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Bosch me siguió, pero cuando me detuve delante del restaurante, en Santa Monica Boulevard, para dejarle el vehículo al aparcacoches, él siguió adelante. Vi que pasaba de largo y giraba a la derecha en Doheny.

Yo entré solo y Craig me sentó en uno de los preciados reservados de la esquina. Era una noche de mucho movimiento, pero la faena estaba decayendo. Vi al actor James Woods acabando la cena en un reservado con un productor de cine llamado Mace Neufeld. Eran asiduos y Mace me saludó con la cabeza. En cierta ocasión había tratado de colocar los derechos de uno de mis casos para una película, pero no había funcionado. Vi en otro reservado a Corbin Bernsen, el actor que había hecho la mejor aproximación de un abogado que había visto en televisión. Y por último, en otro reservado, el propio Dan Tana estaba disfrutando de una cena tardía con su mujer. Bajé la mirada al mantel a cuadros. Basta de quién es quién. Tenía que prepararme para Bosch. Durante el trayecto, había pensado largo y tendido en lo que acababa de pasar en la oficina y ahora sólo quería saber cuál sería la mejor manera de confrontar a Bosch con ello. Era como prepararse para el contrainterrogatorio de un testigo hostil.

Diez minutos después de sentarme, Bosch finalmente apareció en el umbral y Craig lo hizo pasar.

—¿Se ha perdido? —pregunté cuando se metía en el reservado.

—No encontraba sitio para aparcar.

—Supongo que no le pagan bastante para un aparcacoches.

—No, los aparcacoches son fantásticos. Pero no puedo dar mi coche municipal a un aparcacoches. Va contra las reglas.

Asentí con la cabeza, suponiendo que probablemente era porque llevaba un arma en el maletero.

Decidí esperar hasta después de pedir para hacer mi jugada con Bosch. Le pregunté si quería mirar al menú y dijo que no le hacía falta. Cuando llegó el camarero, los dos pedimos Steak Helen con espaguetis en salsa de tomate de acompañamiento. Bosch pidió una cerveza y yo una botella de agua sin gas.

—Bueno —comencé—, ¿dónde ha estado su compañero últimamente?

—Está trabajando en otros aspectos de la investigación.

—Vaya, me alegra oír que tiene otros aspectos.

Bosch me estudió unos segundos antes de responder.

—¿Se supone que es una pulla?

—Sólo una observación. Desde mi punto de vista no parece que esté pasando gran cosa.

—Quizás es porque su fuente se secó y se delató.

—¿Mi fuente? Yo no tengo ninguna fuente.

—Ya no. Averigüé quién estaba informando a su hombre y eso terminó hoy. Sólo espero que no le estuviera pagando por la información, porque Asuntos Internos se lo va a cargar por eso.

—Sé que no me va a creer, pero no tengo ni idea de quién o de qué está hablando. Obtengo información de mi investigador. No le pregunto de dónde la saca.

Bosch asintió.

—Es la mejor manera de hacerlo, ¿no? Se aísla y así no le estalla nada en la cara. Entre tanto, si un capitán de policía pierde su puesto y su pensión, son gajes del oficio.

No había imaginado que la fuente de Cisco estuviera en un puesto tan elevado.

El camarero nos trajo la bebida y una cesta de pan. Yo bebí parte del agua mientras contemplaba qué decir a continuación. Dejé el vaso y miré a Bosch. Alcé las cejas como si él estuviera esperando algo.

—¿Cómo sabía cuándo iba a salir de la oficina esta noche?

Bosch pareció desconcertado.

—¿Qué quiere decir?

—Supongo que fue por las luces. Estaba en Broadway y, cuando yo apagué las luces, mandó a su hombre al garaje.

—No sé de qué está hablando.

—Claro que sí. La foto del tipo con la pistola saliendo del edificio era falsa. Usted la preparó y la usó para delatar al que filtraba información, y luego trató de engatusarme con ella.

