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Después de comer, Golantz empezó a presentar su caso. Empezó con lo que yo llamaba la presentación de «casilla uno». Comenzó por el principio —la llamada al 911 que llevó a la luz pública el doble homicidio— y procedió de un modo lineal a partir de ahí. El primer testigo era una operadora de emergencias del centro de comunicaciones del condado, a la que usaron para presentar las cintas de las grabaciones de petición de ayuda de Walter Elliot. En una moción previa al juicio intenté frustrar la reproducción de las dos cintas, argumentando que las transcripciones impresas serían más claras y más útiles para los jurados, pero el juez había fallado a favor de la acusación. Ordenó a Golantz que proporcionara a los miembros del jurado transcripciones para que pudieran leer junto con el audio cuando las cintas se reprodujeran en la sala.

Había intentado impedir la reproducción de las cintas porque sabía que eran perjudiciales para mi cliente. Elliot había hablado con calma a la operadora en la primera llamada, informando de que su mujer y otra persona habían sido asesinados. En ese comportamiento calmado había espacio para que el jurado hiciera una interpretación de frialdad calculada que yo no deseaba que hiciera. La segunda cinta era peor desde el punto de vista de la defensa. Elliot sonaba molesto y también dejaba patente su desagrado por el hombre al que habían matado con su esposa.

Cinta 1. 02-05-2007. 13.05 h

OPERADORA: Nueve uno uno. ¿Tiene una emergencia?

WALTER ELLIOT: Sí…, bueno, creo que están muertos. No creo que nadie pueda ayudarlos.

OPERADORA: Disculpe, señor, ¿con quién estoy hablando?

WALTER ELLIOT: Soy Walter Elliot. Estoy en mi casa.

OPERADORA: Sí, señor. ¿Y ha dicho que alguien ha muerto?

WALTER ELLIOT: He encontrado a mi mujer. Le han disparado. Y también hay un hombre. También le han disparado.

OPERADORA: Espere un momento, señor. Deje que informe de esto y envíe ayuda.

pausa

OPERADORA: Muy bien, señor Elliot, la ambulancia y los agentes están en camino.

WALTER ELLIOT: Es tarde para ellos. Para los médicos, digo.

OPERADORA: He de mandarlos, señor. ¿Dice que les han disparado? ¿Está usted en peligro?

WALTER ELLIOT: No lo sé. Acabo de llegar. Yo no lo he hecho. ¿Está grabando esto?

OPERADORA: Sí, señor. Todo se graba. ¿Está en la casa ahora 280 mismo?

WALTER ELLIOT: En el dormitorio. Yo no lo hice.

OPERADORA: ¿Hay alguien más en la casa además de usted y las dos personas a la que dispararon?

WALTER ELLIOT: No lo creo.

OPERADORA: Muy bien, quiero que salga a la calle para que los agentes lo vean cuando lleguen. Manténgase donde puedan verlo.

WALTER ELLIOT: De acuerdo, voy a salir.

final.

En la segunda cinta aparecía otra operadora, pero dejé que Golantz la reprodujera. Había pedido la gran discusión respecto a si las cintas debían reproducirse, y no veía el sentido en hacer perder el tiempo al tribunal haciendo que el fiscal trajera a la segunda operadora para presentar la segunda cinta.

Esta llamada se hizo desde el teléfono móvil de Elliot. Estaba fuera y se distinguía de fondo el rumor de las olas del océano.

Cinta 2. 05-02-2007. 13.24 h

OPERADORA: Nueve uno uno, ¿cuál es su emergencia?

WALTER ELLIOT: Sí, he llamado antes. ¿Dónde están todos?

OPERADORA: ¿Ha llamado al nueve uno uno?

WALTER ELLIOT: Sí, han disparado a mi mujer. Y también al alemán. ¿Dónde está todo el mundo?

OPERADORA: ¿Es por la llamada de Malibú en Crescent Cove Road?

WALTER ELLIOT: Sí, soy yo. Llamé hace al menos quince minutos y no ha llegado nadie.

