EL primer testigo de descargo era Julio Muñiz, el videógrafo freelance de Topanga Canyon que se anticipó al resto de los medios locales y llegó por delante del grupo a la casa de Elliot el día de los crímenes. Establecí rápidamente con mis preguntas cómo se ganaba la vida Muñiz. No trabajaba para ninguna cadena ni canal de noticias local. Escuchaba los escáneres policiales desde su casa y su coche y se enteraba de las direcciones de escenas de crímenes y situaciones policiales activas. Respondía a estas escenas con su cámara de vídeo y grababa películas que luego vendía a las cadenas locales que no habían cubierto la noticia. En relación con el caso Elliot, este empezó para él cuando oyó una llamada a un equipo de homicidios y acudió a la dirección con su cámara.
—Señor Muñiz, ¿qué hizo al llegar allí? —pregunté.
—Bueno, saqué mi cámara y empecé a grabar. Me fijé en que había alguien en la parte de atrás del coche patrulla y pensé que probablemente era un sospechoso, así que lo grabé y luego filmé a los agentes tendiendo cintas de la escena del crimen delante de la propiedad, esa clase de cosas.
A continuación, presenté la cinta digital que Muñiz usó ese día como prueba documental número uno de la defensa y desenrollé la pantalla de vídeo y el reproductor delante del jurado. Puse la cinta y le di al play. Previamente lo había preparado para que empezara en el punto en que Muñiz empezaba a grabar fuera de la casa de Elliot. Al reproducirse la cinta, observé a los jurados prestando mucha atención. Yo estaba familiarizado con el vídeo, pues lo había visto varias veces: mostraba a Walter Elliot sentado en el asiento trasero del coche patrulla. Como el vídeo se había grabado en picado, la designación 4A pintada en el techo del vehículo era claramente visible.
El vídeo saltaba del coche a las escenas de los agentes acordonando la zona y luego volvía al coche patrulla. Esta vez mostraba cómo los detectives Kinder y Ericsson sacaban del vehículo a Elliot, le quitaban las esposas y lo conducían al interior de la casa.
Usando un mando a distancia detuve la imagen y rebobiné hasta el punto en que Muñiz se había acercado a Elliot en el asiento de atrás del coche patrulla. Empecé a pasar el vídeo hacia delante otra vez y congelé la imagen para que el jurado viera a Elliot inclinado hacia delante porque tenía las manos esposadas a la espalda.
—Muy bien, señor Muñiz, deje que lleve su atención al techo del coche patrulla. ¿Qué ve pintado ahí?
—Veo la designación del coche pintada ahí. Es 4A o cuatro-alfa, como dicen en la radio del sheriff.
—Muy bien, ¿y reconoció esa designación? ¿La había visto antes?
—Bueno, escucho mucho el escáner, así que estoy familiarizado con la designación cuatro-alfa. Y de hecho había visto el coche cuatro-alfa ese mismo día.
—¿En qué circunstancias?
—Había estado escuchando el escáner y oí que tenían una situación con rehenes en el Creek State Park de Malibú. También había ido a grabarlo.
—¿Cuándo fue eso?
—Hacia las dos de la mañana.
—Entonces, unas diez horas antes de que grabara las actividades en la casa de Elliot había ido a grabar un vídeo en esta situación de rehenes, ¿correcto?
—Es correcto.
—¿Y el coche cuatro-alfa también estaba implicado en ese anterior incidente?
—Sí, cuando finalmente detuvieron al sospechoso, lo transportaron en el cuatro-alfa. El mismo coche.
—¿A qué hora fue eso?
—No fue hasta casi las cinco de la madrugada. Fue una larga noche.
—¿Lo grabó en vídeo?
—Sí, lo hice. El metraje va antes en la misma cinta.
Señaló la imagen congelada en la pantalla.
—Vamos a verlo —dije.
Le di al botón de rebobinar en el mando a distancia. Golantz se levantó de un salto, protestó y solicitó un aparte. El juez nos hizo subir y yo me llevé la lista de los testigos que había entregado en el tribunal dos semanas antes.