Bosch negó con la cabeza y miró fuera del reservado, como si estuviera buscando alguien que le ayudara a interpretar lo que yo estaba diciendo. Era un mal actor.

—Preparó la foto falsa y luego me la mostró porque sabía que volvería a la fuente de información a través de mi investigador. Sabría que quien le preguntara por la foto era el culpable.

—No puedo discutir con usted ningún aspecto de la investigación.

—Y luego la usó para jugar conmigo. Para ver si estaba escondiendo algo y sacármelo asustándome.

—Le he dicho que no puedo…

—Tranquilo, no tiene que hacerlo, Bosch. Sé que es lo que hizo. ¿Sabe cuáles fueron sus errores? Para empezar, no volver como dijo que haría a enseñar la foto a la secretaria de Vincent. Si el tipo de la foto era auténtico, se lo habría mostrado a ella, porque ella conoce a los clientes mejor que yo. Su segundo error fue la pistola metida en el pantalón de su sicario. A Vincent lo mataron con una veinticinco, demasiado pequeña para llevar en la cintura. Se me pasó eso cuando me enseñó la foto, pero ahora no.

Bosch miró hacia la barra situada en medio del restaurante. La televisión instalada en alto mostraba noticias deportivas. Me incliné sobre la mesa para acercarme a él.

—Entonces, ¿quién es el tipo de la foto? ¿Su compañero con un bigote adhesivo? ¿Algún payaso de antivicio? ¿No tiene nada mejor que hacer que jugar conmigo?

Bosch se recostó y continuó mirando por el restaurante, moviendo los ojos a cualquier parte menos a mí. Estaba contemplando algo y le di todo el tiempo que necesitaba. Finalmente, me miró.

—Vale, me ha pillado. Era una trampa. Supongo que eso lo convierte en un abogado listo, Haller, igual que el viejo. Me pregunto por qué pierde el tiempo defendiendo escoria. ¿No debería estar demandando médicos o defendiendo grandes compañías tabaqueras o alguna causa noble por el estilo?

Sonreí.

—¿Es así como le gusta jugar? ¿Le acuso de ser turbio y responde acusándome a mí de ser turbio?

Bosch rio, con la cara colorada al apartar su mirada. Era un gesto que se me antojó familiar, y su mención de mi padre me lo trajo a la mente. Tuve un vago recuerdo de mi padre riendo incómodamente y apartando la mirada al inclinarse sobre la mesa de la cena. Mi madre lo había acusado de algo y yo era demasiado pequeño para entenderlo.

Bosch apoyó los antebrazos en la mesa y se inclinó hacia mí.

—¿Ha oído hablar de las primeras cuarenta y ocho, verdad?

—¿De qué está hablando?

—Las oportunidades de solventar un homicidio se reducen a casi la mitad cada día si no lo resuelves en las primeras cuarenta y ocho horas.

Miró su reloj antes de continuar.

—Estoy llegando a las cuarenta y ocho horas y no tengo nada —dijo—. Ni un sospechoso, ni una pista viable, nada. Y esperaba sacarle algo esta noche asustándole. Algo que me señalara en la dirección adecuada.

Estaba allí sentado, mirándolo, digiriendo lo que había dicho. Finalmente, encontré la voz.

—¿De verdad pensaba que sabía quién había matado a Jerry y no se lo estaba diciendo?

—Era una posibilidad que tenía que considerar.

—Vayase al cuerno, Bosch.

Justo entonces el camarero llegó con nuestros filetes y espaguetis. Mientras dejaban los platos, Bosch me miró con una sonrisa de complicidad. El camarero preguntó qué más podía traernos y yo le hice una señal para que se alejara sin romper el contacto visual.

—Es un arrogante hijo de perra —dije—. Puede quedarse ahí sentado con una sonrisa en la cara después de acusarme de esconder pruebas o conocimiento de un asesinato. Un asesinato de un tipo al que conocía.

