43

En cuanto volví a la parte trasera del Lincoln, empecé a lamentar lo que estaba haciendo. Estaba caminando por una fina línea gris que podía conducirme a grandes problemas. Por un lado, es perfectamente razonable para un abogado investigar un informe de mala conducta o manipulación del jurado. Pero por otro, esa investigación sería vista como manipulación en sí misma. El juez Stanton había tomado medidas para asegurar el anonimato del jurado; yo acababa de pedir a mi investigador que las trastocara. Si nos estallaba en la cara, Stanton estaría más que ofendido y haría algo más que mirarme con ceño. No era una infracción que se saldase con una donación a Make-A-Wish. Stanton se quejaría al Colegio de Abogados, a la presidenta del Tribunal Superior y hasta al Tribunal Supremo si conseguía que lo escucharan. Haría lo que estuviera en su mano para que el juicio de Elliot fuera mi último juicio.

Patrick subió por Fareholm y metió el coche en el garaje de debajo de mi casa. Salimos y subimos por la escalera hasta la terraza delantera. Eran casi las diez en punto y estaba agotado después de una jornada de catorce horas, pero mi adrenalina se disparó cuando vi a un hombre sentado en una de las sillas de la terraza, con el rostro silueteado por las luces de la ciudad que tenía a mi espalda. Estiré un brazo para impedir que Patrick avanzara, como un padre impide que su hija cruce la calle sin mirar.

—Hola, abogado.

Bosch. Reconocí la voz en el saludo. Me relajé y dejé que Patrick continuara. Entramos en el porche y abrí la puerta para dejar pasar a Patrick. Volví a cerrarla y me acerqué al detective.

—Bonita vista —dijo—. ¿Defendiendo a escoria sacó para esta casa?

Estaba demasiado cansado para el baile con él.

—¿Qué está haciendo aquí, detective?

—Supuse que se dirigiría a casa después de la librería —contestó—. Así que me adelanté y lo esperé aquí.

—Bueno, he terminado por hoy. Puede pasar la voz a su equipo si es que de verdad hay un equipo.

—¿Qué le hace pensar lo contrario?

—No lo sé. No he visto a nadie. Espero que no me esté embaucando, Bosch. Me juego el cuello con esto.

—Después del juicio ha cenado con su cliente en el Water Grill. Los dos pidieron filete de lenguado y los dos levantaron la voz en ocasiones. Su cliente bebió abundantemente, lo que provocó que usted lo llevara a casa en su coche. En su camino de vuelta desde allí entró en el Book Soup e hizo una llamada que obviamente no quería que oyera su chófer.

Me quedé impresionado.

—Muy bien, pues, no importa. Entendido: están ahí fuera. ¿Qué quiere, Bosch? ¿Qué está pasando?

Bosch se levantó y se me acercó.

—Iba a preguntarle lo mismo —dijo—. ¿Por qué estaba Walter Elliot tan sulfurado y molesto esta noche en la cena? ¿Y a quién ha llamado usted desde la parte de atrás de la librería?

—Para empezar, Elliot es mi cliente y no voy a decirle de qué hemos hablado. No voy a cruzar esa línea con usted. Y por lo que respecta a la llamada en la librería, estaba pidiendo pizza porque, como usted y sus colegas pueden haber visto, no he cenado esta noche. Quédese si quiere una porción.

Bosch me miró con esa media sonrisa suya y una expresión de complicidad en sus ojos oscuros.

—Entonces, ¿así es como quiere hacerlo, abogado?

—Por ahora.

No hablamos durante unos segundos. Sólo nos quedamos allí de pie, esperando la siguiente pulla ingeniosa. No se nos ocurrió y decidí que realmente estaba cansado y hambriento.

—Buenas noches, detective Bosch.

Entré y cerré la puerta, dejando a Bosch en la terraza.