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Una vez más mi cliente se abstuvo de comer conmigo para poder volver al estudio y seguir con su apariencia de normalidad en las oficinas ejecutivas. Estaba empezando a pensar que veía el juicio como un molesto inconveniente en su programa. O bien tenía más confianza que yo en el caso de la defensa, o el juicio simplemente no era una prioridad.

Fuera cual fuese la razón, eso me dejó con mi séquito de la primera fila. Fuimos al Traxx de Union Station porque sentía que estaba lo bastante lejos del tribunal para evitar terminar en el mismo sitio que algunos de los miembros del jurado. Patrick condujo y yo le dije que le entregara el Lincoln al aparcacoches y se nos uniera, porque quería que se sintiera parte del equipo.

Nos dieron una mesa en un reservado tranquilo junto a una ventana que daba a la enorme y maravillosa sala de espera de la estación de tren. Lorna había distribuido los asientos y terminé al lado de Julie Favreau. Desde que Lorna había empezado su relación con Cisco, había decidido que yo necesitaba estar con alguien y se había consagrado a ser una especie de casamentera. Este empeño procedente de una exmujer (una exmujer por la que todavía me preocupaba en muchos aspectos) era decididamente incómodo y me sentí torpe cuando Lorna me señaló abiertamente la silla contigua a mi asesora de jurado. Yo estaba enfrascado en el primer día de un juicio y la posibilidad de romance era lo último en lo que estaba pensando. Además de eso, era incapaz de mantener una relación. Mi adicción me había dejado emocionalmente distanciado de personas y cosas a las que sólo ahora empezaba a acercarme. Mi prioridad en ese momento era reconectar con mi hija. Después de eso, me preocuparía de encontrar una mujer y conocerla.

Romance aparte, Julie Favreau era una persona con la que era maravilloso trabajar. Era una mujer menuda y atractiva, con delicados rasgos faciales y cabello negro que le caía en rizos sobre la cara. Unas cuantas pecas juveniles en la nariz la hacían parecer más joven de lo que era. Sabía que tenía treinta y dos años. Una vez me había contado su historia: había llegado a Los Ángeles vía Londres para actuar en una película y había estudiado con un profesor que creía que los pensamientos internos de un personaje podían mostrarse externamente en delatores faciales, tics y movimientos corporales. Su trabajo de actriz consistía en sacar a la superficie esos delatores sin que resultara obvio. Sus ejercicios de estudiante eran la observación, identificación e interpretación de estos delatores en otros. Sus tareas la llevaron a cualquier parte, desde las salas de póquer en el sur del condado, donde aprendió a leer las caras de gente que trataba de no revelar nada, a los tribunales del edificio del tribunal penal, donde siempre había montones de caras y delatores que leer.

Después de verla en la tribuna del público durante tres días seguidos en un juicio en el cual yo estaba defendiendo a un acusado de violación múltiple, me acerqué a ella y le pregunté quién era. Esperando descubrir que era una víctima previamente desconocida del hombre sentada tras la mesa de la defensa, me sorprendió oír su historia y enterarme de que estaba allí simplemente para practicar en la interpretación de rostros y expresiones. La lleve a comer, le pedí el número y la siguiente vez que elegí un jurado le pedí que me ayudara. Había acertado de pleno en sus observaciones y la había usado varias veces desde entonces.

—Bueno —dije al extender una servilleta negra en mi regazo—. ¿Cómo va mi jurado?

Pensaba que era obvio que la pregunta estaba dirigida a Julie, pero Patrick habló antes.

—Creo que querían echarle la caballería a su hombre —dijo—. Me parece que creían que es un tipo rico y estirado que cree que puede salirse con la suya con el asesinato.

Asentí. Su percepción probablemente no iba muy descaminada.

—Bueno, gracias por las palabras de ánimo —dije—. Me aseguraré de contarle a Walter que no sea tan estirado y rico de ahora en adelante.

Patrick bajó la mirada a la mesa y pareció avergonzado.

—Sólo era un comentario, nada más.

