7

Al cabo de una hora me hallaba tras el escritorio de Jerry Vincent, con Lorna Taylor y Dennis Wojciechowski sentados enfrente de mí. Estábamos comiendo nuestros sandwiches y a punto de revisar lo que habíamos reunido de una inspección preliminar de la oficina y los casos. La comida era buena, pero nadie tenía demasiado apetito, algo natural considerando dónde estábamos sentados y lo que había ocurrido al predecesor de la oficina.

Había enviado a Wren Williams temprano a casa. La secretaria de Jerry Vincent había sido incapaz de parar de llorar y de oponerse a que yo tomara el control de los casos de su difunto jefe. Decidí derribar la barricada mejor que rodearla constantemente. Lo último que preguntó antes de que la acompañara a la puerta era si iba a despedirla. Le dije que el jurado todavía tenía que decidirlo, pero que tenía que presentarse al trabajo como de costumbre al día siguiente.

Con Jerry Vincent muerto, y después de que Wren Williams se hubiera ido, habíamos estado dando palos de ciego hasta que Lorna averiguó el sistema de archivo y empezó a sacar los expedientes de casos activos. A partir de las anotaciones de cada expediente, Lorna había logrado empezar a reconstruir un calendario de litigios, el componente clave en la vida profesional de cualquier abogado de juicios. Una vez preparado un calendario rudimentario, empecé a respirar un poco mejor; hicimos una pausa para comer y abrimos los envases de los sandwiches que Lorna había traído de Dusty’s.

El calendario de litigios era muy llevadero. Había unas pocas comparecencias, pero resultaba obvio que Vincent estaba manteniendo el camino despejado en preparación para el juicio de Walter Elliott, programado para que empezara con la selección del jurado al cabo de nueve días.

—Bueno, empecemos —dije, con la boca todavía llena con el último bocado—. Según el calendario que hemos montado, tengo una sentencia dentro de cuarenta y cinco minutos. Así que estaba pensando que podríamos tener una discusión preliminar ahora, y luego dejaros a los dos mientras voy al tribunal. Cuando vuelva podemos ver hasta dónde hemos llegado antes de que Cisco y yo salgamos y empecemos a ir puerta por puerta.

Ambos asintieron, todavía masticando los sandwiches. Cisco tenía arándanos en el bigote, pero no lo sabía.

Lorna estaba tan arreglada y tan guapa como siempre. Era una rubia despampanante, con unos ojos que te hacían pensar que eras el centro del universo cuando te miraban a ti. Nunca me cansaba de eso. La había mantenido en nómina todo el año que estuve fuera. Podía permitírmelo con el pago del seguro y no quería correr el riesgo de que estuviera trabajando para otro abogado cuando me llegara el momento de volver al trabajo.

—Empecemos con el dinero —dije.

Lorna asintió con la cabeza. En cuanto hubo terminado de reunir los expedientes de los casos activos y me los hubo dado, siguió con las cuentas bancarias, quizá la única cosa tan importante como el calendario de litigios. Las cuentas nos dirían más que cuánto dinero tenía en sus arcas la firma de Vincent: nos daría un conocimiento de cómo manejaba su negocio unipersonal.

—Muy bien, buenas y malas noticias sobre el dinero —dijo—. Tiene 38.000 en la cuenta operativa y 129.000 en la cuenta de fideicomiso.

Silbé. Eso era mucho dinero en fideicomiso. El dinero que se recibe de los clientes va a la cuenta de fideicomiso. Al ir haciéndose el trabajo para cada cliente, se factura contra la cuenta de fideicomiso y el dinero se transfiere a la cuenta operativa. A mí siempre me gusta tener más dinero en la cuenta operativa que en la de fideicomiso, porque una vez que se mueve a aquella, el dinero es mío.

—Hay una razón para que esté tan asimétrico —dijo Lorna, captando mi sorpresa—. Acaba de ingresar un cheque de cien mil dólares de Walter Elliot. Lo depositó el viernes.

Asentí y di un golpecito en el calendario improvisado que tenía sobre la mesa, delante de mí. Estaba dibujado en una libreta grande. Lorna tendría que salir y comprar un calendario real cuando tuviera ocasión. También tendría que introducir todas las citas judiciales en mi ordenador y en un calendario on-line. Finalmente, y como no había hecho Jerry Vincent, lo copiaría todo en una cuenta de almacenamiento de datos externa.