Bosch miró su filete, cogió el cuchillo y el tenedor y lo cortó. Me fijé en que era zurdo. Se metió un trozo de carne en la boca y me miró mientras masticaba. Dejó los puños a ambos lados de su plato, tenedor y cuchillo agarrados, como si custodiara la comida de cazadores furtivos. Un montón de mis clientes que habían pasado tiempo en prisión comían de la misma forma.

—¿Por qué no se tranquiliza, abogado? —dijo—. Ha de comprender una cosa: no estoy acostumbrado a estar del mismo lado que un abogado defensor, ¿vale? Mi experiencia ha sido que los abogados defensores han tratado de retratarme como un estúpido, corrupto, intolerante, lo que quiera. Así que, con eso en mente, sí, traté de hacerle una jugada con la esperanza de que me ayudaría a resolver un homicidio. Lo lamento más de lo que imagina. Si quiere, les pido que me envuelvan el filete y me voy.

Negué con la cabeza. Bosch tenía talento para tratar de hacerme sentir culpable por sus transgresiones.

—Quizás ahora debería ser usted quien se calme —añadí—. Lo único que estoy diciendo es que desde el principio he actuado abierta y francamente con usted. He estirado los límites éticos de mi profesión, y le he dicho lo que podía decirle, cuando podía decírselo. No me merezco que me haya acojonado así esta noche. Y es condenadamente afortunado de que no le haya metido una bala en el pecho a su hombre cuando estaba en la puerta de la oficina. Era una diana fácil.

—Se suponía que no poseía una pistola. Lo comprobé.

Bosch empezó a comer otra vez, manteniendo la cabeza baja mientras masticaba el filete. Dio varios bocados y luego pasó a la guarnición de espaguetis. No era de los que enrollaba la pasta. La troceó con el tenedor antes de llevársela a la boca. Habló después de tragar.

—Así que ahora que hemos dejado eso de lado, ¿me ayudará?

Solté el aire en una risa.

—¿Está de broma? ¿Ha oído algo de lo que le he dicho?

—Sí, lo he oído todo. Y no, no estoy de broma. Dicho y hecho todo, aún tengo un abogado muerto, su colega, en mis manos, y usted aún puede ayudarme.

Empecé a cortar mi primer trozo de carne. Decidí que Bosch podía esperar a que comiera yo, igual que yo había esperado a que comiera él.

Muchos opinaban que en Dan Tana’s servían el mejor filete de la ciudad, entre ellos yo. No me decepcionó. Me tomé mi tiempo saboreando el primer bocado; luego dejé mi tenedor.

—¿Qué clase de ayuda?

—Haremos salir al asesino.

—Genial. ¿Cómo de peligroso será eso?

—Depende de muchos factores. Pero no voy a mentirle, puede ser peligroso. Necesito que agite algunas cosas, que los culpables crean que hay un cabo suelto, y que usted puede ser peligroso para ellos. Entonces veremos lo que pasa.

—Pero usted estará ahí. Estaré cubierto.

—A cada paso que dé.

—¿Cómo agitamos las cosas?

—Estaba pensando en un artículo de periódico. Supongo que está recibiendo llamadas de los periodistas. Elegimos uno y le damos el artículo, una exclusiva, y plantamos algo que dé que pensar al asesino.

Pensé en ello y recordé que Lorna me había advertido que jugara limpio con los medios.

—Hay un tipo del Times —dije—. Más o menos hice un acuerdo con él para sacármelo de encima. Le dije que cuando estuviera listo para hablar hablaría con él.

—Es perfecto. Lo usaremos.

No dije nada.

—¿Entonces está en mi barco?

Levanté el tenedor y cuchillo y permanecí en silencio mientras volvía a cortar el filete. La sangre inundó el plato. Pensé en mi hija llegando al punto de plantearme las mismas preguntas que me hacía su madre y que nunca podía responder. «Es como que trabajas para los malos». No era tan sencillo como eso, pero saberlo no quitaba el escozor ni la expresión que recordaba haber visto en sus ojos.

Dejé el cuchillo y el tenedor sin dar un bocado. De repente, ya no tenía hambre.

—Sí —dije—. Estoy en su barco.