buenos chicos: no aceptarán algo así. Lo sabes.
—Contamos con medios para convencerlos. Sabes que no los entregaremos a sus compradores sin medidas de seguridad.
—Medidas de seguridad —repitió el doctor Tycast—. Los tatuajes.
—Sí, los tatuajes. Estás en esto, doctor.
—¿Me lo pides o me lo dices?
—Te lo pido. Venga, Brett.
—Quiero saber adónde van. Después del ensayo, quiero saberlo.
—Naturalmente. Son niños tuyos tanto como míos.
—Exacto.
Noah hace una pausa. Se coge la cabeza con las manos y dice que quiere recordar las palabras justas, que es importante. Es por lo que está aquí. Por lo que hizo lo que hizo.
—Una cosa más, doctor.
—¿Sí?
—El prófugo.
—Lo has encontrado.
—No, todavía no. Lo seguimos hasta Indianápolis, pero luego lo perdimos. Es muy posible que se esconda allí. O tal vez haya vuelto a la ciudad.
—Crees que Rhys hará otra vez lo mismo.
—No veo por qué no iba a hacerlo; ya viste lo que sucedió después de su huida: cuatro Rosas muertos en cuestión de minutos.
—¡No deberías haber permitido que Rhys se fuera! Sabías que era más fuerte que los otros.
—Sí, bien. Estamos intentando mantenerlo alejado de los equipos: o acabará con ellos o intentará utilizarlos contra nosotros. En esa situación espero que elija lo primero. Si entiendes lo que quiero decir.
—Aquí le será imposible entrar.
—Espero que estés seguro.
—Lo estoy.
—Buenas noches entonces, doctor.
—Buenas noches.
La pantalla se apagó. El doctor Tycast dejó caer un puño sobre la mesa y lanzó un juramento en voz baja, como si se hubiera hecho daño. Unos instantes después, Noah le oyó llorar; los sollozos duraron unos cinco minutos antes de que consiguiera recobrar la compostura, enjugarse las lágrimas y sorberse los mocos. Por fin se fue. Noah salió de su escondrijo, se acercó a la mesa de Tycast y se puso a buscar el vídeo en sus archivos, pero había desaparecido.
Aunque no sabía exactamente qué sucedía, había oído lo suficiente: iban a vendernos, iban a obligarnos a que hiriéramos a personas, a muchas personas.
—Quería que no corrieras riesgos —me dice Noah—. Los días siguientes te cambié las dosis para que eliminaras la droga de tu organismo.
Quería que no corriera riesgos. Los clientes del centro comercial murieron porque Noah quería que no corriera riesgos.
—Te llevé conmigo y… no hay excusa, ya lo sé. Es que quería mantenerte al margen.
Todo el mundo me mira.
Se pasa la mano por sus cortos cabellos y prosigue:
—Entonces me fui a buscar al prófugo. Ese Rhys del que hablaban. Podía cambiarlo todo, podía ayudarnos.
—O liquidarnos —dice Peter—. Suena a que vive de matar Rosas.
Noah levanta y extiende las manos.
—Sí, Rosas. En plural. Hay más como nosotros. Tenía que saber si era cierto. Y tenía claro que si lo encontraba había grandes probabilidades de que me matara sin pensárselo dos veces, y que hiciera lo mismo con Miranda si ella iba conmigo.
Si me deja en casa me venden como arma. Si me lleva con él corro peligro de morir a manos de alguien que ya ha matado a otros cuatro Rosas. Sí, ahora lo pillo. Pero es lo más diametralmente opuesto a lo correcto que puedo imaginarme: Noah me quitó mi capacidad de elegir.
Oh, y su argumentación tiene un punto flaco.
—¿Y estaba bien arriesgar la vida de Olive?
Olive me sostiene la mirada y contesta:
—No estoy de acuerdo con lo que hizo, pero nadie arriesgaba mi vida. Vine porque tenemos que hacer algo —se pasa la lengua por los labios, suspira—. Cuando supe cuáles eran los planes de Noah, ya era demasiado tarde para detenerlo.
—¿Y diste con el prófugo? —le pregunto a Noah.
Abre la boca para responder, pero la cierra acto seguido. Niega con la cabeza lentamente.
—No tenías derecho —reprocho, y me siento más vacía que furiosa otra vez. Tratar de entender cansa una barbaridad—. ¿Por qué me dejaste en el centro de la ciudad si querías que no corriera peligro? —añado. Ni siquiera puedo empezar a digerir lo de la traición del doctor Tycast. Si trama algo, no puedo dar por bueno nada de lo que me dijo anoche.
Olive y yo nos sentamos al pie de la cama. Peter se apoya en la pared con los brazos cruzados, mirando por la ventana, con una toalla en la frente. Noah va de un lado a otro, en ocasiones levantando la mirada y entrelazando los dedos detrás de la cabeza.
—No te dejé en el centro. Te llevé a Columbus —contesta.
—Me desperté en Cleveland —digo. Debí de viajar, olvidándolo por el camino. Hacia casa, aunque no lo supiera conscientemente. Sin embargo, es un camino muy largo para quedar sin explicación.
Sacude la cabeza. Sigue dando vueltas.