—El juicio de Elliot está programado para que empiece el jueves de la semana que viene —dije—. Cobró los cien mil por adelantado.

Decir lo obvio me hizo caer en la cuenta de algo.

—En cuanto terminemos aquí, llama al banco —le dije a Lorna—. Mira a ver si el cheque está retenido. Trata de que lo abonen. En cuanto Elliot se entere de que Vincent ha muerto, probablemente tratará de parar el pago.

—Entendido.

—¿Qué más sabemos sobre el dinero? Si cien son de Elliot, ¿de quién es el resto?

Lorna abrió uno de los libros de contabilidad que tenía en su regazo. Hay que poder relacionar cada dólar ingresado en una cuenta de fideicomiso con el cliente para el que se mantiene. En cualquier momento, un abogado debe poder determinar qué parte del anticipo de un cliente ha de transferirse a la cuenta operativa y usarse y cuánto queda en reserva en fideicomiso. Cien mil de la cuenta de fideicomiso estaban destinados al juicio de Walter Elliot. Eso dejaba sólo 29.000 recibidos por el resto de los casos activos. No era mucho, considerando la pila de expedientes que habíamos reunido al revisar los archivadores buscando casos activos.

—Esa es la mala noticia —dijo Lorna—. Parece que sólo hay otros cinco o seis casos con depósitos de fideicomiso. Con el resto de los casos activos, el dinero ya se había transferido a operativo, se había gastado o los clientes lo debían.

Asentí. No era una buena noticia. Estaba empezando a parecer que Jerry Vincent iba por delante de sus casos, lo cual significaba que había entrado en una rueda de conseguir nuevos casos para mantener el flujo de dinero y pagar por los casos existentes. Walter Elliott iba a ser el cliente salvador. En cuanto se hicieran efectivos los cien mil dólares, Vincent podría parar la rueda y tomar aire, al menos, durante un tiempo. Pero nunca tuvo la ocasión.

—¿Cuántos clientes con planes de pago? —pregunté.

Lorna consultó una vez más los registros que tenía en su regazo.

—Hay dos con pagos preliminares. Ambos muy atrasados.

—¿Quiénes son?

Ella tardó un momento en responder y consultó los datos.

—Ah, Samuels es uno y Henson es el otro. Los dos tienen unos cinco mil de atrasos.

—Y por eso aceptamos tarjetas de crédito y no pagarés.

Me estaba refiriendo a mi propia rutina de negocio. Ya hacía mucho tiempo que había dejado de proporcionar servicios de crédito. Aceptaba pagos en efectivo no reembolsables. También aceptaba plástico, pero no hasta que Lorna hubiera verificado la tarjeta.

Consulté las notas que había tomado mientras llevaba a cabo una rápida revisión del calendario y los casos activos. Tanto Samuels como Henson se hallaban en una lista que había esbozado mientras revisaba los expedientes, la de aquellos de los que iba a desembarazarme si podía. Estaba basada en mi rápida revisión de las acusaciones y hechos de los casos. Si había algo que no me gustaba de un caso —por cualquier razón— entonces iba a la lista chunga.

—No hay problema —dije—. Los dejaremos.

Samuels era un caso de homicidio culposo por conducir con exceso de alcohol y Henson era un caso de robo y posesión de droga. Henson momentáneamente retuvo mi interés porque Vincent iba a construir una defensa en torno a la adicción del cliente a los calmantes. Iba a unir compasión y desviación en una estrategia según la cual el médico que prescribió un exceso de fármacos a Henson era el máximo responsable de las consecuencias de la adicción que creó. Patrick Henson, argumentaría Vincent, era una víctima, no un delincuente.

Yo estaba íntimamente familiarizado con esta defensa, porque la había empleado de manera reiterada durante dos años para tratar de absolverme a mí mismo de numerosas infracciones que había cometido con diferentes personas en mi papel de padre, exmarido y amigo. Pero puse a Henson en lo que llamaba la lista chunga porque en el fondo sabía que la defensa no se sostendría, al menos no para mí. Y tampoco estaba preparado para ir al tribunal con esa estrategia.

Lorna asintió con la cabeza y tomó notas sobre los dos casos en un papel.

—Entonces, ¿qué resultado tienes? —preguntó—. ¿Cuántos casos estás poniendo en la lista chunga?

—Tenemos treinta y un casos activos —dije—. De esos, estoy pensando que sólo siete parecen chungos. Así que eso significa que hay muchos casos donde el dinero no estaba en la caja registradora. O bien tendré que conseguir dinero nuevo o acabarán también en la lista chunga.

