En cualquier juicio por homicidio, el principal testigo para la acusación es siempre el investigador jefe. Como no hay víctimas vivas para contarle al jurado lo que les había ocurrido, recaía en el detective la responsabilidad de explicar la investigación, así como de hablar por los muertos. El detective convence; lo reúne todo para el jurado, lo deja claro y bien dispuesto. El trabajo del detective es vender el caso al jurado y, como en cualquier intercambio o transacción, con frecuencia la clave está en el vendedor tanto como en el producto que se vende. Los mejores detectives de homicidios son los mejores vendedores. He visto hombres tan duros como Harry Bosch dejando caer una lágrima en el estrado al describir los últimos momentos pasados en este mundo por una víctima de homicidio.
Golantz llamó al detective del caso al estrado después del receso de la tarde. Fue un golpe de genio y planificación magistral. John Kinder ocuparía el centro del estrado hasta que se levantara la sesión, y los jurados se irían a casa con sus palabras para considerar durante la cena y la noche. Y no había nada que yo pudiera hacer salvo mirar.
Kinder era un hombre negro, grande y afable que hablaba con una voz de barítono paternal. Llevaba gafas de lectura caídas hasta la punta de la nariz cuando consultaba la gruesa carpeta que se había llevado consigo al estrado. Entre pregunta y pregunta miraba por encima de los cristales a Golantz o al jurado. Sus ojos parecían cómodos, amables, alertas y prudentes. Era la clase de testigo para el que no tenía respuesta.
Con las preguntas precisas de Golantz y una serie de primeros planos de las fotos de la escena del crimen —cuya exposición no había podido evitar bajo el argumento de que eran tendenciosas— Kinder llevó al jurado a dar una vuelta por la escena del crimen para exponerles lo que las pruebas contaban al equipo de investigación. Era puramente clínico y metódico, pero a la vez sumamente interesante. Con su voz profunda y autorizada, Kinder casi daba la impresión de un profesor que explicaba el abecé de la investigación de homicidios a todos los presentes en la sala.
Protesté ocasionalmente cuando pude, en un esfuerzo por romper el ritmo Golantz-Kinder, pero había poco que pudiera hacer salvo despejar de cabeza y esperar. En un momento recibí un mensaje de texto en mi teléfono desde la tribuna y este no me ayudó a calmar mis preocupaciones.
Favreau: ¡Les encanta este tipo! ¿No puedes hacer nada?
Sin volverme a mirar a Favreau, me limité a negar con la cabeza mientras miraba la pantalla del móvil por debajo de la mesa de la defensa.
Entonces miré a mi cliente y me pareció que apenas estaba prestando atención al testimonio de Kinder. Estaba tomando notas en un bloc, pero no eran sobre el juicio o el caso. Vi un montón de números y el encabezamiento Distribución Exterior subrayado en la página. Me acerqué y le susurré.
—Ese tipo nos está matando —le dije—. Por si no se ha dado cuenta.
Una sonrisa sin humor apareció en los labios de Elliot, que me respondió con otro susurro.
—Creo que lo estamos haciendo bien. Ha tenido un buen día.
Negué con la cabeza y volví a observar el testimonio. Tenía un cliente que no estaba preocupado con la realidad de su situación. Estaba al corriente de mi estrategia en el juicio y de que tenía la bala mágica en mi revólver, pero nada es seguro cuando se trata de un juicio. Por eso el noventa por ciento de los casos se solventan con una resolución antes del juicio. Nadie quiere jugársela. Las apuestas son demasiado altas. Y en un proceso por homicidio las apuestas son las más altas de todas. Pero desde el primer día Walter Elliot no daba la sensación de entenderlo. Seguía con su negocio de hacer películas y ocuparse de la distribución en el extranjero y aparentemente creía que estaba fuera de toda duda que lo declararían inocente al final del juicio. Yo sentía que mi caso era a prueba de balas, pero ni siquiera yo mismo poseía esa seguridad.
Después de cubrir a conciencia con Kinder los aspectos fundamentales de la investigación de la escena del crimen, Golantz pasó al testimonio sobre Elliot y la interacción del investigador con él.
—Veamos, ha testificado que el acusado permaneció en el coche patrulla del agente Murray mientras ustedes examinaban inicialmente la escena del crimen y veían qué terreno pisaban, ¿correcto?
—Sí, es correcto.
—¿Cuándo habló por primera vez con Walter Elliot?
Kinder se refirió a un documento que tenía en la carpeta abierta en el estante delante del estrado de los testigos.
—Aproximadamente a las 14.30 salí de la casa después de completar mi examen inicial de la escena del crimen y les pedí a los agentes que sacaran del coche al señor Elliot.
—¿Y qué hizo entonces?
—Le pedí a uno de los agentes que le quitara las esposas, porque consideraba que ya no eran necesarias. Había varios agentes e investigadores en la escena en ese momento y el lugar estaba muy seguro.
—¿Estaba el señor Elliot bajo arresto en ese momento?
