Puesto que yo había insistido en la reunión, Elliot insistió en el lugar. Con una llamada de treinta segundos nos consiguió un reservado en el Water Grill, al lado del hotel Biltmore, y tenía un martini esperándolo en la mesa cuando llegamos allí. Al sentarnos, pedí una botella de agua sin gas y unos limones en rodajas.
Me senté frente a mi cliente y lo observé estudiando el menú de pescado fresco. Durante mucho tiempo había querido estar en la inopia respecto a Walter Elliot. Normalmente, cuanto menos sabes de tu cliente, más capacitado estás para defenderlo. Pero ya habíamos pasado ese momento.
—Lo ha llamado una reunión-cena —dijo Elliot sin levantar la mirada del menú—. ¿No va a mirar el menú?
—Tomaré lo mismo que usted, Walter.
Dejó el menú a un lado y me miró.
—Filete de lenguado.
—Perfecto.
Hizo una seña al camarero. Este se había quedado cerca, pero estaba demasiado intimidado para aproximarse a la mesa. Elliot pidió por los dos, añadiendo una botella de chardonnay con el pescado, y le dijo al camarero que no olvidara mi agua sin gas y limón. Juntó las manos sobre la mesa y me miró con expectación.
—Podría estar cenando con Dominick Dunne —comenzó—. Será mejor que esto valga la pena.
—Walter, esto va a valer la pena. Va a ser el momento en que deja de esconderse de mí. Es el momento en que me cuenta toda la historia; la verdadera historia. ¿Se da cuenta? Si yo sé lo que usted sabe no me embaucará la acusación. Sabré qué movimientos va a hacer Golantz antes de que los haga.
Elliot asintió con la cabeza, como si estuviera de acuerdo en que era el momento de entregar la mercancía.
—Yo no maté a mi mujer ni a su amiguito nazi —dijo—. Se lo he dicho desde el primer día.
Negué con la cabeza.
—No me basta. He dicho que quiero la historia, quiero saber lo que ocurrió realmente, Walter. Quiero saber lo que está pasando o voy a dejarlo.
—No sea ridículo, ningún juez va a dejarle abandonar en medio de un juicio.
—¿Quiere apostar su libertad a eso, Walter? Si quiero salir de este juicio, encontraré una forma de salir.
Vaciló y me estudió antes de responder.
—Debería tener cuidado con lo que pregunta. El conocimiento doloso es un peligro.
—Me arriesgaré.
—Pero yo no estoy seguro de poder hacerlo.
Me incliné sobre la mesa hacia él.
—¿Qué significa eso, Walter? ¿Qué está pasando? Soy su abogado. Puede decirme lo que ha hecho y no va a salir de aquí.
Antes de que pudiera hablar, el camarero trajo una botella de agua europea a la mesa y un plato lleno de limones cortados suficientes para todos los clientes del restaurante. Elliot esperó hasta que el camarero llenó mi vaso y se alejó lo suficiente para que no pudiera oírnos antes de responder.
—Lo que está pasando es que ha sido contratado para presentar mi defensa al jurado. Según mi estimación, ha hecho un trabajo excelente hasta el momento y su preparación para la fase de la defensa está en el nivel más alto. Todo ello en dos semanas. ¡Asombroso!
—¡Ahórrese las chorradas!
Lo dije demasiado alto. Elliot echó un vistazo fuera del reservado y clavó la mirada en una mujer sentada a la mesa de al lado que había oído mi expletivo.
—Tendrá que mantener la voz baja —murmuró—. La confidencialidad abogado-cliente termina en esta mesa.
Lo miré. Estaba sonriendo, pero también sabía que me estaba recordando lo que yo ya le había asegurado: que lo que se dijera ahí se quedaría ahí. ¿Era una señal de que finalmente estaba dispuesto a hablar? Jugué el único as que tenía.
—Hábleme del soborno que pagó Jerry Vincent —dije.