OPERADORA: Señor, mi pantalla muestra que nuestra unidad alfa tiene un tiempo estimado de llegada de menos de un minuto. Cuelgue el teléfono y quédese en la puerta para que puedan verle cuando lleguen. ¿Lo hará, señor?

WALTER ELLIOT: Ya estoy fuera.

OPERADORA: Entonces espere ahí, señor.

WALTER ELLIOT: Lo que usted diga. Adiós.

final

En la segunda llamada, Elliot no sólo sonaba enfadado por el retraso, sino que decía la palabra «alemán» casi con desdén. No importaba si la culpabilidad podía extrapolarse de sus tonos verbales, las cintas contribuían a establecer la tesis de la fiscalía de que Walter Elliot era un arrogante que se creía por encima de la ley. Era un buen comienzo para Golantz.

Decliné interrogar a la operadora telefónica porque sabía que no podía obtener nada para la defensa. El siguiente testigo de cargo era el agente del sheriff Brendan Murray, que conducía el coche alfa que respondió en primer lugar a la llamada al 911. En media hora de testimonio, Golantz guio con minucioso detalle las explicaciones del agente sobre su llegada y hallazgo de los cadáveres. Prestó especial atención a los recuerdos de Murray de la conducta, actitud y afirmaciones de Elliot. Según Murray, el acusado no mostró emoción alguna cuando los condujo por la escalera al dormitorio donde habían disparado a su esposa, que yacía muerta y desnuda en la cama. Pasó con calma por encima de las piernas del hombre asesinado en el umbral y señaló al cadáver que había en la cama.

—Dijo: «Es mi esposa. Y estoy casi seguro de que está muerta» —testificó Murray.

Según Murray, Elliot manifestó asimismo en al menos tres ocasiones que él no había matado a las dos personas del dormitorio.

—Veamos, ¿eso es inusual? —preguntó Golantz.

—Bueno, no estamos formados para participar en investigaciones de homicidios —dijo Murray—. Se supone que no hemos de hacerlo. Así que yo nunca le pregunté a Elliot si lo había hecho. Él simplemente nos lo decía.

Tampoco tenía preguntas para Murray. Él estaba en mi lista de testigos y podría volver a llamarlo durante la fase de la defensa del juicio si me hacía falta. Pero quería esperar al siguiente testigo de la acusación, Christopher Harber, que era el compañero de Murray y un novato en el departamento del sheriff. Pensaba que si alguno de los agentes podía cometer un error que pudiera ayudar a la defensa, sería el novato. El testimonio de Harber fue más breve que el de Murray y básicamente se utilizó para confirmar el testimonio de su compañero. Oyó las mismas cosas que había oído Murray y también vio las mismas cosas.

—Sólo unas pocas preguntas, señoría —dije cuando Stanton me preguntó por un contrainterrogatorio.

Mientras que Golantz había realizado su interrogatorio directo desde el atril, yo me quedé en la mesa de la defensa para la réplica. Era una treta. Quería que el jurado, el testigo y el fiscal creyeran que sólo estaba siguiendo el protocolo y haciendo unas cuantas preguntas en el contrainterrogatorio. La verdad era que estaba a punto de plantar lo que sería un elemento clave en la estrategia de la defensa.

—Veamos, agente Harber, es usted novato, ¿verdad?

—Así es.

—¿Ha testificado antes ante un tribunal?

—No en un caso de homicidio.

—Bueno, no se ponga nervioso. Pese a lo que pueda haberle dicho el señor Golantz, no muerdo.

Hubo un educado murmullo de risas en la sala. El rostro de Harber se puso un poco colorado. Era un hombre grande con el pelo rubio rojizo cortado al estilo militar, como les gusta en el departamento del sheriff.

—Veamos, cuando usted y su compañero llegaron a la casa de Elliot, dijo que vio a mi cliente de pie en la rotonda. ¿Es correcto?

—Es correcto.

—Muy bien, ¿qué estaba haciendo?

—Sólo estaba allí de pie. Le habían dicho que nos esperara.