—No, no lo estaba y se lo expliqué a él. Le dije que los agentes habían estado tomando todas las precauciones hasta que supieron lo que tenían. El señor Elliot dijo que lo comprendía. Le pregunté si quería continuar cooperando y mostrar el interior de la casa a los miembros de mi equipo y dijo que sí.
—¿Entonces volvió a llevarlos al interior de la casa?
—Sí. Primero le pedimos que se pusiera botines para no contaminar nada y luego volvimos a entrar. Le pedí a Elliot que volviera a trazar exactamente los pasos que dijo que había dado cuando entró y encontró los cadáveres.
Tomé nota respecto a que era un poco tarde para los botines, porque Elliot ya había mostrado el interior a los primeros agentes. Dispararía a Kinder con eso en el contrainterrogatorio.
—¿Había algo inusual en los pasos que dijo que había dado o algo inconsistente en lo que le contó?
Protesté a la pregunta, argumentando que era demasiado vaga. El juez la aceptó. Un punto de inconsistencia para la defensa. Golantz simplemente la reformuló de un modo más específico.
—¿Adónde lo llevó el señor Elliot en la casa, detective Kinder?
—Nos hizo pasar y subimos directamente por la escalera al dormitorio. Nos dijo que era eso lo que había hecho al entrar. Explicó que entonces encontró los cadáveres y llamó al 911 desde el teléfono contiguo a la cama. Dijo que la operadora le pidió que saliera de la casa y esperara en la puerta y que eso es lo que hizo. Le pregunté específicamente si había estado en algún otro lugar de la casa y dijo que no.
—¿Parecía inusual o inconsistente?
—Bueno, para empezar, pensé que de ser cierto era extraño que hubiera entrado y hubiera subido directamente al dormitorio sin mirar inicialmente en la planta baja de la casa. Tampoco cuadraba con lo que nos dijo al salir de la casa. Señaló el coche de su mujer, que estaba aparcado en la rotonda, y dijo que era así como supo que había alguien con ella en la casa. Le pregunté qué significaba y dijo que había aparcado delante para que Johan Rilz, la otra víctima, pudiera usar la plaza de garaje. Habían almacenado muebles y cosas allí y sólo quedaba un espacio libre. Dijo que el alemán había escondido su Porsche allí y que su mujer tuvo que aparcar fuera.
—¿Y cuál fue el significado para usted?
—Bueno, mostraba engaño. Había dicho que no había estado en ninguna parte de la casa salvo el dormitorio de arriba, pero estaba muy claro que había mirado en el garaje y había visto el Porsche de la segunda víctima.
Golantz asintió enfáticamente desde el estrado, recalcando el punto de que Elliot engañaba. Sabía que podría manejar esa cuestión en el contrainterrogatorio, pero no tendría ocasión de hacerlo hasta el día siguiente, después de que la idea hubiera empapado los cerebros del jurado durante casi veinticuatro horas.
—¿Qué ocurrió después de eso? —preguntó Golantz.
—Bueno, todavía había mucho que hacer dentro de la casa, así que pedí a un par de miembros de mi equipo que llevaran al señor Elliot a la comisaría de Malibú para que pudiera esperar allí y estar cómodo.
—¿Estaba detenido en ese momento?
—No, una vez más le expliqué que necesitábamos hablar con él y que, si todavía estaba dispuesto a cooperar, íbamos a llevarlo a una sala de entrevistas en la comisaría. Le dije que llegaría allí lo antes posible. Una vez más estuvo de acuerdo.
—¿Quién lo transportó?
—Los investigadores Joshua y Toles lo metieron en el coche.
—¿Por qué no continuaron y lo interrogaron al llegar a la comisaría de Malibú?
—Porque quería saber más de él y la escena del crimen antes de que habláramos con él. En ocasiones sólo tienes una oportunidad, incluso con un testigo cooperador.
—Ha usado la palabra «testigo». ¿El señor Elliot no era un sospechoso en ese momento?
Era un juego del gato y el ratón con la verdad. No importaba cómo respondiera Kinder, todo el mundo en la sala sabía que había puesto el punto de mira en Elliot.
—Bueno, hasta cierto punto nadie y todos son sospechosos —respondió Kinder—. En una situación como esa, se sospecha de todos. Pero en ese punto, no sabía mucho de las víctimas, no sabía mucho del señor Elliot y no sabía exactamente lo que tenía, así que en ese momento lo estaba viendo más como un testigo muy importante. Había encontrado los cadáveres y conocía a las víctimas. Podía ayudarnos.
—Muy bien, entonces lo dejó en la comisaría de Malibú mientras se ponía a trabajar en la escena del crimen. ¿Qué estuvo haciendo?
—Mi trabajo consistió en supervisar la documentación de la escena del crimen y la recopilación de cualquier prueba en la casa. También estábamos trabajando en los teléfonos y ordenadores, confirmando las identidades y buscando el historial de las partes implicadas.
—¿Qué averiguó?