Al principio, detecté un momentáneo asombro en sus ojos. Luego vino una expresión de complicidad cuando los engranajes giraron en su cerebro y llegó a una conclusión. Creí ver un rápido destello de arrepentimiento. Lamenté que Julie Favreau no estuviera sentada a mi lado; ella podría haberlo interpretado mejor que yo.
—Es un elemento de información muy peligroso de poseer —contestó—. ¿Cómo lo obtuvo?
Obviamente no podía decirle a mi cliente que lo había obtenido de un detective de policía con el que estaba colaborando.
—Supongo que se puede decir que venía con el caso, Walter. Tengo todos los registros de Vincent, incluidos los financieros. No fue difícil adivinar que canalizó cien mil dólares del anticipo a una parte desconocida. ¿Fue el soborno lo que le costó la vida?
Elliot levantó su martini sujetando con dos dedos el delicado pie de la copa y bebió lo que le quedaba. Luego hizo una señal a alguien a quien no veía por encima de mi hombro. Quería otro. Por fin, me miró.
—Creo que se puede decir sin temor a equivocarse que una confluencia de sucesos provocó la muerte de Jerry Vincent.
—Walter, no estoy para bromas. He de saberlo, no sólo para defenderle, sino también para protegerme yo.
Dejó la copa vacía a un lado de la mesa y alguien se la llevó en dos segundos. Asintió como para mostrar su acuerdo conmigo y entonces habló.
—Creo que podría haber encontrado la razón de su muerte —dijo—. Estaba en el expediente. Incluso me la mencionó.
—No entiendo. ¿Qué mencioné?
Elliot respondió con tono impaciente.
—Planeaba aplazar el juicio. Usted encontró la moción. Lo mataron antes de que pudiera presentarla.
Traté de comprenderlo, pero me faltaban elementos.
—No lo entiendo, Walter. ¿Quería aplazar el juicio y por eso lo mataron? ¿Por qué?
Elliot se inclinó sobre la mesa hacia mí. Habló en un tono que era poco más que un susurro.
—Muy bien, me lo ha preguntado y se lo voy a contestar. Pero no me culpe cuando lamente saber lo que sabe. Sí, hubo un soborno. Él lo pagó y todo estaba en orden. El juicio estaba programado y lo único que teníamos que hacer era estar preparados. Teníamos que mantenernos en la fecha. Sin atrasos, sin aplazamientos. Pero a última hora cambió de opinión y quiso aplazarlo.
—¿Por qué?
—No lo sé. Creo que pensaba que podía ganar el caso sin ayuda.
Al parecer, Elliot no sabía nada de las llamadas del FBI y de su aparente interés en Vincent. Si lo sabía, habría sido el momento de mencionarlo. La presión del FBI sobre Vincent habría sido una razón tan buena como cualquier otra para aplazar un juicio con un soborno.
—¿Así que retrasar el juicio le costó la vida?
—Creo que sí, sí.
—¿Usted lo mató, Walter?
—Yo no mato a gente.
—Lo mandó matar.
Elliot negó con la cabeza, cansinamente.
—Tampoco mando matar a gente.
Un camarero llegó al reservado con una bandeja y una mesita auxiliar y los dos nos recostamos para dejarlo trabajar. Quitó las espinas del pescado, lo emplató y lo puso en la mesa junto con dos pequeñas salseras con salsa beurre blanc. Luego colocó el nuevo martini de Elliot junto con dos copas de vino. Descorchó la botella que Elliot le había pedido y le preguntó si quería probar el vino ya. Elliot negó con la cabeza y pidió al camarero que se retirara.
—Muy bien —retomé cuando nos dejaron solos—. Volvamos al soborno. ¿A quién sobornaron?
Elliot se bebió medio martini de un trago.
—Eso debería ser obvio si lo pensara.
—Entonces soy estúpido. Ayúdeme.