—Muy bien, veamos, ¿qué sabía usted de la situación cuando el coche alfa aparcó allí?

—Sólo sabíamos lo que nos había dicho la operadora: que un hombre llamado Walter Elliot había llamado desde la casa y había dicho que había dos personas muertas en el interior. Que les habían disparado.

—¿Había recibido alguna llamada similar antes?

—No.

—¿Estaba asustado, nervioso, excitado? ¿Qué?

—Diría que la adrenalina fluía, pero estaba bastante tranquilo.

—¿Sacó su arma al salir del coche?

—Sí, lo hice.

—¿Apuntó al señor Elliot?

—No, la llevé a mi costado.

—¿Su compañero sacó el arma?

—Eso creo.

—¿Apuntó al señor Elliot?

Harber vaciló. Siempre me gustaba que los testigos de la fiscalía vacilaran.

—No lo recuerdo. En realidad no lo estaba mirando, miraba al acusado.

Asentí con la cabeza, como si eso tuviera sentido para mí.

—Tenía que mantener la seguridad, ¿no? No conocía a este hombre. Sólo sabía que supuestamente había dos personas muertas en el interior.

—Eso es.

—Entonces ¿sería correcto decir que se acercó al señor Elliot con cautela?

—Sí.

—¿Cuándo se guardó el arma?

—Después de que registráramos la casa.

—¿Se refiere a que fue después de que entraran y confirmaran las muertes y que no había nadie más dentro? —Correcto.

—Bien, así pues, cuando estaban haciendo esto, ¿el señor Elliot permaneció todo el tiempo con ustedes?

—Sí, necesitábamos mantenerlo con nosotros para que nos mostrara dónde estaban los cadáveres.

—¿Estaba detenido?

—No. Nos los mostró voluntariamente.

—Pero lo habían esposado, ¿no?

A la pregunta siguió la segunda vacilación de Harber. Estaba en aguas revueltas y probablemente recordando las frases que había practicado con Golantz o su ayudante.

—Había accedido voluntariamente a ser esposado. Le explicamos que no lo estábamos deteniendo, pero que teníamos una situación volátil en la casa y que sería preferible para su seguridad y la nuestra que estuviera esposado mientras registrábamos la casa.

—Y accedió.

—Sí, accedió.

En mi visión periférica vi a Elliot negar con la cabeza. Esperaba que el jurado también lo hubiera visto.

—¿Llevaba las manos esposadas a la espalda o por delante?

—A la espalda, según la normativa. No estamos autorizados a esposar a un sujeto por delante.

—¿Un sujeto? ¿Qué significa eso?

—Un sujeto puede ser cualquier persona envuelta en una investigación.

—¿Alguien que está detenido?

—Eso también, sí. Pero Elliot no estaba detenido.

—Sé que es nuevo en el trabajo, pero ¿con cuánta frecuencia ha esposado a alguien que no estuviera detenido?

—Ha ocurrido en alguna ocasión, pero no puedo recordar cuántas veces.

Asentí, pero esperaba que quedara claro que no estaba asintiendo porque lo creyera.

—Veamos, su compañero y usted han testificado que el señor Elliot les dijo a los dos en tres ocasiones que no era responsable de los crímenes ocurridos en esa casa. ¿Es así?

—Sí.

—Oyó esas afirmaciones.

—Sí.

—¿Fue cuando estaban dentro o fuera de la casa?

—Fue dentro, cuando estábamos en el dormitorio.

—Así que eso significa que hizo esas supuestamente no incitadas declaraciones de su inocencia mientras estaba esposado con los brazos a su espalda y usted y su compañero llevaban las armas desenfundadas, ¿es eso correcto?

La tercera vacilación.

—Sí, creo que así es.

—¿Y está diciendo que no estaba detenido en este momento?

—No estaba detenido.

—Muy bien, ¿qué ocurrió después de que Elliot les llevara a la casa y al dormitorio donde estaban los cadáveres y usted y su compañero determinaran que no había nadie más en la casa?

—Volvimos a sacar al señor Elliot, precintamos la casa y avisamos al servicio de detectives por un caso de homicidio.