—Averiguamos que ninguno de los Elliot tenía antecedentes ni ningún arma registrada legalmente. Averiguamos que la otra víctima, Johan Rilz, era de nacionalidad alemana y al parecer no tenía antecedentes ni poseía armas. Averiguamos que el señor Elliot era director de un estudio y tenía mucho éxito en la industria del cine, cosas así.
—¿En algún momento algún miembro de su equipo redactó órdenes de registro en el caso?
—Sí, lo hicimos. Procedimos con suma precaución. Redactamos y un juez firmó una serie de órdenes de registro para que contáramos con la autoridad para continuar la investigación y seguirla allí donde nos llevara.
—¿Es inusual dar tales pasos?
—Quizá. Los tribunales han concedido a las fuerzas del orden mucha libertad de acción para recoger pruebas, pero determinamos que por las partes implicadas en este caso daríamos un paso extra. Solicitamos las órdenes de registro aunque podríamos no necesitarlas.
—¿Para qué eran concretamente las órdenes de registro?
—Teníamos órdenes para la casa de Elliot y para los tres coches: el del señor Elliot, el de su esposa y el Porsche del garaje. También teníamos órdenes que nos daban permiso para llevar a cabo tests al señor Elliot y su ropa para determinar si había disparado algún arma en las últimas horas.
El fiscal continuó guiando a Kinder a través de la investigación hasta que terminó con la escena del crimen e interrogó a Elliot en la comisaría de Malibú. Esto preparó la presentación de una cinta de vídeo de la primera entrevista con Elliot. Era una cinta que había visto varias veces durante la preparación del juicio. Sabía que no era destacable en términos de contenido de lo que Elliot le dijo a Kinder y a su compañero, Roland Ericsson. Lo que era más importante para la fiscalía en la cinta era la actitud de Elliot: no parecía alguien que acababa de descubrir el cuerpo desnudo de su mujer muerta con un agujero de bala en el centro de la cara y otros dos en el pecho. Parecía tan calmado como un atardecer de verano, y eso hacía que pareciera un asesino a sangre fría.
Se colocó una pantalla de vídeo delante de la tribuna del jurado y Golantz reprodujo la cinta, deteniéndola con frecuencia para formular a Kinder alguna pregunta y luego empezando de nuevo. La entrevista grabada duraba diez minutos y no era inquisitiva; era un simple ejercicio en el cual los investigadores cerraban la versión de Elliot. No había preguntas duras. A Elliot le preguntaban ampliamente sobre lo que hizo y cuándo. Terminaba con Kinder presentando una orden judicial a Elliot y explicando que esta autorizaba al departamento del sheriff a testar sus manos, brazos y ropa en busca de residuos de disparo.
Elliot sonrió ligeramente al responder.
«Adelante, caballeros —dijo—. Hagan lo que tengan que hacer».
Golantz miró el reloj situado en la pared de atrás de la sala y a continuación usó el mando a distancia para congelar la imagen de la media sonrisa de Elliot en la pantalla de vídeo. Esa era la imagen que quería que los jurados se llevaran consigo. Quería que pensaran en la sonrisa de «píllame si puedes» mientras se dirigían a sus casas en medio del tráfico de las cinco en punto.
—Señoría —dijo—. Creo que ahora sería un buen momento para levantar la sesión. Voy a seguir una nueva dirección con el agente Kinder a partir de aquí y quizá deberíamos empezar mañana por la mañana.
El juez accedió, levantando la sesión hasta el día siguiente y advirtiendo una vez más a los jurados que evitaran los informes de los medios sobre el juicio.
Me puse de pie junto a la mesa de la defensa y observé a los jurados dirigiéndose a la sala de deliberación. Estaba convencido de que la fiscalía había ganado el primer día, pero eso era de esperar. Todavía teníamos armas. Miré a mi cliente.
—Walter, ¿qué tiene en marcha esta noche? —pregunté.
—Una pequeña cena-fiesta con amigos. Han invitado a Dominick Dunne. Luego voy a ver el primer corte de una película que mi estudio está produciendo con Johnny Depp haciendo de detective.
—Bueno, llame a sus amigos y a Johnny y cancélelo. Va a cenar conmigo. Tenemos trabajo.
—No lo entiendo.
—Sí, sí que lo entiende. Se ha estado escabullendo desde que empezó el juicio. Eso estaba bien, porque no quería saber lo que no necesitaba saber. Ahora es diferente. Estamos en pleno juicio, hemos pasado la fase revelación de pruebas, y he de saberlo todo, Walter. Así que esta noche vamos a hablar, o mañana por la mañana tendrá que buscarse otro abogado.
Vi que su cara enrojecía con furia contenida. En ese momento supe que podía ser un asesino, o al menos alguien que podía ordenar un crimen.
—No se atreverá —dijo.
—Póngame a prueba.
Nos miramos un momento y vi que su rostro se relajaba.
—Haga sus llamadas —dije finalmente—. Iremos en mi coche.