—Un juicio que no puede aplazarse. ¿Por qué?
Mis ojos permanecieron fijos en él, pero ya no lo estaba mirando. Me puse a reflexionar sobre el acertijo hasta que di con la solución. Descarté las posibilidades: juez, fiscal, policías, testigos, jurado… Me di cuenta de que sólo había un lugar donde se cruzaban un soborno y un juicio inamovible. Sólo había un aspecto que podría cambiar si el juicio se retrasaba y reprogramaba. El juez, el fiscal y todos los testigos seguirían siendo los mismos sin que importara cuándo se reprogramara, pero la reserva de jurados cambia de semana en semana.
—Hay un durmiente en el jurado —dije—. Contactó con alguien.
Elliot no reaccionó. Me dejó seguir adelante y yo lo hice. Mi mente repasó las caras de los jurados de la tribuna; dos filas de seis. Me detuve en el jurado número siete.
—El número siete. Lo quería en la tribuna. Lo sabía, es el durmiente. ¿Quién es?
Elliot asintió ligeramente y esbozó esa media sonrisa. Dio su primer bocado de pescado antes de responder a mi pregunta con la misma calma que si estuviéramos hablando de las posibilidades de los Lakers en el play off y no de un fraude en un juicio de homicidio.
—No tengo ni idea de quién es ni me importa, pero es nuestro. Nos dijeron que el número siete sería nuestro. Y no es un durmiente, es un persuasor. Cuando llegue a las deliberaciones, estará allí e inclinará la balanza hacia la defensa. Con el caso que Vincent construyó y que usted está presentando, probablemente sólo hará falta un empujoncito. Yo apuesto a que conseguiremos nuestro veredicto. Pero como mínimo, él se aferrará a la absolución y tendremos un jurado sin veredicto. Si eso ocurre, empezaremos de nuevo. Nunca me condenarán, Mickey. Nunca.
Aparté mi plato. No podía comer.
—Walter, basta de adivinanzas. Dígame cómo funcionó esto. Cuéntemelo desde el principio.
—¿Desde el principio?
—Desde el principio.
Elliot chascó la lengua al pensarlo y se sirvió una copa de vino sin probarlo antes. Un camarero se acercó para hacerse cargo de la operación, pero Elliot le hizo una seña con la botella para que se alejara.
—Es una larga historia, Mickey. ¿Quiere una copa de vino para acompañarla?
Mantuvo la boca de la botella sobre mi copa vacía. Estuve tentado, pero negué con la cabeza.
—No, Walter, no bebo.
—No estoy seguro de poder confiar en alguien que no se toma una copa de vez en cuando.
—Soy su abogado. Puede confiar en mí.
—Confié en el último, y mire lo que le pasó.
—No me amenace, Walter. Sólo cuénteme la historia.
Bebió un buen trago y luego dejó la copa de vino sobre la mesa con fuerza. Miró a su alrededor para ver si alguien del restaurante se había dado cuenta y tuve la sensación de que era todo una actuación. En realidad estaba observando para ver si nos estaban vigilando. Yo examiné los ángulos sin ser obvio. No vi a Bosch ni a nadie al que calara como poli en el restaurante.
Elliot empezó su historia.
—Cuando llegas a Hollywood, no importa quién eres ni de dónde vienes, siempre y cuando tengas una cosa en el bolsillo.
—Dinero.
—Exacto. Yo llegué aquí hace veinticinco años y tenía dinero. Lo invertí en un par de películas primero y luego en un estudio cutre por el que nadie daba una mierda. Y lo convertí en un aspirante. Dentro de cinco años ya no hablarán de los Cuatro Grandes, sino de los Cinco Grandes. Archway estará allí arriba con Paramount, Warner y el resto.
No esperaba que se remontara veinticinco años atrás cuando le había pedido que empezara desde el principio.
—Vale, Walter, ya sé todo eso del éxito. ¿Qué está diciendo?
