Nada, nadie contesta.
—Servicio de habitaciones —dice. Intercambiamos una mueca a pesar de la situación—. Venga, Noah, Olive. Abrid la puerta —añade. Tras unos instantes exhala un suspiro y advierte—: Vale, voy a entrar. No disparéis.
Como ninguno de los dos tiene tarjeta magnética, Peter le propina una patada a la puerta por encima de la cerradura. Suena como un disparo. La puerta sale disparada y golpea con fuerza la pared interior. Rebota, está a punto de darnos, pero Peter se abre camino por medio del hombro, con la pistola en posición de disparo y los músculos tensos. Yo entro un segundo después y me hago con el cuarto de un vistazo…
Cama. Pequeño escritorio. Tele de tubo y pantalla abombada. Armario de madera en la pared opuesta. Una ventana con vistas a la ciudad. A mi izquierda un hueco oscuro, el baño.
Peter paralizado: una pistola le apunta la sien.
—Suelta el arma —ordena quien la empuña.
Lo reconozco inmediatamente por el vídeo. Noah. El chico al que besé. Mi pistola se vuelve de repente demasiado pesada, pero aguanto como puedo.
Los ojos de Noah se desvían fugazmente hacia mí.
—¿Miranda?
En ese momento, cuando nuestras miradas se cruzan por primera vez, siento que me lleno de ira, me quema como un hierro al rojo.
Peter reacciona e intenta librarse de la pistola que le apunta: levanta para ello el antebrazo izquierdo y lanza al mismo tiempo un puñetazo con la derecha, pero Noah es demasiado rápido para él. Baja su pistola describiendo un arco velocísimo y le asesta un golpe en la frente. Peter da unos pasos tambaleantes y su cadera choca contra el escritorio. Aunque se aprieta con una mano encima de la ceja, la sangre se desliza por su mejilla y gotea de su mentón.
—No lo intentes —conmina Noah.
—Gracias por el consejo —replica Peter, apoyándose en la pared.
Yo sigo con mi pistola en alto a base de pura fuerza de voluntad, así que apunto a Noah. Ya no es solo que pese demasiado, es que no debería estar apuntándola hacia él. Está mal, lo mires por donde lo mires. Se supone que somos un equipo. Se le desorbitan los ojos; sé que quiere apuntarme a mí en lugar de a Peter.
No lo hace. Y sé por qué. Percibo movimiento en el oscuro baño de mi izquierda. Antes de que pueda asimilarlo y buscar el nuevo blanco, el cañón de una pistola se me mete en el pelo.
—Suelta el arma —dice una chica.
La puerta principal se cierra detrás de mí dejándonos aislados del corredor.
—Bromeas —comento.
—No la sueltes —me aconseja Peter—. No disparará.
—Cierra el pico —dicen Noah y la chica al unísono.
Debe de ser Olive. La veo desplazarse con el rabillo del ojo en el límite de la penumbra. El único detalle que distingo es su largo cabello negro. Permanecemos así durante un largo minuto: yo apunto a Noah, Olive me apunta a mí, Noah apunta a Peter y Peter se limita a sujetarse la cabeza. Finalmente parpadea unas cuantas veces y levanta su pistola hacia Olive.
—Me parece que voy a cerrar el círculo —dice.
—Baja el arma —contesta Noah con serenidad.
Peter menea la cabeza y ruega:
—Chicos, escuchad. Un momento solo.
Espera. No nos movemos. Estudio a Noah en el extremo de mi punto de mira. Es más alto de lo que parecía en el vídeo, tanto como Peter. Tiene la frente cubierta de gotas de sudor y esa mirada suya en la cara. La reconozco.
De sospecha.
Cree que los malos somos nosotros. Me cuesta una barbaridad no soltar risillas como una idiota. Porque no serían risillas, seguro, sería una risa de loca de atar. Contemplo a este tío que era mi novio y por fin siento algo. Tal vez el Fantasma de los Sentimientos Pasados, pero la idea de que sospecha de nosotros cuando es él quien se marchó como se marchó… es tan ridícula que me hace dudar de todo lo que he aprendido hasta ahora. Creo que estábamos juntos, pero no entiendo de qué manera. Además, apuntar con una pistola no aclara precisamente las cosas.
—Si tienes algo que decir, dilo, por favor —advierte Noah. Sigue taladrándome con los ojos, buscando no sé qué. ¿Reconocimiento? No voy a dárselo. Quizá si no hubiera alterado mis dosis o lo que fuera que hizo, sí se lo daría. La rabia que sentía al principio ha disminuido levemente, igual que cuando se baja una llama de gas. No afecta, sin embargo, al vacío de mi pecho, ese que parece devorar todo lo que siento en cuanto lo siento.
Peter respira hondo:
—Hace pocos días estábamos durmiendo en el mismo cuarto, comíamos juntos, nos duchábamos por turnos, entrenábamos en común. Recibíamos las mismas clases. ¿Os acordáis? Excepto Miranda, naturalmente.
Entonces me sonríe: esa resplandeciente sonrisa suya que debería estar patentada.
Noah parece asqueado, pero no está claro si de mí o de sí mismo.
—Me acuerdo —responde.
—Yo también —observa Olive a mi izquierda; todavía no la he visto con claridad.
—Vale, de acuerdo —prosigue Peter—. ¿Os parece bien que hablemos de esto sin las armas?
—Nos parece —asiente Olive.
—Cállate, Olive —ordena Noah.
—Cállate tú —replica ella—. ¿Quién te ha nombrado jefe?
—Tú, al seguirme.
En el corredor alguien abre y cierra una puerta. Entrar en este cuarto a patadas no ha sido precisamente silencioso y me pregunto si no se presentará compañía.
—Nadie quiere ser el primero en moverse, eso es obvio. Bien. Dejemos que la chica que tiene menos razones para confiar en nadie, hable.
—Vale —digo.
Bajo lentamente mi pistola hasta la altura del muslo. La culata está resbaladiza de sudor.
—Esa es mi chica —dice Noah.
—Punto uno: no soy tu chica —rechazo.
Su sonrisa en ciernes se esfuma como si nunca hubiera existido. Sigue apuntando a Peter, que sigue apuntando a Olive, que sigue apuntándome a mí.
—Chicos —digo—. Acabo de bajar el arma. ¿Alguien más va de buen rollo?
Peter también baja despacio la suya. Noah y Olive no se mueven.
—Venga. Tenéis las pistolas. Contarnos por qué os largasteis —animo, y luego me dirijo a Noah—: ¿Y tú me harías el favor de explicarme por qué no recuerdo ni una maldita cosa?
Noah traga saliva; veo subir y bajar su nuez.
—Vi algo —dice sin dejar de apuntar a Peter.
—¿Qué? —pregunta este.
—No te hagas el loco. Sabes perfectamente a qué me refiero.
Peter aprieta la mandíbula. Mira de frente a Noah. Noah sigue apuntándole pero, no sé, tengo la sensación de que ahora lo hace con más firmeza. Antes de que pueda pensármelo, avanzo hacia ellos. Si Noah no deja de apuntar a Peter, tal vez deje de apuntarme a mí. Lo último que se pierde es la esperanza.
Guardo la pistola en mis pantalones, extiendo las manos y las apoyo en el pecho de cada uno. Los siento tibios. Percibo las escamas de sus armaduras bajo la ropa; deberían impedirme sentir sus corazones, pero no es así: los latidos martillean contra mis palmas.
Intento hablar con la mayor tranquilidad posible:
—O hablamos o nos disparamos. Elegid.
Es lo que tendría que haber hecho desde el principio.