—No, Patrick. Te lo agradezco. Todas las opiniones son bienvenidas y todas cuentan. Pero algunas cosas no se pueden cambiar. Mi cliente es rico más allá de lo que cualquiera de nosotros pueda imaginar y eso le da cierto estilo e imagen, un semblante desagradable con el que no creo que pueda hacer nada. Julie, ¿qué opinas del jurado hasta ahora?

Antes de que ella pudiera responder, el camarero se acercó y tomó nota de las bebidas. Yo me limité a agua y lima, mientras que los demás pedían té helado y Lorna un vaso de Mad Housewife Chardonnay. Le eché una mirada y ella protestó inmediatamente.

—¿Qué? No estoy trabajando. Sólo estoy observando. Además, estoy de celebración. Estás otra vez en un juicio y hemos vuelto al negocio.

Asentí de mala gana.

—Hablando de eso, necesito que vayas al banco.

Saqué un sobre del bolsillo de mi chaqueta y se lo pasé por encima de la mesa. Ella sonrió porque sabía lo que había dentro: un cheque de Elliot por 150.000 dólares, el resto de la tarifa acordada por mis servicios.

Lorna apartó el sobre y yo volví a centrar mi atención en Julie.

—Entonces ¿qué estás viendo?

—Creo que es un buen jurado —respondió—. En general, veo muchas caras francas. Están dispuestos a escuchar tu caso, al menos ahora mismo. Todos sabemos que están predispuestos a creer a la acusación, pero no han cerrado la puerta a nada.

—¿Ves algún cambio entre lo que hablamos el viernes? ¿Sigo presentando para el número tres?

—¿Quién es el número tres? —preguntó Lorna antes de que Julie pudiera responder.

—El desliz de Golantz. Es abogado, y la fiscalía nunca debería haber permitido que se quedara en la tribuna.

—Todavía creo que es un buen candidato —dijo Julie—, pero hay otros. También me gustan el once y el doce, los dos jubilados y sentados uno al lado del otro. Tengo la sensación de que van a establecer un vínculo y casi trabajan como un equipo cuando se trata de deliberaciones. Te ganas a uno y te ganas a los dos.

Me encantaba su acento inglés. No era en absoluto de la flor y nata. Tenía una pillería de calle en el tono que le daba validez a lo que ella decía. Hasta el momento, Julie Favreau no había tenido mucho éxito como actriz, y una vez me había dicho que la llamaban para muchas audiciones para películas de épocas que requerían un acento inglés delicado que ella no controlaba demasiado. Sus ingresos los ganaba principalmente en las salas de póquer, donde ahora jugaba en serio, y de interpretar al jurado para mí y unos cuantos abogados más a los que yo les había presentado.

—¿Y el jurado número siete? —pregunté—. Durante la selección era todo ojos. Ahora no me mira.

Julie asintió con la cabeza.

—¿Te has fijado en eso? El contacto visual se ha perdido por completo. Es como si algo hubiera cambiado entre el viernes y hoy. Tendría que decir en este punto que es una señal de que está en el campo de la fiscalía. Mientras que tú estabas presentando para el número tres, puedes apostar a que el Señor Invicto va a por el número siete.

—Me lo tengo merecido por escuchar a mi cliente —dije entre dientes.

Pedimos la comida y le dije al camarero que se diera prisa, porque teníamos que volver al tribunal. Mientras esperábamos, me puse al día de los testigos de descargo con Cisco y él me informó de que estábamos preparados en ese aspecto. Le pedí que esperara hasta que se levantara la sesión y viera si podía seguir a los alemanes cuando salieran del tribunal y hasta que llegaran al hotel. Quería saber dónde se alojaban, sólo por precaución. Antes de que terminara el juicio, no iban a estar muy contentos conmigo y era una buena estrategia saber dónde estaban tus enemigos.

Estaba a mitad de mi ensalada de pollo asado cuando miré por la ventana hacia la sala de espera de Union Station. Era una gran mezcla de diseños arquitectónicos, pero fundamentalmente tenía una vibración art decó. Había filas y más filas de butacas para que esperaran los viajeros y enormes candelabros colgados del techo. Vi a gente durmiendo en sillas y otros sentados con sus maletas y pertenencias reunidas cerca de ellos.