—Estoy diciendo que no era mi dinero. Cuando llegué aquí, no era mi dinero.
—Pensaba que la historia era que procedía de una familia que poseía una mina de fosfatos en Florida.
Asintió enfáticamente.
—Todo es cierto, pero depende de la definición de familia.
Lentamente, lo comprendí.
—¿Está hablando de la mafia, Walter?
—Estoy hablando de una organización de Florida con un tremendo flujo de efectivo que necesitaba negocios legítimos para moverlo y testaferros legales para que dirigieran sus negocios. Yo era un contable. Era uno de esos hombres.
Era fácil de comprender. Florida hace veinticinco años: la cúspide del flujo desbordante de cocaína y dinero.
—Me enviaron al oeste —continuó Elliot—. Yo tenía una historia y maletas llenas de dinero. Y me encantaba el cine. Sabía cómo elegir películas y cómo hacerlas. Cogí Archway y lo convertí en una empresa de mil millones de dólares. Y entonces mi mujer…
Una expresión de pena apareció en su rostro.
—¿Qué, Walter?
Negó con la cabeza.
—En la mañana de nuestro duodécimo aniversario, después de que venciera nuestro contrato prematrimonial, me dijo que iba a dejarme. Quería el divorcio.
Lo comprendí. Con el acuerdo prematrimonial vencido, Mitzi Elliot tenía derecho a la mitad de las acciones de Walter en Archway Studios, pero él era únicamente un testaferro. Sus acciones en realidad pertenecían a la organización y no era la clase de organización que permitía que unas faldas se llevaran la mitad de su inversión.
—Traté de convencerla —dijo Elliot—. No me escuchó. Estaba enamorada de ese cabrón nazi y creía que él podría protegerla.
—La organización la mató.
Sonó muy extraño decir esas palabras en voz alta. Me hizo mirar a mi alrededor y barrer el restaurante con la mirada.
—Se suponía que yo no tenía que estar allí ese día —dijo Elliot—. Me dijeron que me mantuviera alejado para que tuviera una coartada sólida.
—¿Entonces por qué fue?
Sus ojos me sostuvieron un momento la mirada antes de responder.
—Todavía la amaba en cierto modo. En cierto modo la quería y aún la quiero. Quería luchar por ella. Fui para tratar de impedirlo, quizá para ser el héroe, sacarla del apuro y recuperarla. No lo sé, no tenía un plan. Pero no quería que ocurriera. Así que fui allí…, pero era demasiado tarde. Los dos estaban muertos cuando llegué. Fue terrible…
Elliot estaba contemplando el recuerdo, quizá la escena en el dormitorio de Malibú. Yo bajé la mirada al mantel blanco que tenía ante mí. Un abogado defensor nunca espera que un cliente le cuente toda la verdad. Partes de la verdad, sí, pero no la fría, dura y completa verdad. Tenía que pensar que había cosas que Elliot había omitido. Sin embargo, lo que me había dicho me bastaba por el momento. Era la hora de hablar del soborno.
—Y entonces llegó Jerry Vincent —le animé.
Sus ojos volvieron a enfocarse y me miró.
—Sí.
—Hábleme del soborno.
—No tengo mucho que contar. Mi abogado corporativo me presentó a Jerry y me pareció bien. Acordamos una tarifa y luego él me abordó (eso fue al principio, al menos hace cinco meses) y me dijo que se le había acercado alguien que podía untar al jurado. O sea, poner a alguien en el jurado que estaría por nosotros. No importara lo que ocurriera, él defendería la absolución, pero también trabajaría para la defensa desde dentro, durante las deliberaciones. Sería un hablador, un persuasor con talento, un estafador. La pega era que cuando estuviera en marcha, el juicio tendría que celebrarse según el calendario para que ese tipo terminara en mi jurado.
—Y le dijo a Jerry que aceptara la oferta.