—Señoría —dijo Golantz enfadado—. La defensa está otra vez embaucando. No hay indicación en la revelación ni tampoco de la intención del señor Haller de explorar otro crimen con este testigo. Me opongo a que esto se presente.
Yo, tranquilamente, coloqué la hoja de testigos delante del juez. Según las reglas de revelación, tenía que enumerar a cada testigo que pensaba llamar y hacer un breve resumen de qué se esperaba que incluyera su testimonio. Julio Muñiz estaba en mi lista. El resumen era breve, pero no restrictivo.
—Dice claramente que testificará sobre el vídeo que grabó el 2 de mayo, el día de los asesinatos —expliqué—. El vídeo que grabó en el parque se grabó el día de los asesinatos, el 2 de mayo. Ha estado aquí dos semanas, señoría. Si alguien se está embaucando, es el señor Golantz quien se embauca a sí mismo. Podría haber hablado con este testigo y comprobar sus vídeos. Aparentemente no lo hizo.
El juez examinó un momento la lista de testigos y asintió.
—Protesta denegada —dijo—. Puede proceder, señor Haller.
Volví, rebobiné la cinta y empecé a reproducirla. El jurado continuaba prestando un interés máximo. Era una grabación nocturna: las imágenes tenían más grano y las escenas parecían saltar más que en la primera secuencia.
Finalmente, llegué a la parte en la que aparecía un hombre con las manos esposadas a su espalda al que colocaban en un coche patrulla. Un agente cerró la puerta y golpeó dos veces el techo. El coche arrancó y pasó directamente junto a la cámara. En ese momento, congelé la imagen.
La pantalla mostraba una imagen con grano del coche patrulla. La luz de la cámara iluminaba al hombre sentado en el asiento de atrás, así como el techo del coche.
—Señor Muñiz, ¿cuál es la designación que aparece en el techo de ese coche?
—Otra vez es 4A o cuatro-alfa.
—Y el hombre al que transportan, ¿dónde está sentado?
—En el asiento trasero derecho.
—¿Está esposado?
—Bueno, lo estaba cuando lo pusieron en el coche. Yo lo grabé.
—Tenía las manos esposadas a la espalda, ¿correcto?
—Correcto.
—Vamos a ver, ¿está en la misma posición y asiento en el coche patrulla que el señor Elliot cuando lo grabó unas ocho horas más tarde?
—Sí, exactamente en la misma posición.
—Gracias, señor Muñiz, no hay más preguntas.
Golantz renunció al contrainterrogatorio. No había nada en el directo que pudiera atacar y el vídeo no mentía. Muñiz bajó del estrado. Le dije al juez que quería dejar la pantalla de vídeo en su lugar para mi siguiente testigo y llamé al agente Todd Stallworth al estrado.
Stallworth parecía más enfadado que cuando había entrado antes en la sala. Eso estaba bien. También parecía agotado y su uniforme daba la sensación de habérsele mustiado sobre el cuerpo. Una de las mangas de la chaqueta tenía una mancha negra de rozadura, presumiblemente de una pelea durante la noche.
Establecí rápidamente la identidad de Stallworth y que estaba conduciendo el coche alfa en el distrito de Malibú durante el primer turno del día de los asesinatos en la casa de Elliot. Antes de poder plantear otra pregunta, Golantz protestó una vez más y solicitó un aparte. Cuando llegamos allí, levantó las manos con las palmas hacia arriba en un gesto de «¿qué es esto?». Su estilo se me estaba haciendo viejo.
—Señoría, protesto a este testigo. La defensa lo escondió en la lista de los testigos entre los muchos agentes que estuvieron en la escena y no tuvieron relación con el caso.
Una vez más tenía la lista de los testigos a mano. Esta vez la dejé con fuerza delante del juez en un gesto de fingida frustración y pasé el dedo por la columna de nombres hasta que llegué a Todd Stallworth. Estaba allí en medio de una lista de otros cinco agentes que estuvieron en casa de Elliot.
