Era un poco pronto en la semana para que Lorna Taylor llamara preguntando por mí. Normalmente esperaba al menos hasta el jueves. Nunca el martes. Cogí el teléfono, pensando que era más que una llamada de control.
—¿Lorna?
—Mickey, ¿dónde te habías metido? Llevo toda la mañana mando.
—Había ido a correr. Acabo de salir de la ducha. ¿Estás bien?
—Estoy bien. ¿Y tú?
—Claro. ¿Qué es…?
—Tienes un ipso facto de la juez Holder. Quiere verte, desde hace una hora.
Eso me dio que pensar.
—¿Sobre qué?
—No lo sé. Lo único que sé es que primero llamó Michaela y luego llamó la juez en persona. Eso no suele pasar. Quería saber por qué no estabas respondiendo.
Sabía que Michaela era Michaela Gill, la secretaria de la juez. Y Mary Townes Holder era la presidenta del Tribunal Superior de Los Ángeles. El hecho de que hubiera llamado personalmente no hacía que sonara como si me estuvieran invitando al baile anual de justicia. Mary Townes Holder no llamaba a los abogados sin una buena razón.
—¿Qué le dijiste?
—Sólo le dije que no tenías tribunal hoy y que a lo mejor estabas en el campo de golf.
—No juego al golf, Lorna.
—Bueno, no se me ocurrió nada.
—Está bien, llamaré a la juez. Dame el número.
—Mickey, no llames. Preséntate directamente. La juez quiere verte en su despacho. Fue muy clara en eso y no me dijo por qué. Así que ve.
—Vale, ya voy. He de vestirme.
—¿Mickey?
—¿Qué?
—¿Cómo estás de verdad?
Conocía su código. Sabía lo que estaba preguntándome. No quería que compareciera delante de un juez si no estaba preparado para ello.
—No te preocupes, Lorna. Estoy bien. No me pasará nada.
—Vale. Llámame y dime lo que está pasando en cuanto puedas.
—Descuida, lo haré.
Colgué el teléfono, sintiéndome como si me estuviera mangoneando mi mujer, no mi exmujer.