No estaba preocupado por tener que conseguir dinero de 58 los clientes. El talento número uno de la defensa penal es conseguir el dinero. Era bueno en eso y Lorna era aún mejor. El truco consistía en hacerse con clientes que pagaran y nos habían caído del cielo dos docenas de ellos.

—¿Crees que la juez va a dejarte abandonar algunos de estos? —preguntó Lorna.

—No. Pero ya pensaré en algo. Tal vez pueda alegar conflicto de intereses. El conflicto de intereses podría ser que me gusta que me paguen por mi trabajo y los clientes no quieren pagarme.

Nadie rio. Nadie sonrió siquiera. Seguí adelante.

—¿Algo más sobre el dinero? —pregunté.

Lorna negó con la cabeza.

—Nada más. Cuando estés en el tribunal, voy a llamar a banco y empezaremos con eso. ¿Quieres que los dos tengamos firma?

—Sí, igual que con mis cuentas.

No había considerado la dificultad potencial de acceder a dinero que estaba en las cuentas de Vincent. Para eso tenía a Lorna, que era excepcional con el aspecto comercial del negocio. Algunos días era tan buena que deseaba que nunca nos hubiéramos casado o que nunca nos hubiéramos divorciado.

—Averigua si Wren Williams tiene firma —le dije—. Si es así, elimínala. Por ahora sólo quiero que tú y yo tengamos firma en las cuentas.

—Lo haré. Puede que tengas que volver a pedirle a la juez Holder una orden para el banco.

—No habrá problema.

Miré el reloj y vi que disponía de diez minutos antes de ir ni tribunal. Volví mi atención a Wojciechowski.

—Cisco ¿qué tienes?

Antes le había pedido que recurriera a sus contactos y se informara de la investigación del asesinato de Vincent lo más posible. Quería saber qué movimientos estaban haciendo los detectives, porque por lo que había dicho Bosch, la investigación iba a estar entrelazada con los casos que acababa de heredar.

—No mucho —dijo Cisco—. Los detectives aún no han vuelto al Parker Center. Llamé a un tipo que conozco en criminalística y todavía lo están procesando todo. No hay mucha información sobre lo que tienen, pero me ha hablado de algo que no tienen: a Vincent le dispararon al menos dos veces, por lo que han visto en la escena. Y no hay casquillos. El asesino hizo limpieza.

Había algo revelador en la información. El asesino o bien había usado un revólver o había tenido la presencia de ánimo después de matar a un hombre para recoger los casquillos expulsados por la pistola.

Cisco continuó con su informe.

—Llamé a otro contacto de la central de comunicaciones y me dijo que la primera llamada se recibió a las 12.43. Ajustarán la hora de la muerte en la autopsia.

—¿Tienen una idea general de lo que ocurrió?

—Parece que Vincent trabajó hasta tarde, que era aparentemente su rutina los lunes. Trabajaba hasta tarde los lunes para preparar la semana que tenía por delante. Cuando terminó, cogió su maletín, cerró la puerta y se fue. Bajó al garaje, se metió en el coche y le dispararon a través de la ventanilla. Cuando lo encontraron, la transmisión automática estaba en Park y el contacto encendido. La ventanilla estaba bajada. Anoche la temperatura era de quince o dieciséis grados. Podría haber bajado la ventanilla porque le gustaba el fresco, o podría haberla bajado porque alguien se acercó al coche.

—Alguien a quien conocía.

—Es una posibilidad.

Pensé en ello y en lo que el detective Bosch había dicho.

—¿Nadie estaba trabajando en el garaje?

—No, el empleado se va a las seis. Después de esa hora, has de echar el dinero en la máquina o usar tu pase mensual. Vincent tenía uno.

—¿Cámaras?

—Sólo hay cámaras cuando entras o sales en coche. Son cámaras de placa de matrícula, así si alguien dice que ha perdido su tíquet pueden saber cuándo ha entrado el coche y esa clase de cosas. Pero por lo que me ha dicho mi contacto en criminalística, no había nada útil en la cinta. El asesino no entró en el garaje en coche. O bien accedió desde el edificio o por una de las entradas de peatones.

—¿Quién encontró a Jerry?

—El vigilante de seguridad. Hay uno para el edificio y el garaje. Pasa por este un par de veces por noche y se fijó en el coche de Vincent en la segunda pasada. Tenía las luces encendidas y estaba en marcha, así que fue a echar un vistazo. Primero creyó que Vincent estaba durmiendo, y luego vio la sangre.