—Señoría, si estaba escondiendo a Stallworth, lo estaba escondiendo a plena luz. Claramente aparece enumerado bajo personal de las fuerzas policiales. La explicación es la misma que antes: dice que testificará sobre sus actividades el 2 de mayo. Es lo único que puse, porque nunca hablé con él. Voy a oír lo que tenga que decir ahora mismo por primera vez.
Golantz negó con la cabeza y trató de mantener la compostura.
—Señoría, desde el comienzo de este juicio la defensa se ha basado en trucos y engaños para…
—Señor Golantz —le interrumpió el juez—, no diga algo que no pueda respaldar y que pueda meterle en líos. Este testigo, como el primero que ha llamado el señor Haller, ha estado en esta lista dos semanas. Aquí mismo, en negro sobre blanco. Ha tenido la oportunidad de descubrir lo que esta gente iba a decir. Si no aprovechó esa oportunidad, fue decisión suya. Pero esto no es truco ni engaño. Será mejor que se controle.
Golantz se quedó cabizbajo un momento antes de hablar.
—Señoría, la fiscalía solicita un breve receso —dijo finalmente con voz calmada.
—¿Cómo de breve?
—Hasta la una en punto.
—Yo no llamaría breve a dos horas, señor Golantz.
—Señoría —interrumpí—, me opongo a cualquier receso. Sólo quiere contactar con mi testigo y cambiar su testimonio.
—Ahora protesto yo —dijo Golantz.
—Mire, ningún receso, ningún aplazamiento y basta de discusiones —zanjó el juez—. Ya hemos perdido la mayor parte de la mañana. Protesta denegada. Retírense.
Regresamos a nuestros puestos y reproduje un fragmento de treinta segundos del vídeo que mostraba al hombre esposado al ser colocado en la parte trasera del coche cuatro-alfa en el Creek State Park de Malibú. Congelé la imagen en el mismo lugar que antes, justo cuando el coche pasaba acelerando junto a la cámara. Dejé la imagen en la pantalla mientras continuaba mi interrogatorio directo.
—Agente Stallworth, ¿es usted quien conduce ese coche?
—Sí.
—¿Quién es el hombre del asiento trasero?
—Se llama Eli Wyms.
—Me he fijado en que estaba esposado antes de ser colocado en el coche. ¿Es porque estaba detenido?
—Sí, así es.
—¿Por qué lo detuvieron?
—Por intentar matarme, para empezar. Además fue acusado de descarga ilegal de arma de fuego.
—¿Cuántos cargos de descarga ilegal de un arma?
—No recuerdo la cifra exacta.
—¿Qué le parece noventa y cuatro?
—Algo así. Fueron muchos. Disparó a diestro y siniestro.
Stallworth estaba cansado y contenido, pero no dudaba en sus respuestas. No tenía ni idea de cómo encajaban en el caso Elliot y no parecía preocuparse por tratar de ayudar a la acusación con respuestas cortas y concisas. Probablemente estaba enfadado con Golantz por no haberle librado de testificar.
—¿Así que lo detuvo y lo llevó a la vecina comisaría de Malibú?
—No, lo llevé hasta el calabozo del condado en el centro, donde lo pusieron en la planta psiquiátrica.
—¿Cuánto duró el trayecto?
—Alrededor de una hora.
—¿Y luego volvió a Malibú?
—No, primero llevé a reparar el cuatro-alfa. Wyms había roto el retrovisor lateral de un disparo. Mientras estaba en el centro fui al garaje y lo sustituyeron. Eso me ocupó el resto de mi turno.
—Entonces, ¿cuándo volvió el coche a Malibú?
—Con el cambio de turno. Se lo entregué a los del turno de día.
Consulté mis notas.
—Es decir, ¿los agentes… Murray y Harber?
—Exacto.
Stallworth bostezó y hubo un murmullo de risas en la sala.