—¿Todo eso está de acuerdo con la normativa del departamento del sheriff?

—Sí.

—Bien. Dígame, agente Harber, ¿le retiró las esposas entonces al señor Elliot, puesto que no estaba detenido?

—No señor, no lo hicimos. Colocamos al señor Elliot en la parte trasera del coche, y va contra el procedimiento colocar a un sujeto en un coche del sheriff sin esposas.

—Una vez más, tenemos la palabra «sujeto». ¿Está seguro de que Elliot no estaba detenido?

—Estoy seguro. No lo detuvimos.

—Muy bien, ¿cuánto tiempo estuvo en el asiento trasero de ese coche?

—Aproximadamente media hora mientras esperábamos al equipo de homicidios.

—¿Y qué ocurrió cuando llegó ese equipo?

—Cuando llegaron los investigadores, primero miraron en la casa. Después salieron y tomaron la custodia del señor Elliot. Quiero decir que lo sacaron del coche.

Hubo un desliz que aproveché.

—¿Estaba bajo custodia en ese momento?

—No, me he equivocado. Voluntariamente accedió a esperar en el coche y luego llegaron y lo sacaron.

—¿Está diciendo que accedió voluntariamente a permanecer esposado en la parte trasera de un coche patrulla?

—Sí.

—Si hubiera querido, podría haber abierto la puerta y salido.

—No lo creo. Las puertas traseras tienen cierres de seguridad. No se pueden abrir desde dentro.

—Pero estaba allí voluntariamente.

—Sí.

Ni siquiera Harber tenía aspecto de creer lo que estaba diciendo. Se había ruborizado todavía más.

—Agente Harber, ¿cuándo le quitaron finalmente las esposas al señor Elliot?

—Cuando los detectives lo sacaron del coche, le quitaron las esposas y se las devolvieron a mi compañero.

—Muy bien.

Asentí como si hubiera terminado y pasé unas páginas en mi bloc para revisar las preguntas que se me habían pasado. Mantuve la mirada fija en el bloc cuando hablé.

—Ah, agente, una última cosa. La primera llamada al 911 se recibió a las 13.05 según el registro. El señor Elliot tuvo que llamar diecinueve minutos más tarde para asegurarse de que no se habían olvidado, y entonces usted y su compañero llegaron finalmente cuatro minutos después de eso. Un total de veintitrés minutos de tiempo de respuesta. —Ahora levanté la mirada a Harber—. Agente, ¿por qué tardaron tanto en responder a lo que debería haber sido una llamada prioritaria?

—El distrito de Malibú es el más grande geográficamente. Tuvimos que venir desde otra llamada en el otro lado de la montaña.

—¿No había otro coche patrulla disponible más cerca?

—Mi compañero y yo íbamos en el coche alfa. Es un vehículo nómada. Nos ocupamos de las llamadas prioritarias y las aceptamos cuando las recibimos de central.

—Muy bien, agente, no tengo nada más.

En la contrarréplica, Golantz siguió el señuelo que yo le había mostrado. Planteó a Harber varias preguntas relacionadas con el hecho de si Elliot estaba detenido o no. El fiscal trató de difuminar esta idea, que jugaría a favor de la teoría de la visión de túnel de la defensa. Eso era lo que quería que pensara que estaba haciendo y funcionó. Golantz pasó otros quince minutos sacando testimonios de Harber que subrayaban que el hombre al que él y su compañero habían esposado fuera de la escena del crimen de un doble homicidio no estaba detenido. Desafiaba al sentido común, pero la acusación insistía en ello.

Cuando el fiscal hubo terminado, el juez dictó la pausa de la tarde. En cuanto el jurado hubo abandonado la sala, oí que susurraban mi nombre. Me volví y vi a Lorna, que señaló con el dedo la parte de atrás de la sala. Me volví aún más para mirar y allí estaban mi hija y su madre, apretadas al fondo de la tribuna del público. Mi hija me saludó subrepticiamente y yo le devolví la sonrisa.