Le pedí a Patrick que nos llevara al Pacific Dining Car, y Cisco y yo pedimos un bistec con huevos mientras Lorna se tomaba un té con miel. El Dining Car era un sitio donde a los cazadores de votos del centro les gustaba reunirse antes de un día de lucha en las torres de cristal cercanas. La comida era un poco cara pero buena. Instilaba confianza, hacía que el guerrero del centro se sintiera un hombre influyente.
En cuanto el camarero nos tomó nota y se alejó, Lorna apartó su plato y abrió un calendario de espiral en la mesa.
—Come deprisa —dijo ella—. Tienes un día ocupado.
—Cuéntame.
—Muy bien, empecemos por lo fácil.
Lorna pasó un par de páginas del calendario adelante y atrás antes de empezar.
—Tienes una cita en el despacho de la juez Holder a las diez en punto. Quiere un inventario de clientes actualizado.
—Me dijo que tenía una semana —protesté—. Hoy es jueves.
—Sí, bueno, Michaela me llamó y dijo que la juez quiere una actualización provisional. Creo que ha visto en el periódico que vas a seguir siendo el abogado de Elliot; debe de temer que gastes todo el tiempo en Elliot y te olvides de los demás clientes.
—Eso no es verdad. Presenté un pedimento ayer por Patrick y el martes me ocupé de la sentencia de Reese. O sea, aún no conozco a todos los clientes.
—No te preocupes, tengo un inventario en papel en la oficina para que lo lleves. Muestra con quién te has reunido, con quién has firmado y calendarios de todos ellos. Tú sólo dale con el papeleo y no se podrá quejar.
Sonreí. Lorna era la mejor gerente de casos del mercado.
—Genial. ¿Qué más?
—Luego, a las once, tienes una audiencia in camera con el juez Stanton sobre Elliot.
—¿Conferencia de estatus?
—Sí. Quiere saber si vas a poder empezar el jueves.
—No, pero Elliot no lo quiere de ninguna otra manera.
—Bueno, el juez querrá que Elliot lo diga por sí mismo. Ha requerido la presencia del acusado.
Eso era inusual. La mayoría de las conferencias de estatus eran de rutina y rápidas. El hecho de que Stanton quisiera a Elliot allí la ponía en un ámbito más importante.
Pensé en algo y saqué el móvil.
—¿Se lo has dicho a Elliot? Podría…
—Déjalo. Lo sabe y estará allí. He hablado con su secretaria, la señora Albrecht, esta mañana y sabe que ha de presentarse y que el juez puede revocar si no lo hace.
Asentí. Era una medida inteligente: amenazar la libertad de Elliot como forma de asegurar que se presentara.
—Bien —dije—. ¿Es todo?
Quería empezar con Cisco y preguntarle qué más había podido encontrar sobre la investigación de Vincent y si sus fuentes habían mencionado algo respecto al hombre que aparecía en la foto de la cámara de vigilancia que me había mostrado Bosch.
—Ni de lejos, amigo —respondió Lorna—. Ahora vamos al caso misterioso.
—Soy todo oídos.
—Ayer por la tarde recibimos una llamada de la secretaria del juez Friedman, que llamo a la oficina de Vincent a ciegas para ver si había alguien ocupándose de los casos. Cuando la secretaria se informó de que tú te estás ocupando, me preguntó si estabas al corriente de la comparecencia programada ante Friedman hoy a las dos. Comprobé nuestro nuevo calendario y no tenías nada para hoy a las dos. Así que ese es el misterio. Tienes una comparecencia a las dos de un caso del cual no sólo no teníamos en el calendario, sino que tampoco tenemos un expediente.
—¿Cuál es el nombre del cliente?
—Eli Wyms.
No significaba nada para mí.
—¿Wren conocía el nombre?
Lorna negó con la cabeza de manera desdeñosa.
—¿Has comprobado los casos cerrados? Tal vez estaba mal archivado.
—No, lo comprobamos. No hay ninguna carpeta en toda la oficina.
—¿Y para qué es la comparecencia? ¿Se lo preguntaste a la asistente?
Lorna asintió.
—Mociones previas. Wyms está acusado de intento de homicidio de un agente del orden y de varios cargos relacionados con posesión de armas. Lo detuvieron el 2 de mayo en un parque del condado en Calabasas. Fue acusado y enviado noventa días a Camarillo. Deben de haberlo considerado competente porque la vista de hoy es para establecer fecha de juicio y considerar la fianza.