Y entonces vi a Bosch. Estaba sentado solo en la tercera fila contando desde mi ventana. Tenía los auriculares puestos. Nuestras miradas se encontraron por un momento y entonces él apartó la suya. Yo dejé el tenedor y busqué dinero en mi bolsillo. No tenía ni idea de cuánto costaba una copa de Mad Housewife, pero Lorna ya iba por la segunda. Dejé cinco billetes de veinte sobre la mesa y les dije a los demás que terminaran de comer mientras yo salía a hacer una llamada.

Salí del restaurante y llamé al móvil de Bosch. Él se quitó los auriculares y respondió mientras yo me acercaba a la tercera fila de asientos.

—¿Qué? —dijo a modo de saludo.

—¿Frank Morgan otra vez?

—No, Ron Cárter. ¿Por qué me llama?

—¿Qué opina del artículo?

Me senté en el asiento libre que había frente a él, lo miré pero actué como si estuviera hablando con alguien alejado.

—Esto es bastante estúpido —dijo Bosch.

—Bueno, no sabía si quería ir de incógnito o…

—Cuelgue.

Cerramos los teléfonos y nos miramos el uno al otro.

—Bueno —espeté—. ¿Estamos en juego?

—No lo sabremos hasta que lo sepamos.

—¿Qué significa eso?

—El artículo está ahí. Creo que hizo lo que queríamos que hiciera. Ahora esperamos y vemos. Si ocurre algo, entonces sí, estamos en juego. No sabremos si vamos a estar en juego hasta que lo estemos.

Asentí con la cabeza, aunque lo que había dicho no tenía sentido para mí.

—¿Quién es la mujer de negro? —preguntó—. No me dijo que tuviera novia. Probablemente también deberíamos vigilarla.

—Es mi lectora de jurados, nada más.

—Ah, ¿le ayuda a elegir a gente que odia a la policía y va contra el establishment?

—Algo así. ¿Solamente está usted? ¿Me está vigilando solo?

—¿Sabe?, una vez tuve una novia que siempre me hacía las preguntas a tandas. Nunca de una en una.

—¿Alguna vez respondió a alguna de sus preguntas? ¿O simplemente las desvió inteligentemente como está haciendo ahora?

—No estoy solo, abogado. No se preocupe. Tiene gente alrededor a la que no verá nunca. Tengo gente en su oficina tanto si está allí como si no.

Y cámaras. Las habían instalado diez días antes, cuando pensábamos que el artículo del Times era inminente.

—Sí, bueno, no estaremos allí mucho tiempo.

—Me he fijado. ¿Adónde se muda?

—A ningún sitio. Trabajo desde mi coche.

—Parece divertido.

Lo estudié un momento. Había sido sarcástico en su tono, como de costumbre. Era un tipo molesto, pero en cierto modo me había convencido de que le confiara mi seguridad.

—Bueno, he de ir al tribunal. ¿Hay algo que deba hacer? ¿Cualquier forma particular en que quiera que actúe o algún sitio al que quiera que vaya?

—Sólo haga lo mismo de siempre. Pero hay una cosa: mantenerle vigilado en movimiento requiere mucha gente. Así que, al final del día, cuando esté en casa por la noche, llámeme y dígamelo para que pueda enviar a gente a descansar.

—Vale. Pero aun así tendrá a alguien vigilando, ¿no?

—No se preocupe, estará cubierto en todo momento. Ah, y otra cosa.

—¿Qué?

—No se me vuelva a acercar así.

Asentí. Me estaba echando.

—Entendido.

Me levanté y miré hacia el restaurante. Vi a Lorna contando los billetes de veinte que había dejado y poniéndolos sobre la cuenta. Al parecer los estaba usando todos. Patrick se había levantado de la mesa y estaba yendo a buscar el coche.

—Hasta luego, detective —dije sin mirarlo.

No respondió. Me alejé y alcancé a mi grupo cuando estaban saliendo del restaurante.

—¿Era el detective Bosch con quien estabas? —preguntó Lorna.

—Sí, lo vi ahí fuera.

—¿Qué estaba haciendo?

—Dijo que le gusta venir aquí a comer, sentarse en esas butacas cómodas a pensar.

—Es una coincidencia que nosotros también estuviéramos aquí.

Julie Favreau negó con la cabeza.

—Las coincidencias no existen —dijo.