—Sé que hemos pasado de su hora de irse a dormir, agente. No tardaré mucho más. Cuando entregan el coche de un turno a otro, ¿limpian o desinfectan el vehículo de algún modo?
—Se supone. En realidad, a no ser que alguien vomite en el asiento de atrás no lo hace nadie. Los coches salen de rotación una o dos veces por semana y los limpian en el taller.
—¿Eli Wyms vomitó en su coche?
—No, me habría enterado.
Más murmullo de risas. Bajé la mirada desde el atril a Golantz y él no estaba sonriendo en absoluto.
—De acuerdo, agente Stallworth, veamos si lo tengo claro. Eli Wyms fue detenido por dispararle y por disparar al menos otros noventa y tres tiros esa madrugada. Fue detenido, esposado con las manos a la espalda y transportado al centro. ¿Estoy errado en algo?
—Me suena correcto.
—En el vídeo se ve al señor Wyms en el asiento trasero derecho. ¿Estuvo allí durante el trayecto de una hora hasta el centro?
—Sí. Lo llevaba con el cinturón.
—¿Es procedimiento estándar poner a un detenido en el lado derecho?
—Sí. No quieres tenerlo detrás de ti cuando estás conduciendo.
—Agente, también me he fijado en la cinta en que no puso las manos del señor Wyms en bolsas de plástico ni nada similar antes de colocarlo en el coche patrulla, ¿por qué?
—No lo consideramos necesario.
—¿Por qué?
—Porque no iba a ser una complicación. Había pruebas abrumadoras de que había disparado las armas que tenía en su posesión. No nos preocupaba la cuestión de los tests de residuos de disparo.
—Gracias, agente Stallworth, espero que pueda dormir un rato.
Me senté y dejé el testigo para Golantz. Él se levantó lentamente y se situó tras el atril. Ahora el fiscal ya sabía exactamente adónde me dirigía, pero había poco que pudiera hacer para impedírmelo. Sin embargo, debo reconocer su mérito. Encontró una pequeña fisura en mi interrogatorio y se esforzó por explotarla.
—Agente Stallworth, ¿cuánto tiempo esperó aproximadamente a que repararan su coche en el concesionario del centro?
—Unas dos horas. Sólo tenían a un par de hombres en el turno de noche y tenían que hacer malabarismos.
—¿Se quedó con el coche las dos horas?
—No, aproveché una mesa que había en la oficina para redactar el atestado de la detención de Wyms.
—Y ha testificado antes que, al margen de cuál sea el procedimiento, generalmente confía en que el equipo del taller mantenga los coches limpios, ¿es correcto?
—Sí, así es.
—¿Hace una solicitud especial o el personal del taller se ocupa de limpiar y mantener el coche?
—Nunca he hecho una petición formal. Supongo que simplemente lo hacen.
—Veamos, durante esas dos horas que estuvo alejado del 356 coche y escribiendo el atestado, ¿sabe si los empleados del taller lo limpiaron o desinfectaron?
—No, no lo sé.
—Podrían haberlo hecho y no necesariamente lo habría sabido, ¿no?
—Sí.
—Gracias, agente.
Vacilé pero me levanté para la contrarréplica.
—Agente Stallworth, ha dicho que tardaron dos horas en reparar el coche porque andaban ocupados y faltos de personal, ¿correcto?
—Correcto.
Lo dijo con un tono de «joder, ya me estoy hartando de esto».
—Así que es poco probable que estos tipos tuvieran tiempo de limpiar el coche si no se lo pedía, ¿correcto?
—No lo sé. Tendría que preguntárselo a ellos.
—¿Les pidió específicamente que limpiaran el coche?
—No.
—Gracias, agente.
Me senté y Golantz renunció a otro turno.
Era casi mediodía. El juez hizo una pausa para comer, pero dio al jurado y los letrados únicamente cuarenta y cinco minutos porque pretendía recuperar el tiempo perdido por la mañana. A mí me venía de primera. A continuación, iba mi testigo estrella y cuanto antes la pusiera en el estrado, antes obtendría mi cliente un veredicto de absolución.