Asentí, pensando en el escenario y en cómo habían ocurrido los hechos. El asesino o bien era increíblemente descuidado y afortunado, o sabía que el garaje no tenía cámaras y que podría interceptar a Jerry Vincent allí un lunes por la noche cuando el lugar estaba casi desierto.

—Vale, sigue en ello. ¿Qué pasa con Harry Potter?

—¿Quién?

—El detective. No Potter, quiero decir…

—Bosch, Harry Bosch. También estoy trabajando en eso. Supuestamente, es uno de los mejores. Se retiró hace años y el jefe de policía en persona lo volvió a reclutar. O eso es lo que se cuenta.

Cisco consultó algunas notas en una libreta.

—El nombre completo es Hieronymus Bosch. Lleva un total de treinta y tres años en el departamento y ya sabes lo que eso significa.

—No, ¿qué significa?

—Bueno, según el programa de pensiones del Departamento de Policía de Los Ángeles, llegas al máximo a los treinta años, lo que significa que puedes retirarte con la pensión completa; no importa el tiempo que te quedes en el trabajo, después de treinta años tu pensión no aumenta. Así que no tiene sentido económico quedarse.

—A no ser que seas un hombre con una misión.

Cisco asintió.

—Exactamente. Cualquiera que se queda más de treinta años O se queda por el dinero o el empleo. Es más que un empleo.

—Espera un segundo —dije—. ¿Has dicho Hieronymus Bosch? ¿Cómo el pintor?

La segunda pregunta lo confundió.

—No sé de qué pintor hablas. Pero ese es su nombre, Hieronymus. Un nombre raro, diría yo.

—No más raro que Wojciechowski, en mi opinión.

Cisco estaba a punto de defender su nombre y origen cuando intervino Lorna.

—Pensaba que habías dicho que no lo conocías, Mickey.

Miré a Lorna y negué con la cabeza.

—Nunca lo había visto hasta hoy, pero el nombre… Conozco el nombre.

—¿Por las pinturas?

No quería meterme en una discusión de historia pasada tan distante que no podía estar seguro al respecto.

—No importa. No es nada y hemos de ponernos en marcha. Me levanté—. Cisco, concéntrate en el caso y averigua lo que puedas de Bosch. Quiero saber hasta dónde puedo fiarme de ese tipo.

—No vas a dejarle mirar los expedientes, ¿verdad? —preguntó Lorna.

—No fue un crimen casual. Hay un asesino suelto que sabía cómo llegar a Jerry Vincent. Me sentiría mucho mejor si nuestro hombre con una misión resolviera el caso y detuviera al culpable.

Rodeé el escritorio y me dirigí a la puerta.

—Estaré en el tribunal de la juez Champagne. Me llevaré unos cuantos casos activos para ir leyendo mientras espero.

—Te acompañaré —dijo Lorna.

Vi que le lanzaba una mirada y le hacía una señal con la cabeza a Cisco para que se quedara atrás. Salimos a la zona de recepción. Sabía lo que iba a decirme Lorna, pero dejé que lo dijera.

—Mickey ¿estás seguro de que estás preparado para esto?

—Absolutamente.

—Este no era el plan. Ibas a volver tranquilo ¿recuerdas? Empezar con un par de casos e ir poco a poco. En cambio, estas tomando los clientes de todo un bufete.

—Ya lo sé, pero estoy preparado. ¿No crees que esto es mejor que el plan? El caso Elliot no sólo nos da todo ese dinero, sino que va a ser como tener un cartel encima del edificio de tribunal penal que diga «He vuelto» en grandes letras de neón.

—Sí, eso es genial. Y sólo el caso Elliot te va a poner tanta presión que…

Lorna no terminó, pero no tenía que hacerlo.

—Lorna, he acabado con todo eso. Estoy bien, lo he superado y estoy preparado para volver. Pensaba que estarías contenta. Tendremos ingresos por primera vez en un año.

—No me preocupa eso. Quiero asegurarme de que estás bien.

—Estoy mejor que bien. Estoy entusiasmado. Siento que en un día he recuperado mi encanto. No me desanimes, ¿vale?

Me miró y yo le devolví la mirada. Al final asomó una sonrisa reticente en su expresión severa.

—Muy bien —dijo—. Entonces, ve a por ellos.

—No te preocupes, lo haré.