—La aceptamos. Eso fue hace cinco meses. Entonces no tenía una gran defensa. Yo no maté a mi mujer, pero parecía que todo apuntaba contra mí. No teníamos bala mágica… y estaba asustado. Era inocente y aun así me daba cuenta de que me iban a condenar. Así que aceptamos la oferta.
—¿Cuánto?
—Cien mil de entrada. Como descubrió, Jerry lo pagó de su minuta. Infló su tarifa, yo le pagué y él pagó al jurado. Luego serían otros cien mil por un jurado sin veredicto y doscientos cincuenta por una absolución. Jerry me dijo que esa gente lo había hecho antes.
—¿Se refiere a trampear un jurado?
—Sí, eso es lo que dijo.
Pensé que quizá el FBI se había enterado de anteriores trampas y por eso habían ido a por Vincent.
—¿Eran juicios de Jerry los que amañaron antes? —pregunté.
—No me lo dijo, y yo no le pregunté.
—¿Alguna vez mencionó algo del FBI husmeando en su caso?
Elliot se recostó, como si acabara de decir algo repulsivo.
—No. ¿Es eso lo que está pasando?
Pareció muy preocupado.
—No lo sé, Walter. Sólo estoy haciendo preguntas. Pero Jerry le dijo que iba a aplazar el juicio, ¿no?
Elliot asintió.
—Sí, el lunes. Dijo que no necesitábamos la trampa, que tenía la bala mágica e iba a ganar el juicio sin el durmiente en el jurado.
—Y eso le costó la vida.
—Tuvo que ser eso. No creo que esta clase de gente simplemente te deje cambiar de idea y retirarte de algo así.
—¿Qué clase de gente? ¿La organización?
—No lo sé. Esa clase de gente, quien haga esta clase de cosas.
—¿Le dijo a alguien que Jerry iba a aplazar el caso?
—No.
—¿Está seguro?
—Claro que estoy seguro.
—Entonces, ¿a quién se lo contó Jerry?
—No lo sé.
—Bueno, ¿con quién hizo el trato Jerry? ¿A quién sobornó?
—Eso tampoco lo sé, no me lo dijo. Sí insistió en que era mejor que no conociera nombres. Lo mismo que le digo a usted.
Era un poco tarde para eso. Tenía que terminar la conversación y quedarme solo para pensar. Miré mi plato de pescado sin tocar y me pregunté si podía llevármelo para Patrick o si alguien se lo comería en la cocina.
—Mire —dijo Elliot—, no es por ponerle más presión, pero si me condenan estoy muerto.
Lo miré.
—¿La organización? Asintió con la cabeza.
—Si detienen a alguien se convierte en un lastre, y normalmente lo eliminan antes de que llegue a juicio. No se arriesgan a que intente llegar a un acuerdo. Pero yo todavía controlo su dinero. Si me eliminan, lo pierden todo. Archway, las propiedades inmobiliarias, todo. Así que esperan y observan. Si salgo libre, entonces volvemos a la normalidad y aquí no ha pasado nada. Si me condenan, soy demasiado lastre y no duraré ni dos noches en prisión. Llegaran a mí allí.
Siempre es bueno saber cuáles son las apuestas, pero posiblemente habría pasado sin el recordatorio.
—Estamos tratando con una autoridad mayor aquí —continuó Elliot—. Va más allá de cuestiones como la confidencialidad abogado-cliente. Es un pequeño cambio, Mick. Las cosas que le he contado esta noche no pueden ir más allá de esta mesa; ni al tribunal ni a ninguna otra parte. Lo que le he contado aquí podría matarle en un santiamén. Como a Jerry. Recuérdelo.
Elliot había hablado como si tal cosa y concluyó la afirmación vaciando tranquilamente el vino de su copa. Pero la amenaza estaba implícita en cada palabra que había pronunciado. No tendría problemas en recordarlo.
Llamó al camarero y pidió la cuenta.