Asentí. Por el resumen, pude leer entre líneas. Wyms se había metido en algún tipo de confrontación con armas de por medio con el departamento del sheriff, que proporcionaba servicios en la zona no incorporada conocida como Calabasas. Lo enviaron al centro de evaluación mental de Camarillo, donde los psiquiatras tardaron tres meses en decidir si estaba loco o estaba capacitado para afrontar los cargos que se le imputaban en un juicio. Los doctores determinaron que era competente, lo cual significaba que sabía distinguir entre el bien y el mal al tratar de matar a un agente del orden, seguramente el agente del sheriff al que se enfrentó.
Era un esbozo somero del problema en el que estaba metido Eli Wyms. Habría más detalles en el expediente, pero no había expediente.
—¿Hay alguna referencia a Wyms en los depósitos de la cuenta de fideicomiso? —pregunté.
Lorna negó con la cabeza. Debería haber supuesto que había sido concienzuda y habría mirado las cuentas en busca de Eli Wyms.
—Muy bien, parece que Jerry lo representaba pro bono.
Los abogados proporcionan en ocasiones servicios legales gratuitos —pro bono— a clientes indigentes o especiales. En ocasiones es una acción altruista y en ocasiones es porque el cliente no paga. En cualquiera de los casos, la falta de un anticipo por parte de Wyms era comprensible. La ausencia del expediente era otra historia.
—¿Sabes lo que estoy pensando?
—¿Qué?
—Que Jerry tenía el expediente en el maletín cuando se fue el lunes por la noche.
—Y el asesino se lo llevó junto con su portátil y su móvil.
Lorna hizo un gesto de asentimiento y yo lo repetí.
Tenía sentido. Estaba pasando la tarde preparándose para la semana y tenía una comparecencia el jueves sobre Wyms. Quizá se había quedado sin energía y había metido el expediente en el maletín para mirarlo después. O quizá llevaba el expediente consigo porque era importante de un modo que todavía no podía ver. Quizás el asesino quería el expediente de Wyms y no el portátil o el móvil.
—¿Quién es el fiscal del caso?
—Joanne Giorgetti, y te llevo ventaja. La llamé ayer, le expliqué nuestra situación y le pregunté si podía hacernos una copia de la carpeta de revelación. Dijo que no tenía problema. Puedes recogerla después de tu cita de las once con el juez Stanton y te quedarán un par de horas para familiarizarte con el caso antes de la vista de las dos.
Joanne Giorgetti era una excelente fiscal que trabajaba en la sección de delitos contra agentes del orden en la oficina del distrito. También era amiga de mi exmujer desde hacía mucho tiempo y la entrenadora de mi hija en la liga de baloncesto de la YMCA. Siempre había sido cordial y amable conmigo, incluso después de que Maggie y yo nos separáramos. No me sorprendió que fuera a hacerme una copia de la carpeta de revelación.
—Piensas en todo, Lorna —dije—. ¿Por qué no te has ocupado tú de todo el bufete de Vincent? No me necesitas.
Sonrió por el cumplido y vi que echaba una mirada hacia Cisco. La interpretación que hice era que quería que él se diera cuenta del valor que tenía para la firma legal Michael Haller & Associates.
—Me gusta trabajar en segunda fila —contestó—. Te dejaré el primer plano a ti.
Nos sirvieron los platos y yo eché una buena cantidad de salsa Tabasco en el bistec y los huevos. En ocasiones, la salsa picante era la única forma que tenía de saber que seguía vivo.
Finalmente podía oír lo que Cisco había averiguado sobre la investigación de Vincent, pero mi investigador se enfrascó en su desayuno y sabía que era mejor no interrumpirlo cuando estaba comiendo. Decidí esperar y preguntar a Lorna cómo iban las cosas con Wren Williams. Respondió en voz baja, como si Wren estuviera sentada cerca en el restaurante y escuchando.
—No es de gran ayuda, Mickey. Parece que no tiene ni idea de cómo funciona la oficina o de dónde ponía las cosas Jerry. Tendrá suerte si se acuerda de dónde ha aparcado el coche esta mañana. En mi opinión trabajaba allí por algún otro motivo.
Podría haberle dicho el motivo que me había contado Bosch, pero decidí guardármelo para mí. No quería distraer a Lorna con cotilleo.
Miré y vi a Cisco rebañando el unto del bistec y la salsa picante del plato con un trozo de tostada. Estaba listo para empezar.
—¿Qué tienes en marcha hoy, Cisco?
—Estoy trabajando en Rilz y en su lado de la ecuación.
—¿Qué está pasando?
—Creo que habrá un par de cosas que puedes usar. ¿Quieres que te las cuente?
—Todavía no. Te lo pediré cuando lo necesite.
No quería poseer información sobre Rilz que podría tener que entregar a la fiscalía según las reglas de revelación. Por el momento, cuanto menos supiera, mejor. Cisco lo comprendió y asintió.
—También tengo la reunión con Bruce Carlin esta tarde —añadió Cisco.