—Eres un capullo —le digo.
Se detiene:
—Lo sé. Miranda, lo hice porque…
—¡Alto! No lo digas. No quiero oírtelo decir.
—Tengo que decirlo —insiste.
—No, no tienes.
Si le oigo decir la palabra «amor», no sé lo que haría. Aún tengo mi pistola. Tal vez algún día pueda perdonarlo, pero cualquier posibilidad de que así sea se va a ir al cuerno si aduce que lo hizo por amor. Si amas a una persona, la respetas lo suficiente como para confiar en ella. No le arrebatas su libertad. Su vida.
Y si habla de amor, abre una nueva línea de interrogantes, del tipo de oye, ¿por qué estás en la habitación de un hotel con esta chica en lugar de conmigo? Si realmente me amas, ¿por qué estás con ella?
Noah sacude la cabeza una vez y evita mirarme a los ojos.
—Fue un error. Lo sé. Me equivoqué. No sé qué más decir, como no sea que lo siento un millón de veces.
—Así que estabas equivocado —continúo—. ¿Por qué no me dejaste ayudar? ¿Crees que soy idiota?
—¡No, por supuesto que no! Es que no quería ponerte en peligro. Sé que ahora suena muy flojo, pero no hubo otra razón. Cuando supiéramos más, cuando tuviéramos claro en quién podíamos confiar… yo… pensaba volver a buscarte.
—Así que era solo una molestia que necesitabas ocultar hasta que tuvieras tiempo de ocuparte de mí.
Noah no dice nada porque no hay nada que decir.
—Podías haber hecho cualquier otra cosa, lo que fuera excepto arrebatarme mis recuerdos —siento que el corazón me late más deprisa, haciéndome vibrar. Siento el calor sordo de la sangre bajo la piel.
La estancia se queda en silencio. Oigo el zumbido del aire en las rejillas de ventilación y el bordoneo electrónico del televisor a pesar de que está apagado.
Noah dice:
—No espero que lo entiendas ahora mismo. Y sé que no voy a arreglarlo pidiéndote disculpas.
—Pero ¿por qué Peter? —pregunto—. ¿Por qué dejarlo atrás?
Noah se detiene de nuevo y se vuelve hacia Peter, que arquea las cejas y lo mira como si él mismo se hiciera esa pregunta.
—No podía estar seguro —responde Noah—. Siempre ha sido el favorito de Tycast y, ni que decir tiene, nuestro líder. Si estaba al corriente del asunto, pedírselo me hubiera delatado.
—No te culpo —interviene Peter—. He estado implicado todo el tiempo.
Durante un instante siento que el suelo de la estancia se mueve bajo mis pies.
A Noah le lleva un poco más entenderlo; sacude lentamente la cabeza.
—Una broma de muy mal gusto —digo sabiendo que Peter no pretendía molestar, aunque cualquier irritación que pudiera sentir queda eclipsada por Noah y sus actos.
Peter se echa a reír ante el ceño fruncido de su compañero.
—Lo siento, tontorrón. Era broma. Pero sí, lo capto. Lo que no puedo perdonar es lo que le hiciste a Miranda —añade.
Busco sus ojos y, por primera vez desde lo del centro comercial, siento que quizá no estoy sola.
Todos vuelven otra vez la vista hacia mí, probablemente esperando alguna reacción: no la manifiesto. Por dentro puedo estar hecha polvo, pero el exterior, mi rostro, es plácido. Nada le doy a Noah, porque nada se merece.
—Lo siento —dice Noah dirigiéndose a Peter—. Tendría que haber confiado en ti; no sabía lo que me iba a encontrar, lo que haría Rhys si le daba alcance. No pensaba con claridad. Yo…
Peter lo interrumpe levantando la mano:
—No te preocupes —y señala a Olive—; ahora, de ti esperaba más.
Se ríe, y Olive hace lo mismo. Noah ensaya una sonrisa precavida, con los ojos clavados en el suelo. Me parece estar asistiendo al proceso de cosernos entre nosotros para unir las partes dispersas, pero no estoy segura de dónde encajo yo. De repente, Olive me da la vuelta y me envuelve en sus brazos, apretando con fuerza. Cuando la sorpresa inicial se atenúa le devuelvo el abrazo. Una idea, sin embargo, me asalta: estoy abrazando a una extraña.
—No hubiera querido que lo hiciera —se lamenta—. Cuando me enteré ya no tenía remedio.
A mi espalda, Noah dice:
—Por favor, Olive, no necesito que me odie más todavía, ¿de acuerdo?
Olive se separa de mí, lo que me permite ver su rostro surcado de lágrimas:
—Es cierto. Solo te seguí porque…
—¿Por qué? —pregunta Noah.
Olive menea la cabeza y se da la vuelta, ignorándolo. Por mi parte no puedo mirar a Noah sin que la ira se filtre por todos los poros de mi rostro. Me resulta físicamente imposible.
Nosotros… ¿juntos? ¿Enamorados incluso? Tal vez en otra reencarnación.
Antes de que se me ocurra nada que decir se oyen unos golpes en la puerta y una voz que dice:
—¡Policía! ¿Todo bien ahí adentro?