—Quiere doscientos la hora —dijo Lorna—. Un robo a mano armada, si me pides la opinión.
Hice un gesto para no hacer caso de su protesta.
—Págale. Es un gasto de una sola vez y probablemente tiene información que podemos usar y que podría ahorrar tiempo a Cisco.
—No te preocupes, le pagaremos. Pero no me hace gracia. Nos está extorsionando porque sabe que puede.
—Técnicamente está extorsionando a Elliot y no creo que le importe. —Me volví hacia mi investigador—. ¿Tienes algo nuevo sobre el caso Vincent?
Cisco me puso al día con lo que tenía. Consistía sobre todo en detalles forenses, lo cual sugería que su fuente venía de esa faceta de la investigación. Dijo que a Vincent le habían disparado dos veces, ambas en la zona de la sien izquierda. La distancia entre las heridas de entrada era de un par de centímetros, y las quemaduras de pólvora en la piel y el pelo indicaban que el arma estaba a entre veintidós y treinta centímetros de distancia cuando se disparó. Cisco explicó que eso indicaba que el asesino había disparado dos tiros rápidos y era experto. Las probabilidades de que un aficionado hubiera disparado dos veces con tanta rapidez ajustando tanto los impactos eran escasas.
Además, según informó Cisco, las balas no salieron del cadáver y se recuperaron durante la autopsia realizada a última hora del día anterior.
—Eran veinticincos —dijo.
Había manejado incontables contrainterrogatorios de expertos en balística, conocía el terreno y sabía que una bala de calibre 25 procedía de una pequeña arma pero podía causar gran daño, sobre todo si se disparaba en la cavidad craneal. Las balas rebotaban en su interior y era como poner el cerebro de la víctima en una batidora.
—¿Aún no conocen el arma exacta?
Sabía que estudiando las indentaciones en las balas podía determinarse qué clase de pistola las había disparado, igual que con los crímenes de Malibú, en que los investigadores sabían qué pistola se había usado aunque no la habían encontrado.
—Sí. Una Beretta Bobcat de calibre 25. Bonita y pequeña, casi puedes esconderla en la mano.
Un arma completamente diferente de la usada para matar a Mitzi Elliot y Johan Rilz.
—Entonces, ¿qué nos dice todo esto?
—Es un sicario. Te das cuenta cuando sabes que iba a ser un tiro a la cabeza.
Asentí para mostrar mi acuerdo.
—Así que estaba planeado. El asesino sabía lo que iba a hacer. Espera en el garaje, ve que Jerry sale y va directamente al coche. La ventanilla baja o ya estaba bajada, y el tipo le dispara dos veces en la cabeza, luego coge el maletín que tiene el portátil, el móvil, el portafolios y, creemos, el expediente de Eli Wyms.
—Exactamente.
—Vale, ¿qué pasa con el sospechoso?
—¿El tipo que interrogaron la primera noche?
—No, era Carlin. Lo soltaron.
Cisco pareció sorprendido.
—¿Cómo has averiguado que era Carlin?
—Bosch me lo ha dicho esta mañana.
—¿Estás diciendo que tienen otro sospechoso?
Asentí.
—Bosch me enseñó una foto de un tipo que entraba en el edificio en el momento de los disparos. Llevaba pistola y un disfraz obvio.
Vi que los ojos de Cisco destellaban. Era una cuestión de orgullo profesional que él me proporcionara ese tipo de información. No le gustaba que fuera al revés.
—No tenía nombre, sólo la foto —dije—. Quería saber si había visto al tipo antes o si era uno de los clientes.
Los ojos de Cisco se dieron cuenta de que su fuente interior estaba ocultándole información. Si le hubiera hablado de las llamadas del FBI, probablemente habría cogido la mesa y la habría lanzado por la ventana.
—Veré qué puedo descubrir —dijo tranquilamente a través de la mandíbula apretada.
Miré a Lorna.
—Bosch dijo que iba a volver a mostrar la foto a Wren.
—Se lo diré.
—Miradla vosotros también. Quiero que todo el mundo esté alerta por este tipo.
—Vale, Mickey.
Asentí. Habíamos terminado. Puse una tarjeta de crédito en la cuenta y saqué el teléfono móvil para llamar a Patrick. Llamar a mi chófer me recordó algo.
—Cisco, hay otra cosa que quiero que hagas hoy.
Cisco me miró, contento de dejar atrás la idea de que yo tenía una fuente de la investigación mejor que la suya.
—Quiero que vayas al liquidador de Vincent y veas si se está quedando alguna de las tablas de surf de Patrick. Si es así, quiero que la recuperes para Patrick.
Cisco asintió.
—Eso puedo hacerlo. No hay problema.